Ceuta y Melilla son dos ciudades españolas lindantes con Marruecos. Separadas por dos vallas. Junto a ellas se hacinaban emigrantes. Hace unos días empezaron a saltarlas. Usando escaleras por ellos fabricadas. Oleadas de humanos buscando pasar de África a Europa. Al sueño de una vida mejor. Trabajo, pan, vivienda. Sobre todo esperanza. La respuesta española […]
Ceuta y Melilla son dos ciudades españolas lindantes con Marruecos. Separadas por dos vallas. Junto a ellas se hacinaban emigrantes. Hace unos días empezaron a saltarlas.
Usando escaleras por ellos fabricadas. Oleadas de humanos buscando pasar de África a Europa. Al sueño de una vida mejor. Trabajo, pan, vivienda. Sobre todo esperanza.
La respuesta española fue construir una tercera valla. Más alta. Reforzar con el Ejército la zona fronteriza. Reclamar a Marruecos que detuviera la avalancha de negros y moros.
Lo hizo Marruecos. El último intento de asalto acabó con seis emigrantes muertos. Una redada general. Apresaron a centenares, los subieron en buses, los botaron al desierto.
Médicos sin Frontera se dio cuenta del acto criminal. Lo denunció al mundo. El régimen marroquí echó pie atrás. Los recogió a todos. Sólo para enviarlos más lejos. Sin testigos.
Estremecedoras las imágenes. Choque en vivo, brutal, entre el mundo rico y el pobre. El uno cerrando puertas, elevando vallas. El otro forzándolas, tomándolas por asalto.
Gustan los europeos ir por el mundo a predicar de derechos humanos, libertad, igualdad. Reales esos derechos sólo para ellos. Los demás deben conformarse con oír la prédica.
Verlos detrás de una valla. Mientras policías pagados por Europa los muelen a palos.