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¿Deportes?

Selecciones parciales

Fuentes: Rebelión

Sóc català, tinc aquest sentiment. También me siento español, aunque menos, y europeo, algo más, ¿chino?, dentro de poco. Lo que ya no me siento, ves, es nacionalista. Con semejantes credenciales se me presupondrá un mínimo conocimiento sobre la sensibilidad catalana en relación al tirabuzón de las selecciones autonómicas, también alguna opinión al respecto. Me […]

Sóc català, tinc aquest sentiment. También me siento español, aunque menos, y europeo, algo más, ¿chino?, dentro de poco. Lo que ya no me siento, ves, es nacionalista. Con semejantes credenciales se me presupondrá un mínimo conocimiento sobre la sensibilidad catalana en relación al tirabuzón de las selecciones autonómicas, también alguna opinión al respecto. Me gustaría aquí expresarla.

Empezaré por reconocer, muy a mi pesar, que la representación territorial en el deporte es algo que importa. La razón es simple: el deporte es una estupenda herramienta para unir o para separar. El compañerismo, la deportividad, une. La competencia, la rivalidad, separa. El deporte además remueve sentimientos y pasiones, por lo que representa poder. Y ese poder, en un país, estado, o extraño lugar como España, de centrífugas y centrípetas tensiones territoriales, no es asunto frívolo.

Al asalto de ese poder se han decidido consagrar numerosos valedores del nacionalismo, dolorosamente llamado periférico, y que a mí me gusta llamar centrífugo, en una estrategia de la que yo, por lo menos, desconfío. Esgrimen una demanda ciudadana, espontánea y catalana, apoyada en más de quinientas mil firmas. Esta cifra aun siendo muy representativa no alcanzaría siquiera el diez por ciento de la población catalana, por lo que no parece suficiente para concluir que expresa el deseo de la mayoría de los catalanes. Personalmente, doy gran crédito a esa demanda, mas no admito su laicidad política, ya que conocemos bien las bases ciudadanas del nacionalismo catalán y su vinculación directa con partidos políticos muy concretos.

La sagacidad renovada de Esquerra Republicana les ha permitido comprender que la camiseta importa. La selección catalana, saben, sería una excelente seña de identidad de un independentismo que en Catalunya ha dejado de ser, por la coyuntura política, actualidad. Además, y quizás precisamente por esa política de equilibristas que impera en el Parlament y el Congreso, parecen querer aprovechar el barullo para intentar conquistar de un impulso la valiosa camiseta, consiguiendo por añadidura satisfacer a la parte más radical de su electorado y también, porqué no, enredar un poco.

Las selecciones deportivas han sido utilizadas históricamente para afianzar el sentimiento nacional en los estados. Esa instrumentalización tuvo su punto álgido durante la guerra fría, muy especialmente en los Juegos Olímpicos, y fueron posiblemente los países del eje soviético los que mejor supieron interpretar y aprovechar la capacidad política del deporte. En plena guerra fría, los enfrentamientos deportivos de los países de uno y otro bando se representaban como un paralelismo de consolación a una guerra que el armamento nuclear hacía imposible. Cada victoria deportiva, era considerada una victoria política, una muestra de la superioridad nacional y el mayor motivo de orgullo. Se demostró que las selecciones nacionales eran un perfecto catalizador del sentimiento nacionalista. No en vano, las selecciones nacionales, con sus camisetas, perfilan las fronteras, delimitan qué es y qué no es, unen y separan, por eso son importantes.

En Catalunya, sin embargo, ya existe el Barça, que no es solo mucho más que un club, sino que para bastantes catalanes es en lo sentimental incluso más que Catalunya. Precisamente, hace poco una persona recién llegada y especialmente identificada con los valores tradicionales de la sociedad catalana, me manifestó disgustada su sorpresa por la, a sus ojos, contradictoria fiebre culé de muchísimos catalanes en relación a una sociedad que consideraba racional en su esencia. Y aunque esa reacción pasional bien pudiera estar vinculada a pulsiones nacionalistas, no parece que sea el Barça suficiente símbolo de catalanidad, pues carece de auténtica identidad racial: su sangre es mezcla de sangres catalana, holandesa, brasileña, asturiana, etc. La camiseta azulgrana para ser la camiseta de la catalanidad necesitaría el corolario de la senyera, de la bandera.

Se intuye que la conquista de las competencias deportivas pretende ser utilizada por algunos señores importantes como punto de apoyo sobre el que apalancar el independentismo. Esa ha sido hasta ahora la acertada estrategia de ERC: los sentimientos primero. Primero la construcción, y digo construcción donde muchos piensan reconstrucción, de la identidad y después las reivindicaciones. La misma estrategia populista que tradicionalmente ha venido utilizando el nacionalismo español aunque en sentido inverso: dado que la identidad centrista ya fue suficientemente reforzada durante el franquismo, al sentimiento nacionalista español le basta con alimentarse de la confrontación con el resto de nacionalismos que conviven en el Estado. La prioridad así no es el sentimiento, que por omisión presuponen a todo hijo de vecino, sino la no concesión de cualquier reivindicación. En eso están, unos y otros.

Entonces, ya un poco perplejo, a uno solo se le ocurre reducir el asunto a una pregunta: ¿Qué valor añadirían las selecciones autonómicas a nuestra vida? La respuesta en positivo que se me ocurre es una: permitir que los nacionalismos no españolistas, los españolistas ya lo hacen, desarrollen su identidad en el ámbito deportivo. En ese sentido me parece una reivindicación totalmente legítima, pero también discutible.

Si entendemos que el sentimiento nacionalista admite sensibilidades no independentistas, en el caso de Catalunya la mayoría, la existencia de selecciones autonómicas puede ser contraproducente. Una vez la selección estatal se disgregase en selecciones autonómicas o consorcios de selecciones autonómicas, éstas necesariamente deberían enfrentarse en alguna ocasión. Imaginemos que la selección catalana ganase la final del mundial de hockey patines a la selección de España sin Catalunya ni Euskadi. ¿No representaría esa victoria, y ese enfrentamiento, mejor que ninguna otra cosa la reivindicación independentista de algunos nacionalistas catalanes? Yo creo que sí, y no tengo nada claro que sea ese el sentimiento ni el deseo de la sociedad catalana.

La estrategia planteada, pues, bien pudiera tener un trasfondo oculto de enfrentamiento frentista. De ahí mi escepticismo. Imaginad por un momento que conseguimos, esperemos en pocos años, vivir en un estado federal, en el que las distintas lenguas oficiales pueden utilizarse libremente y son tratadas con justicia, un estado en el que toda su diversidad histórica y cultural es respetada sin reparos, un estado descentralizado y ciudadano, un estado de convivencia. Imaginad ahora que, a pesar de los esfuerzos de unos y de otros, de las concesiones y acuerdos, persiste el independentismo fundacional de algunos pocos. En ese contexto, ¿qué creéis ayudará más a la convivencia el tener una selección estatal que aglutine esa diversidad en un sentimiento común capaz de limar emocionalmente muchas diferencias, o selecciones autonómicas que hagan la guerra por su cuenta o incluso entre ellas?

Ese es para mí el contexto de la discusión. Desde mi punto de vista, es indiscutible el derecho de autodeterminación de los individuos y por lo tanto también de los grupos, pueblos, lo que sea que esté formado por personas. No obstante, vale la pena reflexionar sobre el escenario final al que aspira la ciudadanía y si es mejor, contextualizándolo en ese futuro, tener herramientas de identidad común o no tenerlas. Mi planteamiento, pues, es sencillo. Consultemos a los ciudadanos. Hagamos una consulta popular en Catalunya, pero entendiéndola como un ejercicio de responsabilidad no sentimental, exponiendo claramente cuales serán las consecuencias y las alternativas.

Yo, en particular, votaría en contra: no quiero selecciones catalanas ni españolas, y la verdad, puestos a escoger, prefiero incluir que excluir.