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Entrevista a la viuda del que fue primer preso FIES del estado español

«Si se pensara, habría solución para el 100% de los presos»

Fuentes: Correo Tortuga

Estos días se ha presentado el libro ‘A ambos la dos del muro’ de Patxi Zamoro, primer preso FIES, en Logroño y Barcelona. Creo que merece la pena recordar esta denuncia en primera persona de la atrocidad de un régimen que sigue existiendo en las prisiones de todo el estado. Arantza • Viuda de Ángel […]

Estos días se ha presentado el libro ‘A ambos la dos del muro’ de Patxi Zamoro, primer preso FIES, en Logroño y Barcelona. Creo que merece la pena recordar esta denuncia en primera persona de la atrocidad de un régimen que sigue existiendo en las prisiones de todo el estado.

Arantza • Viuda de Ángel Zamoro Durán, ‘Patxi’ Zamoro (preso FIES)

Por los ojos despiertos de Arantza brota un amor inmenso cuando, con esa serenidad que suele dar el paso del tiempo, habla de la increíble historia de su marido, Patxi Zamoro, el primer preso al que se le aplicó el brutal régimen FIES (Fichero de Internos de Especial Seguimiento), y su incesante lucha por denunciar la deshumanización en las prisiones donde pasó 18 años de su intensa vida y ese engaño de que «la cárcel resocializa».

Conocí a Patxi por casualidad, en unas jornadas de Salhaketa en Vitoria sobre ‘Cárcel y Derechos Humanos’ en 2001, el mismo año en que murió sin perder esa dignidad con la que sólo una persona vive y muere si se siente realmente libre. Lo recuerdo inteligente, con un gran carácter, como una de las personas con las que se aprende a llevar la cabeza bien alta en la admirable lucha solidaria por el prójimo en medio de tanta violencia como la que se sufre privado de libertad.

El pasado jueves, tuve el privilegio de estar en Logroño con Arantza, la encantadora mujer que le infundió optimismo, ilusión y amor suficientes como para resistir dignamente 18 años de encierro, palizas, motines y embrutecimiento en la cárcel de la cárcel, de prisión en prisión, y sus últimos casi cinco años de vida, ya en la calle. Vino a presentar el libro de Patxi, ‘A ambos lados del muro’ (editorial Txalaparta), a contar su experiencia, para que no se olvide que ese horror contra el que luchó hasta el final todavía existe dentro de las prisiones de este país, en pleno siglo XXI.

¿Qué hay a ambos lados del muro de una cárcel?

Se puede ver desde dos puntos de vista. Por un lado, la idea que él tenía de que ésta da a los dos lados: dentro están el primer grado, más cerrado y estricto, el segundo y el tercero; y la calle sería el cuarto grado. Si transgredes las normas en la calle, pasas a la cárcel, y si transgredes las de la cárcel, vas retrocediendo de grado, cada vez más adentro. La otra visión, desde un punto de vista más humano, es que la cárcel da a ambos lados del muro porque la persona presa es la que está dentro, pero no está sola, con ella están sus amigos, su familia, la gente que le acompaña… la cárcel se sufre tanto dentro como fuera.

Quien está afuera y tiene a un ser querido dentro, ¿no se siente también preso de algún modo?

Sí, sí, por supuesto. También desde fuera se sufre la impotencia, la frustración, el no poder estar con la persona que quieres, verla o simplemente no poder llamarla y preguntarle cómo está… y todo eso sumado a las distancias. Como Patxi estaba en un régimen especial, el FIES, estaba siempre dispersado. Venga, 700 kilómetros para un lado, 500 para otro… si quieres mantener el contacto tienes que hacer ese montón de kilómetros. De alguna manera, a la persona presa le da igual estar aquí que en Madrid, pero la de afuera es la que tiene que hacer todo ese desgaste de energía, económico…

¿Cómo era Patxi Zamoro?

Muy vital y reivindicativo, con mucha energía y mucho carácter, pero sobre todo con mucho sentido de la dignidad y la justicia. Es cierto que en prisión todos los sentimientos y valores se magnifican: la amistad, el odio, el amor… y creo que Patxi, en sí mismo, ya los tenía, porque lo había mamado en su casa. Era de familia obrera, vinculada a la lucha sindical.

¿Y siguió esa estela?

Formaba parte de sí mismo; eso lo aplicó en la calle, y por eso, de alguna manera, entró en prisión, y allí también siguió con la reivindicación de la lucha por mantener sus derechos y que nadie le pisara, lo que le llevó a tener aún más castigo. Sú ultima etapa, ya fuera de la cárcel, vivió con dignidad, pero también murió muy dignamente. Militó en Salhaketa, la asociación de apoyo a presos y familiares, y en ‘Euskal Presoak, Euskal Herrira’, la plataforma del barrio de apoyo al acercamiento de los presos a sus lugares de origen. No quiso estar enchufado a una máquina en un hospital, prefería morir tranquilo, rodeado de su gente, no estar encerrado, que ya había estado así muchos años.

¿Cómo era el contexto en el que decide continuar esa lucha que le lleva a la cárcel?

Era muy joven, parado con una nena de dos años, vivía en un barrio del extrarradio de Barcelona en una época en la que encontrar un trabajo no precario era difícil, y el enfrentamiento en las empresas con las que trabajaba también hacía que le despidieran de los sitios; necesitaba buscar una salida para mantener a su familia. Decía: «Si compartimos las miserias, compartamos también las riquezas», y secuestró a un industrial, y entró en prisión, pero por esa circunstancia de querer mantener su propia dignidad.

¿Qué le hace luchar dentro?

Vio enseguida que la conculcación de derechos era diaria, y que no le iba a pisar nadie, lo que le fue llevando cada vez a mayor ruina. Dentro fue madurando y se forjó aún más su carácter.

Hábleme del régimen FIES, desconocido e incluso de dudosa existencia para alguna gente.

Se empezó a forjar en los 80, a pesar de que no fue legalizado hasta el 91 por los socialistas, precisamente por aquéllos que una vez fueron presos. Patxi fue uno de los primeros a los que se les aplicó aún ilegalizado. Estaba 23 horas en una celda y una en un patio sin nadie más, pero como tenía un montón de sanciones, le castigaban esa hora sin salir. Vestía un mono, y le dejaban un lápiz, una hoja y el libro que estuviera leyendo. No podía tener nada más dentro de la celda. Ah, y el mobiliario estaba fijo en el suelo, con una cama con argollas para manos y pies. FIES como tal es un fichero donde se recoge todo. Si quería algo, debía solicitarlo con una instancia, y pasar por muchas trabas. Había control absoluto sobre las comunicaciones, las cartas, las visitas de 10 minutos, el médico… en todos los aspectos.

¿No lo denunció nadie?

Sí, las asociaciones que trabajaban con el tema de prisiones e Izquierda Unida llevaron al Congreso una denuncia. Todos se llevaron las manos a la cabeza de las condiciones en la s que se tenía a la gente y entonces fue cuando lo legalizaron. Le pusieron las siglas FIES, empezó a recogerse en el régimen penitenciario y a partir de ahí se institucionalizó la tortura. Y hasta hoy.

¿Qué es lo que más afecta?

Cuando eso se convierte en un régimen de vida. Así, construyen una serie de cárceles con una serie de módulos de régimen especial para poder desarrollar el FIES, y con mucha más saña, emplearse en todas estas artimañas. Y se ven situaciones tan absurdas como en Valladolid, por ejemplo, donde llegó a haber más FIES_que horas al día, y construyeron jaulas en el patio para que pudieran salir cada hora varios a la vez sin tener contacto entre ellos.

Las reformas penales son cada vez más represivas, hay hacinamiento, suicidios, enfermedades físicas y mentales, pobreza, se proyectan macrocárceles y el dinero se destina a seguridad antes que a tratamiento. ¿La recuperación del preso es utopía?

Un abogado de Salhaketa decía que la cárcel era un invento más o menos reciente, pero el que menos ha evolucionado, y cuando lo ha hecho ha sido más en regresión que otra cosa. Es el absurdo; si se pensara detenidamente en cada caso de las personas que están presas, habría soluciones para prácticamente el 100%. Se gasta muchísimo en mantener la institución de la cárcel y un preso sale por unos cinco millones al año. ¿No se podrían hacer mil cosas con ese dinero, con un poco de imaginación, pensando más en su integración? Es como si se estropea un coche y, en lugar de llevarlo al taller, lo metemos en un garaje, esperando a que tras varios años, vayamos a por él y funcione incluso mejor.

¿Dejó de sentirse libre Patxi?

Sí, pero nunca fue en la cárcel. Cuando empezó a estar enfermo por una afección hepática se sentía preso de su propio cuerpo, y eso es muy duro de asimilar. Creo que con seguridad sufrió más que todos los años de prisión.