Maíz, transgénicos y trasnacionales, es el título del libro de la periodista Silvia Ribeiro y del trabajo colectivo del Grupo ETC. La investigación aporta una visión panorámica del agro, desde el contexto histórico hasta la actualidad de la agricultura y la alimentación, las maniobras desde el poder corporativo y político, y destaca las luchas de las organizaciones campesinas, los pueblos indígenas y las organizaciones sociales. Es un material de libre descarga.
Apenas el sol se despereza y ya trajinen por la plaza campesinas y campesinos que de muchos rincones de Paraguay traen sus semillas y plantas de maíz, porotos, zapallos, plátanos, mandioca, batata, yerba mate, ka´a he´e (stevia) y otras hortalizas y hierbas medicinales. Hay emoción y orgullo, cuando van formando con calma y constancia campesina la ronda de mesas alrededor de la Plaza de la Democracia en el centro de Asunción. “Heñoi Jey Paraguay (Germina de nuevo Paraguay)”, es el nombre de estos encuentros de intercambio de saberes y semillas que cada vez crecen más. Entre charla y matecito van poblando las mesas decenas de variedades de semillas campesinas de muchos alimentos y medicinas. No falta el maíz rojo, azul, blanco, amarillo, pinto, cuya vista alegra el corazón, testimonio vivo de cuántas culturas lo cuidan y a cuántos alimenta por todo el continente.
Este año, la feria es parte del evento “Alimento sano, pueblo soberano”, que incluye discusiones, teatro, música, convocado el 24 y 25 de mayo entre 20 organizaciones indígenas, campesinas, ambientalistas, de derechos humanos, de la sociedad civil, entre ellas la Coordinadora de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas, (Conamuri, miembro de La Vía Campesina), BASE-IS, Serpaj, el Instituto Agroecológico IALA Guaraní, la plataforma Ñamoseke Monsanto (“Fuera Monsanto”, amplia red de organizaciones contra los transgénicos) y otras.
El entusiasmo es tangible y no es para menos. Ha sido un trabajo de paciencia, creatividad y resistencia tejer esta amplia coordinación de movimientos y organizaciones en un país que, pese a la fachada de realizar elecciones, es una dictadura de factode grandes terratenientes, latifundistas y trasnacionales de agronegocios. Que el evento sea en la “Plaza de la Democracia” es todo un símbolo. Aquí se muestra quiénes son los que de verdad la construyen, a pesar de la represión que impera después del llamado “golpe blando” contra Paraguay en 2012. Son pueblos indígenas, campesinas y campesinos sin tierra, o con un pedacito donde a contrapelo siguen plantando y alimentan a la mayoría, organizaciones civiles de abajo, comunidades urbanas.
Bernarda Pesoa, campesina del pueblo indio Qom, de Conamuri, abre el evento. “Es el trabajo de las campesinas y campesinos lo que nos da una alimentación sana, pero no se trata sólo de comida”, dice Bernarda, “Toda la naturaleza es parte de nuestra vida. ¿Qué sería de nosotros sin maíz, sin maní, sin mandioca, qué sería del Chaco sin algarrobo? Cultivando la tierra, multiplicando nuestras semillas nos alimentamos y alimentamos las resistencias. Estamos en lucha para recuperar las tierras que invaden los agronegocios, la soya transgénica, los ganaderos, el narcotráfico. La tarea es grande, pero aquí estamos. Hay que cuidarnos, formarnos y seguir organizándonos. No sólo resistimos, también avanzamos, recuperamos semillas y variedades, cultivamos alimentos sanos, con nuestras formas campesinas y de agroecología”.
El 86 por ciento de la tierra en Paraguay está en manos del 2,6 por ciento de los propietarios, explica Marielle Palau, de la organización BASE-IS. Son latifundistas que cada vez crecen más, porque los poderosos de Paraguay invaden tierras públicas y se quedan con ellas impunemente, protegidos por el Estado y sus corruptos aparatos judiciales y policiales. Más de 20 por ciento del territorio paraguayo son estas tierras mal habidas, que han sido adjudicadas a familias y empresas poderosas en procedimientos irregulares, como documentó la Comisión de Verdad y Justicia. Muchas de estas tierras ya eran o podrían ser destinadas a la reforma agraria. Al otro extremo el 91,4 por ciento de la población rural, que es campesina, tiene solo seis por ciento de la superficie agrícola. Hay miles de campesinos sin tierra y cada vez más expulsados de sus tierras por el avance del agronegocio, por monocultivos interminables de soya y maíz transgénico donde aplican cantidades ingentes de agrotóxicos.
La masacre de Curuguaty es un claro ejemplo de la situación en Paraguay. El 15 de junio de 2012, un brutal operativo policial dejó 17 personas muertas, 11 campesinos y 6 policías, luego de que 300 policías con armas de grueso calibre atacaran a 65 hombres, mujeres y niños, campesinos sin tierra que ocupaban pacíficamente el predio Marina Kué, en tierra pública aprobada oficialmente para entregar como parte de la reforma agraria.
El día anterior, una empresa privada había reclamado ante un juez que esa tierra era suya y pese a no tener titularidad, el juez ordenó el desalojo, que se ejecutó inmediatamente, con lujo de violencia. Sin prueba ninguna de que los campesinos usaran armas, la policía alegó que fue un “enfrentamiento”. Encarcelaron a 11 campesinos. Cuatro años y varias instancias judiciales corruptas después siguen en prisión, aunque no hay pruebas contra ellos. Por el asesinato de los campesinos en Curuguaty nadie ha sido acusado. La muerte de policías –que seguramente fueron asesinados por los de su propio cuerpo– se usó para llevar a juicio político y deponer a Fernando Lugo, entonces presidente de Paraguay, que muy tímidamente había intentando salirse un poco del guión de los latifundistas y las trasnacionales del agronegocio.
Se podría decir que ese fue el primer golpe de estado de Monsanto –a través de sus aliados agro-ganaderos– ya que durante la presidencia de Lugo se habían detenido las aprobaciones de transgénicos y, en particular, de maíz transgénico. Como relató Miguel Lovera, en ese entonces director del Senave (Servicio Nacional de Sanidad Vegetal), apenas se consumó el golpe, se autorizó, sin pasar por ningún trámite de evaluación de “bioseguridad”, la siembra de varios eventos de maíz transgénico en Paraguay y en cuatro años hay más de 20 tipos de soya y maíz transgénicos sembrados.
Estas plantaciones han sido devastadoras para el país, porque además conllevan, agrega Marielle Palau, que Paraguay aplica nueve kilogramos de agrotóxicos per cápita anualmente, una cifra que incluso supera las cantidades brutales que se usan en Brasil y Argentina, que están entre las más altas del mundo.
Las transnacionales que dominan la agricultura industrial en el mundo son cada vez menos y cada vez detentan mayor poder. Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer, Dow, Basf planean fusionarse y ser solo tres, que controlarán las tres cuartas partes de los agrotóxicos y más del 60 por ciento del mercado mundial de semillas. La ambición de lucro y la falta de escrúpulos para devastar la naturaleza no parece tener límites para agronegocios, latifundistas y empresas.
Una empresa suiza de biología sintética, Evolva, junto a la gigante de agronegocios Cargill, está ya trabajando para hacer de la ka´a he´e, planta ancestral del pueblo Pai Tavyterá (que conocemos como el edulcorante “stevia”) una versión sintética fabricada por microbios manipulados genéticamente. Planean venderla como “producto natural”, usando su origen indígena como propaganda.
Todo forma el contexto de impunidad, represión, corrupción, abusos y envenenamientos en Paraguay. Por eso el tejido de las organizaciones para lograr establecer esta feria y foro en la capital, se aprecia aún más. Contrasta la vida que canta en cada mesa campesina, en los encuentros y las muchas intervenciones, la mayoría en guaraní, de las y los participantes.
Para acompañar esta manifestación de resistencia y creación llegaron también organizaciones de los países vecinos. Márcio Zonta, del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, continúa la línea que une los puntos marcados por los golpes de estado en el continente. Los movimientos populares de todo Brasil han respondido fuertemente al golpe “judicializado” en ese país y la organización crece cada día, así como también lo hacen la represión y la violencia contra ellos, desde encarcelamientos hasta asesinatos. Aún así, paradójicamente, el golpe provocó que los movimientos se fortalecieran y sobre todo, la colaboración mutua, donde crece la interacción entre mujeres, jóvenes, trabajadores, trabadores sin tierra.
Su movilización ha conseguido mostrar que la corrupción de los que llevaron a cabo este golpe sea cada día más evidente, y sobre todo, que se trató de una farsa para facilitar el ataque violento contra los derechos de todos esos grupos sociales y movimientos. Tampoco en Brasil se trata sólo de resistencia. Es también una recomposición del proyecto de sociedad desde los movimientos.
Claudia Korol, de Pañuelos en Rebeldía, Argentina, recuerda que cuando el golpe de Estado en Honduras (que inicia esta nueva ola de golpes en 2009), las compañeras de ese país decían “¡Ni golpes de Estado, ni golpes a las mujeres!”, un lema que seguimos afirmando. El cuestionamiento al patriarcado, a la violencia y al machismo es parte fundamental de todas las luchas, un punto que también es central para Conamuri y Vía Campesina. Ante la realidad neoliberal con Mauricio Macri en Argentina, mucha gente ve que para poder comer será necesario volver a las ollas comunes, a los comedores populares, a las huertas comunitarias. Claudia desafía y exhorta “Pero tenemos que pensar qué llevamos a la olla, qué plantamos en la huerta, qué ponemos en la mesa de los comedores populares. Porque estas estrategias de ‘sobrevivencia’, en realidad no son tales, es como ‘retroceder avanzando’, una oportunidad de avanzar en las formas de relación y culturas que queremos, cuestionando patriarcados, rechazando transgénicos y agrotóxicos, al tiempo que plantamos semillas de diversidad, construimos relaciones solidarias, de autogestión y comunidad. No es sobrevivir, es vivir. Con semillas libres, cuerpos libres, territorios rurales y urbanos libres, sin esperar a que nos den permiso”.
La agricultura, dice el argentino Carlos Vicente de la organización Grain, comenzó cuando una campesina por primera vez guardó una semilla de una planta silvestre y la sembró. Y de allí, por todo el mundo, durante miles de años y hasta hoy sigue el diálogo de las mujeres, campesinos y pueblos con la naturaleza, que es lo que sigue sustentando a la mayoría de la población mundial. “La semilla es el corazón de la soberanía alimentaria”, cita Carlos una frase de Francisca “Pancha” Rodríguez, de la Asociación de Mujeres Campesinas e Indígenas de Chile, Via Campesina.
Así, mientras en la feria se van intercambiando las semillas, cada uno y una que habla, fue construyendo este encuentro, trayendo no sólo su palabra, sino la presencia y saberes de muchas y muchos más, que por todo el mundo andan sembrando.
*El libro está disponible en formato papel y en PDF en el Grupo ETC.
**Publicado originalmente en Desinformémonos, el 21 de junio 2016 con el título «Mucho más que resistencias».
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/semillas-campesinas-y-soberania-alimentaria-el-agro-que-alimenta/