La pregunta más grande de la historia y mejor formulada, con lógica, argumentos irrebatibles y una carga de humanidad incuestionable ha recibido el mismo tamaño de silencio como respuesta, sin justificación alguna. Eso de «hacerse de la vista gorda» en mucha gente (léase millonarios) anda como plaga, y ahora se le suma la de ser […]
La pregunta más grande de la historia y mejor formulada, con lógica, argumentos irrebatibles y una carga de humanidad incuestionable ha recibido el mismo tamaño de silencio como respuesta, sin justificación alguna. Eso de «hacerse de la vista gorda» en mucha gente (léase millonarios) anda como plaga, y ahora se le suma la de ser mudo. Cuando la interrogante se hizo, hace cerca de doce años, los medios del mundo desarrollado no le concedieron mucho caso, desde luego se trataba de una complicidad para que los responsables o dueños de tanta «energía negativa» que debían responder por su culpa, no se enfadaran y se sintieran aludidos.
Fidel Castro, en la Cumbre Mundial sobre la alimentación efectuada en la sede de la FAO en Roma el 16 de noviembre de 1996 formuló la pregunta más grande de la historia de la humanidad:
«¿Por qué se invierten 700 000 millones de dólares cada año en gastos militares y no se invierte una parte de estos recursos en combatir el hambre, impedir el deterioro de los suelos, la desertificación y la deforestación de millones de hectáreas cada año, el calentamiento de la atmósfera, el efecto invernadero, que incrementa ciclones, escasez o excesos de lluvias, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos naturales que afectan la producción de alimentos y la vida del hombre sobre la Tierra?»
Ochenta y cinco palabras tiene la contundente pregunta formulada el siglo pasado y que desde entonces ha recibido mutis y amenaza ser tapada con más silencio. Todo indica que los «señores del mundo» no oyen los discursos en defensa de los pobres y mucho menos canciones.
Era un adolescente cuando escuché por primera ves una canción del brasileño Roberto Carlos con unas estrofas que por mi temprana edad no entendía muy bien /Yo quisiera poder aplacar una fiera terrible/ Yo quisiera poder transformar tanta cosa imposible/ Yo quisiera decir tantas cosas que pudieran hacerme sentir bien conmigo/. Hermosa melodía para un himno de la humanidad que debería ser entonado por los grandes empresarios y «dueños» del mundo que hoy no se inmutan ante el vertedero oceánico.
Los océanos del planeta se han convertido en reservorios de desechos que envenenan a los seres vivos de la tierra y el agua. A los mares, junto con las aguas residuales, que van a parar a la basura y generan los grandes consorcios industriales de los países desarrollados: ¡el colmo hasta residuos radiactivos!
Los científicos consideran que el ochenta por ciento de los contaminantes que invaden la mar provienen de fuentes terrestres. Los seres humanos se pasan la vida fabricando la muerte, su propia extinción orientada por un puñado de negligentes, sedientos de papeles dólares.
La realidad de la contaminación esta en la mente de los hombres que en el afán de riqueza destruyen la naturaleza. Cuanta razón tiene Roberto Carlos al afirmar en su canción que tituló «Progreso» como ironía perfecta / Yo quisiera no ver tantas nubes oscuras arriba/ navegar sin hallar tantas manchas de aceite en los mares/ y ballenas desapareciendo por falta de escrúpulos comerciales/ Yo quisiera ser civilizado como los animales /.
Es triste decirlo, pero hoy el hombre, debiera mirar más a los animales y aprender de ellos la armonía del trabajo y la sostenibilidad alimentaria; aprender como las abejas capaces de hacer uno de los productos mas saludables de la naturaleza, como es la miel, gracias al esfuerzo colectivo exhiben racionalidad, disciplina, inteligencia. Hasta las gallinas, perros y caballos pueden darnos hoy lecciones de convivencia. Los animales apenas contaminan y cuando lo hacen es como consecuencia de la acción de los hombres. Es lógico que el cantor quiera ser como los animales porque nada justifica que tanto verde en la tierra ande muriendo y las buenas aguas de los ríos y los peces desaparezcan.
Fidel Castro como gran humanista que es, hizo la pregunta más grande de la historia en nombre de los millones y millones de hambrientos del planeta y al propio tiempo, en la interrogante, dio la sugerencia de cómo acabar con la miseria. La respuesta a la idea que ofreció tampoco ha llegado. Continúan las inversiones de armas para las guerras en busca del petróleo con el pretexto de matar terroristas. No han respondido la pregunta, y si están a punto de acabar con la humanidad.
Doce años cumplirá el 16 de noviembre de 2008 la pregunta más grande de la historia, nunca es tarde para recordarla y actualizarla. Los medios tan humanos y democráticos del planeta de seguro pueden olvidar el silencio por el bien de la humanidad.