Un filósofo joven y valiente vuelve a desenfundar la espada. El dragón al que se enfrenta es el relativismo moral. Tras haber combatido la religión1, en su nuevo libro «The Moral Landscape» (El paisaje moral), recientemente publicado en EEUU, se propone un objetivo más ambicioso. Sam Harris no pierde el tiempo con disquisiciones académicas. Él […]
Un filósofo joven y valiente vuelve a desenfundar la espada. El dragón al que se enfrenta es el relativismo moral. Tras haber combatido la religión1, en su nuevo libro «The Moral Landscape» (El paisaje moral), recientemente publicado en EEUU, se propone un objetivo más ambicioso.
Sam Harris no pierde el tiempo con disquisiciones académicas. Él sabe que no se trata de interpretar el mundo, sino de transformarlo, de luchar por un mundo mejor. Y a su juicio, en el fondo todos estamos de acuerdo en lo que significa «mejor». Él no cree en dios, pero parece creer en el Bien, con mayúsculas.
A Sam Harris le exasperan las actitudes políticamente correctas que llevan a justificar el uso del burka, o la ablación del clítoris, desde una actitud supuestamente tolerante, multicultural; y le resulta fácil hacernos partícipes de esa exasperación. Cuando Harris afirmó, durante el debate que siguió a una de sus conferencias, que mantener a la mitad de la población metida dentro de un saco, y amenazar con golpear y matar a quienes se negaran a ello, no parecía una buena estrategia para maximizar el bienestar humano, una persona asistente (mujer, y asesora del presidente Obama en materia de bioética) le respondió que eso era «sólo su opinión».
Harris niega que la moral sea sólo una cuestión de opinión. Para él, hay respuestas verdaderas y falsas a las preguntas morales, del mismo modo que hay respuestas verdaderas y falsas a las preguntas de física. Así pues, la moral entra dentro del ámbito de la ciencia. La ciencia nos puede ayudar en el empeño de lograr el máximo grado de bienestar para el máximo número de personas. La felicidad, el bienestar, no es fácil de definir, desde luego. Pero como explica el autor de forma muy gráfica, tampoco es fácil definir qué es la salud, y sin embargo todos los médicos saben a qué deben aspirar. Se puede argüir que no hay un consenso universal sobre los valores morales, sobre el bien y el mal. Ahora bien, ¿acaso el consenso científico es universal? Desde luego que no. Existen personas que se definen como científicos creacionistas y niegan la teoría de la evolución. Pero su discurso queda excluido del discurso científico, y no afecta en absoluto a la biología en cuanto ciencia. Del mismo modo, la existencia de los talibanes no debería afectar a la objetividad del discurso sobre el bien y el mal. Simplemente, los debemos ignorar.
Algunos dirán que afirmar tal cosa raya en el fascismo. El autor nos convence de que merece la pena reflexionar al respecto. Sam Harris sigue un razonamiento riguroso, pero su estilo es ameno y legible – al menos en inglés; ojala se publique una buena traducción al castellano que le haga justicia a su prosa.
Hay una sola cuestión que, tras acabar el libro, no le ha quedado del todo clara a quien esto suscribe. Harris usa con frecuencia la expresión «seres sensibles», (o «seres conscientes»), propia de los escritores budistas, concretamente cuando habla del sufrimiento y la felicidad. Rara vez hace alusión explícita a los animales (a los animales no humanos, para ser más precisos), pero evidentemente es a ellos a quienes tiene en mente. ¿Está Sam Harris preparando el terreno para dar un paso más en su recorrido filosófico? Después de machacar la religión y de convertir la ética en una ciencia más, ¿pretende ampliar la comunidad moral, incluyendo en ella a los animales? ¿Aspira a un nuevo humanismo que trascienda lo humano? Está por verse; para mí, sería una gran satisfacción que así fuera.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.