“4.000 hombres y mujeres han muerto desde que la legión y los moros del rebelde Francisco Franco treparan por encima de los cuerpos de sus propios muertos para escalar las murallas”, escribió el cronista
Entre los días 14 y 15 de agosto de 1936, celebración religiosa de la Asunción de la Virgen en la iglesia católica que apoyó la sublevación militar en España, unos días como los de hoy de mucho calor en la provincia de Badajoz, se perpetró una de las mayores y atroces represiones llevadas a cabo por la llamada Columna de la Muerte del ejército faccioso en su avance desde el sur de España durante el llamado “verano sangriento”.
Al mando de ese ejército formado por legionarios y regulares marroquíes estaba el teniente coronel Juan Yagüe, que hace poco recuperó la calle de su nombre como general en la ciudad de Oviedo. La masacre la contó el periodista norteamericano Jay Allen (1900-1972) en una crónica para el diario Chicago Tribune: Slaugther 0f 4000 at Badajoz, City of horrors (Matanza de 4.000 en Badajoz, ciudad de los horrores), años después de haber sustituido en París como corresponsal a su amigo el escritor Ernest Hemingway.
Dos años antes de 1936 había sido trasladado a nuestro país al objeto de escribir sobre la reforma agraria en Andalucía y Extremadura. También informó Allen de la Revolución de Asturias que tuvo lugar en octubre de 1934. Su crónica de la represión en aquella región, publicada en el Chicago Daily News, fue motivo para que fuera detenido.
Ya durante la Guerra de España fue uno de los contados periodistas extranjeros que logró entrevistar al general Francisco Franco. La conversación se celebró en Tetúan, el 27 de julio de 1936, poco después del inicio del golpe militar. A la pregunta de Allen sobre cuánto tiempo se podría prolongar la situación ahora que el golpe había fracasado, el general felón replicó que no podía haber ningún acuerdo, ninguna tregua: Salvaré a España del marxismo a cualquier precio. ¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?, repreguntó el periodista. He dicho a cualquier precio, contestó el general.
No iba a tardar Allen en comprobar sobre el terreno la firme y brutal voluntad expresada por Franco. Apenas tres semanas después, el cronista norteamericano asistió a la masacre que tuvo lugar en Badajoz y que el corresponsal contó desde la vecina localidad portuguesa de Elvas. Fechada el 30 de agosto de 1936, la crónica fue valorada como una de las más importantes del periodismo de guerra. A su regreso a Estados Unidos, el impacto de aquellos hechos hizo que el periodista se volcara en ayudar desde allí a la segunda República española.
Recordemos siempre lo vivido por quienes lo contaron para que jamás ocupe la barbarie crónicas como la de este fragmento de la de Jay Allen:
“Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo de cuerpo y alma, en el hediondo patio de la Pensión Central, en una de las tortuosas calles blancas de esta empinada ciudad fortificada. Nunca más encontraré la Pensión Central y nunca querré hacerlo. Vengo de Badajoz, a algunas millas de aquí, en España. Subí a la azotea para mirar atrás. Vi fuego. Están quemando cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que la legión y los moros del rebelde Francisco Franco treparan por encima de los cuerpos de sus propios muertos para escalar las murallas tantas veces empapadas de sangre. Intenté dormir. Pero no se puede dormir en una sucia e incómoda cama en una habitación que está a una temperatura similar a la de un baño turco, donde los mosquitos y los chinches te atormentan igual que los recuerdos de lo que has visto, con el olor a sangre en tu propio cabello y una mujer sollozando en la habitación de al lado”
“Miles fueron asesinados sanguinariamente después de la caída de la ciudad. Desde entonces, de 50 a 100 personas eran ejecutadas cada día. Los moros y legionarios están saqueando. Pero lo más negro de todo: la “policía internacional” portuguesa está devolviendo gran número de gente y cientos de refugiados republicanos hacia una muerte certera por las descargas de las cuadrillas rebeldes (.) Aquí [en la plaza de la catedral] ayer hubo un ceremonial y simbólico tiroteo. Siete líderes republicanos del Frente Popular fueron fusilados ante 3000 personas (.) Todas las demás tiendas parecían haber sido destruidas. Los conquistadores saquearon según llegaron. Toda esta semana los portugueses han comprado relojes y joyería en Badajoz prácticamente por nada (.) los que buscaron refugio en la torre de Espantaperros [torre medieval de Badajoz] fueron quemados y fusilados.”
“De pronto vimos a dos falangistas detener a un muchacho vestido con ropa de trabajo. Mientras le agarran, un tercero le echa atrás la camisa; descubriendo su hombro derecho se podían ver las señales negras y azules de la culata del rifle. Aun después de una semana se sigue viendo. El informe era desfavorable. A la plaza de toros fui con él. Fuimos entre vallas al ruedo en cuestión (.) Esta noche llegará el pienso para el “show” de mañana. Filas de hombres, brazos en aire. Eran jóvenes, en su mayoría campesinos, mecánicos con monos. Están en capilla. A las cuatro de la mañana les vuelven a llevar al ruedo por la puerta por donde se inicia el “paseíllo”. Hay ametralladoras esperándoles. Después de la primera noche se creía que la sangre llegaba a un palmo por encima del suelo. No lo dudo, 1800 hombres- había mujeres también- fueron abatidos allí en doce horas. Hay más sangre de la que uno pueda imaginar en 1800 cuerpos.”
“Volvimos al pueblo pasando por la magnífica escuela e instituto sanitario de la República. Los hombres que los construyeron están muertos, fusilados como ‘negros’ porque trataron de defenderlos. Pasamos una esquina, ‘hasta ayer había aquí un gran charco de sangre renegrida’, dijeron mis amigos. ‘Todos los militares leales a la República fueron ejecutados aquí, y sus cuerpos se dejaron durante días a modo de ejemplo’. Les dijeron que salieran, así pues, dejaron sus casas precipitadamente para felicitar a los conquistadores y fueron fusilados allí mismo, y sus casas saqueadas. Los moros no tenían favoritos.”