El proceso de desmontaje de un servicio público suele ser largo pero termina siendo más sencillo de lo que parecía inicialmente, basta con un poco de tiempo y dedicación, y con seguir fielmente los manuales al uso. La práctica ha llevado a la perfección y la resistencia al proceso parece bastante disminuida en una sociedad […]
El proceso de desmontaje de un servicio público suele ser largo pero termina siendo más sencillo de lo que parecía inicialmente, basta con un poco de tiempo y dedicación, y con seguir fielmente los manuales al uso. La práctica ha llevado a la perfección y la resistencia al proceso parece bastante disminuida en una sociedad civil como la nuestra, desarmada moralmente y sin la necesaria conciencia de clase. En esta sociedad sólo puedes pertenecer a una de las dos clases existentes: los que pagan y los que disfrutan. Las dificultades que el poder político y económico puede prever antes de empezar se suelen ver minimizadas por la escasa o nula resistencia que al final ofrecemos.
Y esos manuales indican claramente las fases que deben seguirse para el completo éxito de la misión, porque de eso se trata en el fondo, de una misión, con un fin determinado y con unos objetivos intermedios claros, que se pueden medir y, por supuesto, con una posibilidad real de ser alcanzados. Dichas fases se pueden resumir más o menos de esta manera.
- Cuestionamiento del servicio público, derribar el tabú: se plantea un discurso en el que el servicio público pasa de ser un derecho a un lujo, tal vez asumible en tiempos de bonanza económica, pero sobre el que nunca se podrá asegurar su existencia. Deber calar hondo en la sociedad que este derecho pasará de ser fijo a variable.
- Fase de crítica, no funcionan bien, son caros y deficitarios: para justificar lo anteriormente dicho, se inicia el acoso y derribo con argumentos normalmente de dos tipos: económicos y de rendimiento; por un lado, se critica el precio y, por otro, la eficacia del servicio. Se hace referencia continúa al mito de la poca eficacia del sector público en general y se abunda en el concepto de que un servicio público no debe ser deficitario, sustituyendo hábilmente la necesidad de ser sostenible por la exigencia de obtener beneficios económicos (olvidando, a sabiendas, que la condición real para ofrecer un servicio público debe ser asegurar que la prestación del mismo no ponga en peligro su supervivencia).
- Disminución de recursos, medios, sueldos: obviamente la fase anterior puede provocar una fuerte resistencia que debe ser quebrada, para hacerlo existe un medio que resulta infalible, la disminución de recursos. Los servicios públicos terminarán por ser criticables de manera objetiva si los medios con los que cuentan no son suficientes para prestar dicho servicio al conjunto de los usuarios que se benefician de ellos.
- Desmotivación de los profesionales: asociada a la fase anterior, se aplica un empeoramiento drástico de las condiciones de trabajo de los profesionales, materializado en peores sueldos y horarios, y en menos recursos para ser empleados, lo que provocará en muchos casos el estrés y la desmotivación de los profesionales.
- Reforzamiento en la crítica, predicción autocumplida: cumplimiento fielmente los dos puntos anteriores, los críticos del servicio público podrán ganar ahora el debate planteado con argumentos objetivos y técnicos ya que, por medio de la disminución de los recursos y la desmotivación de los profesionales, podrán ver confirmadas sus quejas sobre el pobre nivel del servicio público objetivo del ataque.
- Sustitución. Todo el proceso tiene siempre un fin claro, la sustitución del servicio público por una «externalización» privada, más cara para los usuarios pero muy rentable para los proveedores del servicio privados. Apoyada en fuertes subvenciones públicas, que pueden aplicarse dotando de medios logísticos, como los mismos edificios donde éste se preste, o de exenciones y rebajas fiscales de todo tipo a los afortunados con la concesión correspondiente.
De este modo, al final del proceso nos encontramos con que un servicio público que considerábamos inviolable ha pasado a convertirse en un producto, al que se puede o no tener acceso; los residuos públicos de ese servicio se convierten en algo caritativo, ofertado a la gente sin recursos, de tal modo que no pueda ser exigido un mínimo de calidad, ya que el servicio así ofrecido como una limosna no puede ser cuestionado. Los usuarios no podrán quejarse ya que, como ocurre con las limosnas, al menos reciben algo, y algo es siempre mejor que nada.
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