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Presentación del libro "Manuel Sacristán, Escritos sobre El Capital (y textos afines)" El Viejo Topo, Barcelona, 2004.

Rigor, largueza y diversidad de un pensador

Fuentes: Rebelión

Su drama fue el más colectivo de todos los dramas moral-intelectuales de la generación de posguerra. Nunca nadie, entre los pensadores que he conocido, ha pensado tanto para los demás, hasta el extremo de hacer creer a muchos que teníamos buenas ideas propias, cuando en realidad estábamos trascribiendo con otras -peores- palabras algo que le […]


Su drama fue el más colectivo de todos los dramas moral-intelectuales de la generación de posguerra. Nunca nadie, entre los pensadores que he conocido, ha pensado tanto para los demás, hasta el extremo de hacer creer a muchos que teníamos buenas ideas propias, cuando en realidad estábamos trascribiendo con otras -peores- palabras algo que le habíamos oído decir a él en una reunión o habíamos leído en un panfleto clandestino salido de su máquina de escribir fichada por la BPS (sólo la policía franquista, que conocía bien su estilo, era capaz de leerlo sin olvidar a continuación la anónima firma y repetir como propios sus conceptos).
Miguel Candel (1985), «La largueza del pensamiento»1.

A mediados de los setenta, anotando un fragmento de «¿Lógica del descubrimiento o psicología de la invención?», la comunicación que Thomas S. Kuhn presentó al Congreso Internacional de Filosofía de la Ciencia de 1965, Sacristán señalaba que el criterio del autor de La tensión esencial, sus reglas para la resolución de problemas definidos, y su comentario sobre el marxismo se compenetraban muy bien con su propia comprensión de éste: el marxismo no era una ciencia, «sino la mejor construcción existente del socialismo, el cual es una pretensión de innovación cultural»2. En otra observación de la misma época, comentando esta vez un texto de A. Heller, transitaba Sacristán por la misma ruta: «En general, el hecho del evidente pluralismo marxista no admite más que dos interpretaciones: o el marxismo se reduce a las pocas teorías comunes, o es una cultura, no una teoría, una consciencia colectiva, etc. Mi tesis.»

Mucho ha llovido y huracanado desde entonces. En todos los frentes y retaguardias (pacíficos o no). Empero, esa cultura herida, esta consciencia colectiva demediada, necesitaba, y obviamente necesita, cuidar con tenacidad y suavidad críticas su propio jardín y estar atenta, sin sectarismo alguno, a innovaciones de interés de parajes cercanos, o algo más distantes. Ello exigía (y exige) leer, analizar, cultivar los clásicos de la propia tradición cultural y de tradiciones amigas sin papanatismo alguno. No era tarea fácil. El joven Sacristán, en Laye, reseñando A la espera de Dios de Simone Weil, en la temprana edición francesa de 1950 de J. M. Perrin, ya señaló que «poco a poco va uno descubriendo que es más difícil saber leer que ser un genio.»3 En la Universidad, cuando las varias Autoridades del fascismo hispánico lo permitieron, y fuera de ella en numerosas ocasiones, en ámbitos obreros, vecinales o ciudadanos, Sacristán explicó y argumentó con buenas razones, a varias generaciones de estudiantes y activistas, la importancia decisiva del estudio atento y creativo, asunto básico que no debía ser nunca considerado tarea marginal en el ámbito de la intervención política ni mero (y acaso oportunista) instrumento que permitiera añadir, tiempo después, algún ítem en el currículum más o menos (des)poblado de cada cual.

Fue una constante -inusual, por lo demás, en aquellos años- de su plural y accidentada actividad de enseñante la remisión a la lectura de los clásicos del asunto estudiado, sea cual fuera éste. Numerosas pruebas hay de ello. Una reciente: deslizándonos con sigilo por la red podemos toparnos con la carta que un monje cisterciense -«Llorens» era la referencia dada- dirigió a Universitas Philosophica, revista editada por la Facultad de Filosofía de la Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá (Colombia). El consejo de redacción de la publicación, con excelente y compartible criterio, la colgó de su página4. El texto de Llorenç Sagalés Cisquella, economista, filólogo y gramsciano teólogo de la praxis comprometida, con excelente y documentado saber sobre los avatares recientes de las ciencias físicas, dice así:

Querida Guiomar:
Una breve nota para agradecerte los artículos que me hiciste llegar a través de Alberto. Ya los conocía todos menos el de Rohrlich en Science, pero ha sido una delicia reencontrar (y poder fotocopiar algunos capítulos de) el libro de Max Jammer. El ser tan repelente niño Vicente en este tema se explica por mi amistad desde adolescente5 con Manuel Sacristán (1925-1985), un importante pensador que me introdujo a mediados de los setenta en la filosofía de la ciencia, y con el que tuve relación hasta su muerte.
Sacristán ha sido sin duda el pensador marxista más importante de España durante este siglo, y no era creyente, pero tuve con él una especial sintonía, probablemente por su honestidad intelectual. Él me enseñó lógica y nos hizo amar las matemáticas. Pero una de sus mejores virtudes pedagógicas era que nos hacía ir directamente a las fuentes sin pasar por intermediarios. Fue así como me fui acercando enseguida a M. Bohr, Heisenberg, Schrödinger, De Broglie, Einstein, Von Neumann. ¿Por qué? Primero por el placer de la búsqueda de la verdad: cuando el otro día hablábamos con vosotras de la belleza en mi fuero interno pensaba en lo bellas que pueden ser algunas ecuaciones. En segundo lugar, pero al mismo tiempo, por una intuición antigua: jamás filosofar sin una base física bien sustentada. En el fondo late detrás un tema de mi interés desde siempre, y que es filosófico-teológico: revisar la noción de «realidad» con la que nos expresamos. Cuando me jubile, a lo mejor escribo algo.
Sacristán también me aguzó el sentido crítico: no fiarse del todo de los comentarios sobre cualquier cuestión antes de conocer directamente el original. Por eso busco los datos fríos del experimento de Aspect y cía. El tema de la confrontación entre la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica me fascinó al leer las obras completas de John Bell, cuyo «estilo» siempre me gustó, intuitivo pero prudente. Sobre este tema me pone un poco nervioso el tono neorromántico con el que se escribe, construyendo en el aire con una facilidad pasmosa. De ahí que prefiera la fatiga de revisar un texto matemático a la ilusión de usar unos cuantos palabrones fuera de contexto sin conocer el experimento. La verdad pide ser buscada arduamente, decían los medievales. O mejor, hay que dejarse encontrar por ella.
Mil besos, Llorenç.»

No obró con otros criterios Sacristán en el seno de la tradición de la que él mismo formó parte destacada tras su vuelta del «Instituto de Lógica Matemática e Investigación de Fundamentos» de la Universidad de Münster, en tiempos nada fáciles, poco abiertos al matiz, a la argumentación propia y cuidada o incluso a la simple actitud crítica, y a la que contribuyó con rigurosos artículos, con deseadas conferencias o con intervenciones públicas ampliamente reconocidas (Caputxins, Montserrat,…). Como es sabido, una parte sustancial de estos trabajos ha sido publicada con el título de «Panfletos y materiales». Fernández Buey6 se ha referido ajustadamente a las características básicas de estos escritos:

«(…) Si hay suerte, el amable lector descubrirá también la obviedad casi de Pero Grullo de la que toma pie la anterior advertencia sobre la autoironía y la vindicación de un género, a saber: que no todo lo contenido en los volúmenes que componen Panfletos y materiales es propiamente un «panfleto» o «un material» y que el resto que puede entrar, sí, bajo esa calificación dignifica el género hasta hacer de él algo completamente nuevo. Nunca, que yo sepa, el «material» de la tradición marxista o el «panfleto» comunista había alcanzado en España la grandeza lingüística, la precisión lógica, la amplitud de miras y la autenticidad moral que logran en esos varios miles de páginas.»

En tempranos textos internos hay pruebas claras de esta remisión al estudio de los clásicos. Uno de los primeros papeles formativos que Sacristán escribió en aquellos años lleva por título «Para leer el Manifiesto del Partido Comunista. Plan de estudios elemental. Curso primero»6. Fue discutido con Giulia Adinolfi y Pilar Fibla. Se trata de un escrito de 1956 pensado, básicamente, para ser estudiado por militantes y simpatizantes del PSUC, si bien circuló entre sectores más amplios del movimiento comunista y antifranquista de la época. Se inicia con una breve reflexión sobre la necesidad que sienten grupos de trabajadores de mejorar su formación teórica con el estudio del pensamiento marxista. En opinión de MSL, «satisfacer esta necesidad exige en primer lugar la práctica, aprender de la lucha. Pero también exige siempre trabajo de estudio. El trabajo de estudio ha de ser primero individual, intentar «ponerse de codos» sobre los libros». El trabajo colectivo en círculos de estudio, que lleva aparejado el estudio individual, podía resultar muy útil al menos por dos razones: 1ª, porque otorga la costumbre de estudiar a quienes no la tienen, y 2ª «porque con las opiniones de muchos se precisa y enriquece el pensamiento de cada uno».

En el primero de los tres apartados en el que está dividido este «material», Sacristán da cuenta de las razones por las que no le parecen recomendables manuales introductorios escritos por marxistas para «basar un plan de estudios elemental». En primer lugar, porque todo manual resulta de «una interpretación, que prescinde de cosas, recoge otras y pone a éstas en un determinado orden», además de que los ensayos en castellano con los que entonces se contaba estaban «concebidos como si no existiera nunca ningún problema de interpretación de los clásicos, ni necesidad de atender a nuevas realidades». En segundo lugar, en esos mismos textos se introducen divisiones que no están en los clásicos. Así, la entonces usual partición del marxismo en materialismo dialéctico e histórico. Esas clasificaciones, señalaba MSL, acaban convirtiendo al marxismo «en una escolástica catequística.» Por último, porque tanto Marx como Engels consideraban muerta la filosofía en el sentido sistemático, esto es, como una especie de teoría poseedora de todos los conocimientos existentes y cuyo objetivo confeso fuera, si se terciara, la explicación del mismísimo Todo. Pues bien, «los manuales existentes son precisamente filosofía en ese sentido escolástico extraño al marxismo». Sacristán observaba, por otra parte, que entre los escritos de los clásicos hay dos manuales que «tienen las características que hacen del manual un instrumento útil para aprender a hacer o pensar algo: son breves repasos de muchos temas». Los textos a los que se refería eran el Anti-Dühring y el Manifiesto Comunista. No era la solución perfecta, señalaba, pero acaso era un mal menor que, en todo caso, conllevaba leer directamente a los autores básicos de la tradición cultivada.

Esta remisión a los clásicos se complementa con una concepción no sistemática del marxismo. El saber de la tradición nunca fue pensado por Sacristán como un sistema filosófico acabado, pulido y listo para usar y embalar sin retoques, a pesar de que no siempre la sistematicidad sea peligro de alto voltaje. En la ontología fregiana7, por ejemplo, se postulan dos categorías generales de entidades: los objetos y las funciones. Los primeros, que son entidades completas, pueden ser objetos físicos particulares (Engels, Júpiter -el planeta, por supuesto-, el membrillo del patio de Antonio López filmado por Víctor Erice), entidades mentales de carácter interno (ideas, representaciones) y, finalmente, entidades abstractas no espaciales ni temporales (verdad, números, mortalidad). El correlato lingüístico de los objetos son los nombres o términos singulares. Las funciones, en cambio, son entidades incompletas, no saturadas, que usualmente son expresadas del modo siguiente: ‘la hija de x’, ‘la compañera de y’, ‘z – 5 = 7’. Si completamos la expresión funcional con un nombre resulta un nuevo nombre o enunciado: «la hija de Alfons Barceló», «la compañera de Óscar Carpintero». También la función se satura con un argumento, con una entidad apropiada -generalmente un objeto- que la completa, resultando un objeto que es el valor que toma la función para dicho parámetro. Un concepto, según Frege, será entonces una función que toma como valores la verdad y la falsedad. Por otra parte, y según el principio del contexto, no hay que preguntarse por la significación de una palabra aislada sino sólo en el contexto de una proposición: si las funciones de primer orden toman como argumentos objetos, las de orden n, para todo n mayor que la unidad, toman como argumentos funciones del orden inmediatamente inferior. De este modo, una propiedad F es sistemática, o composicionalmente determinada, si y sólo si el que una entidad posea F depende de que partes de esa entidad posean ciertas propiedades específicas. Así, la significatividad de las expresiones lingüísticas complejas es una propiedad sistemática. Igualmente, no existe riesgo en sostener que la «verdad» de las expresiones lingüísticas moleculares sea también sistemática.

Usos tan inocuos del término «sistemático», o derivados del mismo, no deberían provocar pues alarma epistémica alguna. Empero, en contextos más clásicos, la noción de filosofía como sistema puede parecer equivalente, o acaso similar, a filosofía defensora de verdades eternas y, a poder ser, inalterables en sus aristas más «esenciales». Ovejero Lucas ha señalado la diferencia básica entre el filósofo poseedor de un sistema y el pensador de tipo griego, en el que él ha enmarcado el hacer filosófico de Sacristán: el primero es poseedor de un saber, que incluye o debería incluir como elementos -jerarquizados de algún modo no siempre precisado y con consistencia no siempre observada con rigor- una metafísica, una estética, una ética, una epistemología, que expresarían a su vez el sistema global en ellos proyectado; el filósofo griego, por el contrario, es «el que hace de la tarea de vivir con sabiduría el centro de su reflexión y de su acción. La filosofía no es en este caso un saber añadido, sino que, por así decir, coge la vida de través. Lo importante es saber vivir y el bien vivir quiere un buen conocimiento de uno, un mapa del mundo para orientarse y encarar la modificación de aquello que pueda modificar. La búsqueda consciente y reflexiva de la buena vida, de estar alerta con uno y con el mundo, constituye el norte que regula el quehacer de ese filosofar»8.

Nada hay que apunte a una consideración del filosofar de Sacristán en sentido sistemático. Si ya en su clásica presentación al Anti-Dühring 9 engelsiano describía la concepción marxista del mundo de forma netamente asistemática, él mismo señaló ya en 1967 que «acaso fuera más conveniente terminar incluso en el léxico con el lastre especulativo romántico», negando el uso afortunado de la expresión «cosmovisión marxista», y proponía, siguiendo a algunos historiadores de la ciencia de la época, la utilización de términos «menos ambiciosos y que tal vez serían útiles para separarse de la tradición romántica: por ejemplo, visión previa, hipótesis generales, etc»10. Alteraríamos sustantivamente una de las notas básicas de su posición filosófica si presentáramos su obra de forma que alentara una lectura de su filosofar como un decir sistemático sobre el mundo y sus pobladores a partir de una visión redondeada y definitiva de aquéllos. Eso no es obstáculo para sostener, creemos sin inconsistencia, que muchas de las reflexiones de Sacristán en campos muy diversos permiten, incluso exigen, una interrelación fructífera: sus consideraciones sobre la dialéctica acaso serían mejor comprendidas si se analizaran sus trabajos epistemológicos, si no dejamos en algún archivo olvidado temas aparentemente distantes como sus penetrantes consideraciones sobre la marcha inductiva del pensamiento o la diferencia y proximidad entre las ciencias humanas y las naturales. Sobre este asunto, sobre pensamiento y sistema, el mismo Sacristán ha podido colegir que «la esencia del esfuerzo algorítmico de Leibniz se revela pues sólo a la mirada filosófica. Cosa parecida ocurre con casi todos los grandes lógicos -de Aristóteles a Wittgenstein- que han sido al mismo tiempo verdaderos filósofos. Un filósofo se caracteriza por la sistematicidad de su pensamiento, o al menos por su aspiración a la plena totalidad del mismo; ello hace prácticamente imposible la comprensión suficiente de una de sus doctrinas -tal la lógica- si no la precede y acompaña la de los fundamentos filosóficos de su pensar. Todo lo cual vale máximamente del pensador que ha aspirado a personificar una «perennis quaedam philosophia» y a conseguir un `calculus universalis´»12. Probablemente, no hay en Sacristán búsqueda del santo grial de una filosofía perenne, pero quizá algo similar a lo apuntado pueda sostenerse de su propio pensamiento y acaso no es una especulación injustificada considerar que a partir de mediados de los cincuenta la mayor parte de su obra, escrita y practicada, persigue una finalidad poliética básica: contribuir documentada, crítica y prácticamente a la emergencia de una nueva cultura socialista, renovada, no dogmática, atenta a los nuevos movimientos y, a partir de los setenta, ecológicamente activada13.

Por otra parte, hay en su filosofar un atributo, si no único, netamente singular en la tradición. En el marxismo europeo continental de los años sesenta y de parte de los setenta -la afirmación no pretende tener alcance posterior-, Geymonat y Sacristán destacaron, casi en solitario, por sumar a su marxismo un interés y un conocimiento ajustados de la filosofía contemporánea así como de la epistemología y la historia de la ciencia. En el caso del segundo, se añade además un interés permanente por la lógica formal y su filosofía y, como decíamos, una concepción innovadora de la dialéctica, profunda y argumentadamente alejada de cualquier mirada zdanovista (o afín).

En cierta medida, puede verse en Sacristán un marxista analítico avant la lettre con penetrante mirada histórica correctora. No resultará difícil, en muchos de su escritos, observar una infrecuente y admirable integración de estilo analítico y de conocimiento riguroso de las varias tradiciones y tendencias marxistas (o anarco-marxistas). El conjunto de las interesantes anotaciones -aquí incluidas en gran parte- que Sacristán escribió sobre El Capital es neto testimonio de ello. Hay en sus diversos trabajos un poso, un compromiso ético-intelectual poco frecuente: nunca filosofar sin base, negarse a hablar, a escribir o a exhibirse sin criterio razonable, para acumular papers o intervenciones públicas en un currículum hinchado e hinchable, no fiarse nunca de comentarios o lecturas precipitadas al reflexionar sobre un determinado asunto e intentar ir siempre a los textos básicos, a las fuentes primarias del debate. Fue en este sentido Sacristán un incómodo marxista con punta heterodoxa: si Marx solía acercarse a sus estudios de agroquímica a través de manuales para ir más tarde directamente a los clásicos de la materia estudiada, MSL se ahorraba -y recomendaba ahorrarse en ocasiones- ese paso intermedio.

Sobre su lectura de los clásicos y sobre su afirmación limpia y rotunda de que la crisis del marxismo no es nada singular ni puede ser vivida como señal para alarmas defensivas dado que todo pensamiento decente debe estar en crisis ininterrumpida14, acaso valga la pena recordar, como ejemplo de actitud no reverencial frente a un autor central («que no es Dios pero que no debería ser citado en vano»15), un breve comentario suyo a un texto de transición de Marx. El fragmento, señala Sacristán, tiene dos rasgos hegelianos. El primero, «la alusión a que no se puede hablar de valor sin haberlo desarrollado antes»; el segundo, el tipo de crítica interna, que «parece que sea todo consecuencias lógicas, pero, en cambio, es lo que podríamos llamar «lógica especiosa». Para que uno se convenza de esto tiene que ser muy hegeliano, tiene que creer que las categorías lógicas recubren exactamente las categorías reales». Cuando Marx, observa Sacristán, define «la riqueza relativa por la comparación entre el valor de las cosas que se necesitan y las que se tienen, entonces todo valor va a quedar reducido a la idea de cambio», esta argumentación, si uno la contempla de cerca, «no es un razonamiento concluyente. Porque uno llame «riqueza» a la diferencia entre las cosas que tiene y las que necesita, no con eso ha llamado al valor ni a la riqueza puro cambio. No es verdad. Eso no es concluyente formalmente. Es concluyente aproximadamente, en una lógica de las cualidades muy hegeliana». No hay pues seguimiento acrítico de la tradición, de un texto básico, de un autor, por crucial que éste sea, no hay defensa irrestricta de tal o cual otra afirmación o argumento. No hay, si se prefiere, enroque defensivo.

De la obra de Marx, de los textos de los clásicos de la tradición marxista, El Capital es libro esencial en la trayectoria filosófica y política de Sacristán. Es muy probable que su primera aproximación se diera ya durante su estancia en Münster, en las reuniones que mantuvo con Ettore Casari, con Vicente Romano y con Hans Schweins, entre otros; El Capital está detrás, por ejemplo, de una de sus conferencias más celebradas, «Studium Generale para todos los días de la semana» (1963), al igual que es central en la «La Universidad y la división del trabajo» (1969,1970), pero es seguramente a partir de 1975, con el proyecto colectivo por él dirigido de traducción al castellano de las obras de Marx y Engels (OME), y hasta prácticamente su temprano fallecimiento, cuando este obra central es parte esencial de su trabajo y de sus escritos. Después de varios años de ardua tarea, tradujo casi todo El Capital (hasta la mitad del libro III), presentó su edición catalana, impartió conferencias que tomaron como base la correspondencia de Marx y Engels sobre ella, anotó y comentó los atisbos y consideraciones de sociología de la ciencia presentes en esta y en otras obras de Marx o releyó cuidadosa y creativamente el texto marxiano encontrando aquí y allá atisbos ecológicos o reflexiones varias, y nada «progresistas», sobre la cara destructiva de las demenciadas fuerzas productivo-destructivas del capitalismo en su fase desarrollista, publicísticamente estúpida, ambientalmente aniquiladora y pavorosamente desigual.

Consiguientemente no parece un desenfoque disparatado ni sesgado agrupar la parte esencial de los ensayos y escritos -algunos de ellos inéditos- que Sacristán elaboró en torno a esta obra esencial que lleva el kantiano y sugerente subtítulo de «Crítica de la economía política», sin pretender con ello constituir o apuntar al «cuerpo sistemático de doctrinas» de MSL sobre El Capital. No existe obviamente tal sistema. Tres textos básicos no se han incluido para evitar un volumen prácticamente inmanejable: su presentación a OME 40-44, a la traducción castellana de El Capital, que apareció en el volumen 40 de la colección y que puede leerse en PM I, pp.371-414; la nota editorial sobre el libro II de El Capital, que apareció como prólogo al volumen OME-42, y que puede leerse igualmente en PM I, pp.415-428, y, finalmente, el que considero uno de los trabajos más documentados de la marxología hispánica: «Karl Marx como sociólogo de la ciencia», inicialmente editado en México, posteriormente reeditado en mientras tanto 16-17, pp.9-56, y en actual curso de edición anotada por parte de Albert Domingo Curto16.
El conjunto de los textos de Sacristán aquí recogidos, en orden cronológico no siempre estricto, componen un amplio arco que se inicia en 1961, con su presentación de un texto de Papandreou, el que fuera posteriormente primer ministro de Grecia, y finaliza en 1983, con un prólogo a la edición catalana de El Capital. Sus reflexiones sobre el clásico marxiano son su eje vertebrador, pero he incluido también textos metodológicos de economía, notas y observaciones sobre el Marx tardío (de importancia que creo decisiva en muchas de las aportaciones del último Sacristán), así como presentaciones y anotaciones de otros escritos de Marx como Teorías de la plusvalía y los Grundrisse. Cada uno de los trabajos incluidos lleva notas complementarias y una breve presentación, si bien cabe aquí dar una sucinta referencia de su origen.
En colaboración con Lasuén, Sacristán tradujo a principios de los sesenta La economía como ciencia de A. G. Papandreou. Suya es la presentación, fechada en diciembre de 1961. Como decía, es el primer texto recogido. Lo he incorporado al volumen porque creo que es una buena representación de las posiciones metodológicas iniciales de Sacristán en el ámbito de las disciplinas sociales y porque algunas de las preocupaciones vertidas en el escrito se mantuvieron inalterables a lo largo de los años. Sin duda, de la consideración positiva del ensayo de Papandreou no se infiere inexistencia de matices críticos.

El segundo texto es un comentario a una edición catalana de Cartes sobre El Capital que apareció en 1967, en Nous Horitzons, revista teórica del PSUC de la que Sacristán fue director durante unos tres años17 y en la que colaboró durante más de una década. No me ha sido posible localizar el escrito original castellano, base del texto catalán editado en Nous Horitzons con probable traducción de Francesc Vallverdú.
«¿A qué género literario pertenece El Capital?» fue escrito en torno a 1968. Tal vez se publicara en alguna revista estudiantil de Económicas ese mismo año. En 1996, se editó en mientras tanto, revista de la que Sacristán fue miembro fundador y director. Es el tercer texto de los aquí recogidos y constituye una notabilísima reflexión sobre la finalidad y el tipo de trabajo intelectual implícitos en la obra de Marx, con aproximaciones de interés a la noción de praxeología.

Algo más tarde, en 1974, tradujo, para la colección «Teoría y realidad» dirigida por Jacobo Muñoz, La estructura lógica de «El Capital» de Marx de Jindrich Zeleny. El cuarto texto recogido es la breve pero sustantiva presentación que Sacristán escribió para la edición castellana. Figuraba como solapa interior.

Durante 1975 y 1976, Sacristán colaboró con algunos breves trabajos en la sección «Cinco céntimos de teoría» de Jove Guàrdia [Joven Guardia], revista de la entonces organización juvenil del PSUC. En 1976, en los números 9 y 10 de la revista, publicó sendos artículos que llevaban por titulo «Sobre los problemas del crecimiento económico I y II», en los que, a propósito de un ensayo de George Marchais, reflexionaba de forma poco frecuente en aquel tiempo sobre los problemas adheridos al denominado «crecimiento económico» y al desarrollo creciente y escasamente controlado, pero muy controlador, de las fuerzas de producción del capitalismo tardío. Esos materiales anotados constituyen el quinto capítulo.

En 1977, Sacristán escribió una breve nota presentando la traducción, de Javier Pérez Royo, de las Líneas fundamentales de la crítica de la economía política (Grundrisse), volúmenes 21 y 22 de OME. Este texto es uno de los incorporados en el capítulo sexto. A partir de ficheros y cuadernos de los papeles depositados en el fondo de reserva de la Universidad de Barcelona, he añadido, como segundo apartado, algunas de las anotaciones de Sacristán sobre estos borradores de Marx. Las más centrales pertenecen al cuaderno «Hojas OME» y se inician con la advertencia «con especial atención a la relación Hegel-Marx». Igualmente, durante su estancia en la UNAM, en el segundo semestre del curso 1982-1983, Sacristán impartió un seminario sobre Marx y la sociología de la ciencia, base del artículo al que he hecho referencia anteriormente. Se ha conseguido una grabación parcial de esas clases. Presento aquí, como sección última de este capítulo, la parte del curso que tuvo como motivo central la discusión de los Grundrisse. No hay que olvidar que el texto dado es la trascripción de unas clases, por lo que, por una parte, se pierden la belleza y los matices de la intervención oral de Sacristán, y, por otra, no tiene ni puede tener las características de un texto pensado y escrito para su publicación.

El séptimo capítulo lo forman su presentación a la traducción castellana -igualmente, de Javier Pérez Royo- de Teorías sobre la plusvalía, que figuraba en OME 45, págs.IX-XIX, y un conjunto de observaciones no fechadas de Sacristán sobre Teorías sobre la plusvalía que probablemente fueron escritas con posterioridad a la elaboración de su nota editorial y que provienen de los ficheros «Sobras» y «Cuestión progresismo» y también de la carpeta «Hojas OME». Se hace aquí una amplia selección de estas anotaciones.

El capítulo octavo, tal vez el central de estos Escritos, contiene: la nota editorial sobre OME 41 (1976), algunas notas de la traducción castellana de OME 40, 41 y 42 y las anotaciones sobre El Capital I, volumen 1 (OME 40), sobre El Capital I, volumen 2 (OME 41), sobre El Capital II (OME 41) y sobre El Capital III (MEW 25). La nota editorial sobre OME 40-44 y la nota editorial sobre OME-42, como dijimos, no han sido incorporadas al volumen.

El primer texto recogido en este capítulo -cuyo título, «Para leer (analíticamente) El Capital » no es de Sacristán- es, pues, la breve presentación que escribió para el 2º volumen del libro primero de El Capital. Fue publicada en OME 41, p. xiii, y posiblemente fuera escrita en 1976. MSL solía acompañar sus traducciones con diversos tipos de notas. En su traducción de los libros I y II de El Capital, su número supera las 500. Por su información, por su elegancia o por su singularidad he seleccionado algunas de ellas. Para su mejor comprensión, he incorporado el fragmento de Marx o de Engels anotado. Es el segundo texto de los aquí incorporados. Una carpeta de trabajo del fondo Sacristán de la UB, denominada «OME 40, 41, 42, 43. Apuntes en la corrección de K I, 1979», contiene 445 notas manuscritas sobre diversos aspectos de El Capital. Presento aquí por capítulos algunas de las anotaciones al primer y segundo volumen del libro I y las notas al libro II. Forman las tres secciones siguientes. La numeración dada no sigue siempre el manuscrito original. He incorporado también notas complementarias de otros ficheros y resúmenes del fondo Sacristán. El tercer libro de El Capital iba a ser publicado en los anunciados volúmenes OME 43 y OME 44. No fue el caso, si bien Sacristán dejó traducidos los primeros diecisiete capítulos (hasta MEW 25, p.308). Algunas de las observaciones de lectura al libro III, anotaciones 419-445 del cuaderno citado, constituyen la última sección de este capítulo. Se da aquí la traducción inédita del propio Sacristán.

Sacristán y Antoni Domènech impartieron un curso en ocho sesiones sobre los «Problemas actuales del marxismo» en la escuela de verano de Rosa Sensat de 1977. El capítulo noveno es la transcripción, por él autorizada, de la tercera de las sesiones de este seminario. El asunto tratado versa sobre las relaciones entre economía y dialéctica, y constituye, en mi opinión, una excelente aproximación a la que probablemente fue una de «las ideas más peligrosas» de Sacristán. No me ha sido posible localizar la grabación magnetofónica para la revisión del escrito y desconozco, igualmente, el nombre del trascriptor/a.

El capítulo décimo es el esquema de una conferencia sobre la autonomía de la ciencia económica impartida por Sacristán en México en 1981, invitado por el departamento del «Hombre y el Medio Ambiente» de la UNAM. Aunque se trata de un guión desarrollado, no de un texto redactado o de una trancripción, creo que muestra claramente las preocupaciones políticas e intelectuales del Sacristán último. Son de indudable interés sus comentarios sobre la obra de Podolinski o sus observaciones en torno a las relaciones entre las ciencias naturales y las sociales. Las notas del capítulo complementan algunas de sus tesis y afirmaciones.

El capítulo decimoprimero -«El Marx tardío»- lo forman tres apartados: 1º La carta de la redacción de mientras tanto de 1983; 2º MEW [Marx-Engels-Werke]19: anotaciones de lectura, y, finalmente, Escritos sobre Rusia: anotaciones de lectura. Es sabido el interés de Sacristán por las reflexiones o matizaciones del viejo Marx. El primero de los textos apareció como carta de la redacción de mientras tanto en el número monográfico publicado con ocasión del primer centenario del fallecimiento de Marx en 1983. Los miembros de la redacción de la revista contribuyeron activamente en la discusión del texto pero la redacción última fue debida únicamente a Sacristán, aunque también aquí, como en otros casos, puede hablarse de un texto colectivo o coral. La segunda sección de este capítulo contiene las anotaciones de Sacristán en torno el volumen 19 de MEW [Marx-Engels-Werke] extraídas de varias carpetas del fondo de reserva y de fichas comentadas usadas para conferencias impartidas en 1983. El último apartado contiene las anotaciones, igualmente de cuadernos y fichas del fondo de reserva, en torno a «Apuntes de Karl Marx, F. Engels: Escritos sobre Rusia. II: El porvenir de la comuna rusa, México, 1982».

Finalmente, el último capítulo de Escritos contiene el prólogo que Sacristán escribió en 1983 para la traducción catalana de El Capital. Jordi Moners fue el traductor y creo que fue iniciativa suya pedir a Sacristán una presentación para la edición. No he localizado el original castellano por lo que se da aquí una traducción de la versión catalana.

Estamos, pues, ante un conjunto amplio de escritos con diferentes finalidades y registros. Como señala Barceló en su prólogo, el lector/a no debería olvidar que el origen de los materiales incorporados es diverso y que diverso era también el público para el que originalmente fueron escritos. En algunos casos constituyen textos completos, en otros son interesantes notas de lectura; en algunos casos su público es la ciudadanía especializada, en otros una comunidad amplia motivada por intereses fundamentalmente políticos, en otros su público es él mismo. Ello no es obstáculo, en mi opinión, para que la agrupación tenga un sentido unitario. El título dado al volumen, algo anodino tal vez, es de mi entera responsabilidad.

Mis notas a los diferentes escritos recogidos están reunidas al final del volumen. He intentado en ellas ilustrar o incorporar materiales complementarios que facilitaran la comprensión del texto base. A pesar de su considerable extensión, he suprimido de hecho todo lo que me ha sido posible (y algo más). En la inmensa mayoría de ellas es Sacristán quien cuenta y explica. Mi trabajo ha consistido básicamente en transcribir, seleccionar, ordenar y aclarar, así que sólo un abuso algo ególatra del comentarista permite que figuren como notas de SLA. Su fuente primaria, insisto, como no podía ser de otro modo, es la obra y los escritos de MSL.

Jorge Riechmann y Miguel Candel han sido, como siempre, ayudas generosas, competentes e imprescindibles para mi escasísimo griego y para mi pobrísimo alemán. Agradecérselo es mucho menos de que lo debería hacer. A Francisco Fernández Buey, le debo sugerencias, comentarios, ayudas, lecciones, …es decir, casi todo. Carles Gil y Antoni Martí, poetas, amigos y excelentes lingüistas me han evitado varios errores abultados. Alfons Barceló y Óscar Carpintero, aplazando tareas urgentes, han tenido la generosidad de escribir el prólogo y el epílogo del volumen sin demora. No sólo. A ambos les debo numerosas indicaciones y correcciones sobre el proyecto original que han hecho que estos Escritos finales sean en gran parte tarea suya también. De lo que no hay duda es que sin su espíritu crítico y afable mi trabajo hubiera sido muchísimo peor. Si después de todo ello, queda algún saldo en mi cuenta y éste no es nulo o negativo, me gustaría dedicárselo a ellos dos y a la memoria del profesor Sacristán. Con obsequio prestado, si se me permite: dado que aquí se habla de método y de ciencia, no estará de más reparar en este poema de Roald Hoffmann, premio Nobel de Química en 1981, que lleva precisamente por título «El método científico»17:

Las buenas teorías
son aquellas susceptibles
de ser refutadas, dice
Karl Popper. Como
si yo viniera
la próxima semana
a la misma hora, y me
sentara con mi café
exactamente
allí,
donde levanté la vista
y te observé
a ti ,
mirándome,
y te encontrara,
de nuevo,
allí,
y esta vez
tuviera el valor
de sonreír.
*

Notas
1) Miguel Candel: «La largueza del pensamiento», mientras tanto nº 24, septiembre 1985, pp.7-8.
2) PM II, p.471.
3) Resúmenes y observaciones: papeles del fondo reserva de la Universidad de Barcelona.
4) URL: web.jet.es/Universitas/RazonCritica.html (Universitas. Un ejemplo de razón crítica. Documento 132, p.14). Sobre la aproximación de Sagalés a la obra y hacer de Sacristán puede verse: «Una conversación con Llorenç Sagalés sobre Manuel Sacristán», Papeles de la FIM, nº 19, 2ª época, 2002, 2º semestre, pp.77-97. De su saber riguroso sobre la historia reciente de las ciencias físicas es prueba casi concluyente: Llorenç Sagalés,»Las desigualdades de Bell y la renovación conceptual»,El valor de la ciencia, Barcelona, Ediciones de intervención cultural/El viejo topo 2002, pp.381-400.
5) Dejo al lado esta «amistad desde adolescente» que exigiría una adecuada reflexión sobre este aspecto -a veces criticado desde una extraña perspectiva de posible manipulación o lavado neuronal- del Sacristán profesor socrático y que, en cambio, en mi opinión, exigiría el máximo reconocimiento no sólo por el valor en sí de su actitud -su cuantioso tiempo dedicado a enseñar fuera del aula a alumnos, entre los que me incluyo, que preguntaban (¡y criticaban!) insistente y reiteradamente desde cumbres abismales de ignorancia- sino también por los resultados obtenidos, si queremos apelar a esta cultura de la eficacia en la que nos hallamos inmersos: la lista de los discípulos, que en él se reconocen, no sólo es diversa sino curiosa y amplísima.
6) Fernández Buey, F.: «El clasicismo de Manuel Sacristán», Un ángel más, núm 5, invierno de 1989, p.59.
7) Fue editado posteriormente (obviamente, sin firma) por el comité ejecutivo del PSUC en febrero de 1972. Por las referencias bibliográficas, es muy probable que MSL (o algún miembro de la dirección del PSUC) revisara el texto en los setenta. Para una aproximación a esta lectura de Sacristán puede verse: J.R.Capella, «Leer el Manifiesto Comunista hoy»,Los ciudadanos siervos, Madrid, Trotta 1993, pp.157-205.
8) Puede verse una síntesis apretada de la filosofía de Frege en: Manuel Pérez Otero y Manuel García-Carpintero, Filosofía del lenguaje, Barcelona, Edicions Universitat de Barcelona 2000, pp.17-26.
9) Ovejero Lucas, F.: «Manuel Sacristán». En: Pompeu Casanova (edit), Filosofia del segle XX a Catalunya, mirada retrospectiva. IV cicle Aranguren, UAB,UOC, Aj.Sabadell, Fundació La Caixa, Barcelona 2001, p.157.
10) Sacristán, M.: «La tarea de Engels en el Anti-Dühring», PM I, pp.42-51. Sobre este texto ha comentado Javier Muguerza («Manuel Sacristán en el recuerdo», mientras tanto 30-31, mayo 1987, pp.101-107): «(…) Para seguir hablando en nombre propio, pues no sabría decir si mi opinión es compartida por el resto de mis compañeros de generación, el texto filosófico más significativo de Sacristán -el que más me impactó cuando lo leí y prolongó más duraderamente dicho impacto- fue para mí su ya clásico Prólogo a la traducción castellana del Anti-Dühring de Engels, que empezó clandestinamente a divulgarse entre nosotros a finales de los años sesenta. El marxismo de que se hablaba en el texto era un marxismo bastante diferente del marxismo convencional y, por lo tanto, bastante más capaz que ese marxismo de atraer la atención de quienes no éramos marxistas, al menos desde un punto de vista filosófico». También Muguerza dedicó en 1977 su inolvidable libro La razón sin esperanza a Sacristán con las siguientes palabras: «A Manuel Sacristán, a quien -desde otras perspectivas y en un diverso frente- han interesado los temas de que trata este libro, habiendo sabido arrostrar ejemplarmente las consecuencias».
11) Sacristán, M.: «Sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por G. Lukács», en PM I, pp.111-112.
12) Observación extraída de una carpeta resúmenes del fondo de reserva.
13) Otro ejemplo destacado de la construcción de una nueva cultura socialista, respetuosa y armoniosa con el medio, igualitarista, emocionalmente consistente, sería Jorge Riechmann, Cuidar la T(t)ierra, Barcelona, Icaria 2003, en mi opinión, uno de los ensayos de filosofía moral más importantes de las últimas décadas. De Riechmann es de obligada cita aquí su poema «Nada de nada» (La estación vacía, Valencia, Germania 2000, pp.111-112)
Nada de nada
para Manuel Sacristán
Conozco una y solo una brújula infalible en ética y política (que, en el nivel que más importa, son la misma cosa): del lado de las víctimas o contra ellas. No pretendo que sea fácil ajustar la conducta personal a ese criterio de emancipación: digo solamente que es certero y no marra nunca. Lo he aprendido de gente como Manuel Sacristán, que más que decirlo lo mostraron. DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES, reza la pintada en la pared que evoca Eduardo Galeano.

No tenemos nada.
Nada de nada.
Pero no es
ni mucho menos
la nada:
es nada
vale decir
una chispa
una preposición coja
un sigilo instantáneo
una partícula nada elemental
una escama de júbilo
una lumbre pequeña
una chispa
que pasa
de unos labios a otros.
No tenemos algo
de nada
sino nada de nada.
No tenemos nada.

14) Véase: Manuel Sacristán. «¡Una broma de entrevista»!. En: Salvador López Arnal y Pere de la Fuente (eds), Acerca de Manuel Sacristán, Barcelona, Destino 1996, p.232 (descatalogado pero consultable en bibliotecas).
15) Coloquio conferencia «Sobre la dialéctica». Facultad de Derecho, Universidad Autónoma de Barcelona, 1973.
16) Albert Domingo Curto lo ha incluido en un volumen de escritos de Sacristán, por él mismo preparado y presentado, de próxima aparición en la editorial Trotta, que llevará por título Lecturas de filosofía moderna y contemporánea. Debemos a Domingo Curto igualmente la edición y presentación de Manuel Sacristán, El orden y el tiempo. Madrid, Trotta 1998.
17) En Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985), Gregorio Morán ha señalado: «(…) Después de que Sacristán dejara de dirigir Nous Horitzons en su período más brillante (1967-1970), ese que Francesc Vallverdú denominó su «etapa de oro», Sempere pasó a desempeñar la secretaria de redacción durante varios años (1972-1975) y conservó un nivel bastante más interesante que el de su homóloga del PCE.
Nous Horitzons, especialmente durante el período que va desde 1967 al 1971 (15 números), exigiría un estudio monográfico, porque constituye el ejemplo más alto de nivel teórico producido por el movimiento comunista en España. El equipo dirigido por Sacristán, con Vallverdú de secretario y un consejo de redacción formado por los historiadores Fontana y Termes, el librero Xavier Folch y la propia esposa de Sacristán, Giulia Adinolfi, está muy por encima del nivel habitual de Realidad. El esfuerzo realizado en 1967 con ocasión del 30 aniversario de la muerte de Gramsci es significativo…» (p.487)
18) Roald Hoffmann, Catalista. Poemas escogidos, Madrid, Huerga & Fierro editores 2002, pp.78-79. Traducción de Francisco García Olmedo.