Aleida llega cálida y risueña. Tiene los mismos ojos que su papá. Esos ojos que hemos aprendido de memoria a través de las fotografías, los afiches, las pinturas y los estampados. Es parte de una generación en Cuba que desde la escuela repite la frase `Pioneros por el comunismo, seremos como el Che´, levantando la […]
Aleida llega cálida y risueña. Tiene los mismos ojos que su papá. Esos ojos que hemos aprendido de memoria a través de las fotografías, los afiches, las pinturas y los estampados. Es parte de una generación en Cuba que desde la escuela repite la frase `Pioneros por el comunismo, seremos como el Che´, levantando la mano a modo de promesa.
Llegó a Chile para presentar el libro «Evocación» de la editorial Ocean Sur, en el que su madre, Aleida March, recuerda a Ernesto Guevara, ese hombre de carne y hueso que conoció y amó en medio de la recién triunfante revolución cubana, y a quien dejó de ver cuando se marchó a la guerrilla en Bolivia.
Defiende con convicción las elecciones de su padre, asegurando que ella hubiera hecho lo mismo y sin embargo reconoce -en medio de lágrimas- que él siempre le ha hecho falta.
Aleida se reconoce heredera no solo del nombre de su madre, sino también del amor que ella le profesaba a Ernesto: «Yo aprendí a conocer a mi papá a través de todas las historias de sus compañeros, pero sobre todo a través del amor de mi mamá. Lo mamé desde el primer momento de mi vida. Ella siempre intentó no ponernos a mi papá como el hombre que nos podía regañar o ponerse bravo. Ella siempre utilizó a mi papá como un ejemplo. ´El hacía esto, él hacía lo otro´, nos contaba, nos decía. Pero nunca nos exigió que teníamos que hacer lo que hacía él. Nunca lo utilizó como una presión, simplemente como papá. ¿Quién era papá, qué hacía papá y por qué papá no estaba? Todas esas cosas nos las fue contando de manera muy natural, y nosotros fuimos razonando con el medio en el que vivíamos y ella nos iba contando. Y fuimos aprendiendo a querer a un padre que en realidad no veíamos. Y después, cuando fuimos creciendo, llegamos a la conclusión absoluta de que a un hombre como este lo único que tú le puedes brindar es amor».
Cuando habla del Che, su padre, a Aleida le brillan los ojos, como mujer enamorada: «En primer lugar el Che es mi papá. Y es mi papá siempre. Cuando hablo de él me lleno de orgullo, porque no estoy hablando de un gran revolucionario solamente, de un hombre íntegro, completo. Estoy hablando de mi papá. Así que también hay una gran porción de amor filial en todo lo relacionado con él».
Reconoce en su propia vida la influencia de este hombre, alrededor del que todavía dice girar. Y tan así es que casi no le reconoce fallos:
Y siendo la hija de un héroe ¿Alguna vez que permitiste criticarlo como papá?
«Mira. A nosotros nos educan como martianos. Martí dijo ‘El sol tiene manchas, pero emite tanta luz y energía que nosotros no le vemos las manchas’. A mí me pasa mucho con mi papá esas cosas. Nunca hay un hombre perfecto, siempre hay cosas que hacen que te des cuenta que no es un hombre perfecto. Pero dio tanto, fue tan completo en muchas cosas, que esos pequeños defectos se los dejo pasar».
¿Y cómo haces para compatibilizar tu vida de madre con tu compromiso social?
«Cuesta mucho siempre. Un día mi hija menor me dijo que cuando ella me necesitaba yo no estaba a su lado. Así es que tuve que hablar con ella, explicarle por qué yo lo hacía. Y cuál era la necesidad que había de que yo lo hiciera y no otra persona. Lo entendió, pero de todas maneras necesita a su mamá también. Y yo entiendo esa necesidad porque es la misma que he tenido yo. Pero a la vez le he mostrado que es necesario ser solidario con la gente, que es muy importante que todos tengamos conciencia que podemos ser mejores seres humanos. Y eso cuesta trabajo, pero es hermoso cuando se logra, tú te sientes mejor persona, mejor ser humano. Mi hija mayor me dice cosas muy hermosas siempre, me dice que está orgullosa de su mamá y cosas así, y eso lo valoro mucho. Cuando ellas están a mi lado y la gente me saluda y dice que me quiere, ella dice ‘Yo no salgo más contigo’, pero a la misma vez yo veo sus ojos y están llenos de orgullo porque su mamá es querida por otra gente. Entonces poco a poco vamos compensando las ausencias».
Para Aleida, la opción de su padre por la revolución sigue teniendo validez, puesto que significó la posibilidad de vivir en un país como el que hoy es Cuba, y del cual se siente orgullosa:
Tu padre escribe en sus textos sobre el verdadero revolucionario y lo describe como alguien que pospone lo individual y personal en pos del colectivo. Y eso significó en muchos casos posponer a las familias. ¿Tú crees que eso todavía es algo vigente?
«La familia no es un segundo tema. Es el tema más importante. Porque tú luchas precisamente para que esa familia pueda vivir bien, pueda vivir en plenitud, pueda tener más posibilidades de desarrollarse. Si mi papá no hubiera estado en Cuba, y no hubiera peleado en Cuba, bueno, a lo mejor hubiéramos tenido revolución, porque había un grupo de cubanos dispuestos a todo; pero a lo mejor no hubiera sido como la que tenemos hoy. Entonces en ese momento tú empiezas a pensar en el futuro de la gente por la cual tú estás luchando. Después se enamora, se casa con una mujer. En el libro ‘Evocación’ tú vas a encontrar precisamente algunas cartas donde mi mamá le ha contado cosas y él le responde ‘Ayúdame Aleida. O me pidas lo imposible. Cuando yo te conocí, tú sabías quién era yo. Yo nunca te mentí, cuando nos amamos, nos casamos y tuvimos hijos, tú sabías cuál era mi decisión, yo iba a seguir hacia delante. Entonces ayúdame a continuar’. Y ella lo hace. A pesa r de que ella siente esa pérdida extraordinariamente. Él es su primer novio, su compañero, su amante, padre de sus hijos, su maestro, su guía. Es todo. Y ella tiene que ayudarlo. Porque además ella piensa igual que él. Mi mamá es tan revolucionaria como mi papá. Y sabe que es necesario muchas veces sacrificarte tú, para poder hacer realidad un sueño. Tú no le puedes pedir a otro ser humano que haga realidad tu sueño, tienes que hacerlo tú, a pesar del sacrificio que eso conlleva. Y eso es verdaderamente lo que describen los verdaderos revolucionarios. Pero además él dice ‘El verdadero revolucionario está guiado por el amor’. Si tú no eres capaz de amar de verdad cómo entregas lo mejor de ti, cómo das lo mejor de tu vida por otra gente. Hay en este continente historias extraordinarias de amor, lindísimas entregas de hombres y mujeres que, a pesar de ese amor, decidieron ayudar a otra gente, y serles útiles a otra gente. Eso lo hacen los revolucionarios, eso es común. Claro, si tienes el problema de haberte enamorado de un compañero o compañera que no comparte realmente tus ideales, ahí estás mal. Pero si tú eres pareja de alguien que comparte tu vida contigo, que comparte tus ideales y tus principios, sabes lo que tienes que hacer, no hay vuelta atrás, están decididos a eso».
¿Y qué pasa con los hijos? Estoy pensando en ti pero también en una generación de hijos que no son prioridad para sus padres o para sus madres porque la prioridad es la revolución que es lo inmediato y que es lo urgente.
«Lo que pasa es que tienes que aprender a entender esas cosas, la revolución es lo inmediato y lo urgente por tu futuro. Por tu vida. Sin esa revolución, tú no vas atener una vida plena. Sin esa revolución tú no vas a poder tener toda una serie de cosas garantizadas para tu vida. Yo nací ya en Cuba sabiendo que nadie me pisa, sabiendo que soy íntegra como ser humano, que no importa que yo sea mujer, tengo los mismos derechos que mi compañero, en igualdad de condiciones, y los defiendo. Porque mi sociedad me permite hacer eso. Pero va más allá. Cuba por ejemplo ya estaba liberada cuando mi papá decide seguir el camino. Pero Cuba necesita también solidaridad. No ser el único país de este continente que diga no a los Estados Unidos y que sea independiente. Cuba necesita también que otros pueblos digan haciendo lo mismo para poder aumentar la fuerza de todos nuestros pueblos y mejorar el mundo en el que vivimos, pero eso significa sacrificio, sino no funciona. Del cielo no cae nada, lo tenemos que hacer nosotros mismos».
«Depende mucho de los padres. Mi papá decidió que él tenía que continuar su camino. Mi mamá quería irse con él. Nosotros nos hubiéramos quedado sin mamá ni papá. Él fue el que le dijo ‘No Aleida, no es justo hacer eso. Tienes que quedarte con los niños y tienes que ayudarlos a ellos por lo menos los primeros años de vida. Después, si esto continúa, tú y yo nos reunimos’. Y ella lo hizo así, pero ella quería irse con él también, pasa que se dio cuenta que él tenía razón y se queda educándonos. Y también la guerra de guerrilla en Bolivia desaparece antes del año prácticamente. Si eso hubiera durado más yo no sé si estaría con mis dos padres o si no los tuviera a los dos, porque ella estaba dispuesta a irse. En la vida tu aprendes a valorar esas cosas cuando te das cuenta que esos sacrificios que tus padres han hecho es en beneficio de tu futuro, garantizando tu futuro. Entonces lo entiendes, lo aceptas, y casi siempre terminas haciéndolo igual.
«Yo he estado muchas veces fuera de mi país hablando sobre los cinco héroes cubanos, defendiendo su libertad, rompiendo el bloqueo de silencio que existe sobre estos hechos. Y un día mi hija menor me dijo ‘Pero ellos no son tus hijos, yo sí’. Yo le dije ‘Sí, es verdad. Y yo te quiero como no quiero a nadie más en el mundo. Pero para que tú puedas ir a tu escuela tranquila, para que tú puedas seguir estudiando en esta revolución, para que tú puedas vivir y disfrutar de la vida, esos cinco hombres se han sacrificado para que en tu país no haya crímenes, no haya asesinatos terroristas pagados por la CIA. ¿Entonces qué le debo a esos hombres? También parte de tu vida. Y yo debo luchar por su libertad. Es lo menos que puedo hacer por ellos, porque ellos sacrificaron los mejores años de sus vidas para que mis hijos pudieran seguir viviendo con dignidad y tranquilidad en mi patria’. Es simplemente devolver lo que tú recibes».
Lo que tú cuentas es el caso de una generación de cubanos que son hijos de militantes que dieron todo por la revolución que fue triunfante. Pero ¿qué pasa con los hijos de militantes del resto de Latinoamérica que fueron pospuestos por esa esperanza de revolución que finalmente fracasó?
«El problema es cómo tú te sientes ante eso. Si tú dices que te pospusieron tú te sientes pospuesta. Yo no me siento así. Yo me sentí presente todo el tiempo en la vida de mi papá. Yo sé el sacrificio que fue para él dejarnos. Yo lo sé porque la última noche que nos vimos, él me trató de una manera tal, que una niña de cinco años y medio supo que ese hombre estaba enamorado de ella. No hubo palabras, no dijo soy tu papá, no pudo. Sin embargo yo, que era una niña, que no me acordaba prácticamente del rostro de mi padre, supe que ese hombre me amaba. Entonces yo sé que nunca estuve pospuesta, siempre estuve presente, muy presente. Depende de cómo te educan, depende del amor que tú recibes. Es difícil siempre. Hay muchachos también en Cuba, a pesar de haber triunfado la revolución, que al ser hijos de estos compañeros también se sienten lastimados y abandonados, pero eso depende del hogar donde se desarrollaron, depende de lo que ambos padres acordaron brindar a sus hijos. Yo siempre tuve el privilegio de tener una madre que amó extraordinariamente a mi padre y que me enseñó a amarlo y respetarlo desde los primeros momentos de mi vida. Y yo crecí con eso, crecí siempre con ese amor. Yo sabía que ese hombre siempre me amó. Y que él sacrificó los mejores años de su vida precisamente para que yo fuera más feliz en un futuro. Es una cuestión de valorar. Tú tienes una balanza en tu vida. Tú tomas la balanza y dices ‘Yo quiero a mi papá conmigo, yo quiero a mi familiar cerca, porque yo siento la necesidad de que me cargue, de que me cure, de que esté conmigo cuando siento esa agonía de papá y papá no está’. Pero a la ves tienes otra y dices ‘Al no tener a mi papá, él trató de dar lo mejor de sí para otra gente. Trató y logró que la gente entendiera que se puede vivir de otra manera. Logró con su vida y con su ejemplo demostrar que no tenemos que sacar la cabeza, que no tenemos que aceptar simplemente órdenes y convertirnos en bueyes o animales de carga, si no que podemos vivir con dignidad, con la cabeza bien alta’. Pero esa es una decisión personal, es tu balanza personal. Ahí tú escoges y tienes que llegar a una conclusión: ¿Vale la pena o no vale la pena? En mi caso yo creo que sí. Es lo mejor que él me regaló precisamente. Ese sacrificio humano sabiendo que me amaba de esa manera hace que yo sienta por él un amor muy especial»
Y a pesar de toda esa convicción con la que hablas ¿te hizo falta?
Siempre. Siempre me hizo falta mi papá, me hace falta. Y soy mucho más vieja que como lo asesinaron a él. Tengo 52 años y mi papá muere de 39. Pero igual me lo imagino, me gustaría que estuviera a mi lado. Cuando yo parí a mi primera hija fue cesárea. Y cuando abrí los ojos, había dos compañeros de mi papá vestidos de verde en el salón de operaciones. Y yo les dije: ‘Ustedes ¿qué hacen aquí?’ Y ellos me dijeron ‘Como tu papá no está, estamos nosotros’. Siempre, siempre me ha hecho falta. Pero siempre hay alguien que ha apoyado, hay alguien que me ha demostrado ese amor. Por eso yo le debo mucho a mi pueblo también, yo he recibido mucho calor humano. Pero indiscutiblemente sí, extraño muchas veces a mi papá».
¿Alguna vez te has puesto en el lugar de haber tenido que irte tú a la guerrilla y dejar a tus hijos?
Me voy, me voy con mi papá. Si hubiera sido de verdad necesario para otros pueblos, seguro. Estuve dos años en Angola como médico, estuve un año en Nicaragua y me sentí muy útil. En Angola lloraba prácticamente todas las noches el año que estuve por las cuestiones que veía. En Cuba que muera un niño es una cosa muy rara. Entonces no estoy acostumbrada a perder un niño, menos si yo sé que podía salvarlo, en Angola me pasó muchas veces eso, yo sabía que podía salvarlo pero no había para entubarlo. Entonces tenía que dejar que el corazoncito dejara de latir, a un niño que yo sabía que podía salvar. Por el único hecho de ser un niño africano murió. Por vivir en esa miseria murió. Ante eso, tú dices hay que luchar, hay que luchar con todas tus fuerzas para que estas cosas no ocurran otra vez.
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