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Sastre y los intelectuales

Fuentes: Rebelión

Si queremos analizar la figura del intelectual en la producción literaria española de la segunda mitad del siglo XX, el nombre de Alfonso Sastre se nos hace ineludible. La importante labor de escritura de este autor madrileño afincado en Hondarribia, ha estado siempre llena de un gran compromiso con los valores del hombre nuevo socialista, […]

Si queremos analizar la figura del intelectual en la producción literaria española de la segunda mitad del siglo XX, el nombre de Alfonso Sastre se nos hace ineludible. La importante labor de escritura de este autor madrileño afincado en Hondarribia, ha estado siempre llena de un gran compromiso con los valores del hombre nuevo socialista, la libertad y la solidaridad. En este breve artículo trataremos de ver en qué consiste precisamente la figura del intelectual para el propio Alfonso Sastre, lo cual no será más que un acercamiento al propio autor a través de sus palabras.

Cuando analizamos la figura y la función del intelectual en una sociedad occidental, en seguida nos vienen a la cabeza las conferencias de Jean Paul Sartre en Japón (1965) tituladas «¿Qué es un intelectual?», «Función del intelectual» y «¿Es el escritor un intelectual?», recogidas en el volumen Plaidoyer pour les intellectuels (Gallimard, 1972), en ellas observamos que para Sartre el intelectual es ese hombre culto que «se mete donde no es llamado» y que normalmente procede de la pequeña burguesía; este hombre (o mujer), suele iniciar su carrera de intelectual al descubrir que no todos los hombres son iguales ante la vida, es decir, que existen clases diferenciadas y antagónicas en el seno de una misma sociedad, y que las clases superiores se valen de las inferiores para re-afirmar su dominio de clase. Ante este descubrimiento el intelectual tiene dos salidas: aceptar la ideología dominante y silenciarse (lo que también es una toma de partido y ha dado lugar frecuentemente a torres de marfil y a atalayas de opulencia); o ponerla en duda negándose a ser una pieza más al servicio de la ideología dominante. Si el escritor toma esta segundo camino, no está haciendo nada más que darse cuenta de los conflictos de clase existentes en el mundo real, en su propia sociedad, por lo que el intelectual siempre es el fruto de la sociedad que lo ha generado y es, precisamente, esta sociedad la que «tiene la culpa» de la propia existencia del intelectual, puesto que ella misma ha sido quien lo ha creado, abriéndole los ojos a las desigualdades que alberga. Para Sartre, la función del intelectual es difícil de explicar, dado que nadie ha designado al escritor para que desempeñe tal ejercicio, las clases dominantes harán lo posible (y lo imposible) para silenciarlo, censurarlo, comprarlo, ningunearlo, excluirlo…; y las clases más desfavorecidas difícilmente verán surgir al intelectual de sus propias filas, pues ya había advertido el escritor y filósofo francés que el intelectual surge de la pequeña burguesía , dentro de los «técnicos del saber práctico». No obstante, su función partiría del déchirement interior que sufre el escritor, y mediante unos movimientos posteriores de Vermittlung y de Aufhebung (por usar terminología hegeliana), lograría encontrar su «funcionalidad», a saber: descender, a partir de las herramientas que posee, peldaño a peldaño, hasta llegar a la clase proletaria, a la que le une el mismo enemigo: la clase dominante que distribuye la ideología hegemónica, el pensamiento único e unidireccional de arriba abajo, que trata de disgregar y alienar a las clases dominadas a partir de la lógica y de la retórica del discurso oficial.

Alfonso Sastre es consciente de que el verdadero intelectual es aquel hombre instalado en el sector terciario de la sociedad que muestra su compromiso con las clases más desfavorecidas del sistema, no obstante es consciente que, si quiere ver realizado en la praxis su andamiaje teórico, esto sólo lo puede hacer de la mano de las clases oprimidas y explotadas, con el horizonte fijado en la futura formación de una sociedad de hombres y mujeres libres.

De esta manera, las obras comprometidas de Sastre (La mordaza, Guillermo Tell tiene los ojos tristes, Askatasuna, El camarada oscuro o Análisis espectral de un comando al servicio de la Revolución Proletaria, por citar únicamente algunos ejemplos), podrían verse como la plasmación literaria del compromiso personal del autor, que usando su capital-saber -adquirido tanto por la vía de la educación en los valores de la clase dominante como con la experiencia real del día a día (en Madrid, en la cárcel, en Euskal Herria, en Cuba…) -, trata de desenmascarar las mentiras de la ideología dominante así como los desperdicios que la clase burguesa ha ido colocando en la mente proletaria: el héroe positivo, el culto a la personalidad, la altitud moral de la izquierda…, y que, en lugar de ayudar a la emancipación de las clases más desfavorecidas sólo sirven para aumentar el rol de sufridos perdedores que, desgraciadamente, ostenta la clase proletaria, con lo que se demuestra que no es más que una estrategia de las clases dominantes para paralizar la sociedad y estancarla en la distribución actual. Sastre, no obstante, es consciente de que sus propias finalidades: la emancipación del Hombre a través del saber, la verdad (debemos recordar la potencia revolucionaria que constituye Juan 8:32) y la lucha de clases, deben convertirse en las finalidades de las mujeres y los hombres de la sociedad, y, por ello, no duda en ceder su voz para ayudarnos a oír las palabras de los oprimidos.

Alfonso Sastre ha logrado superar el posible déchirement del intelectual conviviendo con los que sufren, gritando la verdad tanto ante la comprensión solidaria de los amigos como ante los sables y las fauces de los enemigos, mostrándonos la figura más clara y llana (Llaneza, muchacho…) del intelectual comprometido de la España en la segunda mitad del S. XX. Sastre abogó por la revolución y el compromiso cuando la mayoría optaron por la autocensura, el posibilismo o la adhesión a los engranajes de la clase dominante, nosotros debemos responder a su maravilloso ejemplo evitando que sus propias palabras en «Teatro de silencio» se vuelvan (dolorosamente) reales:

«Oh teatro mi amor

Esto que escribo no va a ninguna parte

Tampoco yo estoy en parte alguna

Pues paso y no me ven

Luego no existo»