Que la utopía no se convierta en quimera pasa por una crítica severa a la modernidad que quiso acabar con la sabiduría de quien nos precedió
DIMITRIS VETSIKAS
¿Les pasa a ustedes? Yo últimamente me tropiezo constantemente con situaciones que defino como «analfabetismo alimentario». La visita a los supermercados es una selva de ejemplos, como cuando escuchas a un joven preguntando al encargado por la «fruta vegana» o descubres en el envase de una conocida marca de gazpacho la etiqueta de «vegano». En muchas charlas o talleres que imparto me gusta proyectar fotografías de alimentos básicos y pedir el nombre a las personas asistentes. Confundir coles con coliflores, calabazas con berenjenas o quedarse en blanco frente a la fotografía de nabos o de acelgas es algo que no sucede ocasionalmente, sucede siempre, en todas ellas. Me asusta también cuando veo cómo activistas animalistas rescatan terneros de sus granjas porque -dicen – los están matando de sed sin agua para beber. La fuente que está a su lado, mamavaca , les pasa desapercibida…
Parecen cómicas anécdotas pero detrás de este analfabetismo tenemos consecuencias graves en clave alimentaria. Si no reconocemos las hortalizas más básicas, ¿cómo podemos esperar que el consumo alimentario vaya de acuerdo con sus temporadas? ¿Cómo propiciaremos dietas relocalizadas, evitando alimentos kilométricos, si no se conocen los alimentos propios de cada lugar? ¿Cómo podemos recuperar el consumo de alimentos frescos por encima de los procesados tan perjudiciales para la salud, si, desde esta ignorancia, es complicado entrar en la cocina a preparar las recetas más sencillas? Ya no preguntemos, como siempre hace mi amigo Jeromo, el pastor de Amayuelas ¿quién sabe hacer de la uva vino? ¿Quién sabe criar su propio cordero? ¿Quién sabe gestionarse un huerto?
CIERTO ES QUE DEBEMOS EDUCAR EN EL NO DESPERDICIO DE COMIDA, PERO MÁS ACERTADO SERÍA PONER EL FOCO EN FOMENTAR SISTEMAS ALIMENTARIOS QUE ESTUVIERAN RELACIONADOS DIRECTAMENTE CON LA AGRICULTURA LOCAL.
Cierto que esta falta de conocimientos básicos es muy propio de sociedades que han despreciado la ruralidad. Pero añadamos los engaños voluntarios de la propia industria alimentaria o la más sutil ocultación de información por su parte para tomar conciencia de que, finalmente, tenemos una venda tapándonos los ojos. Esto nos impide detectar y denunciar los desmanes tecnoalimentarios que, normalmente, en manos de los monopolios de la agricultura industrial, se introducen con total normalidad en los sistemas productivos, de transformación o de comercialización alimentaria. Una ceguera que hace difícil sorprenderse frente a las cifras que indican que las cerdas de hoy en día tienen partos de 15 lechones, si no sabemos que estas hembras solo tienen 8 mamas. Una venda que impide nuestra repudia frente a la industria de ganadería intensiva que engordaba vacas alimentándolas con vacas pues se nos olvidó que son estómagos herbívoros. Al contrario que los salmones, carnívoros, y que en las piscifactorías ya los alimentan con soja. Y así, desinformados, la alimentación a medio plazo será cosa de impresoras formateando hamburguesas con extravagantes ingredientes.
En este sentido, las duras campañas que criminalizan el despilfarro alimentario que se encuentra en las basuras domésticas, a mi entender, pecan también de analfabetismo alimentario por parte de sus promotores. Cierto es que debemos educar en el no desperdicio de comida, pero más acertado sería poner el foco en fomentar sistemas alimentarios que -como siempre se hizo- estuvieran relacionados directamente con la agricultura local. Como explica Franco Llobera, agroecólogo, reconectar con el ciclo del carbono y aprender el significado de la palabra ‘compostaje’ nos ayuda a entender que «la basura será verdura».
QUE LA UTOPÍA NO SE CONVIERTA EN QUIMERA PASA POR UNA CRÍTICA SEVERA A LA MODERNIDAD QUE QUISO ACABAR CON LA SABIDURÍA DE QUIEN NOS PRECEDIÓ
No saber casi nada de algo tan vital como nuestra alimentación es una señal de un problema mayor. La modernidad que tanto hemos idolatrado -«la ideología más hipócrita de la humanidad», a decir del agricultor argelino Pierre Rabhi- ha dejado de lado nuestra relación con la naturaleza, con la vida. Recuerdo cómo hace unos meses, en Benalauría, un pueblo de la serranía de Ronda, un maestro jubilado se quejaba que en los pueblos, los maestros y maestras actuales ya no son población del mismo mundo rural, son gente de ciudad que cada día van y vuelven. Por eso no se extrañó, explicó el docente jubilado, cuando una tarde de verano, paseando frente a su antiguo colegio, vio como el urbano profesor tenía a su alumnado haciendo gimnasia a pleno sol. Tras verlos sudar y deshidratarse peligrosamente, éste recapacitó y les dijo: «Mejor poneros a la sombra del sauce llorón». Todos le hicieron caso menos un chaval que le aclaró, «vale, profe pero ese sauce se llama olivo».
Y así, en una situación de emergencia, cuando nos jugamos nuestro futuro, cargamos con un desconocimiento que nos hace torpes y soberbios por partida doble. Torpes, porque no conocer la naturaleza es no conocer los límites físicos del planeta que nuestros antepasados tenían asumidos. Ligados a una realidad rural territorializada sus opciones de supervivencia no pasaban por la explotación y agotamiento de cualquier rincón del planeta, debían manejarse cuidando y preservando los recursos locales, los únicos a su alcance. Soberbios, porque desligados de la Naturaleza se nos olvida nuestra ecodependencia y caminamos sobre la tierra con botas militares, aniquilando al resto de seres vivos, asfixiando la fertilidad de la tierra y calentando la atmósfera hasta el ahogamiento civilizatorio.
Decía Eduardo Galeano que «la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Pero, me pregunto yo, ¿qué utopía queremos alcanzar si encerrados en las cuatro paredes de las pantallas de los móviles, la televisión y el ordenador… es imposible otear el horizonte? Que la utopía no se convierta en quimera pasa por una crítica severa a la modernidad que quiso acabar con la sabiduría de quien nos precedió. Simplificando, ruralismo o barbarie.
Gustavo Duch es escritor y veterinario. Coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas y autor de libros como Mucha Gente Pequeña y Lo Que Hay Que Tragar.