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Copenhague

Símbolos

Fuentes:

Derriban el edificio donde se realizó la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en la que Clara Zetkin propuso que el 8 de marzo se conmemorara el Día de la Mujer

Tres años antes de que Emily Davison intentara detener el caballo del rey Jorge en el Gran Derby de Epsom convirtiéndose en la primera mártir (filmada) del sufragismo (1913) y dos años después de que ciento veintinueve trabajadoras de la fábrica Cotton Textile Factory de Nueva York, la mayor parte de ellas inmigrantes, murieran abrasadas en un incendio provocado mientras reivindicaban su derecho a mejores condiciones de vida y trabajo, léase «bread and roses» (1908), es decir, tres años antes y dos años después de los hechos referidos de modo estrictamente cronológico, Clara Zetkin cruzó la puerta de Ungdomhuset con vestido de agosto y sombrero de época (concesión literaria), sonrió a sus más de cien compañeras llegadas de diecisiete países y propuso establecer un Día Internacional de la Mujer, ocho de marzo con el tiempo y las conciencias.

Sí, fue en Ungdomhuset, es decir, este edificio de Copenhague lleno de simbología alternativa, consignas y verdadero patrimonio histórico de la humanidad que el pasado lunes era derribado finalmente por orden de la municipalidad socialdemócrata, la tribu cristiana de los Faderhuset («Casa del Padre»), una excavadora con el rostro cubierto, decenas de guardias pretorianos, el nuevo Teatro de la Opera que se levanta en sus cercanías (leo que regalo a la ciudad del magnate nacional de los transportes marítimos) y miles de cuentos de Hans Christian Andersen como sedante de la siempre weberiana ciudadanía ejemplar.

En fin, que se acabó el templo del desorden, el mal ejemplo, la administración colectiva, autogestionaria y sin recursos, los proyectos, los conciertos, los talleres, la autoconciencia crítica y no remunerada, el antagonismo práctico con la ciudad-supermercado y a otra cosa, sirenita. Todo ello, eso sí, entre un despliegue mediático globalizado que ha mostrado las imágenes del caos y el fuego en la sección «esto es increíble» de los telediarios nacionales completando el corolario visual del paso voraz de los tornados por el sur de Estados Unidos o la cadena de terremotos en Sumatra (salvaje naturaleza, lo sabemos).

Bienvenidos/as ahora sí a Dinamarca, tierra de vikingos y liberales, monarquía constitucional y modernizada, agricultura de alta tecnología, moneda estable y luterana, ejemplo de igualdad, tolerancia y hospitalidad empírica, bicicletas y bosques con árboles de hoja caduca. Dinamarca, territorio libre ya de «turismos de algarada» (El País, 4-3-07), centros sociales autogestionarios, universidades críticas (muerto Roskilde se acabó la rabia), squatters violentos y redundantes, «gánsters callejeros» (el portavoz de la policía dixit), autónomos antisistema y titiriteros ambulantes.

Fin mediante decreto-ley a cualquier tipo de crítica radical al estado, al capital y al consumismo. Aunque me cuentan que en el barrio, en el hoy solar que ocupaba desde finales del siglo XIX un edificio llamado Ungdomhuset y que era derribado el pasado lunes día 5 de marzo de 2007, las sombras de Clara Zetkin y sus más de cien compañeras llegadas desde diecisiete países con sombreros de época, aparecen cada madrugada entre sonrisas, valses y palabras. Y así hasta el amanecer y quién sabe.