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Sobre el gran poeta salvadoreño

Se publica en España El turno del ofendido, de Roque Dalton

Fuentes: Rebelión

Hasta hace bien poco, los lectores que desde España queríamos abismarnos en la obra del poeta revolucionario Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975) no teníamos más remedio que acudir a la edición que de sus obras completas iban editando poco a poco los jesuitas de Centroamérica a través de la UCA (la Universidad Centroamericana de San […]

Hasta hace bien poco, los lectores que desde España queríamos abismarnos en la obra del poeta revolucionario Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975) no teníamos más remedio que acudir a la edición que de sus obras completas iban editando poco a poco los jesuitas de Centroamérica a través de la UCA (la Universidad Centroamericana de San Salvador). Al margen de la muy limitada antología que Mario Benedetti preparó en el año 2000 para la editorial española Visor y de aquella que la gente de Txalaparta (con la coordinación de Juan Carlos Berrio) publicó en 1995, apenas poco más de Dalton podíamos encontrar en nuestro país. Sin embargo, hoy celebramos que los incansables editores de Baile del Sol se encuentren en camino de publicar, por fin en España, la totalidad de los libros de este formidable poeta salvadoreño. La editorial canaria ha dado ya a la luz – en una colección propia bajo el título de «Biblioteca Roque Dalton» – La ventana en el rostro, Taberna y otros lugares, Un libro rojo para Lenin, Miguel Mármol, Los testimonios, Poemas clandestinos y, con este volumen que el lector ya tiene entre las manos, El turno del ofendido.

Considero, sin duda, a Dalton el mejor poeta que diera Centroamérica en la segunda mitad del siglo XX, a la altura de otros poetas políticos de la región, como Ernesto Cardenal. El mismo Roque había afirmado, antes que lo mataran, que «deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño» : de su «Pulgarcito» (así se conoce a su pequeño país, El Salvador) hubo de exiliarse Dalton, en varias ocasiones, a razón de su decidida militancia política; y en su «Pulgarcito» conoció un par de veces la prisión política (e n una de ellas se salvaría de la cárcel cuando -tal como recuerda Eraclio Zepeda- un oportuno terremoto hizo caer las paredes de la prisión: Dalton pasó por encima de los escombros y quedó libre). En el Pulgarcito de América, en fin, hubo de encontrar su polémica muerte (esa «muerte monstruosa», tal como la juzgó Julio Cortázar): Roque Dalton, que participa activamente en las luchas de la guerrilla de izquierda, es asesinado en mayo de 1975, en confusas circunstancias que todavía hoy, en El Salvador, constituyen motivo para una grave polémica.

Poeta vitalista, sarcástico y sumamente divertido, la poesía de Dalton es -como él- encarnizada, audaz y pendenciera («honda y jodona», la llamó Eduardo Galeano). Desenfadados, mordaces en extremo, comprometidos contra todo descanso con la suerte del pueblo y con aquellos que malviven en las cunetas de la Historia, sus poemas llevan tatuados por todas sus partes el dolor de Centroamérica y el sueño posible de una Revolución que haría de él, de Dalton, un «poeta mártir» cuya obra sigue siendo inasimililable por los sectores sociales más inmovilistas de Centroamérica. Alzado contra la suerte que después lo convirtiera, en 1998, «Poeta Meritísimo» de la Asamblea Legislativa de su propio país, Dalton no dejaría de preguntar «a los poetas de aterradores bigotes, a los académicos polvorientos, y a los nuevos escritores asalariados»: «¿Para qué debe servir / la poesía revolucionaria? / ¿Para hacer poetas / o para hacer la revolución?»

En la poesía revolucionaria de Dalton -por fin editada en España- asoma la figura de un hombre fuertemente comprometido con su tiempo y con su pueblo: su «Poema de amor», dedicado a los sin-nombre de toda América Latina, sigue siendo hoy uno de los más impresionantes poemas que jamás haya escrito alguien en nuestro tiempo. Si es hora de volver a visitar sus poemas, lo es porque sin duda se nos mostrarán vivísimos para un presente como el nuestro, de fuerte injusticia social y tranquilizada inmovilización histórica: quizá el lector que se atreva a abismarse en los libros de Dalton encuentre también que la poesía, como el pan (así le gustaba a Roque compararla), es de todos: «en la sangre unánime / de los que luchan por la vida».

 

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El turno del ofendido

Roque Dalton escribe los poemas de El turno del ofendido, durante su exilio político en México y en Cuba, a lo largo de los años de 1961 y 1962. El libro (cuyos primeros versos podrían haber sido garabateados en la Penitenciaría Central de San Salvador) merecería en 1962 una mención en el Premio «Casa de las Américas», institución de la Cuba revolucionaria con la que Dalton mantendría desde entonces una estrecha relación, y sería publicado en La Habana. Los sucesos entonces se precipitan: en 1963 regresa a El Salvador y en 1964 es detenido de nuevo y encarcelado en la prisión de Cojutepeque, de la que escaparía más tarde en una rocambolesca fuga que le llevaría hasta Checoslovaquia. A ese «destierro dorado» en Praga debemos la pieza que juzgo mayor de toda la obra poética de Dalton (Taberna y otros lugares) y su primera investigación sobre Miguel Mármol y la insurrección comunista de 1932.

Es importante saber que El turno del ofendido se escribe a sólo cinco años de que Dalton fundara (junto a otros poetas de su generación: Otto René Castillo, Manlio Argueta, Roberto Armijo …) el Círculo Literario Universitario, espacio inicial de referencia para la renovación literaria y la rebelión política de la llamada «Generación Comprometida». Con la sombra viva y recordada de la lucha de Anastasio Aquino, estamos también a cinco años, tan sólo, de la publicación de Dos puños de tierra (1956), poemario escrito a cuatro manos con el poeta guatemalteco Otto René Castillo, quien -también más tarde activamente comprometido con las guerrillas centroamericanas- sería detenido y quemado vivo por las tropas gubernamentales de Méndez Montenegro.

Es importante saber también que El turno del ofendido se escribe a sólo cuatro años (1957) de que Dalton se afilie activamente al Partido Comunista Salvadoreño. Tiene, entonces, 22 años de edad y publica Mía junto a los pájaros (plaquette, San Salvador, 1957), La ventana en el rostro (México, 1961) y El mar (La Habana, 1962), libros primeros que su compañero de generación Tirso Canales [1] agruparía en una temprana etapa del poeta marcada por la renovación de los lenguajes y un fuerte tajo existencial.

Con estos precedentes, y sabiendo de la posterior emergencia de textos como Los testimonios (1964), Taberna y otros lugares (1969) o Un libro levemente odioso (cuyos poemas se escriben entre 1965 y 1971), la significación que El turno del ofendido tiene en la trayectoria poética de Roque Dalton debería ser juzgada con radicalidad y lejos todavía de ser (bienintencionadamente) deformada por el monumento de su martirio (que habrá de acaecer, todavía lejos, en 1975) [2] : en este libro que nos ocupa se desatan ya las tensiones fundamentales entre las que respirará su poesía entera. Y así, lejos de poder aceptar la separación que -para el total de la obra daltoniana- Rafael Lara estableció entre el «yo personal» y la «historia nacional» [3] , El turno del ofendido se nos aparece, más que como texto de transición, como libro de condensación clave para entender cabalmente esa «concreta verdad que -en palabras del propio Roque- repartí desde el fuego».

 

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El arranque

El libro se abre con un desconcertante despliegue de dedicatorias -de las que más abajo habremos de hablar- y, sobre todo, con un poema excepcional («Me habéis golpeado…») con el que el Ofendido reclama un turno de réplica, además de un silencio. En los meses inmediatamente anteriores, Dalton ha sido detenido y condenado a muerte en su país, ha sido recluido en la Penitenciaría Central de San Salvador (octubre de 1960), allí ha sido interrogado y golpeado, desde allí comienza un periplo amargo, «una miserable sucesión de prisiones y de palizas» (en palabras de Elena Poniatowska [4] ) que le acabarán abocando hacia el exilio político [5] . Creo que el acta potencial de nacimiento de El turno del ofendido podría remontarse, precisamente, a octubre de 1960, cuando Dalton -condenado por un tribunal salvadoreño a causa de su activismo revolucionario- hace un «juramento solemne: yo mismo me encargaría de proveer de materiales, en mi contra, al juez» .

El tono con el que arranca su canto este Dalton golpeado, encarcelado y perseguido pide, ahora, la «hora de su turno» y -con él- hará revisión de su inmediato historial íntimo, se solidarizará con todos los humillados y ofendidos de su tiempo, revolcará tierra abajo los iconos sagrados de un Orden Social humillante y hará causa política por la subversión de las cosas.

Visto así, El turno del ofendido se despliega en los dos movimientos básicos con los que Roque Dalton estructura el libro mismo: el de las «cicatrices» y el del «ojo de la llave». A pesar de que es en la primera de estas dos partes donde con mayor severidad respira el corazón de un hombre, será en su segunda sección (mucho más extensa) donde El turno del ofendido logra condensar las tensiones más radicales de la palabra de Dalton. Sólo desde esta apreciación merecería leerse -antes que todo- el poema con el que precisamente se cierra el volumen, ese «Yo quería» totalizante y vital que bien podría enunciarse como texto de cabecera para la poética daltoniana, si bien su autor prefirió pronunciarlo («puerta cerrada / de la poesía») a modo de coda y de cierre.

 

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Las cicatrices

«Y por eso me dieron la espalda y me llamaron: el escrutador -confiesa-, el más apto para ser odiado». «Las cicatrices», sección primera de El turno del ofendido, rastrean las huellas decisivas de un diario espiritual agujereado por los incendios, de una biografía particular que se ha ido marcando en las heridas del cuerpo [6] . Son las señales que tanto la vida como la Policía Nacional salvadoreñas (la segunda, más que especialista en marchacar comunistas) han ido registrándose en el rostro de un hombre -aquél que más tarde reconocería, en un poema memorable [7] , «no haber sido siempre tan feo»: su fractura en la nariz, la pedrada en el ojo derecho, su quijada rota. Cicatrices en el rostro de Dalton que después desaparecerían: tal como nos cuenta Huezo Mixco [8] , antes de ingresar a la lucha armada y de regresar definitivamente a El Salvador (allí encontrará su muerte), Dalton es sometido a una intervención estética facial a cargo justo del mismo equipo médico que prepararía el ingreso de Ernesto Guevara a Bolivia (y allí encontrará su muerte).

Claribel Alegría [9] se refirió en una ocasión a Dalton como alguien que llevaba marcada la muerte en su rostro. Las cicatrices del Escrutador, las del Ofendido… Rafael Lara habla en esos mismos términos cuando aborda la obra total de Dalton: «(…) en su palabra hay cicatrices; desgarraduras; contradicciones connaturales al hombre que fue» [10] . Y en términos de continua contradicción, Juan José Dalton (hijo del poeta) llega a enumerar algunas de ellas, «presentes desde su propio origen: madre humilde / padre rico; madre salvadoreña / padre estadounidense; hijo fuera del matrimonio / niño privilegiado; católico / comunista; intelectual / guerrillero; teórico / práctico» [11] .

Registrando con ellas -contradicciones y cicatrices- una suerte de catarsis personal, los poemas de la primera sección de El turno del ofendido parecen responder a propósitos semejantes a los que Dalton manejaría para su novela Pobrecito que era yo : « Mi novela deberá de ser irritante y catártica; buscando esa fiebre intensa provocada por el grito del curandero que sacará los males del cuerpo por el sudor y la orina y los del alma por la desesperación... » [12] . No estamos lejos de la «agitación de mociones interiores» de la gimnasia espiritual propuesta por Ignacio de Loiola (otro gran «escrutador») y que el mismo Dalton debió de conocer de sus años de estudiante en un externado jesuita. La pulsión nerviosa de su escritura («…pobre de mí / que soy marxista y me como las uñas…») se agrieta en esta suerte de diario espiritual, y que parece alargar – hasta el incendio – el proceso personal de un poema inmediatamente anterior («Referencia de pasos» [13] ), un poema significativamente encabezado por esta cita de Alberti: «Como casi todos los revolucionarios, yo me eduqué en un colegio jesuita: ahí se me vino abajo el cielo».

El origen espiritual del Ofendido sabrá rastrearse hasta ese escrutinio demoledor, señaladamente existencial, tras el cual el cielo no pudo quedarse intacto: «Sobrevino lo que ya estaba previsto desde la primera lágrima: mi pregunta / Pregunté a Dios por mis hermanos: y no sabía nada». Estamos en presencia del mismo combate espiritual que Camus mantendría con Dios al preguntarle, en las llanuras de un mundo ultrajado, por todos los humillados y por los ofendidos. La noche se ha vuelto a quedar sin caminos ni respuestas.

En una entrevista que posteriormente mantendría con Mario Benedetti, Dalton afirmará la pervivencia de «una pugna que existió en mi juventud entre conciencia revolucionaria y conciencia cristiana, resuelta (con una manera hasta un poco joyceana) en el centro de un colegio jesuita» [14] . Para autores como Melgar Brizuela estamos ante la conjunción más determinante de la semántica daltoniana: la «pugna» de Dalton habría sido resuelta «por la vía (crucis) de su cristianismo [y habría quedado] extendida, desigual y combinadamente, a lo largo de su obra» [15] . Concebida así como lugar para un mestizaje «entre Roque marxista y Roque cristiano» (seguimos aquí leyendo a Melgar Brizuela), no es tanto que el cristiano social [16] se volviera leninista, como que «creó una amalgama muy cercana a la Teología de la Liberación». Amalgama que después se sobreexpondría en la suerte misma de las publicaciones de la obra completa de Dalton, a cargo desde 1976 (un año después de su asesinato) de las plataformas editoriales de la Universidad José Simeón Cañas (la UCA), espacio de referencia para el activismo progresista de la Compañía de Jesús y lugar donde más tarde sería asesinado el jesuita Ellacuría por la misma derecha paramilitar que, también en El Salvador, abatiría a tiros al sacerdote Rutilio Grande y al arzobispo Óscar Romero [17] . En todo caso – y aunque Ernesto Cardenal recuerde a Dalton orando en su celda de Cojutepeque-, seguirá siendo en Los hongos (escrito entre 1966 y 1971) donde Roque Dalton expondrá de manera contundente, como «síntesis problemática», la doble herejía (tanto para el marxismo ortodoxo como para la instituciones eclesiales más conservadoras) del diálogo entre cristianismo y revolución [18] , la misma doble herejía que le llevaría a cantar al «Che Jesucristo» y al «Cristo Guevara» [19] .

El mestizaje entre cristianismo comunista y marxismo-leninismo [20] bien podría reflejarse en esa otra amalgama tremenda, tan advertida en el pensamiento de Dalton y hasta autorreconocida, de hecho, por él mismo: la que combina, con desiguales marcas de escritura, al pequeño burgués y al agente revolucionario. Los poemas que recorren la primera parte de El turno del ofendido retomarían, así vistos, dicha tensión y «Las cicatrices» apuntarían, de nuevo, a las señales dejadas en el combate de Dalton por su propia vida como burgués.

Para entender esto resultan esclarecedoras las declaraciones que el propio Dalton hiciera en un pasaje que considero crucial: « Los largos años en el colegio jesuita, el desarrollo de mi primera juventud en el seno de la chata burguesía salvadoreña, el apegamiento a formas de vida irresponsables, alejadas con santo horror del sacrificio o de los problemas esenciales de la época, han dejado en mí sus marcas, las cicatrices que aún ahora duelen». Y en otro lugar, todavía más sorprendente para quienes han construido sobre Dalton un mito inamovible para el mausoleo del martirio, continúa: «De un análisis serio de mi propia obra poética que es la que considero más representativa, la que más me expresa puedo decir que aún priva sobre el punto de vista del comunista que ahora soy, la actitud del burgués que antes fui; sobre las intenciones del comunista, los resultados de raíz burguesa» [21] .

 

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El ojo de la llave

El Ofendido, que en la primera sección del poemario se había declarado a sí mismo como «el Escrutador», continuará haciendo uso de su turno -de su réplica- a través de un medio poderoso: lo que la mirada y su escrutinio son capaces de denunciar. A través de ese ojo («Yo veo» se titula el primer poema de esta sección), Dalton desvelará con una mirada disruptiva las tres cosas que habría de nombrar con dignidad un hombre justo antes de ser abatido a tiros por los defensores del sistema: «grítese un viva al pueblo límpido cuando los guardias tomen puntería / recuérdense los ojos de los niños / el nombre de la única que existe» (de su poema «El arte de morir»), esto es, la causa de la revolución, la solidaridad con los otros ofendidos, y el amor.

«Por el ojo de la llave», la definitiva y más extensa de las secciones de El turno del ofendido, revalida la afirmación de Miguel Ángel Asturias de que «el poeta es una actitud moral» (consideración que el mismo Dalton acabaría haciendo suya, sin dejar de criticar duramente a Asturias por haber aceptado ser embajador de la dictadura en Guatemala). Es en este punto donde tal actitud se activa tentacularmente por los poemas de nuestro libro, convirtiéndolo en un texto clave para adentrarse en el mundo tensionado, revolucionario y vitalista del Dalton poeta, y en el que lectores como Benedetti han creído encontrar (refiriéndose al poema «Alta hora de la noche») el que probablemente sea «el punto más alto de su obra» [22] .

Para entender con rigor suficiente lo que este libro y, particularmente, esta sección segunda del volumen significan, creo que no hemos de desatender un texto ensayístico que, editado por Dalton en la Cuba de 1963, es concebido prácticamente por la misma época en la que El turno del ofendido está siendo publicado. Me refiero a «Poesía y militancia en América Latina», y del que extraigo el siguiente fragmento: «Yo vengo diciendo desde hace algún tiempo que el gran poeta de hoy debe tener para construir su obra dos puntos de partida necesarios: el profundo conocimiento de la vida y su propia libertad imaginativa. Así, deberá haber vivido intensamente, en el centro de lo humano y la naturaleza, haber descendido a las terribles concavidades del fuego interno y ascendido a los esplendorosos dramas populares, haber sido testigo de la desnudez de los insectos y de las catástrofes de la orografía (…) Y ya que hablamos de la temática, he de agregar que en este terreno tengo un viejo postulado, al que considero lleno de honestidad: todo lo que cabe en la vida cabe en la poesía. El poeta y por lo tanto el poeta comunista deberá expresar toda la vida: la lucha del proletariado, la belleza de las catedrales que nos dejó la Colonia española, la maravilla del acto sexual, los cuentos temblorosos que llenaron nuestra niñez, las profecías sobre el futuro feraz que nos anuncian los grandes símbolos del día» [23] .

Tras haber descendido a las terribles concavidades del fuego interno y haber ascendido a los esplendorosos dramas del pueblo , este profundo conocimiento de la vida (que en el poema homónimo «Por el ojo de la llave» confirma con su visión total la denuncia de una realidad social) encontrará en esta segunda parte del volumen las marcas de escritura y algunos de los mecanismos de construcción en los que la práctica poética de Dalton incurrirá a lo largo ya de toda su obra. Me refiero a la sucesión acumulativa de sintagmas nominales repletos de ritmo (véanse poemas como «La huída», «Por el ojo de la llave» o «Incongruencias»), las preferencias anafóricas («Asesinado en la calle», «María Quezalapa», «México» o «Karl Marx»), el uso continuado de la dicción irónica y del humor más heterodoxo (esa «pedagogía de la risa» de la que hablarían Beverly y Zimmerman [24] , esa «puntería humorística» que destacará Mario Benedetti [25] , presentes ambas en «Lo que me dijo un anarquista adolescente» o en «El General Martínez» [26] ), el acercamiento a la greguería (excepcional en el primer verso de «Sobre las campanas») y a la imagen surreal (léase «Pianista al borde de un carretera rural»), la sensibilidad erótica («La lección», «Te amo», «Desnuda»…), los finales rotundos y sorprendentes (destacable el del «Órgano de San José»), una atrevida construcción libertaria de la composición (bien alejada respecto al género del panfleto), la ausencia de miedo por el feísmo (del que «Las feas palabras» es toda una proclama [27] ), la recurrencia al collage [28] y -en definitiva- la reivindicación de lo imaginativo como campo de minas para el poema. Más vallejianas que nerudianas, y desde luego coherentes con el proyecto político daltoniano, todas estas opciones responden a la necesidad (Rafael Dueñas la ha expresado con contundencia al hablar de la escritura de Dalton) de » abandonar las lepras lingüísticas de la poesía canónica que nada más tiene como objetivo hacer más profunda la desfiguración del rostro del sujeto social salvadoreño» [29] .

En esta tarea de re-figuración, de restauración subversiva del rostro de nuestra realidad colectiva, los poemas de «En el ojo de la llave» condensan ya el proyecto formidablemente iconoclasta que respira en la dicción de Dalton. Profundamente antiinstitucional y por ello incómodo para cualquier estructura acomodaticia (sea el Partido, la burguesía nacional, o la Iglesia Católica), Dalton cuestiona desde abajo los iconos inmovilistas que salvaguardan un Orden Social productor de víctimas y ofendidos. Lo hace al pedir al Papado que se conmueva «antes de morir e ir al cielo» («El Papa»), lo hace al exigirle más sedición al amor cristiano («Cristo»), lo hace al denunciar el criminal anticomunismo de la burocracia nacional («Los burócratas»), lo hace al escupir sobre la tumba de los héroes patrios («Soldado desconocido»), lo hace al denunciar la hipocresía barrigona de los intelectuales orgánicos («Los sabios»), lo hace al recordar la traición de los zelotas airados («Dos guerrilleros griegos»), lo hace al presentar las bubas de los santificados héroes de la Colonización («El Santo Hernán»), lo hace al recordar la halitosis de los primeros Próceres de la Patria («José Matías Delgado»), lo hace al denunciar el corporativismo de los Más Que Bien Asentados («La aristocracia»), lo hace al imaginar una más útil función para los curas («Lo que me dijo un anarquista adolescente»), lo hace al provocar con su risa a los Bien-Pensantes («Los escandalizados»), y lo hace al rememorar las grandes obras inmobiliarias y genocidas de nuestros Presidentes («El General Martínez»). El incendio heterodoxo de Dalton parece arrasarlo todo, incluso años antes de que llegue a una definitiva (además de trágica y proféticamente irónica) conclusión: «la única organización pura que / va quedando en el mundo de los hombres / es la guerrilla» [30] .

Sin embargo, al margen de la perversidad que Dalton hace planear sobre las instituciones, hay un tajo profundo de ternura que le llevará a poner el corazón cerca de los Ofendidos. Son los «laberintos de mi ternura» que ya había enunciado en el primer poema del libro, y el amor hacia quienes son, «como yo, sectarios de la ternura» (en el poema «La ingratitud»). Son tiernas, así, las aproximaciones de los poemas que, en este libro, abordan las rutinas de la vida cotidiana sobre el contexto de la represión política y una fuerte injusticia social («El vecino», «Mecanógrafo», «Carpintero en el taller»). Son tiernas, así, las reivindicaciones vitalistas del asombro («Los consejos»), o de la risa depositada por encima del espanto («Triunfador solitario»), o del amor primero («María Tecún»), o de la nostalgia por El Salvador (país, como el propio Dalton, que parece «un crucifijo en llamas / que no termina nunca de quemarse», en el poema «Insomnio»). Y son tiernas sus adhesiones al resto de los humillados y los ofendidos, bien presentes en todo el poemario: el desquiciado de «Lo que me dijo un loco», la anciana encorvada de «Vieja con niño», los niños desesperados de «El dulce hogar», el comunista encarcelado de «El vecino», el cuerpo muerto de «Asesinado en la calle», la ajada mujer en la calle de «Marlene, la prostituta», los encarcelados imprecadores por el amor en «Mecanógrafo», el trabajador vencido de «Obrero entrando a su cuarto», los amigos fallecidos de «Tres muertos» (esos muertos indóciles que se nos van haciendo mayoría), el irlandés bebedor en «Epitafio» y todos esos nosotros que – en «Palabras frente al mar» – se reconocen como «los descalzos y los desollados». Para eso se moviliza la palabra que quema.

Los poetas que, contra todo consenso – y ya para otros tiempos y latitudes distintos a los de Dalton – , queremos profundizar en la vocación subversiva de la palabra poética, no podríamos ni por un momento obviar la pregunta que Roque plantea en el último de los versos de su poema «Arte poética»: «¿Para quién deberá ser la voz del poeta?». Hay una respuesta, honesta y profundamente creíble, en el poema que cierra El turno del ofendido. Hermosamente la misma que contuvo ese momento en el que Dalton pidió perdón a la poesía por haberla hecho comprender que no está hecha sólo de palabras. También la hubo en un memorable poema anterior («¿Por qué escribimos?» [31] ) publicado en La ventana en el rostro. Y también en estas palabras que Dalton, el poeta revolucionario del Pulgarcito de América, quiso dictarnos:

«La imaginación hace que la realidad se vea enriquecida y en esas circunstancias su expresión debe ser en alguna medida más valiosa para los hombres, a que no solamente les otorga un conocimiento primario de lo real que podría bastar para su lucha por la libertad sino que los pone en contacto con los aspectos verdaderamente trascendentes de esa realidad. Aquí cabría apuntar además la función de «hacer mejor al hombre y la naturaleza» que tienen el arte y la literatura» [32] .  

 

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Los nombres que rodean al ofendido

Un último elemento que sorprenderá en El turno del ofendido (aunque circunstancia que se repite en otros poemarios de Dalton) es la concurrencia de numerosos nombres propios cuya identificación resulta esclarecedora para la comprensión de algunos de los pasajes en los que aparecen. Pensando concretamente en la lejanía que los lectores españoles podemos llegar a sentir ante la aparición de estos rostros concretos, y aun declarándome ahora incapaz de haber podido identificar a cinco de ellos, este prólogo deberá cerrarse con la consignación de los hombres y mujeres con los que el Ofendido quiso explícitamente rodearse en sus poemas:

«Dedicatorias». Winnall (Winaldo) Agustín Dalton, el padre de Roque, fue un rico tejano de la frontera que tuvo en el castellano su segunda lengua y que no quiso darle a su hijo ni su propio apellido (el nacimiento de Roque fue inscrito bajo el nombre de «Roque Antonio García», el mismo nombre que 40 años después aparecería en el documento de defunción del poeta).

Miguel Mármol fue uno de los fundadores del Partido Comunista Salvadoreño y participó en la insurrección comunista de 1932, en cuya represión posterior 40.000 compatriotas indígenas fueron asesinados por el ejército, además de fusilados sus compañeros Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mario Zapata. «Fusilado y gozando de buena salud»: durante la represión, Mármol escapó milagrosamente del paredón de fusilamiento en el cantón El Matasano de Soyapango, y de allí logró salir herido de entre sus compañeros muertos. La masacre del 32 sería considerada por Dalton como «el hecho político-social más importante en lo que va de siglo en nuestro país». Sobre esta figura histórica, a la que conoció personalmente en la Praga de 1966, Dalton escribió una monumental monografía editada en 1972 [33]

Elías Nandino (Jalisco, 1900-Guadalajara, 1993) fue un conocido poeta mexicano. Además de su labor como médico, Nandino apoyó a muchos jóvenes poetas (entre ellos, a Dalton) desde las revistas que fundó y dirigió.

Manuel Alemán Manzanares era el director general de la Policía Nacional en el San Salvador de 1960. Tras las presiones públicas por conocer el paradero de Roque Dalton (que había «desaparecido» desde finales de agosto y se le suponía preso y torturado), y a pesar de las previas declaraciones oficiales que juraban no tener a Dalton bajo custodia, Alemán Manzanares finalmente reconoció que había ordenado la detención del poeta, incluyendo fotografías que ilustraban la «evidencia»: un fusil calibre 22 y literatura marxista suficiente (incluyendo el libro Songoro Cosongo, del poeta cubano Nicolás Guillén). «Hizo el mayor elogio de mi vida, muy exagerado, a decir verdad»: Las mentiras que el 10 de octubre Alemán Manzanares tuvo que inventarse para justificar la condena de Roque convencieron a éste de que aún estaba muy lejos de ser «un verdadero revolucionario». Y por ello, a partir de entonces, «hice un juramento solemne: yo mismo me encargaría de proveer de materiales, en mi contra, al juez» [34] . Este juramento parece ser el «acta de partida» de El turno del ofendido. En palabras del General Manuel Alemán Manzanares, Roque Dalton era «un elemento de lo más peligrosísimo para la tranquilidad nacional; era un comunista de primera línea que vivía agitando a la masa obrera, campesina y estudiantil, practicando consignas que había recibido en cónclaves del otro lado de la cortina de hierro» [35] . Tras el juicio, Dalton sería conducido a la Penitenciaría Central y posteriormente liberado, junto a otros presos políticos, a raíz del derrocamiento del General Lemus, dictador del país. Regresaría después a los tribunales (como ofendido) para acusar a sus captores y denunciar las condiciones infrahumanas de la Penitenciaría Central, que sería demolida algunos meses más tarde.

«Arte Poética». El poema está dedicado a Raúl Castellanos, secretario general del Partido Comunista Salvadoreño a finales de los años 60.

«María». Difiero profundamente de la interpretación que, en clave erótica, hace Mario Benedetti [36] de este poema. Lejos de una amante dominical, esta María no es otra que María García Medrano, la madre de Roque. «Y era amiga de Dios»: Luis Melgar Brizuela redacta la siguiente consideración: «El poeta se mantuvo aún un par de años más [hasta los 20 años de edad] en la religión de su madre, Doña María, tan católica y tan dulcemente mestiza». De la religiosidad de María, uno de los hijos de Dalton (Juan José) nos deja este retrato (que hay que situar durante la prisión del poeta en la cárcel de Cojutepeque) [37] : » Días antes mi mamá María – como le decíamos a nuestra abuela paterna – nos había mantenido rezando frente a un altar de la Virgen de Guadalupe, «para que su papá regrese». Tenía ya varios días de haber sido capturado y desaparecido».

«Dos guerrilleros griegos». Nikos Kazantzakis (1883-1957), escritor griego, autor de La última tentación de Cristo y de Zorba el griego. En su novela Cristo de nuevo crucificado (1948) se plantea como interrogante la utilidad del sacrificio de una persona por el bien de una comunidad. En la aldea de Licovrisi, los habitantes del pueblo recrean cada año la pasión de Cristo y en esta ocasión la figura de Jesús es encarnada por el pastor Manolios (quien al final dará realmente su vida por la salvación del pueblo), mientras que el papel de Judas es representado por Panayotaros. Panayotaros el traidor: Panayotaros denunciará ante la oligarquía el bolchevismo rebelde del pastor Manolios, que será excomulgado por el Patriarcado y finalmente asesinado (en plena iglesia, un 25 de diciembre) en manos del propio Panayotaros: «(…) La muchedumbre, ebria al olor de la sangre, se echó como bestia sobre el cuerpo jadeante. Al incorporarse algunos tenían los labios ensangrentados. El viejo Ladas mordía con su boca desdentada la garganta de Manolios y se esforzaba por arrancarle un pedazo de carne. Panayotaros limpió el puñal en su cabellos rojos y untó con su sangre su jeta feroz gritando: ¡Tú me has desgarrado el corazón, Manolios; yo te he matado: estoy vengado!»

«El órgano de San José». El poema está dedicado al abogado Luis Domínguez Parada, compañero de adolescencia de Roque Dalton en el Colegio Externado de San José (y allí, el órgano), donde ambos acabaron estudios con la promoción de 1952.

«José Matías Delgado» (San Salvador, 1767-1832) fue un cura católico salvadoreño recordado como «Padre de la Patria Salvadoreña» y héroe nacional y de la Federación Centroamericana. En su texto «La clase obrera y el cura José Matías», Dalton escribe: » El 5 de noviembre de 1821, el cura José Matías Delgado pegó un grito y se puso a sonar campanazos en la Iglesia de la Merced, en la ciudad de San Salvador. Todas las gentes de la ciudad que valían la pena dijeron que era un loco a quien había que ponerlo en su lugar, para que no siguiera con sus bullas; lo único que estaba consiguiendo era desprestigiar al país ante nuestro meros amos del Noroeste y el resto del mundo civilizado, que qué iban a pensar de nosotros en Madrid, con esas calumnias que regaba el mentado cura, diciendo que había injusticias y subyugación en toda la provincia. Las viejas ricas cloquearon entre sus collares y sus bigotes. «Cura narizón que lo que debiera es limitarse a enseñar el Rosario y dar sus misas cantadas y preparar a los niños y a los criados en la Doctrina y predicar sobre el Santo Matrimonio – dijeron – no andar ái de candil de la calle metido a Redentor Puñetero» (…) El padre José Matías no era lo que se llamaba entonces un hombre del pueblo y más bien pertenecía a lo que hoy llamaríamos las clases explotadoras o por lo menos las clases que, teniendo las condiciones para ser plenamente explotadoras, eran sin embargo explotadoras por España y necesitaban sacudirse a la Madre Patria del lomo para explotarnos mejor». Y en otro texto memorable («Formularios: Hoja nº 2») confiesa: «Todo el mundo sabe que siempre odié a la gran mayoría de los próceres. José Matías Delgado (…) siempre me hace pensar en el catarro y en el mal aliento eclesiástico, ya lo dije en un poema» (Fragmentos de Las historias prohibidas del Pulgarcito, 1974 [38] ).

«El General Martínez» es Maximiliano Hernández Martínez (1882-1966), presidente «teósofo» de El Salvador entre 1932 y 1944. Fue durante su mandato que se produjo la matanza de decenas de miles de indígenas tras la insurrección del 32. A él le dedica Roque Dalton algunas páginas en Las historias prohibidas del Pulgarcito, citando algunas de las perlas que en vida pronunció el Presidente: «Es bueno que los niños anden descalzos; así reciben mejores los efluvios benéficos del planeta, las vibraciones de la tierra: las plantas y los animales no usan zapatos»; «Es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir se reencarna, mientras la hormiga muere definitivamente»; o «Yo soy Dios en El Salvador» (respuesta al Arzobispo de San Salvador cuando éste le pidió en nombre de Dios el cese de las ejecuciones de los revolucionarios de abril de 1944). [39] Hernández Martínez fue asesinado en 1966, en Honduras, a manos de su motorista.

«A Manuel José Arce» está dedicado al General Manuel José de Arce y Fagoaga (San Salvador, 1787-1847), prócer salvadoreño y primer Presidente de las Provincias Unidas de Centroamérica, entre 1825 y 1829. Fue el creador (en mayo de 1824, cuando era miembro del triunvirato ejecutivo centroamericano) de las milicias nacionales salvadoreñas, germen del ejército profesional.

«Tres muertos». Sólo he sido capaz de localizar al segundo de estos tres muertos: «Óscar, Armando, René». Armando López Muñoz (1930-1960) fue un poeta salvadoreño asociado al Círculo Literario Universitario (donde conoció a su amigo Roque Dalton), que murió apuñalado en una cantina de San Salvador el 1 de septiembre de 1960. En la novela de Dalton Pobrecito poeta que era yo puede leerse todo un capítulo (el VI) entresacado de los diarios de vida (propios de «un lúcido y renegado bohemio») de Armando López Muñoz. [40]

«Los consejos» se dedican a Roberto Armijo (1937-1997), poeta salvadoreño vinculado al Círculo Literario Universitario, fundado en 1956 por Roque Dalton y otros escritores de la llamada «Generación Comprometida» (en Pobrecito poeta que era yo, el personaje de Roberto está construido parcialmente con la sombra de Armijo). En «La historia de otra gran injusticia» (París, 1975), Roberto Armijo escribe: «Roque Dalton ha muerto. El poeta, el revolucionario consecuente, el intelectual brillante y combativo, el hombre generoso y cordial, murió monstruosamente asesinado por un grupillo de desviados extremistas pequeño burgueses, que no encontraron otra forma de oponerse a su palabra enérgica y segura, que cortándole la vida… Un día vendrá en que los libros y poemas de Roque Dalton, serán leídos y cantados por la juventud salvadoreña… Sus asesinos, desde ahora están ya signados por la historia como cobardes asesinos de un poeta». Armijo llegaría a ser secretario de cultura del Comité Central del Partido Comunista Salvadoreño. Exiliado y representante en Francia del FMLN ( Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) , murió en París en 1997.

La «Postal a Manlio» se envía a Manlio Argueta, poeta salvadoreño de la misma edad que Dalton, con el que fundó el Círculo Literario Universitario. Tal como reseña Astaldur Astvaldson [41] , en una entrevista que le hiciera a Dalton el también poeta Mario Benedetti, éste le preguntó de cuál de los poetas salvadoreños se sentía más cerca, a lo que Dalton respondió: «Fundamentalmente, de Manlio Argueta. Es un poeta de mi edad, que por cierto se ha convertido últimamente en un novelista muy valioso. La poesía de Argueta está en una línea muy renovadora: es desenfadada, de gran amplitud temática». Manlio Argueta viajaría a formarse en las escuelas militares de la Unión Soviética.

«Palabras frente al mar» es un poema escrito junto al mar de Cuba, con la figura al fondo del poeta Roberto Fernández Retamar, director de la Casa de las Américas (institución dependiente del Ministerio cubano de la Cultura), con la que Dalton colaboraría activamente durante los años del exilio, y no sin fricciones con determinados sectores del Partido Comunista Cubano. Es ya famosa (y polémicas las interpretaciones que surgieron después de ella) la carta [42] que Dalton escribiría a Fernández Retamar, en julio de 1970, para anunciarle su renuncia al Comité de Colaboración de la Casa: Dalton ya está decidido a abandonar Cuba para integrarse en la lucha armada de El Salvador.
 

Notas

[1] Tirso Canales: «Cuatro etapas en la literatura de Roque Dalton», conferencia dictada en el IV Congreso Mundial de Poetas (Ateneo de Madrid, julio de 1983) y después publicada en Diario Co-Latino (San Salvador, El Salvador, 9-8-1997).

[2] Sobre los peligros de simplificar a Dalton desde su asesinato o desde su leyenda nos advierte James Iffland en «El desafío de Roque Dalton», en revista Sudestada nº 47 (Buenos Aires, Argentina, abril de 2006).

[3] Rafael Lara Martínez: introducción a En la humedad del secreto, antología de Roque Dalton (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador, 1994).

[4] Elena Poniatowska: «Roque Dalton», introducción a Un libro levemente odioso de Dalton (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1989).

[5] El 25 de enero de 1961, desde el cuartel San Carlos, un grupo de militares protagoniza un golpe de estado contra la Junta, en parte por la presencia en ella (sic) de «simpatizantes de Fidel Castro». Casi de inmediato, reprimen las protestas a lo largo y ancho del país. En la avenida de España, la Guardia Nacional y la Policía reprimen con violencia una manifestación civil, dejando un saldo de varios muertos y heridos. Roque Dalton es capturado, una vez más, y exiliado a México.

[6] Esto es ya rastreable en su libro anterior, La ventana en el rostro, que Mauricio de la Selva consideró «una especie de itinerario del poeta, un recorrido a través de experiencias que denotan los cambios sufridos por un hombre en marcha hacia la verdad» (M. de la Selva: prólogo a La ventana en el rostro, de Roque Dalton; UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1996).

[7] «No, no siempre fui tan feo», poema de Dalton incluido en Un libro levemente odioso (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1989).

[8] Miguel Huezo Mixco: «Cuando salí de La Habana: una historia prohibida de Roque Dalton», en revista Istmo nº 11 (Denison University, Ohio, julio-diciembre de 2005).

[9] Claribel Alegría: Luisa en el país de la realidad (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1997).

[10] Rafael Lara Martínez: contraportada de En la humedad del secreto, antología de Roque Dalton (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador, 1994).

[11] Juan José Dalton: «Roque Dalton, una mirada familiar sobre su vida y su obra», ponencia presentada en la Primera Conferencia de Cultura y Literatura Centroamericana (Universidad Estatal de Arizona, Phoenix, 8-10 de abril de 1999).

[12] Roque Dalton: Pobrecito que era yo (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1994).

[13] «Referencia de pasos» es un poema que Dalton incluyó, en 1961, en La ventana en el rostro (ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2003; con un prólogo de Mario Benedetti).

[14] Mario Benedetti: «Una hora con Roque Dalton», entrevista publicada en Marcha (México, febrero-marzo de 1969).

[15] Luis Melgar Brizuela: «A 20 años de su muerte, ¿releer a Dalton?», en revista Tendencias , nº 40 (San Salvador, El Salvador, mayo de 1995). Melgar Brizuela justifica la insistencia de Dalton ante Benedetti (sobre la resolución definitiva de su conciencia cristiana) a partir de la preocupación del salvadoreño por convencer sin fisura alguna, en la Cuba de entonces, acerca de su total adhesión al socialismo.

[16] Escribe el propio Dalton en Los hongos: «Comisionado por una revista universitaria de Chile, traté de hacerle una entrevista a este eminente pintor mexicano llamado Diego Rivera; estaba en Chile para el congreso de la cultura que se celebró en la capital chilena. Yo llegué, simplemente, a cumplir mi deber de hacerle una entrevista, pero ahí encontré al hombre en uno de sus malos momentos. Empezó a responderme cortésmente las preguntas, hasta que, no sé por qué, se le ocurrió preguntarme mi filiación política. Yo le dije que era social-cristiano. Entonces él me preguntó, con aquella manera exuberante que tenía, que cuántos años tenía yo. Yo le dije que 18 años. Entonces me preguntó que si yo había leído marxismo. Yo le dije que no. Entonces me dijo que tenía yo 18 años de ser un imbécil» (Ref.: En la humedad del secreto, antología de Roque Dalton; Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador, 1994).

[17] Historia paradójica la de los jesuitas salvadoreños, si tomamos como eje la vida del propio Roque Dalton: en nada se parecen los jesuitas aterradores del colegio externado de Dalton (en los años 40) a estos otros jesuitas que en los años 70 comienzan a publicar las obras de Roque y en los años 80 son abatidos a tiros por la derecha nacional salvadoreña. Por en medio, el Concilio Vaticano II, la «Congregación general 32» y, sobre todo, las Teologías de la Liberación latinoamericanas. Pero por en medio también, la pérdida de la fe -sin saberla hasta qué punto- de Roque Dalton. Creo que es de referencia releer, para este asunto, los poemas «Dos religiones» y «Un obrero salvadoreño piensa sobre el famoso caso del Externado de San José», que Dalton incluye en Poemas clandestinos.

[18] Esta cuestión ha sido magistralmente expuesta por Luis Alvarenga en su artículo «Lectura intertextual de Los Hongos», en revista Istmo nº 11 (Denison University, Ohio, julio-diciembre de 2005).

[19] Me estoy refiriendo al poema de Dalton (Jorge Cruz) «Credo del Che», publicado en Poemas clandestinos (ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2008). Por otra parte, Luis Alvarenga nos recuerda que, para Dalton, Jesucristo y Lenin habrían sido los dos únicos personajes de la historia que entendieron radicalmente la capacidad de la palabra por generar vida y libertad (L. Alvarenga: «Roque Dalton, intelectual integral, palabra integral», en Rebelión, edición del 17-6-2006).

[20] La asunción, por parte de Dalton, de las tesis leninistas y de la necesidad de la lucha armada, está magníficamente relatada por Néstor Kohan en su artículo «Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI», publicado en Rebelión (Madrid, 3-4-2007).

[21] Roque Dalton: «Poesía y militancia en América Latina», en Casa de las Américas, 3.20 (La Habana, Cuba, 1963).

[22] Mario Benedetti: «Roque Dalton, cada día más indócil», prólogo a Antología de Roque Dalton (Visor, Madrid, 2000).

[23] Roque Dalton: «Poesía y militancia en América Latina», en Casa de las Américas, 3.20 (La Habana, Cuba, 1963).

[24] John Beverly y Marc Zimmerman: Literature and Politics in the Central American Revolutions (University of Texas Press, Austin, 1990).

[25] Mario Benedetti: «Roque Dalton, cada día más indócil», prólogo a Antología de Roque Dalton (Visor, Madrid, 2000).

[26] El papel que desempeña en su obra el «humor desacralizante» de Dalton ha sido más que estudiado en diversas ocasiones, así que no insistiré aquí acerca de ello. Sólo queda recordar la confesión que el propio Roque incluyera en Los hongos : «Nunca logré contener la risa / Incluso creo que el resumen de mi vida podría ser ése: / nunca logré contener la risa».

[27] Escribe Dalton en esta época: «¿Y las formas «feístas» de la poesía, del Arte? -me preguntan de nuevo. Este no es un argumento válido contra la esencialidad bella de la poesía. En las llamadas formas «feístas» sucede o bien que la belleza está más oculta de lo que se acostumbra (por los medios no tradicionales con que se transmite) o bien que surge por contraste» (Roque Dalton: «Poesía y militancia en América Latina», en Casa de las Américas, 3.20; La Habana, Cuba, 1963).

[28] Sobre el collage de Dalton, Néstor Kohan ha señalado que no es de raigambre posmoderna, «pues su propuesta de lectura y escritura tiene ejes y contornos netamente definidos, habitualmente despreciados y vilipendiados por el llamado pensamiento débil. En primer lugar, la historia, especialmente la de América Latina, aunque también la de otras revoluciones antiimperialistas y anticapitalistas del mundo subdesarrollado. En segundo lugar, la ideología. En tercer lugar, el sujeto y, finalmente, en cuarto pero no en último lugar, la revolución. El collage de Dalton, repleto de retazos polifónicos, no tiene entonces nada que ver con la fragmentación entrecortada de un videoclip posmoderno, donde las partes coexisten yuxtapuestas sin un sentido articulador que las ordene y les otorgue una dirección» (Néstor Kohan: «Roque Dalton y Lenin leídos desde el siglo XXI», en Rebelión, Madrid, 3-4-2007).

[29] Rafael Dueñas: » Roque Dalton y la crítica al capitalismo estadounidense», en Literaturas.us (http://www.literatura.us/roque/ rafaeld.html)

[30] En su poema «Taberna», publicado en Taberna y otros lugares (ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2006).

[31] Así concluye este poema: «(…) Uno se va a morir, / mañana, / un año, / un mes sin pétalos dormidos; / disperso / va a quedar bajo la tierra / y vendrán nuevos hombres / pidiendo panoramas. // Preguntarán qué fuimos, quienes con llamas puras les antecedieron, / a quienes maldecir con el recuerdo. // Bien. / Eso hacemos: / custodiamos para ellos el tiempo que nos toca» (Roque Dalton: La ventana en el rostro; ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2003).

[32] Roque Dalton: «Poesía y militancia en América Latina», en Casa de las Américas, 3.20 (La Habana, Cuba, 1963).

[33] Roque Dalton: Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador (Ed. Baile del Sol, Tenerife, 2007).

[34] Citado por Manlio Argueta en su prólogo a la Poesía escogida de Roque Dalton (Editorial Universidad Centroamericana, San José de Costa Rica, 1983).

[35] Luis Melgar Brizuela: «La vida y obra de Roque Dalton»; ponencia en el IV Encuentro Cultural Latinoamericano «Roque Dalton» (San Salvador, 22 de julio de 1996).

[36] Mario Benedetti: «Roque Dalton, cada día más indócil», prólogo a Antología de Roque Dalton (Visor, Madrid, 2000).

[37] Juan José Dalton: «Roque Dalton, una mirada familiar sobre su vida y su obra», ponencia presentada en la Primera Conferencia de Cultura y Literatura Centroamericana (Universidad Estatal de Arizona, Phoenix, 8-10 de abril de 1999).

[38] Roque Dalton: Las historias prohibidas del Pulgarcito (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1988).

[39] Roque Dalton: «Filosofía para gobernar El Salvador por períodos no mayores (ni menores) de trece años», en Las historias prohibidas del Pulgarcito (UCA editores, San Salvador, El Salvador, 1988).

[40] Geovani Galeas: «¿Dalton o Muñoz?», en La Prensa Gráfica (San Salvador, El Salvador, 4-3-2005).

[41] Astaldur Astvaldson: Poesía completa de Manlio Argueta (ed. Hispamérica, University of Maryland, USA, 2006), citado en Ruth Gregori: «La poesía de un narrador», en El Faro (San Salvador, El Salvador, 26-02-2007).

[42] Luis Alvarenga: El ciervo perseguido: vida y obra de Roque Dalton (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, San Salvador, El Salvador, 2002).

Créditos

 
 
 

Roque Dalton
El turno del ofendido

Ediciones
Baile del Sol (Tenerife 2009)
176 páginas.