La última vez que Leonardo Padura estuvo en la Argentina fue en 1994. Todavía hacía ruido la caída de la URSS, el «período especial» arreciaba en Cuba y aquí nos hacían creer que un peso era igual a un dólar. El cubano apenas había publicado las primeras historias de su detective Mario Conde en La […]
La última vez que Leonardo Padura estuvo en la Argentina fue en 1994. Todavía hacía ruido la caída de la URSS, el «período especial» arreciaba en Cuba y aquí nos hacían creer que un peso era igual a un dólar. El cubano apenas había publicado las primeras historias de su detective Mario Conde en La Habana y paseaba por esta feria como un perfecto desconocido. «Yo era otro escritor» dice ahora, en esta entrevista. Gran parte de ese salto a la fama se lo debe a «El hombre que amaba a los perros» (Tusquets editores). Publicó ese libro en 2009, y desde allí no para de ganar lectores y premios, en Cuba y en Francia, en México y en España. Pero aquí ha ocurrido algo curioso, la difusión de esa obra se hace de boca en boca. Así, Padura es hoy el autor más vendido de Tusquets en esta feria, superando a Milan Kundera, a Henning Mankell o el mismo Haruki Murakami. Cubano mata japonés, sueco y checo también.
En su libro más celebrado, Padura desanda los caminos del asesinato de Trotsky. Indaga este hecho crucial para el siglo XX a través de la víctima y su victimario, Ramón Mercader. Lo hace desde una perspectiva cubana, la suya, un autor que siempre vivió en La Habana. Pero es un libro universal. «Me llevó 5 años escribirlo, con una búsqueda documental intensa y extensa. De Trotsky había abundante información, de Mercader casi nada», recuerda. ¿Por qué eligió contar esta historia? Padura dice que allí puede haber algo de nostalgia, pero también del resentimiento que le provocó encontrar a los culpables. «De pronto entendí algunas de las razones por las que se pervirtió la utopía. El papel del stalinismo, la herencia de su figura, fue algo terrible», dice, y lo asume en carne propia. Está hablando de una revolución traicionada cuando cuenta la muerte de Trotsky. Para motorizar la historia, Padura inventó al escritor Iván Cárdenas Maturell, quien en 1977 conoce a un tal López, un enigmático personaje que pasea por la playa dos hermosos galgos rusos, un hombre dispuesto a confiarle los detalles más profundos de la vida de Ramón Mercader, el verdugo de Trotsky. Trotski tiene perros, Mercader los tiene, también Iván, ¿qué son los perros, Padura? «Recursos que utilizo para ir por encima de las perspectivas históricas y encontrar elementos de permanencia», dice. Y habla de otras dos novelas suyas, una anterior donde el personaje es el poeta José María Heredia y de Herejes, su nuevo trabajo que verá la luz en septiembre y que está enfocado en Rembrandt, el pintor. «Me identifiqué con Heredia cuando descubrí que le gustaba un plato cubano que también me gusta a mí. La sopa de quimbombó. En el caso de Rembrandt me acercó el hecho que sufriera dolores de muela, de que no tuviera casi dentadura, porque le gustaba comer caramelos en Holanda». Perros, guisos, dolores de muela. Así se mete en los personajes Padura. Así y con mucha investigación bibliográfica.
Mientras investigaba para este libro, iba sumando bronca el cubano. «Encontré un documento que me conmovió. Un editorial de un periódico mexicano comunista de los años 30, stalinista claro, celebraba la muerte de Sandino. Decía que había muerto como un pequeño burgués, y solo como un perro, porque la visión de Sandino violaba los códigos que se querían imponer a través de la Tercera Internacional. Cuando ví esa mezquindad empecé a preocuparme por esas historias perversas».
Esa perversión, es ceguera la refleja Mercader en la historia. Una ceguera que arrasó a figuras como Andreu Nin, el trotskista español que timoneó el POUM (Partido Obrero de Unificacion a Erwin Wolf y a los mismísimos hijos de Trotski, entre tantos otros. A través de Iván, el escritor cubano que timonea la historia, Padura busca explicar a Mercader al mismo tiempo que se va acercando a la figura de Trotsky cuya magnitud lo envuelve y enamora a la vez. Liev Davídovich Bronstein, Trotsky.
Sostiene Padura que uno de los problemas que tiene la literatura cubana es su falta de universalidad. Esa es su gran preocupación, algo que aprendió de Alejo Carpentier, que a su vez lo había tomado de Miguel de Unamuno. Celebra que en la isla la literatura tenga hoy un espacio mayor que la prensa en Cuba. Pero sufre la falta difusión. «Cuando alguien en el año 2040 lea una de mis novelas y lea un periódico Granma va a pensar que se trata de dos países diferentes. Y creo que el país mío se parece más a la realidad que el del periódico», advierte. Y suma que ese es un problema que el propio Gobierno cubano critica. «Conozco poco el fenómeno de los blogs, pero allí hay un embrión para hacer un periodismo diferente», sugiere. Y dice que su independencia como escritor, quizá radique en que nunca militó en la Juventud Comunista. «Ellos no me quisieron», aclara y dice que pasó mucho tiempo hasta que notó la importancia de ese hecho. Hoy, Padura tiene mejores condiciones de vida que la mayoría de sus compatriotas. Y celebra algunos de los cambios que se están produciendo, aunque la cambia la cara cuando cuenta que está encerrado en trámites burocráticos para comprarse un auto: «No pueden darse una idea».
-¿Hay dos Paduras, un autor de policiales y otro que hace un trabajo más documental y periodístico? No. Mi obra tiene una preocupación fundamental, la búsqueda de los orígenes. En los policiales hay una búsqueda, la de la verdad. Y en novelas como El hombre. también utilizo ciertas estructuras de la novela policial para hacer más marcada esa búsqueda de una verdad que puede ser filosófica, histórica o política.
-Conde, el detective de sus policiales, e Iván, el escritor que desovilla la historia de Mercader, tienen puntos comunes entonces.
Conde es la expresión de mi generación, una figura metafórica, pero Iván es un personaje simbólico, al que le agrego elementos que lo superan como individuo. Tiene una vida tan llena de frustraciones y contradicciones que traspasa lo verosímil. Yo necesitaba esa vuelta de tuerca, para que ese solo personaje significara lo que pudo haber sido la frustración de un pensamiento, de una vocación de las ideas de una persona en Cuba.
-¿Iván, o Padura, siente compasión por Mercader? Se siente tentado a la compasión. Y es posible que la sienta, pero no estoy seguro. Ese fue un matiz que discutí mucho conmigo mismo y con los amigos que siempre leen mis libros. En el fondo Mercader también fue una víctima, pero fue un hombre que obedeció y en esa obediencia llegó a la perversión ética más elemental. No le sirvió de nada, porque lo destinaron al ostracismo, primero en Moscú y luego en Cuba, viviendo bajo otra identidad. Quizá eso mueva a compasión, pero no tengo la respuesta todavía.
-Me permito una crítica, los espías rusos, la NKVD, parecen tomados de una película de Hollywood.
Los espías son parecidos en todo el mundo. Es un trabajo sucio en el que tienes que mentir, utilizar a los demás, esa esencia es común. Pero no niego que pueda haber una influencia de John LeCarré. Sus espías, hombres infelices e incompletos, me fascinan.
-¿Hubo un Trotsky en la revolución cubana? No lo creo. La culpa del giro político de Cuba, para muchos, la tiene la política norteamericana. En aquéllos años los Estados Unidos estaban acostumbrados a gobernar América latina de una manera, y la revolución les rompió los esquemas. En esa época Che Guevara empieza a hacer desde el poder de sus cargos determinadas lecturas y declaraciones que, vistas en perspectiva, resultaban antisoviéticas. Si hubiera habido un asomo de Trotsky en Cuba, ese hubiera sido el argentino. Se cuenta que el Che tuvo una relación muy cercana con el grupo de trotskistas originales cubanos. A principio de la revolución la proyección socialista del gobierno cubano no estaba definida. Pero sí había allí un grupo de revolucionarios trotskystas con quienes el Che se relacionaba. Llegó un momento en el que el Che salió de Cuba y cuando regresó habían sacado de sus puestos a muchos de estos trotkystas. Y gracias al Che muchos recuperaron sus puestos. Es quiere decir que había un conocimiento y una simpatía hacia el pensamiento trotskysta.
-La Habana, Cuba, es un imán para el mundo, ¿corre con ventaja escribiendo desde allí?
Siempre la cultura cubana ha sido más grande que la geografía de la isla. Escribir desde La Habana es tener cierta ventaja. Como Buenos Aires, tiene una tradición cultural reconocida.
-¿Qué rescataría de su experiencia para el futuro de la vida socialista?
Hay una experiencia que considero fundamental, tanto que a ella le he dedicado mi última novela. Es la de poder realizar su libertad individual. El individuo que no puede ejercitar su propia libertad no puede construir una sociedad libre. Hay que resolver los problemas individuales para luego resolver los colectivos. Uno de los problemas del socialismo es que se hizo al revés. Si a una persona creyente le dices que tiene que dejar de creer ya para esa persona ese mundo no es mejor.