Cuarenta millones de personas, la equivalente a la población española, está infectada de sida, según el último informe de Onusida. Sin embargo, no se trata de centrar la atención en las cifras, escandalosas, de infectados o muertos por esta enfermedad, ni tampoco del número de niños no escolarizados o que han abandonado la escuela por […]
Cuarenta millones de personas, la equivalente a la población española, está infectada de sida, según el último informe de Onusida. Sin embargo, no se trata de centrar la atención en las cifras, escandalosas, de infectados o muertos por esta enfermedad, ni tampoco del número de niños no escolarizados o que han abandonado la escuela por causa del sida. Lo verdaderamente impresionante es el efecto de esta situación para el futuro, sobre todo en los países donde esta enfermedad se ha convertido en pandemia.
Estamos cerca, si no lo hemos hecho ya, de perder una generación entera en África, en buena medida por el VIH, y llevamos camino de perder, al menos, la siguiente.
Centrando la vista en la educación, como señala el informe de Human Right Watch, los niños de los países en vías de desarrollo han enfrentado obstáculos para acudir a la escuela desde siempre, pero en la época del sida, estos obstáculos se hacen cada vez mayores.
Los gobiernos no han hecho demasiado para evitar que muchos niños abandonen la escuela para actuar de cuidadores de sus padres o para ganar el único sustento de su familia. Lo mismo ha pasado cuando los padres han muerto y los niños han perdido el único impulso para ir a la escuela. Cuando los niños han pasado a depender de las familias extensas o de familias de acogida, gran número de veces han sido objeto de explotación laboral y/o sexual y, casi siempre, han sido discriminados respecto a los niños propios de la familia. Estos niños, a veces, han experimentado el ciclo de enfermedad y muerte en más de una ocasión cuando padres, madres, abuelos, tíos han ido cayendo enfermos y muriendo, hasta que han quedado solos ante el abandono y la explotación.
Onusida habla mucho de los tratamientos antirretrovirales como una parte muy importante de la solución, pero se están enfrentando a algunos problemas a la hora de llevarlos a cabo y están provocando otros donde lo han puesto en marcha. En el primer caso el problema es la escasez de personal sanitario y, donde lo hay, la falta de formación para llevar adelante los tratamientos. En el segundo caso, el problema es que Onusida y otros organismos están pagando salarios de entre tres y diez veces mayores que al resto de personal sanitario y está apareciendo corrupción. Además, muchos están abandonando otros programas tan importantes como el sida, como la tuberculosis, la malaria, los programas nutricionales etc, ¿no sería preferible invertir ese «sobresueldo del sida» en mejorar toda la sanidad o mejorar el salario de todo el personal?
La solución a la pandemia del sida, como Onusida mantiene, pasa por la prevención y la educación. Hay evidencias que demuestran que a mayor nivel educativo, menor riesgo de infección por VIH. La educación es una especie de «vacuna social» contra el sida, como afirma Human Right Watch en su informe. La escuela es el único lugar donde los niños van a recibir información veraz y real sobre esta enfermedad, su contagio y su prevención a través del uso del preservativo. Al mismo tiempo, un mayor nivel educativo da a los niños mayores capacidades para oponerse a relaciones sexuales no deseadas y a matrimonios demasiado tempranos.
Sin embargo y pese a que en muchos países hay normativas gubernamentales de no impedir que los niños acudan a la escuela por no poder pagar, muchos niños son rechazados por no poder enfrentar el pago de los libros o los uniformes o por no poder obtener los documentos que los acreditan como elegibles para la gratuidad de la educación.
Por ello, buena parte de los fondos destinados a sida, debieran dirigirse a favorecer las escolarización de los niños, a impedir que las viudas puedan ser desposeídas de sus bienes por ser mujeres, a ofrecer recompensas o rebajas fiscales a las familias de acogida de los huérfanos y también a reforzar organizaciones sociales de base que se hagan cargo de los niños del sida. Por otro lado, los Gobiernos «desarrollados» pueden donar fondos para estos fines y también llevar adelante programas de condonación de deuda externa por inversiones en educación.
Todo lo demás tendrá su efecto, pero del estudio de las cifras ofrecidas en los informes antes citados se extrae la conclusión de que es pequeño si no mínimo; porque, de hecho, la epidemia sigue extendiéndose a pesar de los millones de dólares invertidos en tratamientos. Con mucho menos dinero, con inversiones en educación y en favorecer el acceso se puede romper la dinámica de enfermedad y muerte que está acabando con una generación en África.
* Responsable de Comunicación
y Educación para el Desarrollo de Médicos Mundi
http://www.ucm.es/info/solidarios/ccs/articulos/salud/sida_y_educacion.htm