Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en CC de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina […]
Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en CC de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina una tertulia literaria. Por otro lado, escribe obras de teatro y dirige y actúa en una compañía teatral. Comenta la actualidad socio política en su muro de Facebook. https://www.facebook.com/marisa.delcampolarramendi
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Nos habíamos querido aquí. A día de hoy, en su opinión, ¿es suficientemente conocida la obra de Sacristán?
Creo que no, sobre todo si en lugar de pensar en el «mundo intelectual» nos referimos al «publico» en general. No olvidemos que Sacristán nunca quiso ser un académico al uso, sino un intelectual en el sentido gramsciano, orgánicamente ligado a los de abajo.
Pero, con actitud «sacristianana», lejos de «lamentarnos» por hecho tan «lamentable», deberíamos preguntarnos las razones. Después de todo el insuficiente conocimiento de la obra de Sacristán, sería una manifestación más de la escasa presencia en la conciencia de la gente de pensamiento crítico emancipador elaborado.
Dejando a un lado el porqué chistoso -si nuestro autor se llamara Immanuel Priest sería mucho más conocido- podríamos pensar en las siguientes razones:
Los intelectuales o pensadores al estilo del «J’accuse», Sartre o Einstein han perdido mucha relevancia en nuestra sociedad, siendo sustituidos en el mejor de los casos por divulgadores científicos y en el peor por gurús de autoayuda.
El pensamiento fuerte no pasa por su mejores días, el discurso argumentado y riguroso tampoco. Sacristán es un escritor difícil en un mundo de sujeto, verbo y atributo -maniqueo-.
Se quiere adelgazar en un mes, aprender yoga en una semana y tener una opinión propia con una par de tertulias televisivas, unos cuantos tuits y unos pocos titulares periodísticos. Sacristán exige tiempo y «codos».
A nivel de las mayorías sociales, la izquierda está en horas bajas y el marxismo en horas bajísimas. Es lógico que un pensador marxista no ocupe los primeros planos de la «cultura». El que esto ocurra en un momento en que se está produciendo una de las mayores crisis de la historia del capitalismo es para que el pensamiento emancipador «se lo haga mirar»
Las organizaciones de izquierda no parecen muy interesadas en la lucha ideológica y cultural. Demasiado centradas en las luchas institucionales, cuando no en los enfrentamientos cainitas, deberían por el contrario tratar de recuperar su tradición ideológica y crear espacios de solidaridad y de vida cultural como fueron las casas del pueblo o los ateneos populares.
La circulación de las mercancías, la obsolescencia de los productos, la sucesión de las modas se han hecho vertiginosas. Para muchos, en especial los jóvenes, el pensamiento del siglo XX es casi tan antiguo como las cuevas de Altamira.
Si la generación de la guerra calló por miedo, la generación de la transición no transmitió sus experiencias por la fascinación del consumo y del modo de vida europeo. España es un erial de la memoria. Sacristán es otra estampa del pasado que se pierde en este presente agujero negro nuestro que todo lo engulle.
El culto a lo nuevo va desde el último modelo de teléfono móvil al surgimiento de la «nueva política». Los «jóvenes» del 15M creyeron que acababan de inventar la revolución, su adanismo político fue completo. Los «viejos» que algo sabían no supieron traducir los antiguos y en algunos casos aún válidos conceptos en nuevas palabras. Resultado: se ha creado una nueva elite política que reproduce todo lo que se pretendía haber superado.
Leer y pensar exigen un paréntesis, una pausa. Todo en nuestra sociedad está enfocado para que no podamos escapar de la corriente febril en que han convertido la existencia humana.
El aparato productivo cultural está enfocado para distraernos de la realidad, no para atraernos a ella. Por un lado, entre un tiempo de trabajo cada vez más exigente y un tiempo de ocio cada vez más programado; por otro, entre ocupaciones cada vez más precarizadas y desocupaciones cada vez más marginadoras; es muy difícil encontrar el momento y la disposición para preguntarse ¿qué hay» y ¿qué hacer?
… Pero me detengo aquí, que mi pesimismo de la inteligencia está a punto de acabar con mi ya de por sí endeble optimismo de la voluntad.
Vivimos tiempos sombríos. Se habla en ocasiones de que Sacristán fue mucho más que su obra. ¿Qué se quiere señalar con una afirmación así?
Es una frase muy laudatoria pero con una sombra de melancolía.
Laudatoria porque con ella creo que se quiere señalar su militancia política en favor de los de abajo, su empeño de ser coherente entre el decir y el hacer, su labor socrática, pedagógica, divulgadora no recogida en negro sobre blanco,… En definitiva, su compromiso poliético.
La sombra melancólica es la convicción -confesada o inconfesada- de que si hubiese empleado o podido emplear -no olvidemos que fue represaliado académicamente por su lucha anti franquista- más tiempo en el trabajo intelectual su obra habría sido mucho más completa y extensa. Él mismo en alguna ocasión se lamentó de este carecer de tiempo suficiente para el estudio y la escritura.
Pero es que, claro, Sacristán era ante todo un comunista.
Se ha hablado en ocasiones de la polémica sobre el concepto de filosofía entre Bueno y Sacristán. ¿Qué opinión tiene de esa disputa metafilosófica?
Dada mi precaria formación filosófica, no creo ser persona muy indicada para hablar sobre esta polémica, pero ya que me lo preguntas y teniendo en cuenta que el «fenómeno Bueno» siempre me ha llamado la atención, enumeraré algunas de las consideraciones que me inspira «esa disputa metafílosófica» como acabas de calificarla.
Adelante con ellas.
Adelante, pues, ¿quién dijo miedo? Veamos:
1ª.- El texto de Manuel Sacristán se titula: «Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores» y tiene una treintena de páginas. La respuesta de Gustavo Bueno se titula: «El papel de la filosofía en el conjunto del saber» y supera las trescientas páginas. Las diferencias en el título y en la extensión no creo que sean un dato menor. El texto de Sacristán puede ser considerado un opúsculo, mientras que el escrito de Bueno pienso que es una de las primeras exposiciones de su sistema filosófico, en aquel entonces aún futuro pero ya en ciernes: el materialismo filosófico y el cierre categorial. De hecho, creo que Bueno aprovechó que el opúsculo de Sacristán pasaba por allí para exponer lo que él ya pensaba sobre la filosofía en el conjunto del saber.
2ª.- La polémica no tengo claro que pueda ser calificada como tal: Bueno solo contestaba lateralmente a Sacristán, y este nunca, que yo sepa, replicó al libro de Bueno.
3ª.- La «polémica» hay que enmarcarla en el cruce de dos situaciones: la particular, el contexto de dictadura con su imposición de una determinada filosofía -escolástico/católica- y de un determinado aparato institucional universitario; y la general, la metafilosofía y la crisis de identidad que existía en aquel momento – y bastante anteriormente- en la filosofía occidental: ¿cuál es el verdadero alcance y significado del hacer filosófico y cuál su relación con el resto de saberes, fundamentalmente el científico?
4ª.- Desde su misma liberación de la teología en el siglo XVIII, la filosofía ha sufrido un permanente ataque a su entidad: Kant, Marx, Nietzsche, el positivismo y la teoría analítica van a menoscabar cada uno a su manera las bases del «saber» filosófico.
5ª.- Partiendo de las críticas de Kant, Marx y el positivismo/analítico, Manuel Sacristán negará el carácter substantivo -contenidos temáticos propios- del quehacer filosófico y subrayará su naturaleza subsidiaria o de segundo grado con respecto al saber científico, carácter adjetivo. Para Sacristán, la división del trabajo intelectual habría vaciado de contenido a la filosofía, y su resto, las necesidades especulativas o ideológicas -por ejemplo, el qué debo hacer o el qué me es dado esperar kantianos-, estaba siendo apropiado por un gremio de especialistas en «Nada». Con el objeto de rescatar a la filosofía de esa «especialidad» y devolverla su «universalidad», propondrá la supresión de la carrera de filosofía en la universidad y su substitución por un «Instituto» cuya labor esencial sería: «funcionar como centro articulador del filosofar de los diversos científicos», estos es de los poseedores de licenciaturas sobre «algo» – Física, Química, Economía, Derecho etcétera -, no sobre «nada» como los filósofos.
6ª.- Antes de indicar las diferencias de la posición de Sacristán y Bueno, quizás fuese oportuno señalar sus puntos en común
Asunto en el que no se suele reparar…
Pues reparemos: Uno, los dos creen que todos filosofamos o, al menos, que la filosofía está en el «ambiente», Sacristán al modo gramsciano de todos somos intelectuales; Bueno con su concepto de la filosofía mundana; dos, ambos piensan que la filosofía -académica- es una elaboración de segundo grado, dependiente de las aportaciones del saber científico; tres, uno y otro creen en la necesidad de la (cierta) filosofía. A nivel académico: Sacristán como reflexión de los «científicos» sobre su propia praxis intelectual; Bueno, como guardiana del «proceso universal». A nivel mundano: Sacristán con su visión de la «concepción del mundo» marxista como anti ideología; Bueno con su «paideia» de inspiración platónica.
7ª.- Bueno era un pensador creador de sistemas; Sacristán no.
8ª.- La diferencia fundamental entre sus posiciones es que Bueno cree que la filosofía es un pensamiento substantivo, esto es, que tiene su propio objeto -Bueno hablaría de «campo»- y su particular tradición, metodología, racionalidad y aparato conceptual.
9ª.- En consecuencia, Bueno defiende la presencia de la carrera de «filosofía» en los estudios superiores -y de la asignatura en los medios- y la existencia de un colectivo de «filósofos» como expertos/guardianes de esta especialidad del trabajo racional.
10.- Habría pues un problema central en la polémica: el carácter substantivo o no del «saber» filosófico» -con el añadido de cuál sería entonces la función del filósofo-; y una cuestión derivada: la presencia o no como licenciatura en la universidad y como asignatura en la enseñanza media de la filosofía -y la plausibilidad o conveniencia de la propuesta de Sacristán de ese Instituto donde se articularía el enfoque filosófico de los científicos y licenciados.
11ª.- En cuanto al segundo tema, no creo que en la actualidad la propuesta de Sacristán de un Instituto «doctoral» substituto de la licenciatura en Filosofía sea viable -curiosamente la asignatura de filosofía ha sido eliminada de la ESO, aunque no por las razones «sacristanianas» sino por otras más «mercantiles».
Sí, sí, nada que ver.
Por otro lado, la defensa de Bueno de una licenciatura en filosofía tampoco parece haber dado pie a la existencia de una filosofía crítica, con sus filósofos «guardianes del proceso universal» y «árbitros expertos metodológicos», sino más bien a «filosofía administrada» -esto es terminología «buenista»- A este respecto es de destacar las duras críticas del último Bueno a la enseñanza de filosofía en la universidad -«ensimismamiento endogremial», «histórico-doxográfica», «de espaldas a los problemas del presente»- con indudable parecido a las acusaciones realizadas por Sacristán en el opúsculo del 68.
Una curiosa coincidencia la que señalas.
Es más que una coincidencia. Es una grieta seria en el sistema filosófico de Bueno, ya que en él la filosofía académica va asociada íntimamente a la idea ideológica de Imperio – en su última época Bueno hablaría de la Hispanidad – y una crisis de aquella supone una puesta en solfa de esta.
Coincidencias y diferencia aparte, quizás fuera conveniente, en este aspecto concreto, retornar a la viejas máximas de «no hay filosofía, sino filosofar» y «la filosofía se aprende filosofando», como inspiradoras de una vía educativa que potencie la curiosidad intelectual, fomente el espíritu crítico y, en definitiva, enseñe a pensar.
12.- En cualquier caso no parece caber mucha duda de que la cuestión central de la «polémica» era y sigue siendo el carácter substantivo o adjetivo del pensamiento filosófico.
Para que no hay dudas en su posición, en su aproximación a la no-polémica: un pensamiento es sustantivo si y sólo si… un pensamiento es adjetivo si y sólo si…
¡Diablos, mil diablos! Miedo me da contestar a esa pregunta no vaya a ser que caigan sobre mi todas las penas del infierno lógico-matemático. Amedrentada, pues, diré que un pensamiento o saber es substantivo si y solo si tiene un contenido propio, no se resuelve en otros saberes y sus enunciados son contrastables científicamente -intersubjetividad, verificación/falsación-; un pensamiento o saber será adjetivo si carece de temática propia, no descansa sobre sí mismo, sino que es de «segundo grado» y tiene unos enunciados irrefutables e inverificables.
Pero me temo que para muchos -entre otros para Gustavo Bueno- estas tentativas de definición fluctuarían entre un exceso de positivismo y un fondo de ambigüedad apodíctica.
¡Mea culpa! Ya dije que la filosofía no es mi fuerte.
Pues no se nota. También se ha señalado que Sacristán tal vez fuera un buen filósofo, un excelente intelectual, pero que, en cambio, era nulo para la política, para la intervención política.
En la entrevista antes citada de Mundo Obrero, Sacristán aseguraba de sí mismo: «Como político yo no soy demasiado listo». No creo que fuera una muestra de falsa modestia; tampoco creo que si él lo pensaba así, tengamos nosotros que llevarle la contraria: sus razones tendría. Si creo por el contrario de cierto interés analizar la cadena: buen filósofo -excelente intelectual-, nulo político. Veamos.
Podemos tomar la afirmación en el sentido de que alguien -buen filósofo, excelente intelectual- es un mal estratega. Esto es: dado un análisis de lo «que hay» no acertaría en la elaboración de un «qué hacer» adecuado a medio y largo plazo. O un mal táctico, es decir, establecido un «qué hacer» a medio y largo plazo carecería de olfato para detectar los cambios que el fluir de las cosas fuese demandando en el corto plazo. En este sentido, a ese alguien le faltaría el genio político de Lenin con su capacidad de análisis concreto de la situación concreta y su habilidad para percibir la necesidad de giros políticos sobre la marcha -ejemplo canónico: las tesis de abril.
La afirmación podría referirse también a que alguien -buen filósofo, excelente intelectual- careciese de aspectos fundamentales de la virtú maquiavélica: desde los más «diplomáticos» hasta los más «sombríos»; desde la «mano izquierda» y las concesiones, hasta las maniobras y complots, pasando por el mirar para otro lado oportuno y el callarse a tiempo. En definitiva, ya por ética, ya por intransigencia, no aceptase componendas, pactos, medias tintas o puñaladas traperas.
Dos conclusiones: una, la política podrá ser un arte -o un desastre- pero no es ciencia exacta y la cantidad de variables e imponderable en toda praxis humana es tal que siempre estará sujeta al error, la rectificación sobre la marcha o, incluso, a llevarnos al sitio contrario al que queríamos ir; dos, la política es cuestión de poder y posee pues su lado oscuro, que siempre acabará salpicándonos de una u otra manera. Como bien vieron Dostoievski con sus endemoniados, Sartre con sus manos sucias o Camus con sus justos.
Un último apunte «sacristianano». En su carta a Daniel Lacalle de 1978 sobre el eurocomunismo, Sacristán escribió:
Para ti, el «problema central» que «se sigue escamoteando», como escribes, se formula con estas palabras: «¿cómo ligar la práctica cotidiana con la necesaria transformación socialista de la realidad?». El núcleo de mi posición metodológica consiste precisamente en negar que esa pregunta tenga sentido según el criterio marxiano del sentido de los problemas sociales (=su solubilidad). Por cierto que lo expresé este verano, al decir que no creo en estrategias.
Me dirás que me he vuelto anarquista. Te concederé que siempre lo he sido un poco. En buena compañía, por lo demás, porque lo mismo se dijo de Lenin hasta su momificación estaliniana. Y con Lenin comparto la convicción de que la última palabra de la sabiduría estratégica revolucionaria es el napoleónico «on s´engage, et puis l´on voit.
Pero también me diferencio del anarquismo, al menos del corriente: no creo (como creen el leninismo tradicional y la vieja socialdemocracia, etc) en la existencia de estrategias, de esos «engarces» y «soluciones correctas» que buscas tú y buscan los «eurocomunistas» en la medida en que de verdad se diferencian de la nueva socialdemocracia; pero creo (a diferencia de los anarquistas) que las mediaciones son inevitables, a tenor de la experiencia histórica y también por simple análisis; sólo que pienso (con Lenin y contra el leninismo, por así decirlo) que las mediaciones son imprevisibles: no las pone la voluntad sola, ni menos la pseudociencia de la estrategia.
Tomemos un nuevo descanso.
De acuerdo
Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Marisa del Campo Larramendi sobre Manuel Sacristán (I). «De Sacristán quiero destacar su compromiso político de militante comunista en pro de una humanidad emancipada» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=253843
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