Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en CC de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina […]
Marisa del Campo Larramendi nació en 1957. Se licenció en CC de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en varios periódicos locales. Después de una estancia de dos años en Inglaterra, estudió teoría y técnicas narrativas en la Escuela de Letras de Madrid. En la actualidad imparte talleres de narrativa y coordina una tertulia literaria. Por otro lado, escribe obras de teatro y dirige y actúa en una compañía teatral. Comenta la actualidad socio política en su muro de Facebook. https://www.facebook.com/marisa.delcampolarramendi
Nota previa del entrevistador
He conocido esta misma mañana del miércoles 10 de abril el fallecimiento de uno de los filósofos más decisivos de esta última década en nuestro país, Javier Muguerza, muy amigo de Manuel Sacristán. A él le dedicó La razón sin esperanza. Puede verse una conversación con él sobre la obra de Sacristán en Acerca de Manuel Sacristán (también la entrevista que le hizo Xavier Juncosa para «Integral Sacristán»). No creo equivocarme si en nombre también de Marisa dedicamos esta conversación a su recuerdo y en su honor. Gracias, compañero, gracias.
Javier Muguerza
Cambio de tercio y voy finalizando, no quiero abusar más. ¿Qué concepto de política tenía Sacristán en mente?
No creo que Sacristán estuviera muy a gusto con el papel que su origen de clase y la división social del trabajo le había otorgado, al menos, con el rol de intelectual académico dominante en su época. Es la pregunta que a todos nos llega alguna vez: ¿quién soy? Su mirada realista y analítica sobre la realidad le llevaba a un juicio muy crítico sobre lo que veía; su ética le empujaba a ponerse del lado de los de abajo. La política en Sacristán es pues un intento de mediar entre el realismo de su visión del mundo y su moral de inspiración ilustrada y humanista. No es de extrañar que sintiera por Gramsci, ya a finales de los años cincuenta, una fuerte afinidad electiva. El pensador italiano con su concepción de la política como una ética pública, con su idea de que todos los seres humanos somos intelectuales, con su propuesta del intelectual orgánico de los de abajo como pedagogo o impulsor del buen sentido que habita en el pueblo, con su búsqueda de una vía revolucionaria en occidente que pasase por una profunda reforma moral, cultural e intelectual, y todo ello sin olvidar el realismo político de Maquiavelo, debieron ejercer una profunda atracción en Sacristán.
El «quién se es», se resuelve en el «qué se hace». Para Sacristán no podía existir un marxismo teórico: el marxismo o tenía una dimensión práctica o no era. Y esa dimensión práctica solo podía ser la política revolucionaria, un proyecto ético político de emancipación.
Su concepción de la política daba pie a toda una praxeología, algunas de cuyas características serían:
Profundamente realista en el análisis concreto de la situación concreta: el marxismo es anti ideológico y pretende religar el movimiento obrero con la ciencia.
Esta búsqueda del rigor analítico no quiere decir que se conciba la acción política revolucionaria como «ciencia exacta» por el contrario se trata de una praxis humana con un alto grado de incertidumbre.
Conviene pues desconfiar de los grandes diseños estratégicos y dejarse guiar, en la incertidumbre, por una metódica heurística de prueba y error, y por los principios éticos, por los ideales, por el objetivo final.
Esta praxis política no debe reducirse a la lucha institucional o al terreno de la sociedad política, sino que debe extenderse por la sociedad civil, hacerse molecular, transformar nuestra vida cotidiana.
Quisiera terminar este apartado con una cita que nos habla del carácter abierto, crítico y anti dogmático de la concepción política de Sacristán:
A estas alturas de finales del siglo XX uno no sabe muy bien quién ha tenido más éxito revolucionario estratégicamente hablando. Lo diré provocativamente […]: si la III Internacional o Gandhi. Sin duda Gandhi no ha conseguido una India artesana, pero la III Internacional tampoco ha conseguido un mundo socialista […]. El aprovechamiento de la lección de Gandhi debería servir de verdad para potenciar a la larga políticamente los movimientos alternativos, los pequeños núcleos marginales o no tan marginales que existen, consiguiendo hacer un puente entre ellos y el grueso del movimiento obrero, al que considero de todos modos el protagonista principal. En mi opinión esto conlleva un corolario para el militante de izquierda en general, obrero en particular, comunista más en particular: el ponerse a tejer, por así decirlo, el tener telar en casa; no se puede seguir hablando contra la contaminación y contaminando intensamente…
¿Y por qué fue tan crítico con muchas aristas de la transición?
Aprovechando tu forma de plantear la pregunta, cabría bromear diciendo que Sacristán no solo fue crítico con muchas aristas de la transición, sino que lo fue con el poliedro entero.
Sin embargo no deja de ser llamativo el hecho de que Sacristán escribió muy poco sobre este tema, al menos yo no conozco ningún texto que verse sobre la transición de la importancia del que escribió, por ejemplo, sobre el eurocomunismo -del que me place citar la siguiente y definitiva definición: «El eurocomunismo como estrategia es la insulsa utopía de una clase dominante dispuesta a abdicar graciosamente y una clase ascendente capaz de cambiar las relaciones de producción sin ejercer coacción».
Hay opiniones, entrevistas, alusiones y editoriales de las revistas Materiales y Mientras Tanto, donde podemos sospechar su mano, pero poco material teniendo en cuenta el central interés que tuvo la transición para la intelectualidad española.
Las razones de esta relativamente parca producción pueden atribuirse a varios motivos: la convicción de que en la transición ya estaba todo el pescado vendido, el no querer hacer sangre en un PCE/PSUC cuya política de concesiones era vista como un suicidio y, sobre todo, la intuición de que se estaba asistiendo a un cambio de época histórica: las clases dominantes comenzaban a desencadenar una lucha de clases en todo occidente cuyo objetivo era desmantelar las conquistas alcanzadas por los de abajo durante los «Treinta Gloriosos». Sería precisamente la valoración de este cambio de fase histórica, los nuevos movimientos de respuesta de los de abajo que estaban surgiendo en ella y la necesidad de un replanteamiento teórico y práctico dentro de la tradición emancipadora los temas que atrajeran su atención y centrasen su intensa producción teórica durante y después de la transición, hasta su muerte, principalmente en las revistas Materiales y Mientras Tanto.
No queremos con esto dar la impresión de que Sacristán no opinó sobre la transición.
No da esa impresión…
Me alegro, porque lo hizo y con claridad: defendió que el PCE debería haberse negado a aceptar los términos en que se propuso su legalización, se abstuvo en el referéndum de la constitución, se opuso a los Pactos de la Moncloa… Tampoco pretendemos hacer pensar que Sacristán fue de los que creyeron que la «ruptura democrática» y la apertura hacia un proceso de «democracia avanzada» era posible y si no se realizó se debió a la «traición» del PCE. Sacristán estaba convencido de que la transición estaba hegemonizada por los de arriba, custodiada por el ejército y vigilada por la gran potencia americana y por las europeas y que solo podía dar lugar a una democracia demediada en la cual la estructura real del poder económico-político quedaría intocada:
Pero desgraciadamente me parece obligado partir de un supuesto pesimista. Creo que, por lo menos en una primera fase, la clase dominante podrá jugar como quiera. Lo más que puede hacer la oposición es echarle arena en los cojinetes. No hay que olvidar que el fascismo español no ha sido derrotado por la «crítica de las armas», sino sólo vaciado ideológicamente por el «arma de la crítica».
Y aquí llegamos al punto que más me interesa destacar: la estrategia implícita en Sacristán sobre el qué hacer frente a la transición. Estrategia que en mi opinión explicaría tanto su actitud personal o privada, como su postura política o pública.
Sacristán veía la transición como un verdadero agujero negro capaz de tragarse toda oposición y neutralizar cualquier capacidad de respuesta o crítica. Más allá de sus críticas a la generalidad del proceso -muy negativas al principio, más matizadas con el tiempo- lo que temía Sacristán era el «transformismo», la absorción de ideas y personas por la gran operación política de la transición. A nivel de los de abajo por la oferta de un modo de vida consumista europeo; para las elites de «izquierda» la oportunidad de medro y carrera profesional. Su postura de rechazo frontal a la operación de la transición también era, pues, la apuesta por crear un espacio de lucha fuera del campo de juego que aquella marcaba. Espacio marginal, en la esquina del tablero político, pero único lugar desde donde según su criterio se podría organizar una política de resistencia a lo que estaba por venir.
Una política comunista racional lo que tiene que hacer es situar bien claro y visible el pensamiento revolucionario de su práctica, el ideal, por decirlo con la más «cursi», ética y pre-marxista de todas las palabras que hacen al caso… lo revolucionario es moverse en todo momento, incluso en situaciones de mera defensa de lo más elemental, del simple pan (como en la presente crisis económica), teniendo siempre consciencia de la meta y de su radical alteridad respecto de esta sociedad… Esta posición política tiene dos criterios: no engañarse y no desnaturalizarse. No engañarse con la cuentas de la lechera reformista, ni con la fe izquierdista en la lotería histórica. No desnaturalizarse, no rebajar… sino atenerse a plataformas al hilo de la cotidiana lucha de clases y a tenor de la correlación de fuerzas de cada momento, pero sobre el fondo de un programa al que no vale la pena llamar máximo porque es único: el comunismo.
Tras la quiebra de legitimidad de la democracia demediada heredada de la transición a raíz de la crisis económica de 2008, en curso la operación gatopardiana Felipe VI con la que los de arriba tratan de superarla, ¿no estamos asistiendo a una segunda transición, hegemonizada por los mismos que la primera, y cuya pretensión es terminar con la contestación – 15M, mareas, marchas de la dignidad, 8M feministas – que ha suscitado la crisis y recuperar el consenso en parte perdido desde entonces, esto es y en definitiva, preservar la hegemonía del bloque en el poder bien sustentada hasta ahora por el sistema bipartidista borbónico y continuar con el desmantelamiento de las conquistas sociales y políticas alcanzadas por los de abajo durante los Treinta Gloriosos? Y de ser así, las reflexiones y propuestas políticas de Sacristán sobre la transición acabadas de comentar y citar, ¿tienen aún la suficiente razón, actualidad y vigencia como para seguirlas o inspirarse en ellas?
Comoquiera que sea el caso es que, pasado el tiempo, todo parece indicar que ni la vía institucional y reformista que aceptó jugar según las reglas de la democracia demediada, ni la alternativa contracorriente y radical que pretendía crear un espacio externo al tablero político nacido de la transición han logrado acercarnos a esa vida buena en la ciudad justa que diría Francisco Fernández Buey, ni tan siquiera detener la mencionada contrarrevolución neoliberal que ya intuyera Sacristán a finales de la década de los setenta.
Quizás, aún más pesimista nuestra inteligencia, pero todavía optimista la voluntad, conscientes de la derrota, la política que ahora nos toque realizar sea aquella que reivindica Sacristán rectificando en parte a Gerónimo: dar batallas que se saben perdidas como necesaria forma de resistencia:
(…) los indios por los que aquí más nos interesamos, son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incuso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez nos sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo.
Creo que es un exceso pero usted misma me señaló que quería comentar algo sobre la obra de Paco Fernández Buey. Barra libre, lo que mejor estime.
Solo unas palabras.
Se suele decir que, tanto en ficción como en ensayo, hay dos tipos de escritores. Uno abre la ventana y te describe y analiza el paisaje que se ofrece a los ojos: el jardín a los pies de la casa, los campos más allá de la tapia, las masas de roble y hayas en las laderas de los montes y, al fondo, las cumbres de las montañas ya en el horizonte. Hay otro tipo de escritor que abre la puerta de la calle y te lleva de paseo por ese jardín, por esos campos, por esos robledales, hayedos, montes y montañas, y a cada poco, de forma pormenorizada y amable, te muestra y hace reparar en los detalles más significativos del terreno que de su mano atraviesas. Francisco Fernández Buey es de este segundo tipo.
Y es que Fernández Buey -más allá de su erudición e ideario: su defensa de la «metódica» frente al «método», su preferencia por el Marx tardío, su teorización de la «poliética», su crítica a la barbarie de «los nuestros», su Gramsci entre el amor y la revolución, sus análisis del movimiento de los movimientos, su preocupación por la «alteridad» y la búsqueda del diálogo intercultural, su reivindicación del principio esperanza y la utopía concreta, su profundo estudio sobre de las Casas y la «variante latina de la tolerancia», su «rebaje» del optimismo ilustrado de Marx con el pesimismo de Leopardi…- Buey, decíamos, tiene un estilo claro, directo, analítico y profundamente participativo con el lector. En sus textos no cierra el pensamiento o los temas que en cada caso trate, sino que los abre y, en cada párrafo, va añadiendo una apertura más. Más que hacerte pensar, le sientes pensando y te descubres pensando con él. Es socrático sin recurrir a las directas preguntas socráticas…
No quiero alargarme más, quizás en un futuro podamos charlar más reposadamente sobre Francisco Fernández Buey. Pero si me lo permites, quisiera cederle un momento la palabra a este pensador que decía de sí mismo ser un comunista libertario:
Al respecto cito con frecuencia en mis libros una frase de Albert Einstein, otro de mis autores preferidos como científico y pensador, frase que pronunció con motivo del asesinato de Walther Rathenau por los primeros grupos de extrema derecha que luego acabarían en el nazismo, en la Alemania nazi. La cita de Einstein sostiene que «ser idealista cuando se vive en Babia no tiene ningún mérito, pero ser idealista oliendo el hedor de la mierda de este mundo sí tiene mérito» y como uno tiene bastantes años y ha conocido bastante la mierda del mundo este, pues me parece que vale la pena seguir siendo un idealista moral para el tiempo que a uno le queda .
Tomo nota de su ofrecimiento para hablar en su momento de Paco Fernández Buey. No se me olvidará. ¿Quiere añadir algo más?
Solo una cosa.
A Sacristán le importaba mucho preservar la tradición del movimiento emancipatorio, esto es, transmitir a las nuevas generaciones el conjunto de pensamientos y prácticas que, con sus aciertos y errores, se había ido formando a lo largo de la lucha por una humanidad reconciliada.
Pienso que en este punto se está produciendo un roto. El adanismo político del 15M es en mi opinión una muestra de la pérdida de la memoria, el conocimiento y la experiencia de la tradición emancipadora. En este sentido creo que todo lo que se haga por recordar y mantener vivo el pensamiento y la acción de personas como Manuel Sacristán es poco. Un intelectual y un comunista que iba en serio:
A mí el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa. Yo no estoy dispuesto a sustituir las palabras «verdadero»/»falso» por las palabras «válido»/»no válido», «coherente» /»incoherente», «consistente»/»inconsistente»; no. Para mí, las palabras buenas son «verdadero» y «falso», como en la lengua popular, como en la tradición de la ciencia. Igual en perogrullo y en nombre del pueblo que en Aristóteles. Los de válido / no válido son los intelectuales en este sentido, los que no van en serio.
Magnífica manera de finalizar la entrevista. Muchas gracias querida amiga. Añado, como colofón, una nota que usted ha escrito estos días pasados. En mi opinión, un buen complemento.
De acuerdo, gracias.
¿QUÉ ES ESA COSA LLAMADA «POLÍTICA MOLECULAR»?
Me pregunta mi amigo Daniel Jiménez Schlegl a qué me refiero con volver a la política molecular. Reparemos en que aquí hay dos cuestiones: una, la esencial, ¿qué es esa cosa que llamamos política molecular?; dos, la utilización del verbo «volver» implica que fue abandonada y que es necesario retornar a ella.
Veamos.
Las revoluciones burguesas tuvieron dos grandes ventajas a su favor: antes de tomar el poder político ya poseían el poder económico y ya habían penetrado y permeado en todo el cuerpo social con su concepción del mundo. Las hipotéticas revoluciones proletarias carecen de la primera ventaja: no solo no poseen el poder económico, sino que están sometidas a su férrea ley: la necesidad del proletariado de vender su fuerza de trabajo para subsistir al tener en sus manos los capitalistas los medios de producción. Esta carencia hace imprescindible la segunda «ventaja» que en su caso es condición sine qua non: la concepción socialista/comunista del mundo debe haber penetrado y permeado en todo el cuerpo social si pretende tomar el poder político para transformar la sociedad. Esto es lo que se llama hegemonía.
Sin embargo, carente tanto del poder económico, como del político, la concepción socialista/comunista del mundo tiene muy difícil alcanzar la dirección cultural y vital de la sociedad. Casi todo opera en su contra: desde el hecho básico de la necesidad de vender la fuerza de trabajo del obrero para subsistir hasta el dominio por parte del capital de la práctica totalidad de los medios de producción ideológica, pasando por la naturalización de unas relaciones sociales explotadoras, el dominio sobre las conciencias de los fetiches del dinero y la mercancía o los aparatos represivos del estado.
La lucha por la hegemonía, la construcción de un orden nuevo dentro del viejo, es pues complicada, trabajosa, sujeta a continuos retrocesos, siempre realizada en una clara situación de inferioridad. Solo dos circunstancia operan a su favor: una, objetiva: el carácter explotador y depredador del capitalismo; otra, subjetiva: el ansia de libertad y justicia de los de abajo, su aspiración a la utopía.
Es dentro de esa lucha por la hegemonía donde debe situarse la «política molecular» como una de sus herramientas imprescindibles para conquistarla. Pero ¿qué es esa cosa llamada política molecular?:
1º.- La política molecular parte de la base – remedando una afirmación gramsciana – de que todos somos políticos, de que la política debe ser una dimensión fundamental de nuestro ser y estar en el mundo, de que intervenir en la solución de los problemas de nuestra sociedad nos hace más humanos, más completos, de que la ética si no quiere ser letra muerta en lo privado debe dotarse de vida haciéndose pública y compartida con el otro.
2º.- La política molecular es micro política. Acostumbrados a ver la política como ejercicio en las alturas del Estado, olvidamos el campo de acción más cercano, nuestro aquí y ahora, nuestro ámbito diario de desarrollo existencial: el trabajo, la familia, los amigos, el barrio. Estas esferas, dentro de las que transcurre la mayor parte de nuestra existencia, también son políticas, en ellas también se dan estructuras de dominación, en ellas también se reproducen los tics ideológicos del poder, de la concepción del mundo que da por natural un sistema social basado en la explotación del hombre por el hombre. Es en estas esferas en donde también se deben sentar las bases de ese orden nuevo.
3º.- La política molecular exige una «conversión» que diría Manuel Sacristán. No podemos pretender crear un mundo nuevo si en nuestra existencia cotidiana mantenemos un estilo de vida viejo: competitivo, consumista, insolidario, egoísta, posesivo.
4º.- La política molecular es, pues, una praxeología del día a día, de la calle, del tú a tú, del nosotros aquí y ahora, de las reivindicaciones cercanas y concretas, de los de abajo, desde los de abajo, con los de abajo.
5º.- La política molecular crea lazos personales, anuda colectivos, genera movimientos, vincula organizaciones, fomenta solidaridades, favorece ayudas mutuas: construye pueblo, edifica un sujeto.
6º.- La política molecular no debe encerrarse en sí misma, obviar las cuestiones macro políticas, olvidar el problema del poder y del estado. Pero debe gritar bien alto que sin ella se podrá llegar al poder del gobierno, pero no al poder del estado; que sin ella cualquier poder transformador será absorbido por los de arriba o simplemente derrocado; que sin ella se reproducirán en los nuevos gobernantes los viejos poderes de siempre.
***
Pero ya nos estamos alargando demasiado. Concluyamos con una breve referencia a la segunda cuestión apuntada al comienzo de este hilo: volver, volver, volver…
Si hay que volver a la política molecular es porque como casi siempre la política transformadora se ha dejado fascinar por la macro política, por el brillo institucional, por el poder del estado, por las altas alturas, las moquetas y las poltronas, y ha abandonado el lento tejer de un tejido social progresista, el paciente cuidado de los movimientos contestatarios, el diario ser y estar codo a codo con los problemas del pueblo, la trabajosa creación de contrapoderes horizontales y de base, la praxis desde abajo, con los de abajo y para con los de abajo.
Y no olvidemos que si el árbol abandona el suelo, pierde su enraizamiento en la tierra, deja de estar en contacto con el humus que lo alimenta, se seca, se pudre y muere.
Primera parte de esta entrevista: Entrevista a Marisa del Campo Larramendi sobre Manuel Sacristán (I). «De Sacristán quiero destacar su compromiso político de militante comunista en pro de una humanidad emancipada» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=253843 .
Segunda: Entrevista a Marisa del Campo Larramendi sobre Manuel Sacristán (II). «Sacristán nunca quiso ser un académico al uso, sino un intelectual en el sentido gramsciano, orgánicamente ligado a los de abajo» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=254122.
Tercera parte: Entrevista a Marisa del Campo Larramendi sobre Manuel Sacristán (III). «Para Sacristán la política socialista de la ciencia debía inspirarse en el principio del mesotes, de la cordura, de la mesura». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=254384
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