Llama la atención que, entre los principales miembros de un partido caracterizado por su rechazo a la emigración y la defensa de la españolidad hasta límites rocambolescos, destaquen apellidos no precisamente de “cristiano viejo”. Incluso se ha especulado sobre el posible origen árabe del correspondiente al “abad” del grupo; algo que cuadraría perfectamente con su aspecto; eso sí, quitándole el caballo y el casco de conquistador con el cual ha posado en más de una foto subida a las redes. No calumniemos. Parece ser que el origen de su apellido es precisamente ese: abad; donde “cal” podría derivar – ¡horror! – del término euskera “Kalea” o calle. Nadie es perfecto…
En la lógica de este grupo político y de quienes les han aupado a las instituciones: ¿cómo cantar entonces aquello de “yo soy español, español, español”, sin tener, ya no ocho, si no al menos dos apellidos españoles?
Tal vez, estos u otros personajes de aquel partido, padecen lo que se ha denominado “síndrome de Torquemada” [1]. Este concepto toma su nombre del primer inquisidor general de Castilla y Aragón, Tomás de Torquemada (1420-98), quien ejerció una durísima represión contra “cristianos nuevos”, posiblemente para esconder su origen judío-converso, como se ha señalado en multitud de ocasiones [2]. Dicho con un refrán castellano, este sí “castellano viejo”: dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Evidentemente, la filiación patria tiene que ver, no con los apellidos, ni siquiera el lugar de nacimiento, si no con la identidad y en este caso, con la ideología. Dicho en términos académicos, la identidad es un constructo ontológico. Explicado con otro refrán castellano viejo: uno no es de donde nace, si no de donde pace. Visto así, parece sencillo, pero no lo es tanto. Si la defensa de una identidad pura y cristalina lleva al rechazo de todo gen étnico, cultural o religioso “diferente” que vendría a contaminar la pureza de la patria. Si el “solar patrio”, debido a su posición geoestratégica, ha sido poblado sin solución de continuidad por griegos, fenicios, cartagineses, romanos, germanos, musulmanes de origen árabe o bereber… Dicha identidad puede entrar en conflicto consigo misma. Similar conflicto se produciría si en la época de mayor eclosión de los valores patrios y el Imperio hacia Dios, entre un millón y medio y dos millones de españoles tuvieron que decir adiós y abandonar el país con destino a Alemania, Francia, Bélgica, Reino Unido, Suiza, Holanda, así como Venezuela, Argentina, Colombia y un largo etc. construyendo una identidad patria lejos de la misma.
¿Cómo puede construirse sin contradicciones una “identidad patriótica”, cuando la identidad de esa patria, un constructo social dinámico y multifacético resultante de la interacción de factores históricos, culturales, políticos y sociales, donde ocupan un lugar destacado las citadas influencias exteriores o la migración de un número elevado de “compatriotas”? Por no citar los muertos o exiliados a consecuencia de la dictadura franquista. Ah, se me olvidaba: es que, en su “lógica”, esos no eran buenos españoles.
La ontología es la parte de la filosofía que se encarga del estudio del ser, la existencia y la realidad. El conflicto ontológico se referiría, entonces, a las tensiones o discrepancias que surgen en la comprensión de la existencia y realidad de la misma. El ser humano construye su identidad en un proceso dialéctico entre subjetivación -cómo los individuos se perciben a sí mismos y construyen su realidad- y objetivación -cómo esta es percibida como externa y objetiva-. Entonces, esa identidad patriótica se construye dejando de lado ese proceso de objetivación, o al menos parte de él; es decir: dejando de lado la realidad.
Si entre las principales señas de identidad de este españolismo rancio destacan los toros o el flamenco y el primero es de origen griego mientras el segundo es de origen árabe o presenta influencias de la música colonial y afrodescendiente en América Latina en un proceso de “ida y vuelta”, volvemos a navegar en un mar de contradicciones. Pero la sorpresa puede ser mayúscula cuando se enteren que el símbolo utilizado como cristalización de los valores patrios, el famoso “toro de Osborne”, fue diseñado por Manolo Prieto, quien durante la II República militó en el Partido Comunista y diseñó carteles de propaganda republicana; es decir, según lo catalogaría el “nacional catolicismo”: un antiespañol. Y es que, como dice la canción: “la vida te da sorpresas…”
Ya sé que el tema de Rubén Blades no les va demasiado, pese a que el autor, cuando saltó a la política en el 2014, se presentó como candidato a la Presidencia de Panamá por el Partido Popular Panameño: un partido que dice ser de centro-derecha. Bueno, eso dicen todos… Ellos son más de “canción del verano”, en especial una que habla de moda: algo de una camisa recién estrenada, y sol, mucho sol. Ya avisan los médicos: tanto sol no es bueno, que luego pasan estas cosas: entras en un estado de confusión y te agarras a símbolos que expresan lo contrario. Aunque lo de la confusión -por ejemplo, confundirse en señalar titulaciones universitarias cuando no se tiene ninguna- es muy de derechas. Debe ser también el sol…
Construirse una identidad, usurpando símbolos y negando o tergiversando la historia -por mucho que insistiera un tal M. Rajoy en que España es la nación más antigua de Europa [3]- está, de partida, mal; pero si el origen de dichos símbolos transmite lo contrario de las pretensiones que subyacen a su utilización, la cosa resulta bastante irrisoria. Vale, que también está mal reírse de la falta de cultura de los demás, y espero que el lector o la lectora sepan perdonarme. Cierto que demuestra una actitud muy prepotente, pero, si el juego de la prepotencia lo inauguran quienes van de “españoles y mucho españoles”, que diría ese de cuyo nombre la justicia no quiere acordase. Además, si tamañas incoherencias son pronunciadas con el pecho henchido de orgullo patrio, creo que la risa está permitida, o al menos: disculpada…
Notas:
[1] El filósofo, José Antonio Marina, en su libro La Educación del Talento (Ariel 1996) utiliza dicho término describir actitudes de intolerancia y fanatismo surgidas frente a personas que tienen creencias y muestran actitudes diferentes.
[2] Cft: VELEZ, I (2020): Torquemada. El Gran Inquisidor: Una Historia del Santo Oficio, Madrid, La esfera de los libros.
[3] Cft: Rajoy: «Representáis a España, nuestra nación, la más antigua de Europa». El Confidencial, 28-07-2016.