El movimiento ciudadano iniciado el 15 de mayo de 2011 en el Estado español, inspirado en las revoluciones árabes e islandesa, el cual empezó con muy buen pie, sin embargo, corre el serio peligro de quedarse en una mera ilusión. Como era de esperar, el sistema, que se sintió amenazado por dicho movimiento que lo […]
El movimiento ciudadano iniciado el 15 de mayo de 2011 en el Estado español, inspirado en las revoluciones árabes e islandesa, el cual empezó con muy buen pie, sin embargo, corre el serio peligro de quedarse en una mera ilusión. Como era de esperar, el sistema, que se sintió amenazado por dicho movimiento que lo cuestionaba, no se quedó de brazos cruzados. Lo cual demuestra que dicho movimiento es potencialmente peligroso para las élites actuales (políticas y económicas). Dicho movimiento ha conseguido, como mínimo, poner nervioso al sistema (más que nunca hasta ahora, desde hace décadas, pero todavía insuficientemente), remover conciencias y amortiguar el desánimo y la apatía, ha devuelto la ilusión a mucha gente, ha devuelto la confianza a muchos ciudadanos en sí mismos. El pueblo, por lo menos una parte de él, ha recuperado un poco la esperanza, además de haberse hecho un poco más consciente. El pueblo ha empezado a despertar. Pero esto no es suficiente. El despertar puede ser efímero. Hace falta lograr resultados concretos. Cambiar el sistema, por supuesto, es una larga y dura lucha. Pero dicha lucha debe ir gradualmente a más, en vez de a menos, debe ser constante. Tendrá lógicamente altibajos, pero cuanto más profundos y más largos sean los bajos, mayores probabilidades de que la lucha finalmente se abandone. El movimiento 15-M sigue moviéndose, mucha gente se está implicando ejemplarmente. Pero, desgraciadamente, esto no es suficiente. En los últimos meses («ayudado» por el paréntesis veraniego) parece que dicho movimiento está empezando a perder fuelle. ¡No podemos consentir esto! ¡Es imprescindible lograr en nuestras protestas las afluencias de mayo o junio! ¡Debemos hacer que acuda más gente (cada vez más) a nuestros actos! Como digo, es lógico que se produzcan fluctuaciones en la lucha, pero cuando en los inevitables altibajos empieza a haber más bajos que altos, ¡mal asunto!, cuando se empieza a ver que ya no acude tanta gente, ¡mal asunto!
Estamos en un momento crítico en el cual se puede decidir el futuro de la «Spanish Revolution», su propia subsistencia. Si no se produce un cambio cuantitativo y cualitativo importante en la lucha de los indignados, dicha revolución, dicha potencial revolución, se quedará en una mera ilusión, en un mayo francés, en un bello sueño. Es cierto que en el extranjero está empezando a cundir el ejemplo, pero a nivel, por ahora, demasiado anecdótico. Es imperativo que el movimiento 15-M se replantee la estrategia a emplear para revitalizarlo, para darle mayor impulso. Como decía Rosa Luxemburgo, la gran revolucionaria alemana: No se puede mantener el «justo medio» en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo. ¡Es hora de proporcionar el combustible necesario a la locomotora! El movimiento de los indignados debe moverse mucho más. Si esto no ocurre en los próximos meses, o incluso semanas, corremos el riesgo de morir en el intento. No podemos escudarnos en que el sistema nos reprime, nos obvia o nos demoniza (esto era perfectamente previsible, y ocurrirá cada vez más). No podemos eludir la crítica y la autocrítica, sin las cuales es imposible avanzar, solventar nuestros inevitables errores. Es hora de que el 15-M se replantee por qué en aquellos días del pasado mayo todo parecía ir tan bien y ahora, sin embargo, todo parece perecer lentamente, salvo algunos episodios puntuales (en los cuales los indignados se movilizan ejemplarmente). Este ciudadano corriente va a intentar en este artículo aportar su granito de arena. Parece que se avecina un otoño caliente, pero la espera es demasiado larga. Las pausas tan largas entre periodos calientes son muy peligrosas pues la gente puede enfriarse irremisiblemente. Es muy difícil que las masas se movilicen, es muy difícil que salte la chispa. La chispa debe avivarse continuamente antes de que pueda apagarse por sí misma, o de que sea apagada. Es, por consiguiente, imprescindible aprovechar todo lo posible dichos momentos históricos excepcionales en que las masas se encienden y deciden luchar. El fuego debe avivarse continua e intensamente. Cualquier parada demasiado larga puede ser mortal para el proceso.
A mi entender, como ya expliqué en su día en diversos artículos (todos ellos disponibles en mi blog), el 15-M nació con fuerza por los siguientes motivos: existen en España condiciones objetivas para que la gente se rebele, para la revolución (dichas condiciones van en aumento con el tiempo, la intensidad y sobre todo la duración de la crisis juegan a favor de la revolución), se usó el pacifismo activo como método de protesta (lo cual puso difícil al sistema ejercer su habitual hoja de ruta represiva, violenta, era más difícil presentar a los indignados, ante la opinión pública, como «radicales violentos»), se prescindió de banderas ideológicas, al presentarse el 15-M como un movimiento ciudadano al margen de ideologías, de partidos, fue posible que mucha gente se aglutinara alrededor del mismo (se le puso difícil al sistema usar su habitual estrategia ideológica basada en los prejuicios impregnados machacona pero sutilmente en las mentes de los ciudadanos durante años y años mediante los medios de desinformación masiva, era más difícil presentar a los indignados, ante la opinión pública, como «rojos trasnochados»). Pero, en mi opinión, el factor decisivo que posibilitó que el movimiento 15-M naciera como tal, que adoptara la fuerza que adoptó, fue el hecho de que muchos ciudadanos, sobre todo jóvenes, como no podía ser de otra manera, decidieran acampar en la Puerta del Sol, en pleno centro del Estado. La protesta se convirtió así en permanente. Sol se convirtió así en un símbolo. Y todo símbolo siempre da mucha fuerza a las masas. No por casualidad se produjeron en pleno agosto las manifestaciones para recuperar Sol cuando la policía expulsó los restos que quedaban de la acampada revolucionaria.
En mi humilde opinión, levantar el campamento de Sol, y del resto de plazas del país, fue un grave error estratégico por parte del 15-M. Se produjo un antes y un después. Mientras había acampadas, el 15-M era noticia casi todos los días, el movimiento estaba muy vivo. Como nos temimos muchos indignados, al levantar las acampadas, nos retirábamos del campo de batalla, el sistema ganaba sin dificultades. No por casualidad ahora el sistema procura por todos los medios posibles que no volvamos a acampar. Lo realmente peligroso para él son las acampadas, siempre que éstas no se hagan en lugares apartados o poco concurridos. El sistema puede asumir perfectamente ciertas manifestaciones puntuales, que unos cuantos ciudadanos (incluso millones, como ocurrió con las manifestaciones contra la guerra de Irak) tomen las calles por unas horas, pero otra cosa es cuando las calles son tomadas indefinidamente, como así ocurrió con las acampadas del pasado mayo, no digamos ya si dichas acampadas se hubieran visto acompañadas de huelgas generales. No hay otra forma de forzar cambios sistémicos que acosando al sistema, que paralizando, de una u otra manera, el país de que se trate. Podrán cambiar las formas de hacer esto, pero si el sistema no se ve acosado, si no se ve suficientemente presionado, no se producirán cambios, o en el mejor de los casos éstos serán insuficientes. Las acampadas, junto con las asambleas populares, junto con las manifestaciones recurrentes, junto con los actos más o menos simbólicos de denuncia del actual sistema, junto con los actos concretos para defender los derechos más elementales de ciertas personas (como las paralizaciones de los desahucios), junto con las huelgas (imprescindibles), todos ellos, son un gran medio para la revolución, como los hechos nos han demostrado. Pero las acampadas fueron ese ingrediente fundamental que dio sabor a la «Spanish Revolution». Sin las acampadas no se hubiera hablado del movimiento 15-M, no se hubiera hablado de revolución (al margen de que estemos de acuerdo o no en tachar a dicho movimiento como revolucionario), por lo menos de posible revolución. El factor diferencial del movimiento nacido el 15-M fue, sin duda, el hecho de existir acampadas permanentes en muchas ciudades simultáneamente. Esto no quiere decir que el hacer las asambleas en los barrios no era posible ni necesario, pero no debían hacerse a costa de perder las posiciones tomadas en las plazas céntricas de las principales ciudades, debían complementarse a las acampadas y no sustituirlas. ¡Volvamos a acampar! ¡Volvamos a tomar las plazas indefinidamente! A raíz de las manifestaciones previstas para el 15 de octubre debería plantearse el movimiento de los indignados el volver a plantar las tiendas en los centros de las ciudades. Pero esta vez intentando solventar los errores cometidos en el pasado, haciendo que las acampadas no se conviertan en un fin en sí mismo. Yo creo que así el 15-M se revitalizaría mucho. Aunque ahora lo tenemos mucho más difícil pues el sistema sabe a qué atenerse, el factor sorpresa ya no existe.
Pero, insisto, las acampadas, son un medio y no un fin. Un medio de propaganda, de darse a conocer más ante la ciudadanía, un medio para que contactemos físicamente unos indignados con otros, los indignados con el resto de ciudadanos, para que el movimiento sea real y no sólo virtual (la revolución no puede hacerse sólo a golpe de ratón, no debe estar sólo en las redes sociales de Internet, debe tener una presencia muy clara, masiva, y continua en las calles). Las acampadas constituyen la manera, por lo menos una manera que ha dado resultados, de que la incipiente revolución se haga realmente visible ante la ciudadanía. La experiencia adquirida en las anteriores acampadas debe servirnos para que ahora se hagan mejor, para que nos organicemos mejor, para evitar los problemas que tuvimos. En particular, como ya dije en La estrategia de la #SpanishRevolution, para tomar decisiones primero intentemos el consenso y si no lo logramos recurramos a las mayorías, cuanto más amplias mejor, pero no dejemos que unos pocos individuos se impongan sobre la mayoría, no dejemos que unos pocos obstaculicen el avance. Debemos evitar hacer demasiadas asambleas, que sólo pueden producir cansancio y hastío, debemos evitar hacerlas en días laborables, cuando muchos trabajadores no pueden acudir, debemos ahora centrarnos en objetivos concretos a corto plazo. En mi modesta opinión, como ya expresé en ¿Qué es la democracia real?, debemos centrarnos sobre todo en la cuestión democrática, en seguir el ejemplo islandés: que el pueblo construya su democracia, que participe activamente en la nueva Constitución.
El gran objetivo a corto plazo (corto en cuanto a que debe ser el primero en el tiempo, pero no en cuanto a que se vaya a lograr en poco tiempo) del movimiento 15-M debería ser la regeneración democrática de nuestro país, es decir, un proceso constituyente. La cuestión Monarquía vs. República se nos presenta como ineludible. El pueblo debe poder construir su régimen político sin limitaciones. Hasta ahora esto no ha sido posible. El pueblo español sólo pudo elegir en su día (y no en las mejores condiciones, con la amenaza de un régimen franquista que dirigía la «Transición») entre Monarquía o nada. Ya es hora de hacer una nueva transición, una verdadera transición, sin miedo, sin amenazas. Si logramos una democracia política suficiente, en la cual haya una ley electoral donde se cumpla el principio elemental «una persona, un voto», en la cual haya mandato imperativo (es decir, que los políticos estén obligados a cumplir su programa electoral), en la cual haya revocabilidad (que cualquier cargo público elegido pueda ser expulsado inmediatamente de su cargo si así lo decide el pueblo en referéndum), en la cual se use con frecuencia el referéndum (siempre vinculante) para las cuestiones de mayor calado, en la cual se lleve a la práctica una eficaz separación de todos los poderes (sobre todo respecto del poder económico), sin la cual es imposible superar la dictadura de los mercados y los bancos, entre otras medidas concretas y perfectamente realizables (de ellas hablo con todo detenimiento en el capítulo «El desarrollo de la democracia» de mi libro Rumbo a la democracia), lograremos que el pueblo empiece a tener el verdadero poder. Así se podrá iniciar una dinámica que nos posibilite también superar el actual sistema, el capitalismo, que nos permita expandir la democracia por todos los rincones de la sociedad, llegando a su núcleo: la economía. Sin democracia política es imposible la democracia económica, es imposible una economía al servicio del ser humano, es imposible una sociedad en la cual el interés general predomine sobre los particulares, en vez de al revés. Sin democracia económica la democracia política está en retroceso o en peligro (como muy bien estamos comprobando). Este círculo vicioso, esta pescadilla que se muerde la cola, esta dependencia mutua entre democracia política y democracia económica, sólo puede romperse empezando por desarrollar la democracia política. La democracia política, la democracia en las ideas, conducirá, no muy tarde, a la democracia económica. Cuando todas las ideas, cuando todas las opciones políticas, tengan las mismas opciones (o lo más parecidas posible), entonces el sentido común, el interés general, se irá imponiendo de forma natural. Sin igualdad (de oportunidades) la democracia está tocada de muerte. No hay democracia real sin igualdad real. La igualdad, y la otra cara de la misma moneda, la libertad, es el ingrediente fundamental de la verdadera democracia.
Nuestro actual sistema no es realmente democrático porque no hay igualdad, porque unas ideas se imponen sobre otras artificialmente, porque unas opciones políticas juegan con mucha ventaja con respecto a otras. No se trata tanto de que planteemos nuevas opciones (aunque esto es también necesario), no se trata tanto de que se presenten nuevos partidos políticos (sobran ejemplos de partidos pequeños que no han logrado nada, más que unos pocos representantes en las instituciones en el mejor de los casos), se trata sobre todo, primordialmente, de cambiar las propias reglas del juego político para que éste sea realmente democrático, para que dichos partidos minoritarios tengan reales opciones de dejar de ser marginales o anecdóticos, se trata de salir del callejón sin salida del bipartidismo, sustentado en el monopolio ideológico de los partidos financiados por el capital. No creo que se produzca el milagro de que surja un nuevo partido que rompa con dicho bipartidismo sin cambiar las mismas reglas de nuestra actual «democracia». El capital lo tiene todo muy atado, casi todo. Si jugamos a su juego, a su manera, nos vencerá. Debemos hacer otro juego, debemos luchar para que el juego se haga con otras reglas, con unas reglas donde partidos minoritarios tengan reales opciones de dejar de serlo, donde puedan exponer sus ideas en público, no sólo en horas intempestivas, donde puedan enfrentarse dialécticamente a los grandes partidos, cara a cara, de igual a igual. La democracia no consiste en que unas ideas, supuestamente mayoritarias, tengan más opciones que otras, supuestamente minoritarias, sino en que todas las ideas sean igualmente conocidas y discutidas para que los ciudadanos elijan las que más le convenzan, para que ellos sean quienes determinen el carácter mayoritario o minoritario de las ideas, y no ciertas élites.
Yo creo que si el movimiento 15-M se centra en cuestiones muy concretas y a corto plazo, realistas, pero sin olvidar las de largo plazo, las más ambiciosas, sin renunciar a los sueños, sino que posibilitándonos acercándonos a ellos con resultados tangibles menos ambiciosos, pero suficientemente ambiciosos, entonces dicho movimiento recibirá un importante impulso, dicho movimiento se acelerará. Mientras dicho movimiento se limite a denunciar el estado actual de las cosas, o se limite a proponer muchas medidas, tal vez demasiadas, entonces correrá el serio riesgo de frenarse a sí mismo, de morir por sí mismo. Vamos lentos porque vamos lejos, proclaman muchos indignados. Y tienen en parte razón. Pero también corremos el riesgo de ir tan lentos, de fijarnos objetivos tan lejanos, que finalmente dejemos de seguir caminando. Si logramos alcanzar en dicho largo camino hitos más cercanos, concretos y reales, entonces lograremos seguir caminando, no olvidar el destino hacia el que nos dirigimos. La utopía es necesaria, pero también es necesario alcanzar ciertos resultados reales de camino. Como dice Eduardo Galeano: La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar. Pero si de camino no logramos ciertos resultados concretos corremos el serio riesgo de dejar de caminar por considerarlo estéril. La utopía se hace más accesible a medida que nos acercamos al horizonte, a medida que de camino logramos amortizar el camino andado, el esfuerzo realizado. Los éxitos parciales nos dan fuerzas para lograr el éxito total, por lo menos para no renunciar a él. No puede ganarse una guerra sin ganar batallas. Si la gente logra ciertas cosas concretas en un tiempo prudencial, se dará cuenta de que la lucha merece la pena, de que sirve para algo, luchará más (siempre que no se conforme con migajas, siempre que no pierda de vista la raíz de los problemas). Si no, tarde o pronto, abandonará la lucha colectiva, se centrará sólo en la individual, en el sálvese quien pueda, en la pura supervivencia. Es imprescindible fijarse objetivos a corto, a medio y a largo plazo.
El movimiento 15-M se ha fijado diversos objetivos, alcanzables en distintos plazos. Se han logrado importantes éxitos, pero sobre todo simbólicos. No se trata ya sólo de recuperar Sol, de evitar que tal o cual familia sea desahuciada (que es de por sí todo un alivio para muchas familias, además de un importante aliciente para la ciudadanía), o de protestar contra el actual sistema, se trata también, sobre todo, de lograr éxitos de mayor calado, que impliquen cambios en el sistema político-económico. Se trata de cambiar el sistema, lo cual no podrá hacerse de golpe, lo cual deberá hacerse, inevitablemente, gradualmente. Y para ello, se trata sobre todo de posibilitar una dinámica que posibilite dichos cambios sistémicos. Se trata de reactivar el desarrollo democrático. Se trata de pasar de la involución democrática, no ya sólo estancamiento, a la evolución democrática, la cual no será posible sin la revolución democrática que desatasque dicha evolución paralizada o invertida.
Yo pienso que es hora de que el movimiento de los indignados se centre en objetivos políticos de cierto calado a corto plazo. Si no logramos nada a corto plazo, no seguiremos luchando, nos cansaremos. Sin lograr nada a corto plazo, los objetivos a largo plazo no se alcanzarán nunca, se abandonarán, la utopía será siempre utopía, y no un posible y deseable futuro. Tan peligroso es pedir poco (como una simple reforma de la ley electoral, perfectamente asumible por el sistema) como pedir demasiado. Hay que ser idealista, pero también realista. Lo primero, lo crucial tal vez, es desatascar la tubería para que el agua pueda fluir, es romper la presa para que el río pueda seguir avanzando y llegue algún día al mar. La democracia debe dar un salto cualitativo importante para que realmente sea democracia. El primero y más esencial objetivo debe ser la democracia real. Éste debiera ser el gran objetivo del 15-M. Hay que centrarse en un concepto sencillo y contundente (como lo es el de la democracia real ya) y hay que darle un contenido suficiente, pero tampoco excesivo, al menos por ahora. Así, alrededor de una causa concreta de calado, pero fácilmente asimilable a una idea central, es cómo creo yo que la gente podrá sumarse masivamente al movimiento 15-M. No es suficiente que dicho movimiento despierte la simpatía de la mayoría de los ciudadanos (como parecen reflejar muchas encuestas), es imprescindible que dicha mayoría se movilice también, forme parte de él. Por supuesto que el sistema nos lo pondrá difícil (cada vez más), pero deberemos superar los obstáculos con insistencia, con paciencia, con originalidad, con astucia. El camino ya está, en sus líneas generales, trazado. ¡Recorrámoslo! Pero aprendamos a readaptarnos a cada paso, aprendamos a levantarnos cuando nos caigamos.
A mi entender, el movimiento 15-M tiene los siguientes retos (algunos de los cuales ya se están empezando a realizar, pero todavía queda mucho trabajo por delante, que no conviene demorar más, que conviene intensificar): 1) establecer una metodología de trabajo común en todas las asambleas (en las cuales se decida todo primero por consenso, si es posible, y si no es posible mediante mayorías); 2) mediante democracia directa elegir portavocías y coordinadores en cada asamblea local que a su vez elijan a ciertos coordinadores generales de todo el Estado (todos estos «líderazgos» deben ser rotatorios, deben ser en todo momento elegibles, revocables y controlados por las bases), la portavocía es crucial en todo movimiento popular (ver #SpanishRevolution 5.0: La importancia de la portavocía y #SpanishRevolution 5.1: La importancia de la portavocía (II)); 3) fijarse un programa político mínimo y centrarse, sobre todo, por ahora, en él (como ya he dicho, en mi opinión, el gran objetivo debería ser un proceso constituyente popular, con el máximo protagonismo de los ciudadanos, siguiendo el ejemplo islandés); 4) toma de contacto con partidos políticos, sindicatos y organizaciones sociales (de toda índole, siempre que estén de acuerdo con el gran objetivo básico) para coordinar acciones, pero manteniendo siempre la independencia del movimiento 15-M, respetando el apartidismo que tan buenos resultados ha dado, gracias al cual muchos ciudadanos han podido liberarse de prejuicios; 5) expansión del movimiento por toda la sociedad (universidades, instituciones públicas, barrios, ciudades, pueblos y sobre todo también empresas, los trabajadores deben tener un papel esencial en el movimiento, pues de ellos depende el funcionamiento de la sociedad, pues ellos son quienes pueden paralizar su funcionamiento, pues ellos son quienes pueden poner en jaque al sistema mediante huelgas sectoriales o generales); 6) establecer una estrategia más ambiciosa de toma más intensa y continua de las calles (como ya dije, creo que es tiempo de volver a hacer acampadas, si es posible en los centros de las ciudades, hay que tomar las calles, de una u otra manera, se admiten sugerencias); 7) fomentar el activismo (tanto colectivo como individual); 8) hacer todos los esfuerzos posibles para hacerse oír ante la ciudadanía, usando todos los medios posibles, es decir, hacer una labor mucho más intensa de propaganda, promocionando páginas web, libros, artículos, repartiendo octavillas en las calles,… Etc., etc. etc.
Obviamente, se podrá estar de acuerdo con algunas cosas dichas por mí, se podrá estar en desacuerdo con otras, tal vez con todas. Obviamente, yo puedo estar equivocado en muchas de las cosas que digo. Pero yo creo que es evidente que es imprescindible este debate, ahora que aún estamos a tiempo, de cara a la gran movilización del 15 de octubre. Yo creo que no podemos hacer la vista gorda ante el hecho de que las manifestaciones de los indignados no están siendo ahora tan concurridas, por lo menos no están creciendo como debieran. ¡No debemos conformarnos con lo logrado hasta el momento! Del 15-M debemos pasar al 15-O. El 15-O se va a convertir en la gran prueba de fuego de esta incipiente revolución ciudadana. El movimiento 15-M debe despegar definitivamente, debe sufrir un fuerte impulso. Crecer o morir. Avanzar o morir. La «Spanish Revolution» debe transformarse simplemente en Revolución. La revolución potencial debe ser real. Debemos, simultáneamente, seguir promocionando la revolución mundial (sin la cual no será posible cambiar el sistema, que es mundial), pero no podemos estar hipotecados a lo que se haga o no en el extranjero, debemos inspirarnos en otras revoluciones (Islandia es un claro ejemplo a seguir), debemos a su vez ser fuente de inspiración, pero debemos seguir actuando en nuestro país. No podemos esperar pasivamente la revolución mundial, cada país debe ir practicándola, contagiándose unos países a otros. Nuestra «democracia» tiene mayores carencias que las de nuestros vecinos europeos, nuestro Estado «democrático» se pone cada vez más en evidencia. ¡Aquí tenemos más fácil desenmascarar a la falsa democracia! Aquí tenemos muchos más motivos para indignarnos, para rebelarnos, para hacer la auténtica revolución que se necesita: la conquista de la verdadera democracia.
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