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Sobre Blas Infante y su pensamiento: sin dogmatismos

Fuentes: Rebelión

Un autor en constante evolución   Analizado desde un punto de vista estrictamente teórico, Blas Infante fue un autor que evolucionó constantemente a lo largo de su vida intelectual. Entre el Blas Infante de su primera etapa y el Blas Infante de los días previos a su asesinato por los fascistas, existen abundantes diferencias fácilmente […]

Un autor en constante evolución  

Analizado desde un punto de vista estrictamente teórico, Blas Infante fue un autor que evolucionó constantemente a lo largo de su vida intelectual. Entre el Blas Infante de su primera etapa y el Blas Infante de los días previos a su asesinato por los fascistas, existen abundantes diferencias fácilmente detectables. Del Blas Infante regionalista pasamos al Blas Infante nacionalista, y de éste al Blas Infante «nacionalista-cultural» o «nacionalista antinacionalista». De su «En España sólo hay regiones. Sólo regiones puede haber» (El ideal andaluz), pasamos a su «Andaluces: Andalucía es una nacionalidad, una realidad nacional (…) La personalidad de Andalucía (…) se destaca hoy más poderosamente que la de ninguna otra nacionalidad hispana» (Manifiesto nacionalista de Córdoba), y de aquí a su «Yo no me propongo fundamentar una nación, sino un ser» (Fundamentos de Andalucía). ¿Quiere decir esto que era Blas Infante un autor contradictorio?, o, en caso contrario, ¿Con cuál de las etapas del pensamiento Infantiano deberíamos quedarnos?

Huelga decir, sin embargo, que, a pesar de estas aparentes contradicciones, en el centro del pensamiento de Blas Infante, más allá de conceptos políticos o calificaciones terminológicas, podemos encontrar siempre una misma base, una misma realidad, una misma lucha reivindicativa: una lucha por el resurgir del pueblo andaluz y la dignificación de su cultura. Además, desde el principio hasta el fin de su obra, Blas Infante siempre estuvo plenamente concienciado del problema de la tierra en Andalucía, siendo un defensor incansable de la reforma agraria y de la entrega de la tierra a los jornaleros andaluces que la trabajaban, desposeídos de la misma por la colonización española tras la conquista de los diferentes reinos andalusís.

Es, pues, con este Blas Infante con el que debemos quedarnos: con el amante de la historia y la cultura andaluza, con el defensor de Andalucía, con el hombre comprometido con la lucha de los jornaleros y el bienestar de su pueblo. El Infante cercano al georgismo y al anarquismo, defensor de las raíces anti-capitalistas que desde tiempos remotos anidaban en los modos de vida tradicionales de los andaluces y andaluzas. El Infante que se levanta contra la concepción instrumental de la vida impulsada por el capitalismo occidental, y que se vuelve sobre el pasado cultural del pueblo andaluz para buscar en él las soluciones que acaben con los problemas que asolaban a las clases trabajadoras de Andalucía. El que busca entre los andaluces a los hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos, para acabar siempre pidiendo tierra y libertad, por una Andalucía libre: «¡Europa, no Andalucía! Europa es por su método, la especialización que convierte al individuo en pieza de máquina. Andalucía por el suyo, es la integridad que apercibe al individuo como un mundo completo ordenado al mundo creador, Europa, es el individuo para la mesa. Andalucía, el individuo para la Humanidad, Europa, es el feudalismo territorial e industrial. Andalucía, el individualismo libertario que siente el comunismo humano, evolutivo, único comunismo indestructible por ser natural, el que es aspiración, que cada individuo llegue en sí a intensificar, de crear por sí, pero no para sí, sino para dárselo a los demás. Ese único comunismo posible que no puede llegar a crearse por artificio maquinista, sino por alegría y por el espíritu que la alegría viene a crear«.

¿Unionista o separatista? Soberanista   Poco importa, pues, si de sus manos nacieron ideas nacionalistas o regionalistas, separatistas o unionistas, federalistas o independentistas, poco importa todo eso. Blas Infante luchó hasta su último suspiro por hacer del pueblo andaluz un pueblo libre y culturalmente concienciado de sus raíces, un pueblo comprometido con el devenir de su futuro y un pueblo amante de la vida y la humanidad.

Es Blas Infante, como él mismo podría haber dicho, la pura esencia del genio andaluz que fluye libre en la subterraneidad de la colonización castellana, pues nadie mejor que él entendió la necesidad de liberar a nuestro pueblo de tal colonización. Sus planteamientos esencialistas, acordes en cierta medida a las visiones dominantes en la filosofía de la época, no anulan la validez de su gran descubrimiento: Andalucía no era más que una colonia en manos de un Estado opresor que la condenaba sin remedio a la explotación y el subdesarrollo.

Por primera vez en muchos siglos, Blas Infante supo ver en Andalucía un pueblo milenario que estaba ahogado por la acción del imperialismo español. Un pueblo esclavo de la historia, un pueblo que necesitaba reencontrase consigo mismo, un pueblo que necesitaba conocer de nuevo su propio pasado como condición necesaria para seguir adelante rebelándose frente a las imposiciones del españolismo, luchando con bravura por su libertad.

Sin embargo, a pesar de ello, muchas personas tienen la osadía de afirmar, con toda rotundidad, que Blas Infante no fue nacionalista, y se amparan para ello en algunas de sus célebres frases tales como «Andalucía nunca podrá ser separatista porque Andalucía es la esencia de España«. Tomás Gutiérrez en su libro «Con permiso, Viva Andalucía Libre….» hace un análisis muy acertado, a mi parecer, de las circunstancias que llevaron a Blas Infante a afirmar tal planteamiento. No fueron motivaciones personales sino políticas, y no fue un reflejo del sentimiento de su corazón, sino del contexto político de la época. La presión del españolismo fue una constante en la vida intelectual y política de Blas Infante, y de alguna manera debía sacudirse tal presión para poder trabajar por y para Andalucía desde la mayor libertad posible.

Afirmarse en primera instancia como no separatista, a pesar de sus continuos y velados ataques a España, de sus constantes referencias a la influencia negativa de la acción imperialista española sobre el devenir de la realidad política, social, cultural y económica de Andalucía, no pudo ser más que una estrategia para poder así hacer política sin sentir constantemente la mirada de los poderes españoles, y no un verdadero acto de su pensamiento. Infante ya era en aquel momento suficientemente conocedor de la historia andaluza, y feroz crítico de la influencia española sobre Andalucía en la misma, como para pensar lo contrario.

Aunque, a decir verdad, tampoco sería acertado definir el pensamiento Infantiano plenamente como separatista o independentista, pues hay muestras más que evidentes de que no lo era, o, al menos, de que no era ésta su principal reivindicación. Blas Infante era, ante todo, soberanista, como demuestra el hecho de querer implantar en el proyecto de estatuto de Andalucía que estaba diseñando para ser aprobado por el pueblo andaluz, la impronta de la Constitución de Antequera de 1883, y que él mismo reconociese que desde sus orígenes como miembro de la política activa siempre sintió admiración por dicha constitución netamente soberanista.

Además, si conocidas son sus palabras anteriores, no son menos conocidas sus palabras expuestas en el Manifiesto de Córdoba del 1 de enero de 1919, en las cuales vino a decir lo siguiente: » Sentimos llegar la hora suprema en que habrá que consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España (…). Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros (…). Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional«.

Por tanto, no existen motivos certeros tampoco como para pensar que Blas Infante no creyera en el futuro de una Andalucía independiente. Pero, como ya he dicho, esto viene a ser lo de menos y quienes tratan de utilizar algunas de sus citas para incluirlo de manera incuestionable en unos de los dos bandos, no sólo están mintiendo, sino que, además, están contribuyendo a que se aleje al pueblo de su palabra. Blas Infante no era ni separatista ni unionista, era soberanista, con lo que, a su vez, podría ser cualquiera de las dos cosas. Qué mal da. Blas Infante fue ante todo un defensor de los intereses del pueblo andaluz y un enamorado de su historia y su identidad cultural. Si quieren llamar ustedes a eso ser nacionalista, háganlo, si no quieren, háganlo también, sigue sin dejar de ser lo de menos. Yo, que me defino claramente como nacionalista e independentista, siento que sus ideales son parte de mi lucha y que su palabra es un referente en mi ideología, ¿qué mal da, pues, si él era o no nacionalista, si él se sentía o no separatista?

Madurando su pensamiento   Por otro lado decir que cada uno de nosotros puede comprobar, a través del auto análisis, como el pensamiento de un hombre está en constante evolución y como los ideales pueden variar con el tiempo, al igual que lo hacen otras muchas cosas en nuestras vidas. El pensamiento de las personas no es estático sino dinámico y evolutivo, y normalmente uno tiende a ir identificándose cada vez más con sus planteamientos conforme van pasando los años. Nuestro pensamiento evoluciona y en él vamos estableciendo las modificaciones que nuestra razón nos indica. No quiere decir esto que nuestro pensamiento de hoy sea mejor o peor que nuestro pensamiento de ayer, simplemente que nuestro pensamiento de hoy será producto de una mayor reflexión (simple cuestión de tiempo) que nuestro pensamiento de ayer, y, por tanto, algo más propiamente nuestro. Uno evoluciona hacia aquellos planteamientos que considera más acordes a su manera de ver la vida, forzado por la experiencia o simplemente dejándose llevar por la propia maduración del pensamiento. Esto es válido para cualquier persona, pero es especialmente válido para las personas que, como Infante, se mueven en determinados ámbitos intelectuales.

Con esto quiero decir, que de tener que quedarnos con alguna de las etapas del pensamiento Infantiano, es evidente que deberíamos hacerlo con la última de ellas, no porque sea mejor o peor que las anteriores, sino porque, dentro de la evolución de su pensamiento, es la que representa en última instancia su palabra, la que plasma la evolución de sus razonamientos, la que él mismo podría considerar en el momento de su asesinato como más propiamente suya.

Si Infante pasó a través de diferentes etapas de pensamiento, no fue por acción del azar, fue, sin duda, como resultado de una meditada reflexión que poco a poco iría induciéndole a rechazar ciertos conceptos ideológicos para ir incorporando otros que, a su juicio, eran más novedosos, valiosos y acertados. Es por eso que considero que si tuviéramos que tomar de Infante un referente de la ideología propia de su persona, este referente se encuentra plasmado en su libro inconcluso «fundamentos de Andalucía». Allí podemos encontrar la esencia del pensamiento maduro de Blas Infante.

Toda una lástima que las balas falangistas dejaran a nuestra nación sin la conclusión de tan meditada obra, aunque con lo que ha llegado hasta nosotros tenemos suficiente para saber cuál era la idea de Andalucía que estaba presente en la mente de este Blas Infante maduro. Puede que a muchos de los que hoy día se declaran nacionalistas andaluces les hubiera interesado más un Infante anclado en las ideas expresadas en el manifiesto nacionalista de Córdoba de 1919, pero, sin duda, es el Infante de esta última etapa el Infante más brillantes y novedoso, el de mayor calidad en sus aportaciones al mundo del pensamiento político.

En esta obra Infante abandona la idea de Andalucía como nación fundamentalmente política para anclarse en la novedosa idea, para su tiempo, de Andalucía como nación fundamentalmente cultural. En Fundamentos de Andalucía, Infante profundiza en su labor autocrítica sobre las etapas pasadas de su propio pensamiento, emprendiendo un furioso ataque contra el nacionalismo en general e intentando refutar de forma argumentada el principio de las nacionalidades en que hasta el momento, en cierta medida, se había basado la propia defensa de sus ideales andalucistas y su intento por demostrar la identidad nacional de Andalucía.

Estos planteamientos serán corroborados igualmente en el libro que a medio camino de la redacción de Fundamentos de Andalucía tuvo que elaborar para salir al paso de las acusaciones contra él vertidas de ser coparticipe de un plan armado para lograr la independencia de Andalucía, «La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía» (1932) así como en sus últimos escritos. «La nación no existe realmente ni en la Naturaleza ni en el espíritu (…), como objetividad real, no puede llegar a ser comprobada porque no existe (…). Ha fracasado, prácticamente, la idea de nación (…); siempre llegué a sentir una repugnancia invencible ante ese nombre, y, sobre todo, ante este calificativo [el de nacionalista] (…). Son realmente pintorescas las elucubraciones de los tratadistas que, sin haber llegado a descubrir qué sea la nación, hablan de naciones, mayores o menores de edad«, nos dejará escrito Infante en «Fundamentos de Andalucía», comenzando con esta afirmación un feroz ataque contra lo que había venido a definirse como el «principio de las nacionalidades»: «Y, si no existe la nación, menos aún puede existir el estúpido fetiche denominado Principio de las Naciones«.

Hemos de entender, por otro lado, el daño que el nacionalismo, tal y como se entendía en la época, había ocasionado al mundo, tanto por las experiencias de la primera guerra mundial, como por el surgimiento de los movimientos fascistas en diversas naciones europeas de la época. Es por esto que esta etapa se conoce también como la etapa del pensamiento «nacionalista antinacionalista».

Las naciones-estado vs la nación cultural   Así, de entre todas las contradicciones que Infante achacaba al principio de las nacionalidades, había una que, por su propia incoherencia histórica, sobresalía entre las demás: la idea de asemejar estado con nación, es decir, la insistente perseverancia típica de los estados europeos de la época por convertir a cada estado en una nación.

Para demostrar tal incoherencia, Infante pone como ejemplo, entre otros muchos, el caso de Rumanía, un Estado que tras finalizar la primera guerra mundial dobló el número de habitantes, consecuentemente, según el erróneo principio de las nacionalidades, había de haber doblado automáticamente el número de miembros de su nación, aunque algunos de ellos no fueran ni quisieran ser rumanos. Igualmente, Infante hace un análisis de la situación en que, al igual que Rumanía, quedaron muchos de los estados balcánicos, tratando de poner de manifiesto la inconsistencia histórica que el principio de las nacionalidades presentaba como método en el que anclar la presentación al mundo de la existencia de una nación determinada.
Para Infante, a efectos prácticos, este criterio era algo absurdo que se caía por su propio peso. El concepto de nación derivado del principio de las nacionalidades era algo vacío, algo carente por completo de legitimidad científica, un mero instrumento de alienación con el que tratar de homogenizar a los habitantes de un estado, y justificar así su existencia como tal. Pero en esencia no servía para unir a un pueblo bajo un mismo sentimiento, ni podría llegar a servir nunca para tales efectos. Las naciones no las marcan las fronteras de los estados, sino los sentimientos de pertenencia, el territorio natural, la historia, y, sobre todo, la cultura.

En consecuencia, a este principio obsoleto le contrapuso Infante el que vino a denominar como «principio de las culturas», un principio basado en la experiencia cultural compartida por un mismo pueblo, ya que, según él, esto era lo que verdaderamente daba a una nación su «ser», y lo que, por tanto, en última instancia hacía de un pueblo un «ser nacional». «Las naciones no son entes políticos sino culturales» nos dice muy a las claras para mostrarnos por donde iban sus pensamientos. Con este planteamiento, Infante ponía en duda todo el orden internacional establecido, y, evidentemente, el propio orden al que se veía sometido el estado español.

Su aportación, entre cosas, supone toda una novedad en el pensamiento político del estado español, siendo una idea revolucionaria que chocaba de frente con las ideas tradicionales sobre las que se sustentaban las luchas nacionalistas de otros lugares del estado como Euskadi o Catalunya. «Los pueblos del Norte, sobre todo, aspiraban tenazmente a recobrar su personalidad negada poco a poco por los herederos y discípulos de la Reina Católica (cuya personalidad y cuyo reinado se encuentran en trance de revisión). Aquellos pueblos, para poder llegar a expresarse actualmente, habíanse llegado a definir conforme al Principio de las Nacionalidades. (…) nosotros vinimos a acordar que defender la Tierra de Andalucía es defender la base de su libertad, es expresar su primaria aspiración a ser. Antes de que otros vengan a enarbolar su bandera regionalista, hagámoslo nosotros, aunque nos repugne ese nombre; y, de este modo, impediremos que los intereses contrarios se apoderen de esta bandera procurando que los estímulos que ella despierte, en vez de venir, como sucedería si aquellos intereses la tomaran, a apoyar un nacionalismo o regionalismo al uso, sir­van para la obra efectiva de liberar espiritual y económicamente a los indi­viduos que componen el pueblo andaluz. (…) Y nos llama­mos regionalistas o nacionalistas, pero como la Andalucía que vivía en nosotros no era la artificiosa que hubiera resultado de una ela­boración verificada según las normas del Principio de las Nacionalidades sino su ser verdadero (…), nuestro regionalismo o nacionalismo apareció como algo extraño que se apartaba del concepto corriente, como una aspi­ración o una doctrina que poco o nada tenía que ver con los demás regionalismos o nacionalismos peninsulares. Como que Andalucía había influido en nosotros libremente sin ser deformada por el instrumento de interpreta­ción implicado por aquella teoría europea o Principio de las Nacionalida­des«. (Carta acerca del fundamento de Andalucía, 1930).

Además, con ello, Infante era consciente ya en su momento del carácter anti-burgués de su pensamiento, y de la naturaleza eminentemente izquierdista y popular del movimiento que estaba tratando de configurar. Para Infante, el principio de las nacionalidades era un principio netamente burgués, un principio a través del cual se pretendía anular la lucha de clases dentro de un Estado determinado, a través de una impuesta homogenización que no entendiese de diferencias culturales o socioeconómicas de ningún tipo. Por eso lo rechazaba.

Cercano a los movimientos anarquistas de la época, en sus planes no entró nunca el vender su movimiento ideológico a la burguesía terrateniente andaluza (contra la que luchaba encarecidamente desde sus primeros años de vida política), a pesar del enorme beneficio, desde un punto de vista de apoyo económico e impulso propagandístico, que ello pudiera haberle proporcionado. Buscar apoyos entre la burguesía terrateniente andaluza, impulsando un nacionalismo de tipo burgués al estilo de los que se venían desarrollando en casi todos los países de Europa, y en algunas de las mismas naciones sin Estado del propio Estado español, hubiera sido como atentar contra su propio pensamiento, y, en consecuencia, contra el pueblo trabajador andaluz. Él mismo lo deja claro cuando, en la mencionada anteriormente «Carta acerca del fundamento de Andalucía» (1930) escribe «Si hubiéramos querido, habríamos identificado a Andalucía como una nación y aun a confundir su interés nacional con las acostumbradas reivindicaciones, que denominan realidades, los políticos; por ejemplo, con el proteccionismo a ultranza de los trigos, de los vinos y de los aceites y con el mantenimiento del régimen territorial consagrado por la conquista, incluso llegando a probar, como algunos lo intentaron, que en Andalucía ¡no había latifundios! (…) Los latifundistas, los especuladores de tierras y frutos, los asesinos de la agricultura y del verdadero agricultor andaluz (mendigo de tierra, pegujalero o jornalero), ¡cómo se hubieran apresurado a formar en nuestras huestes con sus cámaras de dinero! Buenos Centros Andaluces, de cajas repletas y no sempiternamente vacías (…) ¡Cómo hubieran prosperado, además, nues­tras profesiones e industrias!»

Hacia la liberación nacional y social de Andalucía por el «principio de las culturas»

 Lamentablemente para él, y para todos nosotros, Blas Infante no pudo llegar a relatar el conjunto de los argumentos sobre los que él pretendía fundamentar la existencia del «ser cultural andaluz», pero hasta nosotros sí ha llegado este planteamiento suyo para deleite de nuestras conciencias y sabiduría de nuestras mentes. Y al nacionalismo andaluz de la actualidad no pudo hacer Blas Infante mejor regalo que su «principio de las culturas». Es Andalucía una tierra colonizada cultural y económicamente cuyo futuro no puede ver la luz libremente. Es Andalucía un pueblo sometido al devenir del estado español cuyos habitantes no tienen de forma mayoritaria ideales nacionalistas. Pero es también Andalucía una tierra donde existe una cultura autóctona de gran calado entre su población y donde sus ciudadanos tienen claro el carácter «típicamente andaluz» de la gran mayoría de sus tradiciones populares. El pueblo andaluz no tiene autoconciencia política pero si tiene, y mucha, autoconciencia cultural.

Los nacionalistas andaluces de la actualidad haríamos bien en centrar nuestra ideología «nacionalista» en este concepto Infantiano del «principio de las culturas», trasmitiendo al pueblo el significado de esta expresión y esperar a que sea el propio pueblo quien llegue a darse cuenta de la necesidad de llevar a la práctica política estos fuertes sentimientos de pertenencia a una misma comunidad cultural, pero no una comunidad cultural anclada de manera esencialista sobre la nada o sobre el vacío de los tiempos, sino sobre una dinámica histórica concreta, con unas circunstancias políticas y económicas concretas, que han llevado finalmente a este pueblo a desarrollar su identidad cultural actual, así como a vivir en la condiciones socioeconómicas en las que vive en la actualidad.

Es decir, siguiendo el principio de las culturas de Infante, concienciar al pueblo andaluz de su vinculación con la causa nacionalista pasa indispensablemente por hacerlo consciente de que nuestro nacionalismo toma su esencia en el interior de nuestras propias personas, en la base misma de nuestras experiencias y circunstancias como andaluces de clase trabajadora que somos, con lo que nuestro nacionalismo no es fruto de la exaltación chovinista de nuestra identidad cultural, sino de la comprensión de la conformación histórica de la misma a través proceso fundamentalmente dialéctico y determinado por las circunstancias socioeconómicas y políticas que han afectado sobre nuestra tierra desde sus orígenes, y especialmente durante los últimos cinco siglos.

De una comprensión que pasa irremediablemente por el conocimiento de las circunstancias históricas en las que se ha visto inmerso el pueblo andaluz, de las relaciones establecidas entres sus clases dominantes y sus clases explotadas, de las vinculaciones establecidas entre los poderes políticos y económicos de la metrópoli española, y las clases explotadas de Andalucía, para acabar determinando como todo ello se ha ido reflejando en las condiciones de vida del pueblo trabajador andaluz, en la estructura económica andaluza, y en la configuración de nuestra identidad cultural andaluza que es también de todo ello resultante.

Es decir, hay que hacer entender a los andaluces y andaluzas que historia y cultura son una misma e indisoluble variante en la configuración de la actual Andalucía. Esa debe ser nuestra lectura actual del principio de las culturas de Infante. Quien se sienta identificado con la cultura andaluza, debe conocer la historia de Andalucía para poder comprender dicha identidad cultural en toda su integridad.

Así, comprender la identidad cultural andaluza, es comprender la historia de Andalucía, pues de dicha historia nace y en dicha historia se desarrolla. Hay, pues, que conocer la historia de Andalucía, especialmente la historia política y económica, para poder realmente comprender qué es y en qué se fundamenta el ser cultural andaluz del que nos habla Infante. Nuestra cultura no es otra cosa que la manifestación simbólica de nuestra historia. Y nuestra historia no es otra cosa que la historia de la lucha de clases en Andalucía, hacia dentro y hacia afuera de nuestras propias fronteras naturales.

Por eso, nosotros, como Infante, somos también nacionalistas antinacionalistas, porque, como Infante, entendemos la cultura andaluza como parte inseparable de la evolución en las condiciones socioeconómicas del pueblo andaluz, por tanto, luchamos por mejorar las condiciones socioeconómicas de nuestro pueblo, por la justicia social y por la plena soberanía de Andalucía en el marco de una sociedad socialista. No nos interesa el chovinismo identitario, ni la nación como concepto abstracto. La nación es el pueblo, es la lucha de clases, y es, antes que nada, los efectos de la histórica confrontación de los intereses de la mayoría frente a los privilegios de la minoría. Eso es Andalucía.

Y por eso también, como Infante hiciese en su libro «La dictadura pedagógica», nos declaramos igualmente «amigos de todas las Revoluciones, enemigos de la Dictadura Burguesa«. Por una Andalucía libre, los pueblos y la humanidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.