De la protagonista del día poco sabemos excepto dos cosas. La primera, que la sentencia le sale a devolver: la diferencia entre fianzas entregadas y castigo económico impuesto suponen un pellizco tipo botella de champán ante Doña Manolita
Hay días que vienen marcados en rojo en el santoral. El día de Santa Cristina de todas las instituciones llegó, como la primavera, despertando la fauna y flora ibérica, que nunca falta a la cita con su propio retrato en días señalados. El caso borbónico, el España-Malta judicial del siglo, dictaba sentencia y allí estábamos muchos, sentados ante el televisor, dándole al asunto niveles de audiencia ochentera, esperando la machada a las doce del mediodía, sin saber si abrir una lata de cerveza, meter palomitas en el microondas o sacar la bufanda. Y a decir verdad, sin demasiadas esperanzas en que el gol de Señor llegase. Y el gol de Señor, claro, nunca llegó. Se llama profecía autocumplida y tiene que ver con la resignación a que, digan lo que digan los discursos de Navidad, no todos somos iguales ante la ley. Aceptado esto como parte del pacto social, la absolución real resultó de lo más cómoda y previsible.
El mes de las rebajas se extendía hasta febrero en la Corte y los descuentos del 70 y 100% para Urdangarín y su despistada esposa, hacían que el abogado de la infanta levitase de alegría, explicó. Mientras, al abogado del socio Diego Torres se le quedaba cara de plebeyo a ras de suelo. Un resumen de la sentencia, señor Roca, preguntaba la nube de cámaras y micrófonos que rodeaban al hombre que, feliz, pasará a la historia por parir una Constitución y abortar una imputación. Roca, que si a duras penas podía mantener los pies en el suelo, imagínense la imaginación, respondía: «esto demuestra que todos somos iguales ante la ley». En ese preciso instante Isabel Pantoja rozó la lipotimia y Marhuenda, de guardia permanente en televisión -¿en qué momento dirige un periódico este hombre?- hacía la ola mientras sacaba la guillotina; no para los reyes, como dice la tradición, sino para el juez que osó manchar el santo apellido Borbón. Cinco minutos más de programa y exige prisión sin fianza para el juez Castro.
El Gobierno, con euforia contenida con dificultad, no comentaba las sentencias judiciales, explicaban, como ocurre tras cada Consejo de Ministros con reciente imputación de cargo amigo. Como en una de esas místicas conexiones entre hermanos gemelos, Monedero sintió durante un momento lo mismo que Isabel de Cantora. ¿No las comentan ni aunque el presidente Rajoy adelante las resoluciones con años de antelación? Hubiera sido genial si alguien hubiera preguntado eso a Íñigo Méndez de Vigo, más que nada por seguir con el espíritu de lipotimia que marcaba la jornada. La gestora del PSOE, a quien todo este jaleo le pilló diseñando el socialismo del futuro, tiró de libro de autoayuda antiguo y subrayado, para mostrarse encantada mediante alguna expresión que incluía el concepto de independencia judicial y adjetivos como ejemplar.
De la protagonista del día poco sabemos excepto dos cosas. La primera, que la sentencia le sale a devolver: la diferencia entre fianzas entregadas y castigo económico impuesto suponen un pellizco tipo botella de champán ante Doña Manolita. No deja de ser una gran noticia: si la cuenta hubiera salido en rojo, el pacto social también acepta que pusiéramos un bote entre todos con cargo a los próximos presupuestos generales. La segunda, que si la saga de los Borbones quiere tener un futuro asegurado, las mujeres de las futuras generaciones deberán hacerse responsables de sus actos y de lo que firman. Aunque los antecedentes familiares de incapacidad para entender la realidad que las rodea, sean tan fuertes que vienen sellados por sentencia judicial.
Fuente: http://ctxt.es/es/20170215/Firmas/11181/noos-infanta-cristina-urdangarin-Roca-juez-castro.htm