El pasado domingo, 3 de febrero, volvió «Salvados», el programa conducido por Jordi Évole. No es siempre una maravilla; de acuerdo. La excelencia no acompaña cada fotograma de todas sus secciones; de acuerdo también. A veces, en el caso de algún invitado o de alguna consideración desinformación, es causa de un ligero rechazo; por supuesto. […]
El pasado domingo, 3 de febrero, volvió «Salvados», el programa conducido por Jordi Évole. No es siempre una maravilla; de acuerdo. La excelencia no acompaña cada fotograma de todas sus secciones; de acuerdo también. A veces, en el caso de algún invitado o de alguna consideración desinformación, es causa de un ligero rechazo; por supuesto. Pero, admitámoslo, comparado con el grueso de los programas televisivos, y sin ser muy estrictos en el análisis, la distancia puede medirse en décadas-luz o más bien en siglos.
Este pasado fin de semana tuvo el éxito que se merece. Fue la edición más vista del programa -4.300.000 espectadores, casi un 20% de cuota de pantalla- y la emisión no deportiva con más audiencia en la historia de La Sexta. Llegó a su máxima cuota -23,6%; 5.307.000 de espectadores- cuando se entrevistaba a un grupo de padres finlandeses y «españoles» residentes en Finlandia. Comentaban la gratuidad total de la enseñanza pública en el país nórdico (incluida la comida del mediodía) y el decisivo papel social de los impuestos, no mucho más elevados por cierto que en España (eso sí, con una diferencia esencial: no hay apenas fraude fiscal, y los defraudadores no son considerados precisamente héroes sociales). El programa generó 97.900 comentarios en Twitter [1] y refutó para siempre más una falsedad básica impresa en el ADN de muchos ejecutivos televisivos y personal afín: damos a la gente, a nuestos clientes dicen algunos, la bazofia que nos pide, no podemos hacer otra. Si fuera por nosotros programaríamos «Las uvas de la ira». ¡Qué cara doña Engracia!
El programa del domingo estuvo dedicado a la enseñanza, a la contrarreforma Wert. Al poco, el escenario cambió y nos trasladamos a Finlandia. Me centró en el desplazamiento.
Finlandia no está dirigida por un gobierno revolucionario ni siquiera de izquierda o centro izquierda. Lo contrario es más verdadero. En las últimas elecciones, el partido Coalición Nacional, un miembro de la coalición gobernante encabezada por el Partido del Centro, consiguió el mayor número de votos, el 20,4%. El Partido Socialdemócrata (alejados como todos ellos de la socialdemocracia clásica) obtuvo el 19,1%. El principal ganador fue el partido de derecha-derecha, Verdaderos Finlandeses. El nombre hace temblar. Obtuvo el 19% de los votos y sus escaños aumentaron de 5 a 39 (es en el tercer partido más importante en el parlamento). La Alianza de la Izquierda, algo así como nuestra IU, obtuvo 14 escaños; la Liga Verde 10; el Partido Popular 9 y la Liga Cristiana Democrática 6.
«Salvados», ese oasis de las televisiones públicas y privadas españolas («Singulars» de TV3 abona la misma senda, otros programas que desconozco probablemente también), puso el acento como decíamos en la educación y en Finlandia.
Mirando y escuchando sin prejuicios y sin posicionamientos favorables, no era difícil detectar gotas de neoliberalismo (más o menos controlado) en las intervenciones de algunos padres. Incluso el lenguaje apuntaba en esa dirección. Pero éste no es el punto; el punto es otro.
Según comentó una de las maestras entrevistas, que se expresaba en un castellano admirable, en Finlandia el 98% de la educación preuniversitaria es pública [2]. Sólo el 2% restante se imparte en centros privados y, evidentemente, no hay nada parecido a esta infamia político-económica que aquí se llama, en neta inconsistencia semántica, privada-concertada (¿La comisión europea no debería decir nada de unos negocios privados sostenidos con dinero del Estado? ¿No es eso, en su economicista lenguaje, competencia desleal?).
Las razones de la apuesta finlandesa por lo público fueron explicadas por varias de las personas entrevistadas. La educación pública, gratuita y de calidad contrastada, es un factor esencial para promover la equidad. Es justo y más que conveniente que en las escuelas convivan niños de diferentes orígenes sociales (¡En Finlandia sigue habiendo clases y luchas de clases!). Los niños de familias que se han visto obligadas a emigrar o han deseado hacerlo no son ninguna rémora sino más bien una riqueza.
Pues bien, vale la pena apuntar algunas comparaciones a propósito de esta importante presencia de lo público en el sistema educativo finlandés. Tomo la ciudad de Barcelona, no el entorno metropolitano, como ejemplo.
Los datos oficiales de matriculación del curso 2012-13 en la ciudad que dice ser «la millor botiga del món» fueron los siguientes:
ESO: Número de alumnos matriculados en institutos públicos: 18.899 (35,50%); en escuelas privadas concertadas: 33.354 (62,66%); en privadas sin concierto (Aula, por ejemplo, la escuela de los hijos de Mas): 977(1,83%).
En Infantil y Primaria la situación fue ésta: en escuelas públicas: 51.152 (41,60%). Escuelas concertadas: 68.366 (55,61%). Privadas: 2.707 (2,20%).
En total, dejando aparte bachilleres y ciclos: 176.175 alumnos. En escuelas o institutos públicos: 70.411 (39,97%); en la privada concertada: 101.720 (57,74%); privada sin conciertos: 4.044 (2,30%).
Un detalle significativo sobre dos barrios ricos y enriquecidos de Barcelona respecto a estudios de ESO: Sarriá-Sant Gervasi: Pública, 1.259 (13,06%). Privada: 8.383 (86,94%). ¡Casi 7 veces más!. Eixample (el Ensache barcelonés): Pública:1.614, 22,37%; Privada: 5.600, 77,63%. ¡Casi 4 veces más!
El mundo al revés, efectivamente. Alicia en el mundo de los privatizadores irresponsables, clasistas y segregacionistas. Además, y según sus propios criterios, son ineficaces. El fracaso escolar en España supera por término medio el 20% (algo más en algunas comunidades y fue mayor en años recientes). En Finlandia no existe, es una contradictio. ¿Fracaso escolar?
Eso sí, para redondear el cudrado: la cuantía del PIB dedicada a la educación en España se quiere situar en 2015 en el 3,9%, un punto menos respecto a hace tres o cuatro años (estaba en el 4,9%), una disminución del 20%. ¿A esto le llaman avance social? ¿Eso es amar un país? ¿Eso es pensar en las futuras generaciones? ¿Apoyar a los más desfavorecidos? Nos quieren contar cuentos terroríficos y, como nos enseñó León Felipe, nos los sabemos todos.
Notas:
[1] Datos tomados de El País, 5 de febrero de 2013, p. 53.
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.