Nicole. Veintidós añitos. Muy viciosa. Supercompletísimo. A partir de 40 euros. Este es solo un ejemplo de sexo-anuncio que se puede encontrar en algunos periódicos. Muchos todavía. Y es que un millón de hombres en el Estado español tira de cartera diariamente por mantener contactos y relaciones sexuales. Vamos, que la cosa sigue pujante en […]
Nicole. Veintidós añitos. Muy viciosa. Supercompletísimo. A partir de 40 euros. Este es solo un ejemplo de sexo-anuncio que se puede encontrar en algunos periódicos. Muchos todavía. Y es que un millón de hombres en el Estado español tira de cartera diariamente por mantener contactos y relaciones sexuales. Vamos, que la cosa sigue pujante en esta gran excitación globalizada. Y ya se sabe, donde hay demanda, hay mercado. Y no siempre lícito y ajustado a las normas. Este mercado es el que posibilita que miles de mujeres sean explotadas, esclavizadas y sometidas a prácticas sexuales por las numerosas redes de traficantes que comercian con el cuerpo humano. El cuerpo de las mujeres.
La Organización Internacional de Migraciones calcula que unas 500.000 mujeres entran cada año en la Unión Europea y acaban convirtiéndose en víctimas de este dramático tráfico. Por su parte, las Naciones Unidas cifran en cuatro millones el número de mujeres y niñas víctimas del mercado mundial del sexo. Éste se ha convertido, tras el tráfico de estupefacientes y el de armas, en la tercera fuente de ingresos con que cuentan las redes del crimen organizado a nivel internacional. Los beneficios de este negocio ilegal alcanzan en todo el mundo los cinco billones de euros anuales. Casi cuatro veces el PIB anual de Francia, la sexta economía mundial. En el Estado español, y según los datos disponibles, el comercio sexual mueve 1.460 millones de euros al año. Mucha pasta negra y maloliente que no paga impuestos. Tanta como para construir diez hospitales a pleno rendimiento. Nueve de cada diez mujeres que ejercen la prostitución son pobres, excluidas o precarizadas. Nueve de cada diez se muestran incapaces de frenar por sí mismas la violencia sobre su cuerpo. El tráfico de su amargor. Esta prostitución se ejerce en la total impunidad y en el mayor desamparo. Y no digo que haya que considerar, ni mucho menos regular, la prostitución como un trabajo normalizado. Por ejemplo, usted, en caso de fallarle su trabajo, ¿se dedicaría a ello? Que sean mujeres las víctimas de este tráfico no es casual. Son el sexo traficado. Porque todavía son consideradas ciudadanas de segunda división. Por ser mujeres. Por eso son acosadas en la oficina, en la fábrica, en el taller, en los hogares. Por eso son ellas, todavía, las que menos ganan, las que menos derechos tienen, las más precarizadas, las más vulnerables, las más empobrecidas. Un ejemplo: el 40% de los hogares monoparentales, es decir, aquellos en los que de forma mayoritaria está al frente una mujer sola, sufre riesgo de pobreza. Muchas de estas mujeres y aquellas que llegan de otras zonas del mundo se ven obligadas a vender su cuerpo. Y, como hace ya muchos años, pese a las revoluciones democráticas y abolicionistas en las que participaron las primeras feministas del siglo XIX, miles de traficantes están dispuestos a ignorar el paso y el peso de la historia, de los derechos, de la dignidad de las mujeres. Aquellas conquistas sociales y políticas abolieron la esclavitud, ensancharon la democracia pero la absoluta barra libre del mercado está apelmazando las almas.
Una de las múltiples formas y recorridos permitidos para acceder a este mercado se encuentra en las páginas de cualquier periódico. La prostitución encubierta mediante anuncios-contactos previos, citas u ocio interpersonal compartido es una práctica cotidiana permitida por la legislación publicitaria. Algunos periódicos editan varias páginas tituladas como relax al servicio de oferentes y clientes. En ellas aparecen múltiples fotografías de mujeres como reclamo corporal y sexual. Vamos a ver, si se está haciendo un importante esfuerzo, otra cosa es que se consiga algo, por parte de las Administraciones Públicas para evitar cualquier forma de violencia contra las mujeres y explotación sexual. Si también desde los centros educativos se está tratando de implementar actuaciones no sexistas, no discriminatorias y no agresivas contra cualquiera de los sexos. Si existen códigos éticos que regulan y pautan la publicidad sexista. Si, pese a las resistencias culturales, la mentalidad social está incorporando recordatorios mentales de rechazo a la violencia y la explotación sexual. Si esto está ocurriendo, con mayores o menores aciertos, ¿qué pinta este tipo de publicidad o mensajería sexual? Esto no es una chorrada. Algo sin importancia o superfluo. Esto es un acto de colaboración con ese comercio. Un acto de publicidad salvaje al servicio de una práctica esclavizante. El otro día una amiga pedagoga -con gran pesar- me decía al respecto: en mi centro estamos llevando a cabo, después de muchos esfuerzos, un proyecto de coeducación no sexista. ¿Qué sentido tiene todo ello? ¿Para qué sirve? Creo que hay que ser honestos. Porque hay que hacer un ejercicio de ética política y social. Leemos periódicos progresistas y críticos y deseamos su mantenimiento como elementos democratizadores de nuestra sociedad, pero debemos levantar la voz ante este tipo de prácticas que apuntalan, avalan y permiten silenciosamente la explotación y la violencia contra las mujeres. ¿Cómo decirles a nuestros hijos e hijas que se empapen de actitudes no sexistas si luego se encuentran en un periódico, plagado de ofertas, la posibilidad de ganarse la vida como animadoras del sexo? Insisto. Esto no es demagogia feminista. Es velar por la salud social. Quizás esto nos parece normal, pero en Suecia este tipo de prácticas publicitarias están penadas. Se condena al cliente, al anunciante y al anunciador. De ahí que Suecia sea un país vetado a los traficantes del sexo, en cualquiera de sus dimensiones y facetas. Sigamos su ejemplo, sin complejos, y acabemos con esta confabulación.
Paco Roda. Historiador y Trabajador Social