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Reseña del libro "Amazonía: El rio tiene voces" de Ana Pizarro

Rio mistico

Fuentes:

Desde la tierra más ambicionada para la explotación de sus riquezas hasta la región geográfica clave de la biodiversidad del nuevo siglo, el Amazonas ocupó gran parte del imaginario cultural y literario de América. La crítica literaria Ana Pizarro le dedica un libro de enorme amplitud, recorriendo las distintas vertientes de un río de caudal mítico inagotable.

Los tres títulos que la destacada crítica chilena Ana Pizarro elige para su libro trazan, de un modo condensatorio, no solamente los trayectos del contenido sino también los de sus singulares resonancias socio-históricas, político-económicas, culturales y religiosas. Se trata, a partir del primero de ellos, de establecer una categoría crítica de la Amazonia en tanto que región, esto es, de pergeñar una descripción de esta área geográfico-cultural que alberga en sí una de las zonas más ricas en recursos hídricos y minerales y que concentra uno de los mayores reservorios de biodiversidad del planeta. Desde el diagrama de una crítica literaria que enfatiza lo cultural y se compromete con el necesario y saludable giro antropológico que ha adoptado aquélla durante la segunda mitad del siglo XX (sus antecedentes son los trabajos de Fernando Ortiz, Darcy Ribeiro, Angel Rama, Serge Gruzinski y Walter Mignolo, autores que Pizarro conoce de primera mano y de quienes es posible descubrir sus rastros), la lectura de este libro depara al lector el placer entrañable de encontrarse con una región cultural de importancia capital en varios sentidos y productora, además de las materias primas de su posesión como el caucho, el oro y la madera, de esa otra potencia imaginaria de amplio arco temporal que va desde las crónicas de Indias de los siglos XVI y XVII al cine del siglo XX, es decir, desde Juan de Acosta y Lope de Aguirre al Fitzcarraldo de Herzog.

Ana Pizarro demuestra la tremenda importancia de la región del Amazonas y los dos títulos que restan lo hace más que evidente: es una región selvática donde el río tiene una función más que relevante, pues el imaginario es ostensiblemente fluvial. Pero el río no es únicamente la vía de comunicación por antonomasia sino también el vehículo de ese imaginario ahíto de mitologías, leyendas, creencias y ficciones: «el río tiene voces» es un enunciado que intenta dar cuenta de la supervivencia oral de una cultura que ha sido y es, a pesar de todo, sumamente activa -aunque siempre será un dar cuenta de modo somero y provisional dado el desborde y la proliferación continuos de los sustratos míticos de sus narraciones, que parecen fundar la Amazonia sobre la arraigada creencia en los encantamientos de que son presas los espíritus del lugar-. La cultura amazónica, de naturaleza vocal, configura de hecho lo que Pizarro denomina «oralitura»: un vasto archivo de literatura y cultura orales, pertenecientes a pueblos ágrafos, que se enfrentan, a partir de esa fecha clave de 1492, con el Otro, onquistador y Colonizador, dispuesto a arrasar los pilares de sus propias civilizaciones.

Con una prosa amena pero que cala profundo, Ana Pizarro arrasa, como el dragado de los ríos amazónicos, con todo lo que está en el fondo del río más caudaloso del mundo: la apropiación desmesurada de la riqueza que llega a escala planetaria. En esta parábola siniestra de saqueo cultural y cósmico, Ana Pizarro escribe un libro imprescindible de la crítica latinoamericana de lengua castellana. Dos razones de peso lo garantizan.

La primera razón es el relevamiento del imaginario de la Amazonia que parece haber girado alrededor del caucho (que el oro y la madera no son menos relevantes, el libro lo deja bien claro) como sinécdoque de la región: a partir de esta materia prima la Amazonia proveyó al mundo entero del látex, la resina y la goma, todos productos con los cuales se fraguó la secuencia modernizadora de una economía de dominación y expansión en el mundo civilizado de las grandes cosmópolis: los zapatos y telas impermeables, las llantas Goodyear como núcleo de la historia del automóvil, las bandas elásticas, la llanta neumática de Dunlop, la goma de mascar, la goma de borrar, entre tantas otras mercancías de tecnología de punta para su momento histórico. Pizarro recuerda toda la literatura latinoamericana, incluida la brasileña y la caribeña de diversas lenguas, y en ella el modo de denunciar y dejar por escrito los pasos perdidos en «la selva de la ficción literaria» desde José Eustasio Rivera con La vorágine a autores que se han comprometido intelectualmente con la Amazonia: Euclides da Cunha, Thiago de Melo, César Calvo, Mário de Andrade, Márcio Souza, William Ospina, Milton Hatoum; y también el rol fundamental de libros de testimonios o trabajos antropológicos.

La segunda razón de peso es la otra cara de eso que el río arrastra en su fondo oscuro y correntoso: los alcances de la civilización y su origen, como sabemos, en el crimen. Pizarro redobla la apuesta y además del crimen llevado a cabo por la Conquista y el capitalismo, habla del crimen ecológico, ya que el fondo de la cuestión es la contienda entre imaginario amazónico y el impacto de la modernización. En el capítulo «La cultura de la droga», que habría que leer en consonancia con los grandes ensayos latinoamericanos del siglo XX, Ana Pizarro escribe que el río es una crónica en sí que reúne relato ficcional y relato científico en la concatenación del discurso histórico con el antropológico. Y podríamos agregar: Pizarro cerca y escruta de un modo penetrante, a través de su frondoso saber crítico, el pliegue económico de la historia cultural latinoamericana. Ese pliegue es infinito en el repliegue y despliegue de la historia de la Amazonia (que abarca ocho países: Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Surinam, Guayana, más la Guyana francesa) y se trata de mapearlo en el esplendor y la miseria de la región.

No es casual que el último capítulo lleve por título «Epílogo de esta expedición». El libro ha sido eso: la expedición de una intelectual que además de escribir sobre la Amazonia, ha sacado fotos, recabado relatos y testimonios in situ, porque es inconcebible la crítica desgajada de la experiencia.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4139-2011-01-16.html