Por si alguien no se ha enterado, hay un nuevo tipo de gripe en el Mundo. Bueno, más bien es una recombinación de una cepa conocida desde hace tiempo, la H1N1, un Influenzavirus tipo A. Esta nueva gripe ha sido bautizada como la gripe A. Y si escuchamos atentamente a los medios de comunicación descubrimos […]
Por si alguien no se ha enterado, hay un nuevo tipo de gripe en el Mundo. Bueno, más bien es una recombinación de una cepa conocida desde hace tiempo, la H1N1, un Influenzavirus tipo A. Esta nueva gripe ha sido bautizada como la gripe A. Y si escuchamos atentamente a los medios de comunicación descubrimos alertados que esta gripe, una auténtica pandemia descarnada a la altura de las medievales peste bubónica y viruela, puede hacer tambalear los cimientos de la demografía humana en pleno siglo XXI. El Ministerio de Sanidad, conciente de esta terrible amenaza, recomienda a conciencia a todos los españoles que se tapen la boca al estornudar y que lancen a las papeleras los pañuelos de papel usados para frenar el avance impetuoso del virus mortal. Además, muchos gobiernos mundiales han destinado partidas presupuestarias extraordinarias para avituallarse de los antivirales pertinentes.
Y no es para menos. En el invierno del 1918 al 1919 la gripe «española» se llevó la vida de varios millones de personas en un solo invierno (más que la Primera Guerra Mundial, coetánea a ella). La gripe «asiática» también se llevó alrededor de un millón de personas las dos veces que se manifestó, en 1899 y en 1958. La de «Hong Kong» tuvo unos índices de mortalidad parecidos en el invierno del 1968. Conocedora de estos mortíferos datos, la Organización Mundial de la Salud ha subido ya a 6 el nivel de alarma de la pandemia gripe A.
Es una medida lógica si tenemos en cuenta que la gripe A ha matado ya a 3000 personas en todo el mundo según estimaciones a la alza de la OMS. Y anteriormente, bajo su antigua denominación (la gripe porcina), se llevó -en los diez años que se sabe de su existencia- doscientas cincuenta y dos víctimas humanas. Eso son 25 por año. Eso convierte a la gripe A en una causa de muerte menos probable que el morir electrocutado por un rayo o por la caída accidental de un tiesto sobre la cabeza mientras se camina por la calle. Y el Ministerio de Sanidad aún no ha puesto en marcha ninguna campaña de concienciación ciudadana sobre ninguno de esas dos peligrosas pandemias.
Una cifra de tres mil personas muertas es respetable o, al menos, digna de reconocimiento. Pero para nada es comparable con los dos millones de muertes anuales que se calcula que provoca la malaria, o el millón que provoca la diarrea o la cantidad de gente infectada por el SIDA en el mundo (aproximadamente 40 millones según una estimación reciente de la ONU). Para las dos primeras existen remedios y sistemas de protección baratos, pero parece que ningún medio de comunicación esté interesado. Estos están, más bien, embarcados en una nueva modalidad de lanzamiento a discreción de baterías de porcentajes sobre la mortalidad con la que la gripe A va a embestir a jóvenes, niños, embarazadas, obesos… cuando la peligrosidad potencial y tasa de contagio de la gripe A son incluso menores que los de la gripe estacional ordinaria (que causa medio millón de muertes anuales en todo el mundo frente a los cerca de tres mil que ha provocado hasta ahora la gripe A, la mayoría de ellas durante el invierno austral y en pacientes con otras enfermedades apreciablemente más dañinas).
Ante esta disparidad de números, es fácil extrañarse. Medio millón de muertes de la gripe estacional ordinaria frente a las 3000 de la gripe A… El problema parece un poco desproporcionado. Pero no para las cadenas de televisión que abren todos los días sus informativos con datos actualizados de los números de contagios, con un seguimiento morboso de las muertes, amplificando las señales de alarma continuas sobre la facilidad del contagio de este nuevo virus. Misas al aire abierto, prohibición de besar la cruz o el santo para frenar la pandemia. A la vista de los telediarios, los niños parecen ser el mayor grupo de riesgo (cuando, realmente, no es así) y las escuelas los mayores centro de contagio mortal sobre la capa de la tierra. Hay que separar pupitres, lavarse las manos entre clase y clase, aislar en salas poco ventiladas a aquellos niños que tosan…
Nadie está a salvo de esta nueva amenaza («The Pandemic Threat«, rezaba el briefing monográfico que The Economist dedicó a la nueva gripe) parecen gritar a todas horas los medios de comunicación y los políticos. Los niños, las embarazadas, los ancianos… ¡todos! estamos amenazados a no ser que tomemos las medidas pertinentes. La OMS, que es un organismo serio, ha elevado a 6 el nivel de alerta, repiten. ¡Rápido!, ¡vayamos a la farmacia a comprar todas las mascarillas y jabones desinfectantes antivirales milagrosos que tengan!
Espera, espera… ¿Estoy utilizando la palabra comprar cuando estamos sumergidos en una crisis económica global en la que la palabra que debería imperar es la de austeridad, reducir a cero los gastos superfluos? En efecto: estamos utilizando la palabra comprar. COMPRAR, gastar dinero, hacer que el dinero circule.
Las empresas farmacéuticas no dan abasto. Las farmacias tampoco: los cargamentos de mascarillas y demás panaceas se agotan a las pocas horas de ser recibidos. Gracias a este aumento inesperado de la demanda han podido salvar la crisis generando asimismo, unos cuantos beneficios. Qué suerte para ellas, ¿verdad? Suerte que las empresas farmacéuticas siempre están ahí para cuidar de nuestra salud. Aunque la peligrosidad potencial de esta nueva gripe A es prácticamente nula, qué suerte para la industria farmacéutica que existen los medios de comunicación y la OMS para alertarnos de este Pandemic Threat. Para crear en la sociedad mundial una necesidad acuciante que anteriormente era inexistente y que subsana a base de cajetillas de pastillas y de dinero.
Parándonos un poco a pensar, maliciosa y cínicamente, ¿qué deberíamos decir? ¿Qué suerte han tenido las farmacéuticas o qué bien se han montado la jugada para hacer que el dinero circule y se quede estancado en unos pocos bolsillos?
El medicamento más utilizado para combatir la gripe A es el llamado Tamiflu, cuya patente pertenece al grupo Gilead Sciences norteamericano y cuya fabricación lleva a cabo la empresa Roche suiza. El Tamiflu es un medicamento apto para el tratamiento de varios tipos de gripe, eso reza su prospecto, y es el medicamento del que muchos gobiernos se han abastecido para combatir la gripe A. A pesar de ello, el Tamiflu no ha demostrado ser un tratamiento eficaz y sí ha demostrado tener unos efectos secundarios bastante perniciosos (como trastornos psiquiátricos que desencadenaron que primero fuese retirado, y después prohibido, en Japón donde 14 niños murieron por sus efectos secundarios).
No obstante, la empresa Roche ha confesado que no produce suficientes cajetillas de Tamiflú para abastecer la demanda mundial. Pero se niega a compartir su patente para que los laboratorios especializados en medicamentos genéricos puedan fabricarlo para que aunando esfuerzos, entre todos, podamos frenar esta enfermedad que parece capaz de hacer tambalear los cimientos de nuestra civilización (hacer pública la patente significaría, por supuesto, la pérdida de una gran proporción de los ingresos de las empresas Roche y Gilead Science). Roche ya pasó a la fama anteriormente por demandar al gobierno Sudafricano por su intento de fabricar retrovirales del VIH (que por supuesto distribuiría entre los infectados por un precio muy inferior al que lo distribuye la empresa suiza) por invadir sus patentes. Y uno de los máximos accionistas de Gilead Sciences se llama Donald Rumsfeld.
El ex secretario de estado de Gerorge W. Bush debe estar de enhorabuena. Ha visto como, en pocas semanas, su empresa ha pasado de cosechar una caída del 14% de su beneficio neto durante el año 2008 a que sus acciones subieran un 82% desde que anunció que tendría lista la vacuna contra la gripe A antes de que empezara el invierno en el hemisferio Norte. Y eso que para el desarrollo de una vacuna se suele necesitar varios años de concienzuda experimentación y ensayos clínicos, no un par de meses.
Una extraña coincidencia esto de la crisis económica, la caída en picado de los beneficios de dichas empresas farmacéuticas y el bombardeo informativo sobre la perniciosidad de la gripe A. A modo de apunte, en el año 1976, durante una campaña de prevención y vacunación de la gripe «porcina» (una versión previa del H1N1 actual como hemos indicado anteriormente), desencadenó una epidemia neurológica de tales proporciones que dicha campaña tuvo que ser interrumpida.
Otro apunte, este a modo de conclusión, es una pequeña referencia al documental «Bowling for Columbine» de Michael Moore. En él, se hace evidente que sumergir a los ciudadanos en un estado de psicosis y ansiedad continua (bombardeándolos desde los medios de comunicación con noticias de muertes y asesinatos) es una buena manera para conseguir que dichos ciudadanos consuman más, gasten más, sin reparar demasiado en ello. La sensación de vivir acechado por un miedo permanente, de una falta de seguridad contra la cual no se puede hacer nada, convierte a los ciudadanos medios en carteras andantes predispuestas a vaciarse lo más rápidamente posible. Parece que la OMS, los mass media y los gobiernos de todo el mundo han tomado buena nota de ello.
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