Ya en el primer período de los gobiernos socialistas, iniciados en aquel esperanzador octubre de 1982 encabezado por el dueto dirigente GG, esperanza rápidamente disuelta tras las reconversiones industriales con mano dura, el terrorismo de Estado, la apuesta por la manipulación ciudadana y la permanencia en la alianza militarista otánica, la apología indocumentada por el […]
Ya en el primer período de los gobiernos socialistas, iniciados en aquel esperanzador octubre de 1982 encabezado por el dueto dirigente GG, esperanza rápidamente disuelta tras las reconversiones industriales con mano dura, el terrorismo de Estado, la apuesta por la manipulación ciudadana y la permanencia en la alianza militarista otánica, la apología indocumentada por el capitalismo neoliberal con escasas entrañas («enriqueceros», «España es un excelente país para hacer negocios»), por el tecnocratismo sin cintura y por un largo etcétera de despropósitos culturales («prefiero arriesgarme de morir asesinado en el metro de Nueva York que de aburrimiento en Moscú», «lo importante es cazar ratones sea como sea»), las novedades en la tradición, digamos generosamente, socialista socialdemócrata española que explícitamente había renunciado al marxismo y, con él, a la transformación del capitalismo incluso a su reforma sustantiva, fueron sumándose siempre en el mismo lado de su balanza: corrupción, Roldanes, alianzas con la derecha, Filesa,… sin olvidar su vacilante y oscura actuación en el período anterior al golpe militar del 23-F.
Parecía, solo parecía, que el no nos falles había calado en la cosmovisión del partido gobernante y que la segunda etapa anunciaba algo nuevo. Nada rupturista desde luego: republicanismo, mayor civismo, más respeto a los derechos humanos, nueva forma de enfocar el problema nacional vasco, prudencia en temas ecológicos, cierta independencia en asuntos de política exterior… Nada de eso quedó con el gobierno presidido por Rodríguez Zapatero tras ganar las elecciones de 2008 apelando al voto de rechazo al triunfo de la derecha y consiguiendo un numero considerable de apoyos entre sectores proclives a la izquierda no entregada. Irresponsablemente, y de no fácil comprensión, la victoria sirvió para derechizar aún más el gobierno. La mejor ministra de Medio Ambiente que ha tenido este país, la señora Carbona, fue defenestrada y el sector negocios del entorno del PSOE adquirió decisivo mando en plaza: Sebastián, Garmendia, Solbes, etc. Las recientes medidas en materia de contrarreforma fiscal ahondan en la misma dirección.
Parecía, en cambio, sólo parecía también, que en materia de derechos humanos y sociales la sensibilidad del gobierno no era nula. La hubo ciertamente en el reconocimiento de derechos a los homosexuales y en temas próximos. Pero… sin radicalismos.
La reciente aprobación en el Congreso del proyecto de Ley de Extranjería muestra una vez más, cito a SOS Racismo, «el aumento y extensión del racismo institucional que comporta esta nueva reforma así como la persistencia política por mantener un modelo de política de extranjería discriminatoria, injusta e ineficaz». La sensibilidad social de un partido de la tradición socialdemócrata, cada vez más descafeinda y entregada, toca mínimos históricos. Sus apoyos parlamentarios lo dicen todo: CiU y Coalición Canaria. ¡Menudos amiguitos!
La Federación de Asociaciones de SOS Racismo del Estado Español apuntaba algunos ejemplos del desaguisado promovido y que afecta directamente a importantes sectores de las clases trabajadores de nuestro país:
a) La exigencia de que el reagrupante deba ser titular de una residencia de larga duración, para los ascendientes reagrupados y que además deban tener más de 65 años.
b) Ampliar el tiempo de internamiento de 40 a 60 días en clara vulneración de los derechos humanos. La presencia del juzgado de instrucción durante todo el proceso o la visita de las ONG en los centros de internamiento no pueden resolver ni legitimar la privación de libertad de personas inocentes, contraria obviamente a los valores de un verdadero estado de derecho y democrático.
c) La creación de la figura de residente de larga duración, así como la incorporación de la figura de extranjero con tarjeta azul implica la categorización de la inmigración, al mismo que agrava la desigualdad de derechos entre extranjeros y nacionales y entre inmigrantes en situación regular e irregular.
d) Se mantiene la sanción de expulsión por la mera estancia irregular o el mero hecho de trabajar sin permiso de trabajo, pese a que variada jurisprudencia ha establecido que la sanción de expulsión «por la mera estancia irregular se considera desproporcionada y contraria a derecho».
SOS Racismo señalaba otra arista del abyecto poliedro: en un momento de crisis económica, cuando afloran miedos e inseguridades colectivas por doquier, ¿apuesta el Gobierno socialista por canalizar este descontento a través de políticas y discursos -«los españoles primero», sólo será bienvenida la mano de obra extranjera cualificada- que reafirman los prejuicios xenófobos asentados? ¿Esa es la pedagogía política que genera un gobierno que se dice socialista?
¿Cómo explicar, por lo demás, la urgencia con la que se tramita esta ley? SOS racismo apunta una conjetura razonable: el Ejecutivo central, y sus fieles aliados, utilizan una vez más la inmigración como chivo expiatorio para desviar la atención y disimular, una vez más, la ausencia de soluciones efectivas a la difícil coyuntura económica en la que seguimos estando.
Hay poca honradez política en ello, menor humanidad si cabe y mayor lejanía aún del ideario de una izquierda -revolucionaria, reformista, ecosocialista o lo que sea-, pero indispuesta, por definición, a mover la noria de la historia en el sentido de los huracanados, interesados y antiobreros vientos de siempre.
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