Andalucía ha vuelto a tener estos días el protagonismo que pocas veces tiene políticamente, hasta el punto de torcer el brazo de una ministra (Margarita Robles) consiguiendo que el Gobierno al que pertenece la desautorice. Como todos sabemos, hace unos días la ministra de Defensa informó de que se suspendía la entrega a Arabia Saudí […]
Andalucía ha vuelto a tener estos días el protagonismo que pocas veces tiene políticamente, hasta el punto de torcer el brazo de una ministra (Margarita Robles) consiguiendo que el Gobierno al que pertenece la desautorice. Como todos sabemos, hace unos días la ministra de Defensa informó de que se suspendía la entrega a Arabia Saudí de 400 bombas o pequeños misiles «de alta precisión» cuya venta había sido acordada por el anterior Gobierno. Incluso llegó a decir que se devolverían los poco más de nueve millones de euros ya cobrados. En realidad, aunque esto se conozca menos, esas armas habían sido compradas por el Reino de España a Estados Unidos y se revendían a Arabia Saudí, supongo que dejando alguna jugosa comisión en algunos bolsillos. Dada la directa implicación de ese país en la guerra del Yemen y la evidencia de que ha utilizado bombas semejantes en recientes crímenes de guerra y matanzas de población civil (ataques a autobuses escolares, a asistentes a bodas, a hospitales…), la señora ministra debió tener un ataque de conciencia humanitaria e incluso, quizá, llegó a tomarse en serio la legislación tanto internacional como española que prohíbe la venta de armas a países en guerra, y paralizó la entrega.
No tuvo en cuenta dos cosas: la muy estrecha relación (sobre todo económica) entre las familias reales de aquí y de allí, y que los obreros de la bahía de Cádiz reaccionarían con la contundencia que acostumbran cuando consideran que se pone en riesgo sus empleos, en concreto ahora la construcción de cinco barcos de guerra que ellos creen garantizan sus puestos de trabajo tres o cuatro años. Respecto al primer asunto, como casi nadie ha comentado nada, dejo a los lectores libertad de imaginación. Respecto a lo segundo, sí se ha informado mucho. Los hijos (supongo que muchos lo serán) de quienes, hace unas décadas, rechazaron reparar un barco de la armada chilena porque pertenecía al Chile de Pinochet y mostraron su arrojo repetidamente en legendarias manifestaciones que perviven en la memoria colectiva y en canciones y coplas carnavaleras, se han movilizado ahora exigiendo al gobierno medidas para conseguir la confirmación por parte de Arabia Saudí de la vigencia de los contratos. A sabiendas de que estas medidas no podían ser otras que la rápida entrega de las cuestionadas bombas. Y lo han conseguido, con la ayuda de doña Susana Díaz, que no dudó en desestabilizar el gobierno de su propio partido con tal de conseguir, para ella, unos miles de votos en una provincia electoralmente difícil, como Cádiz, y con el apoyo, también, del alcalde gaditano y de los sindicatos «mayoritarios». Han sido pocas las organizaciones y colectivos que han hecho frente a la fácil demagogia del «pan para los trabajadores por encima de todo»: un discurso populista y/o electoralista que no tiene en cuenta que ese pan puede estar ensangrentado (porque la fabricación de artefactos de muerte solo puede producir sangre y dolor) y que, en todo caso, es pan para hoy y hambre para mañana.
Las declaraciones de Borrell, que no ha tenido pudor en suplantar a su compañera de gabinete, y, más aún, las de la inefable ministra portavoz del gobierno (¡y responsable de Educación!), para justificar la definitiva entrega de las bombas a los saudíes, calmando con ello a estos y a los trabajadores de los astilleros gaditanos, rayan en el surrealismo y parecen inspiradas en los monólogos de Gila -¿recuerdan?-. Entre otras cosas increíbles afirman, con cínico desparpajo, que, como son de alta precisión, las bombas «no se van a equivocar matando yemeníes» (Isabel Celaá dixit).
En realidad, el dilema del que tanto se habla estos días entre ética y estómago, entre una posición que responda a los Derechos Humanos y a la legalidad internacional y española o la defensa innegociable del empleo, de cualquier empleo en cualquiera condiciones, aunque sea para fabricar artefactos de muerte, es un falso dilema producido por el pensamiento dominante neoliberal, que pretende convertirse en «pensamiento único», con el fin de anestesiar al conjunto de la sociedad, incluida la otrora revolucionaria clase obrera, eliminando en nuestras mentes y en nuestras decisiones toda referencia ética. El verdadero dilema es otro: seguir aceptando el papel asignado a Andalucía por el capitalismo globalizado bajo la vigilancia de sus manijeros políticos: especialización en turismo, agricultura insostenible e industrias de muerte o contaminantes -que es la fuente de la gran mayoría de problemas que nos agobian- u oponerse a esta planificación, que nos subalterniza aún más económica y políticamente y nos degrada éticamente como Pueblo, planteando alternativas situadas en otra lógica diferente: una lógica de defensa de la vida, de valores morales igualitaristas y de solidaridad.
Isidoro Moreno es catedrático de Antropología y miembro del colectivo Asamblea de Andalucía.
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