Está de moda, sobre todo entre los «analistas políticos» (que en su mayoría no analizan nada sino que son voceros de quienes les pagan) discutir sobre si el partido del nombre en latín es ultraderechista o fascista. La discusión me recuerda aquella bizantina sobre el sexo de los ángeles. Hay que ser rigurosos en los […]
Está de moda, sobre todo entre los «analistas políticos» (que en su mayoría no analizan nada sino que son voceros de quienes les pagan) discutir sobre si el partido del nombre en latín es ultraderechista o fascista. La discusión me recuerda aquella bizantina sobre el sexo de los ángeles. Hay que ser rigurosos en los conceptos, sin duda, pero no perder el tiempo en naderías. En Europa y, sobre todo en el Reino de España, ultraderechismo y fascismo son equivalentes. O sus diferencias son inapreciables. Se caracterizan por su homofobia, su xenofobia, su nostalgia agresiva por tiempos pasados en los que, supuestamente, había «seguridad», su odio a l@s feministas, a los librepensadores libertarios, a la gente de izquierda y a los nacionalistas de los nacionalismos distintos al suyo (que es el ultranacionalismo españolista y fascista «del Imperio hacia Dios»). Por eso hablan belicosamente de Reconquista.
Su sueño sería una imposible vuelta al nacional-catolicismo más casposo y, si pudieran, a una Dictadura cimentada en valores contrarios a los Derechos Humanos y a la interculturalidad. Pero aunque este objetivo sea ilusorio, su presencia diferenciada de la derecha «solo» conservadora (o muy conservadora) le es muy útil a los poderes del Sistema -al capitalismo globalizado- para actuar de cachiporra, ideológica y si fuera necesario física, contra las protestas y movimientos sociales, produciendo miedo y envalentonando a los matones. Ha ocurrido en todas las épocas de grave crisis del capitalismo.
Lo anterior no quiere decir que todos los votantes de Vox sean fascistas o ultraderechistas (el voto siempre tiene componentes más complejos) pero el partido sí lo es, indudablemente. Lo más grave es que, en estas elecciones, ha sabido atraer, con consignas abiertamente reaccionarias pero muy claras y fácilmente entendibles, a no pocos indignados que se sienten huérfanos de traduccción política, entre otras causas porque Podemos rehusó ya hace tiempo a su definición primitiva «anti-casta (política)» y «anti-sistema (capitalista)». Esa es, en mi análisis, su más grave responsabilidad, resultado del empeño imposible de ocupar el espacio socialdemócrata que el PSOE abandonara hace décadas y que hoy objetivamente no existe en ningún lugar del planeta (con lo que no le queda otra opción que ser la versión bis de IU).
En lugar de gastar tiempo en tratar de diseccionar a Vox, o en entrar a todos sus capotes, deberíamos dedicarnos a trabajar por dar una respuesta emancipatoria a los problemas de las mayorías sociales, en hacer más fuertes y amplios sus movimientos y luchas y en profundizar en la conciencia de Pueblo, en nuestro caso andaluz. Esta sería la mejor vacuna contra el ascenso de Vox y no el fomentar alarmismos o incluso frentepopulismos en que tendrían sitio incluso quienes han incubado el huevo de la serpiente con sus casi cuarenta años de política antipopular de derecha camuflada con palabrería supuestamente de izquierda: el PSOE. No caigamos en la tentación de querer probar si «contra Vox viviremos mejor». El enemigo sigue siendo hoy el Régimen político (la partidocracia de la Segunda Restauración Borbónica) y el Sistema al que este sirve (el capitalismo financiero globalizado). El partido del nombre en latín no es sino un instrumento más de este. No hay que ignorar su existencia, evidentemente, pero no hay que obsesionarse con él.
Isidoro Moreno es catedrático emérito de Antropología Miembro del colectivo Asamblea de Andalucía
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