El juicio contra el ex presidente de la RFEF ha mostrado que en la red de compadreo masculino participa alguna mujer si refuerza la idea de que esto no es una cuestión de género, sino un conflicto entre personas decentes (ellos) y niñatas (nosotras).
Visto para sentencia. Hemos estado toda una semana enganchadas a una ristra de declaraciones en las que Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), y sus amigotes lo mismo se bailaban el agua los unos a los otros en un ejercicio de compradeo masculino que se echaban los trastos a la cabeza en un intento burdo y traicionero del ¡sálvese quien pueda! Todo ello, eso sí, aderezado por los momentos estelares de un juez presuntamente bonachón y simpaticón que ha caído bien a la mayoría de la opinión pública por la sencilla razón de que no estaba siendo tan misógino como los otros dos anteriores que se hicieron tan famosos como él (el del caso de Iñigo Errejón y el de la agresión múltiple de Iruña, el conocido como caso de La manada).
Ahora bien, también han ayudado los alegatos finales de una y otra parte. La arenga feminista de una fiscal, Marta Durántez, que está hasta las tetas de verse obligada a hacer preguntas a las víctimas de agresión sexual que jamás haría a violadores, corruptos y narcotraficantes, por un lado; y el de la abogada de la defensa, Olga Tabau, centrado en toda una demostración de colaboracionismo femenino que lo que en realidad destila es una fobia galopante contra las que ni callan, ni obedecen ni se enamoran de hombres. Más o menos eso ha sido el resumen de uno de los juicios más esperados del año, el de Luis Rubiales, el “hombre del piquito” a la jugadora Jenni Hermosoen la final del Mundial de fútbol para unos o el del discurso machista en la asamblea de la RFEF para otras.
Ha sido una semana extraña y de sentimientos encontrados. Nos hemos venido arriba con las declaraciones de Hermoso cuando orgullosa declaraba no haber sentido culpa por haber festejado tras la agresión de Rubiales, “sin remordimientos” y con ganas de emborracharse y celebrar, según decía, y nos ha dado el bajón cuando Irene Paredes recordó que tuvo que advertir al equipo que había que “dejar de hacer bromas” porque “esto es algo serio”. La alegría como un campo para disputar la misoginia diaria contrasta con la naturalización de la violencia tan cotidiana que estamos acostumbradas a soportar y asimilar.
Lo que ha sucedido en este juicio es lo de siempre, no hay estructuralmente nada nuevo. El juicio contra Rubiales no ha sido excepcional ni tampoco ejemplar, como han calificado algunos medios de comunicación, sino más bien otra demostración de que el patriarcado es adaptativo y de que, cuando lo fracturamos un poco con momentos tan potentes y colectivos como el #seacabó, se rearticula y refuerza con formas nuevas más sutiles, pero igual de violentas y efectivas. No ha hecho falta que un juez vea “jolgorio y regocijo” en una agresión sexual múltiple a una mujer en una noche de San Fermines, como leímos en la sentencia de la manada, ni tampoco han sido necesarios interrogatorios revictimizantes a víctimas de políticos de primer orden como en el caso de Elisa Mouliaá.
Esta vez ha bastado con escuchar con atención a cada uno de los hombres que ha declarado en sede judicial, con las piernas bien abiertas, por cierto, para comprobar que toda la impunidad patriarcal que opera en las altas esferas se sostiene en una red de misoginia clientelar centrada en favores y deudas entre hombres de la que están excluidas casi siempre las mujeres.Casi siempre significa que algunas mujeres no lo están porque son dignas de librarse de la exclusión siempre que sean útiles para reforzar la idea de que esto no es una guerra entre hombres y mujeres, sino entre personas decentes (ellos) y niñatas enrabietadas (nosotras). Véase como ejemplo la declaración de Montse Tomé quien, siendo la segunda entrenadora, declaró no tener ni idea de la existencia de un protocolo contra el acoso y se mostró orgullosa de no convocar a Jenni Hermoso porque “había que protegerla” de no se sabe muy bien qué ni para qué.
Esa red de misoginia clientelar es la que mantiene intacta el pacto patriarcal por el silencio colectivo y la pudimos ver en aquella asamblea infame a la que todos acudieron al toque de la corneta de Rubiales, y en la que también todos aplaudieron sabedores de que les compensaría o les castigaría según por dónde le diese el aire o según cómo le fuese a afectar la fuerza de la respuesta feminista. Es por eso, precisamente, por lo que Rubiales premió a Jorge Vilda, entrenador de la selección, ofreciéndole una renovación, porque sabía que había una pequeña grieta en el sistema patriarcal que necesitaba empastar. Por eso, también, antes había mandado a sus perros guardianes a presionar a las amigas y familiares de Hermoso en el vuelo de vuelta de Australia y durante el viaje de Ibiza, porque la grieta se estaba agrandando y el sistema de impunidad podía colapsar frente a la rabia feminista que ya corría como la pólvora en las redes sociales.
En el juicio, sin embargo, todos dejaron entrever que sabían poco, que cumplían órdenes y que lo que le había pasado a Hermoso no les pareció del todo bien y les había hecho sentir incómodos. En eso se basa la adaptación del patriarcado. En dos mecanismos muy efectivos. El primero de ellos es articular un pacto renovado no tan violento tácitamente pero profundamente efectivo que las cuestiona y controla a ellas de forma constante. En el juico pudimos ver cómo funcionó a la perfección el engranaje de presión con técnicas tan burdas como coaccionar al hermano de la futbolista o chantajear a Ana Belén Ecube, la amiga de Jenni Hermoso, quien, además, nos regaló la maravillosa frase de que ceder a las presiones de los hombres de la RFEF era, más o menos, vender mi alma al diablo.
El otro de los mecanismos es traicionarse entre ellos cuando ellas han conseguido quebrar su impunidad y su red de misoginia clientelar ha sido descubierta. La masculinidad no solo es frágil y violenta, es sobre todo cobarde y autodefensiva. Lo que hemos visto esta semana ha sido sencillamente eso: un desfile de machirulismo encorbatado por sede judicial en donde no hay nada de honestidad ni verdad, es todo bravuconería aderezada con buenas dosis de cobardía.
La realidad es que este juicio no nos ha enfado tanto como otros porquehemos tenido bastante claro quiénes son los malos. Tampoco hemos visto muchos fuegos amigos alertando del posible linchamiento a Rubiales. Cabría preguntarse qué difiere este caso de los anteriores y por qué se han dado las cosas así. Puede que en las altas esferas del fútbol veamos con más claridad cómo opera esa red de misoginia clientelar y que nuestras vestiduras ya estén bastantes rasgadas y nosotras muy cansadas de estos tíos chulos o puede también que la eclosión del orgullo patrio español que estalló tras la victoria de la selección haya movilizado el enfado de muchos y muchas a las que otros casos similares les importarían bastante poco (no acostumbramos a ver tal magnitud de rabia ante las torturas sexuales a mujeres en sede policial o ante las quitas de custodia a madres migrantes).
Esa red de misoginia clientelar, sin embargo, no difiere mucho de la que maniobra a su gusto en otros ambientes donde los pactos son menos visibles, pero igualmente efectivos. Periodistas y políticos se bailan el agua para dejarnos a nosotras con el agua el cuello. Editores y escritores camellan juntos para limitar al máximo el espacio reservado para ellas y sindicalistas y jefes de patronales acuerdan fuera de mesas de negociación todo aquello en lo que no quieren que participen ellas.
Vivimos una ofensiva patriarcal profundamente violenta y misógina que tiene la misma magnitud que nuestra respuesta y rabia feminista. Ni es Rubiales ni tampoco es Errejón, es la fusión entre las viejas formas de impunidad y las nuevas que emergen para evitar el quiebre del sistema. Por eso, el centro del debate y la pelea está en la impunidad y en el poder. Porque no va solo de tíos chulos la cosa, sino del baile que se traen entre sí esos tíos chulos y de las estructuras que montan para que siga bien engrasada su pista de baile. Ahora bien, parece que la música la estamos empezando a poner nosotras, así que a ver quién es el guapo ahora que, ante nuestra rabia e inteligencia estratégica, decide bailarles el agua a ellos.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2025/02/rubiales-y-la-red-de-misoginia-clientelar/