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Entrevista a Tsitsi Dangarembga, escritora y cineasta

«Si te negabas a recibir una educación colonial, te relegaban a reservas como a animales»

Fuentes: CTXT [Imagen cortesía de Plankton Press]

La imposibilidad de “existir plenamente” de las personas provenientes de países africanos con apartheid es un concepto que Tsitsi Dangarembga (Rodesia del Sur, actual Zimbabue, 1959) analiza desde diversos ángulos en Mujer y negra (Plankton Press, 2025). Este existir con restricciones no solo se da entre los ciudadanos que han sufrido la segregación en Sudáfrica o Zimbabue, sino también entre sus descendientes de la diáspora y los nietos de los nietos que fueron forzados a cruzar el Atlántico en barcos, como mercancía.

“Soy una refugiada existencial”, confiesa la autora, cuya primera herida es el imperio, que destruyó la cohesión social, los sistemas políticos y las subjetividades de “personas negras convertidas en recipientes de un discurso imperial”.

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¿Cómo hacer para conformar un yo completo a partir del “estatus subjetivo del no yo” al que fueron relegadas las personas con demasiada concentración de melanina en la piel en la “empresa colonial”? Esta es la pregunta a la que Dangarembga –novelista, ensayista y cineasta– le da vueltas en este libro, valiéndose de herramientas históricas, psicoanalíticas y datos de la propia biografía personal.

Confronta, pues, con la subjetividad construida a partir de las “narrativas opresoras” que conducen al “no-somos” y aboga por una revolución del imaginario, que permita una igualdad discursiva frente al imperio “como guillotina”.

Actualmente, Tsitsi Dangarembga participa de un programa de residencias internacionales del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), “para compartir mis perspectivas con productores del sector cultural y del tejido social de aquí”, según sus propias palabras, en esta entrevista que mantuvimos con ella.

¿Podemos hablar de una noción interesante de su libro, como la del ‘regalo envenenado’ del colonialismo?

Quienes forman parte del proyecto colonial han proyectado una imagen de benevolencia, señalando aquellas cosas que trajeron a África. Por ejemplo, la tecnología, la construcción de carreteras, una forma de educación occidental, las lenguas europeas… en fin, esas cosas que no existían antes de la colonización europea y que permitieron a la gente africana participar de alguna manera en las formas de ser que Europa ‘globalizaba’ en ese momento.

Pero a ningún africano se le preguntó si quería participar. Así que no era una cuestión de voluntad, porque si te negabas, te aniquilaban de alguna manera. Si te negabas a ceder tus tierras, te mataban. Si te negabas a recibir educación, te relegaban a reservas como animales cercados en un campo. Por eso, cuando se analiza una donación, creo que siempre es necesario revisar la intención que hay detrás de ella. En este caso ¿la intención del regalo era emancipar a quien lo recibía o poner a quien lo recibía en un lugar que beneficiaba a quien lo daba?

Al mismo tiempo, usted afirma que el colonialismo trae dolor a todos los implicados, a ambos lados.

Sí, lo hace absolutamente. Afecta no solo a las personas que están en el continente africano, sino también a los millones de personas (incluidos sus descendientes) que sufrieron el sistema de esclavitud, en el Caribe y en los Estados Unidos.

Recuerdo, por ejemplo, la actuación de una mujer afroamericana en Suiza, en la década de 1990, que leyó un fragmento de un poema, que decía “¿cómo te imaginas millones y millones de personas que nunca podrán volver a casa?” No pueden construir un lugar que sea verdaderamente su hogar aquí y no pueden ir a ningún otro lugar al que puedan llamar hogar. Este es el legado del que hablo.

El colonialismo destruye las estructuras subjetivas que sustentan el modo de vida de un pueblo

En el propio continente, se destruyeron todas las formas de hacer que validaban su existencia como personas encarnadas tal y como somos los africanos. Esto se hizo intencionalmente, porque así es como se crea el sometimiento, destruyendo las estructuras subjetivas que sustentan el modo de vida de un pueblo. Los británicos lo llamaron ‘crear un imperio metafísico’. Es algo que está subjetiva y físicamente dentro de la memoria viva.

Hay quienes recuerdan que a los ciudadanos locales les vendían las hamburguesas en un pequeño callejón lleno de basura, porque no compraban en el mismo lugar que los colonizadores. Es decir, querían mi dinero, pero no mi sentimiento de valía como ser humano. Tenían que quitarme el dinero cuando ya me habían subyugado.

Quería preguntarle sobre la separación de sus padres en la década de los años 60, cuando la enviaron a vivir con una familia blanca británica, mientras sus padres estudiaban en la universidad, en Londres. ¿Aquella era una costumbre extendida?

Esto se desarrolló en Inglaterra, cuando las personas del continente africano necesitaban ir a Inglaterra para obtener la educación que se requería para volver y ser parte del sistema. Al principio, el gobierno británico exigía que se formaran solo los hombres, por lo cual viajaban sin sus familias. Luego vieron que cuando iban estos hombres –que al principio eran de África Occidental– tenían obviamente relaciones con mujeres blancas. Y esto se convirtió en un problema (incluso a veces también tenían esposas en casa). Así que cuando el gobierno británico adoptó la política de permitir a las familias viajar a Inglaterra, para que tanto la mujer como el hombre recibieran formación, se preguntaron ¿qué hacemos con los niños? Entonces, la solución que se encontró fue que estas familias con subvenciones o becas destinaran parte del dinero disponible a guarderías. Así, un sistema de acogida que ya existía entre los británicos se extendió a los niños de estas familias africanas, para que tanto la mujer como el hombre pudieran estudiar.

Entonces, se les pagaba a familias que no estaban bien económicamente, en ciertas áreas del sur de Inglaterra, para que cuidaran a los niños. De hecho, se convirtió en un sistema de gestión de la necesidad de educar a las personas melanizadas de las colonias.

Así que, sí, fue definitivamente algo así como una norma que se estableció con un propósito.

¿Necesitó un ‘ajuste de identidad’ para volver a su país, a su casa, tras criarse con padres ingleses blancos?

Realmente no puedo hablar de un ajuste de identidad para adaptarme a los padres blancos porque era muy pequeña. No tenía ni tres años cuando esto ocurrió. Por lo tanto, no había desarrollado mucho mi identidad. Obviamente, hubo una ruptura y fue muy traumático, pero no puedo hablar de ello en términos de identidad.

Pero, sí, cuando fui mayor, al volver a Zimbabue, tenía seis años, entonces, sí, entendí quién era o al menos creí entender quién era y luego tuve que reformular esa comprensión.

¿Siente que fue educada por personas que no eran sus padres?

Sí, en efecto, eso es lo que ocurrió. De hecho, hay historias sobre algunos niños que fueron incapaces de adaptarse cuando volvieron a su país de origen y que, por algunos incidentes, esos niños fueron devueltos a la madre de acogida y finalmente crecieron con los padres de acogida.

En uno de los tres ensayos de su libro, también habla de la brecha entre hombres y mujeres de la diáspora africana en Europa: “Allí, mi compañía fueron los amigos zimbabuenses de mi hermano, pues apenas había mujeres zimbabuenses en el grupo. Las mujeres negras solían ser jóvenes antillanas con trabajos manuales, obreras. Los hombres a mi alrededor languidecían en una nube de alcohol, marihuana y música dub”…

Eran los 70, y en esa época no había igualdad de género. Zimbabue todavía era Rodesia, es decir, un estado muy patriarcal, en el que había poco espacio para la emancipación de las mujeres, en general, pero aún más para las mujeres melanizadas. Así, pues, en aquella época no se animaba a muchas mujeres a cursar estudios superiores.

Por lo tanto, las personas que estaban fuera en la década del 70 eran principalmente hombres y a eso es a lo que me refería en ese pasaje.

En las últimas décadas, ha habido un gran impulso a la educación de las mujeres

Hoy en día no se ve una brecha entre la diáspora africana masculina y femenina en Europa. En las últimas décadas, ha habido un gran impulso a la educación de las mujeres que ha sido muy fructífero, creo, y muchas mujeres van al extranjero para formarse.

Lo que me preocupa en este momento es que, debido a la situación económica de Zimbabue, vemos que vuelve a empezar a haber una disparidad, por la que las niñas tienen más probabilidades de abandonar la escuela. Y esto se debe a que las niñas tienen más valor económico para la familia, pueden hacer más tareas domésticas en el hogar. O sea que podría suceder que, a menos que las cosas cambien, volvamos a ver que las mujeres están en desventaja educativa.

Por el momento, no es así en los niveles superiores de aprendizaje, lo cual es positivo.

Cito este texto suyo: “Ser categorizada como mujer y negra no limita mi escritura. Escribir me confirma que soy más que negritud y feminidad”. ¿Desde qué punto de vista hace esta afirmación?

La negritud es que alguien me diga “Tú eres negra”. ‘Soy más que negritud’ implica que no es cierto que alguien se identifique con la negritud.

Hay que aprender a buscar la esperanza

Tienes la sensación de que la gente te categoriza y yo digo que esa es “tu categoría”, pero no es una categoría real. El hecho de que pueda hacerlo es una prueba.

Cuando habla de un feminismo de mujeres melanizadas que debe ir más allá de la lucha de las mujeres de las ONG, ¿puede explicarnos cuáles son esas distancias que observa?

Para mí, una buena inversión de mi agencia humana es crear condiciones en las que los seres humanos puedan prosperar. Creo que esto es particularmente importante para muchas mujeres melanizadas que se identifican como feministas, o que practican el feminismo, porque hemos visto el daño que se hace en los grupos de identidad, ya sabes, en los lugares donde nos identificamos.

Muchas mujeres no han tenido una situación en la que puedan mirar a las personas excluidas y pensarse como parte de ese sector de la sociedad. Otras –que sí hemos formado parte de esos grupos– concebimos el mundo como un lugar que requiere inclusión. En cambio, si una persona es privilegiada, puede concebir el mundo como un lugar que requiere exclusión.

¿Cree que en Zimbabue hoy se puede dar esta esperanza?

No creo que esta esperanza tenga por qué venir solo del entorno físico inmediato. Porque muchos de nosotros vivimos en situaciones que son negativas y que realmente agotan la esperanza. Creo que la esperanza es un proceso interno. Hay que aprender a alimentarla y a seguir construyéndola. Hay que aprender a buscar la esperanza.

Así que, si estoy en Zimbabue, tengo que saber dónde buscar para poder alimentarla. Si busco en otro sitio, mataré la esperanza. Y creo que eso es probablemente cierto dondequiera que uno esté.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250501/Culturas/49251/Tsitsi-Dangarembga-zimbabwe-colonialismo-mujer-y-negra-entrevista.htm