Para Alfredo Pérez Rubalcaba parecía estar claro que si que l@s jóvenes indignad@s no traspasaban los límites de los parques y las plazas que a lo largo de un mes habían ocupado, aquel movimiento romántico que tanto eco había tenido en la prensa mundial no iba a constituir un peligro serio ni para el sistema […]
Para Alfredo Pérez Rubalcaba parecía estar claro que si que l@s jóvenes indignad@s no traspasaban los límites de los parques y las plazas que a lo largo de un mes habían ocupado, aquel movimiento romántico que tanto eco había tenido en la prensa mundial no iba a constituir un peligro serio ni para el sistema económico ni para el Estado que se encarga de sostenerlo. Posiblemente, aquella «spanish revolution» airada pero aparentemente ingenua empezó a inquietar al ministro del Interior cuando aquellos miles de personas indignadas que convirtieron los lugares públicos en asambleas permanentes comenzaron a plantearse que para darle sentido a la protesta había que pasar del puro testimonio a la acción organizándose en los barrios, en las universidades y en los centros de trabajo. Y no solo organizarse sino, además, aprovechar aquel impulso inesperado y espontáneo para preparar la resistencia contra la arrolladora codicia de los bancos, expresada en centenares de miles de desahucios. Se había producido el famoso «salto cualitativo».
Los perroflautas, como peyorativamente califica la prensa de la extrema derecha a los asamblearios, empezaron a apercibirse del extraordinario poder que proporcionaba sus multitudinarias concentraciones. Entre ellos fue abriéndose paso la idea de que de que no bastaba con soñar con la posibilidad de un mundo mejor, sino que había que empezar a construirlo a través de la acción y el concierto de voluntades. En apenas 30 días los «perroflautas» comprendieron muchas cosas que una izquierda autista, educada en los marcos de una democracia construida por los herederos de la dictadura franquista, ni siquiera había logrado atisbar. Y empezaron a cercar los parlamentos y a las marionetas que se escondían tras la institucionalidad de sus gruesos muros. Y luego se empeñaron en que es inhumano no conmoverse por la expropiación de viviendas decretada por los mismos banqueros cuya alquimia financiera había provocado que miles de desempleados no pudieran pagar sus hipotecas. Y más adelante, aquellos perroflautas zarrapastrosos osaron, incluso, pensar en la posibilidad de convocar una Huelga General desafiando a los domesticados sindicatos del sistema. Y…
Fue en ese instante cuando Alfredo Pérez Rubalcaba comprendió que aquellos movimientos integrados por miles de «mindundis» habían traspasado el umbral permitido por el Sistema. Y empezó a actuar. Con exquisita habilidad, pero también con puño de acero, lanzó a l@s indignad@s las primeras señales de humo advirtiéndoles de lo violenta que podía llegar a ser la furia de la omnipotente máquina del Estado cuando alguien se atreve a tocar las fibras más sensibles de su estructura. Es, quizás, este escenario el que permita contextualizar las violentas acciones emprendidas contra los campamentos de indignados que aun permanecían en pié, en la madrugada del pasado 4 de julio. Las próximas semanas se encargarán de demostrar si las afirmaciones que aquí estamos formulando son o no ciertas. .
Pero, ¿quién es este Rubalcaba habil, sinuoso, implacable y frio como un tempano? Alfredo Pérez Rubalcaba es hoy, sin duda, la conciencia maquiavélica del Estado monárquico español. Se trata de un hombre que conoce en profundidad los entresijos más oscuros del aparato del Estado. Este conocimiento ha permitido que, sea cual sea el puesto que ocupe en el Ejecutivo al que pertenezca, Rubalcaba tenga entre sus otros cometidos la importante función de tejer y destejer los problemas creados por la impericia de sus colegas los ministros. «Si tienes el favor o la simpatía de Alfredo siempre podrás contar con la esperanza de allanar los efectos de tus propias torpezas», dicen que comentan en privado sus compañeros de Gabinete.
Pero estas habilidades de «Alfredo» -así está empeñado en que se le llame ahora- no son producto del azar. Se trata de un hombre dedicado durante años a navegar a través de las pestilentes cloacas del Sistema. Inició esta tenebrosa singladura a principios de los años 90, cuando fue nombrado Ministro de la Presidencia y de las relaciones con las Cortes por Felipe González Márquez. Desde esa responsabilidad se encargó de desmentir a los cuatro vientos una y otra vez las evidentes relaciones entre el Gabinete al que pertenecía y el grupo terrorista inspirado por su Presidente, el Sr X. La derecha no socialdemócrata le reprocha ahora hipócritamente sus mentiras de antaño, y calla sin ruborizarse las operaciones criminales que de forma similar se realizaron durante los gobiernos de la UCD.
Detrás de sus ademanes suaves, casi británicamente flemáticos, se esconde una personalidad carente de los escrúpulos que a un individuo corriente y honesto le impedirían ejercer determinadas responsabilidades de Estado. José Amedo, un policía asesino al servicio del terrorismo felipista de finales de los ochenta, cuenta que Rubalcaba estuvo detrás de los intentos de comprar su silencio en relación con los GAL. Ciertamente que la nula credibilidad de Amedo no permite estar muy seguros de su testimonio, pero después de todo lo que se ha juzgado y probado a los gobiernos de Felipe González el relato del policía sicario no se nos antoja muy improbable.
En cualquier caso, la carrera política de Rubalcaba no fue la de un lobo estepario que en solitario se hiciera así mismo. No es en absoluto un self made man. Contó con la ayuda de padrinos bien colocados en lugares privilegiados de las alturas. Su estrecha relación con Javier Solana, otro corsario de las alcantarillas del Sistema, le franqueó las puertas de los despachos de los poderosos y le abrió las cajas fuertes de los secretos mejor guardados del establishment. Teniendo como mentor a quien se terminaría convirtiendo en Secretario General de la OTAN, Rubalcaba tuvo acceso -de la mano de este amigo y preceptor- a las áreas mas reservadas de las cancillerías europeas. Eso le permitió establecer cordiales relaciones con los representantes de los poderes supranacionales del capitalismo internacional.
Entre las muchas cosas que los famosos papeles de WikiLeaks pusieron de relieve una de ellas fue la familiaridad con la que «Alfredo» se movía en esos ámbitos. Y también -todo hay que decirlo- el talante extremadamente servicial de su conducta, expresada con especial esmero en sus relaciones con más conspicuos representantes del gobierno de los Estados Unidos de América.
Hace apenas unas semanas, a golpe de talismán, «Alfredo» fue convertido por el aparato de la organización política a la que pertenece en candidato a la presidencia para las próximas Elecciones Generales. La derecha franquista está inquieta. No porque Rubalcaba pueda representar, ni mucho menos, ningún tipo de peligro para las sacrosantas esencias del sistema monárquico español, sino porque es conocedora de que entre sus filas no existe competidor alguno que pueda igualar la habilidad de este experto contrincante. Pero éste será un tema sobre el que tendremos la oportunidad de escribir en futuras ocasiones.
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