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Obispos negros contra curas rojos

Roma contra Cristo

Fuentes: Rebelión

No es casual que, precisamente en estos momentos de máxima tensión entre la derecha desmelenada y la seudoizquierda parlamentaria, el arzobispado de Madrid pretenda cerrar la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías. La pandilla de inquisidores, misóginos y carcamales que, con un pastor alemán a la cabeza, gobiernan la Iglesia, no pueden permitir que […]

No es casual que, precisamente en estos momentos de máxima tensión entre la derecha desmelenada y la seudoizquierda parlamentaria, el arzobispado de Madrid pretenda cerrar la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías. La pandilla de inquisidores, misóginos y carcamales que, con un pastor alemán a la cabeza, gobiernan la Iglesia, no pueden permitir que una parroquia de la capital del nacionalcatolicismo esté en manos de verdaderos cristianos, de «curas rojos» que ayudan a los pobres, a los drogadictos, a los ex presidiarios y a los inmigrantes, y que hasta tienen la osadía de comulgar con rosquillas en vez de hacerlo con ruedas de molino.

No es casual que el proceso de fascistización acelerada de Occidente iniciado con el pretexto del 11-S coincida con un proceso igualmente acelerado de «romanización» de la Iglesia, con la reactivación del Santo Oficio, con el auge del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, con la persecución sistemática (sistémica) de la teología de la liberación y del cristianismo de base en general.

Tanto el imperialismo estadounidense como el subimperialismo europeo (y muy concretamente el español), así como los detentores del «poder temporal» de la Iglesia, le están viendo las orejas al lobo, o, más exactamente y para seguir con las metáforas zoológicas, le están viendo la cresta al gallo rojo. Y en consecuencia, el gallo negro, que llevaba un par de décadas creyéndose el amo indiscutido del corral, ha entrado en pánico. Las negras sotanas de los obispos y las camisas negras de los neofascistas ya no les llegan al cuerpo: la ultraderecha tiene miedo (no hay que olvidar que un fascista es un burgués asustado) y ataca a la desesperada, con furia ciega, en todas partes. Por eso la cruzada contra los infieles y los «terroristas» tiene tantos frentes. Y por eso una de las más castigadas trincheras de la resistencia antifascista de Madrid está en Entrevías.

Quienes tenemos el privilegio de conocer a Enrique de Castro y a los demás «curas rojos» y hemos seguido de cerca la heroica lucha de las Madres Contra la Droga (por citar solo uno de los movimientos sociales surgidos al amparo de la parroquia de San Carlos Borromeo), solo podemos sentir indignación y desprecio ante esta nueva exhibición de prepotencia curialesca, ante esta nueva persecución de los cristianos orquestada por Roma, como la de Nerón, pero mucho más vil, mucho más repugnante, puesto que ahora los verdugos son quienes se autoproclaman ministros del mismo Cristo al que vuelven a crucificar todos los días.

Pero la indignación y el desprecio no bastan. No podemos abandonar el frente de Entrevías, no podemos desertar de esa trinchera de la dignidad y el coraje que es la parroquia de San Carlos Borromeo. Porque es mucho lo que está en juego, y no se trata solo de una batalla simbólica: se trata de pararle los pies al mismo nacionalcatolicismo que, para no tener que renunciar a sus privilegios, provocó una guerra civil e hizo posibles cuatro décadas de dictadura criminal.