No se trata de opiniones de dirigentes sindicales cogidos en dilemas de difícil o imposible solución -paro, por la cara A; prolongación de las centrales, por la cara B- ni tampoco de intervenciones pro-nucleares en foros FAES de ex secretarios generales de CC.OO. que hoy se ubican en ámbitos muy cercanos a la derecha españolista […]
No se trata de opiniones de dirigentes sindicales cogidos en dilemas de difícil o imposible solución -paro, por la cara A; prolongación de las centrales, por la cara B- ni tampoco de intervenciones pro-nucleares en foros FAES de ex secretarios generales de CC.OO. que hoy se ubican en ámbitos muy cercanos a la derecha españolista con nuevos y viejos ropajes. No, no es eso, se trata de comentarios y reflexiones de personas que dicen pertenecer y permanecer en al ámbito de la izquierda política.
Miguel Ángel Quintanilla, Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia y ex responsable político institucional en varios gobiernos PSOE, ha publicado recientemente en Público un artículo que lleva por título «La lección de Fukushima» [1]. Estas son las lecciones extraídas tras el hecatombe nuclear nipona por este destacado catedrático de lógica.
Hace siete años, señala MAQ, «la geóloga Leuren Moret publicaba un artículo en The Japan Times sobre la seguridad de las centrales nucleares». En él ya se denunciaban los «múltiples errores, fallos y mentiras de la industria nuclear y del Gobierno japonés», dejando para la posteridad una premonición que, leída ahora, prosigue MAQ, produce escalofríos: «La cuestión no es si en Japón se va a producir o no un desastre nuclear; la cuestión es cuándo se va a producir»». Conocemos la respuesta: 2011, con antecedentes destacados.
Es cierto, prosigue MAQ, que el accidente de Fukushima es resultado de una sucesión de desastres naturales de una magnitud extraordinaria. Incluso, añade el catedrático de lógica, «todavía podemos felicitarnos de que la catástrofe no haya sido mayor». Pero, en su opinión, lo importante es saber «si las cosas podían haberse hecho de otra forma y qué debemos hacer para que no vuelvan a suceder».
MAQ sostiene que «el desastre nuclear en Japón no se ha producido por falta de conocimientos ni de capacidades para hacer las cosas mejor (no poner centrales nucleares en zonas sísmicas, no situar las instalaciones a suficiente altura sobre el nivel del mar, no prever sistemas de emergencia eficaces en casos de catástrofes naturales)». Lo que faltó, esa es la tesis central de su artículo, «fue un juicio correcto al ponderar los riesgos que se asumían al tomar las decisiones que se tomaron en su día».
Nuestro filósofo de la ciencia se pregunta «si el juicio sobre riesgos de la industria nuclear puede ser correcto si debe estar supeditado, en todo o en parte, a los intereses económicos de una empresa privada». Debería haber otra forma de hacer las cosas en su opinión. Por ejemplo, el ejemplo es del propio autor, «la gestión de las centrales nucleares, desde su diseño hasta su cierre, y durante todo su funcionamiento, debería estar en manos de un cuerpo de especialistas, pagados con fondos públicos y juramentados», como los monjes de otras épocas (la generosa comparación eclesiástica también es de MAQ), «para gestionar el ciclo de la energía nuclear atendiendo tan sólo a los más altos estándares de seguridad y a los intereses de la sociedad y los ciudadanos».
Para ello, concluye MAQ, ni siquiera sería preciso expropiar las centrales nucleares: «Bastaría con nacionalizar su gestión (una solución, por cierto, que seguramente el propio Gobierno japonés tendrá que adoptar en Fukushima en los próximos días)». De este modo, la lección de Fukushima no es sólo que lo nuclear es peligroso, cosa que refuta para siempre más la afirmación publicitaria de la seguridad de las centrales, «sino que la gestión del peligro nuclear es demasiado importante para dejarla a merced de intereses económicos».
MAQ, por tanto, sostiene que lo nuclear no debe dejarse, sin más, en manos privadas pero no aboga, cuanto menos en esta ocasión, por la paulatina desaparición de la industria ni hace, desde luego, llamamiento alguno al, digamos, combate ciudadano antinuclear: vivir activos hoy, para no vivir radiactivos mañana.
No es MAQ el único filósofo o científico que, desde posiciones de izquierda política en sentido amplio o amplísimo, abonan matizadamente o no argumentan críticamente de manera global contra la industria nuclear. Manuel Lozano Leyva, catedrático de física atómica, sería otro ejemplo conocido. En los años de la transición, no fueron pocas ni marginales las voces que en el seno de la izquierda hablaron de una reconsideración del tema nuclear [2].
Una discusión en torno a estas posiciones podía tomar el siguiente aspecto [3].
SLA: Déjame preguntarte por otro asunto, por los argumentos de los defensores de la energía nuclear desde una perspectiva que se dice de izquierda. Manuel Lozano Leyva, persona sin duda informada, catedrático de física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla, ha defendido la energía nuclear (Público, 7 de diciembre de 2007) desde una posición políticamente progresista, eso sí, afectada en mi opinión por un cierta dosis de tecnocraticismo cientificista. Su tesis básica es que el rechazo a la energía nuclear no es progresista.
ERF: No sé qué entiende Lozano Leyva por progresismo pero en fin, ¿cuáles son sus argumentos?
Apunta en primer lugar, que ninguno de los problemas de las centrales nucleares es significativo. Señala que actualmente existen 441 reactores funcionando en el mundo y que en cinco décadas sólo se ha producido un accidente grave el de Chernóbil, donde coincidieron, señala, «circunstancias tan insólitas que si se hubiera planificado perversamente no habría salido peor».
Pues con su primer argumento no estoy nada de acuerdo. Ya hemos hablado de ello largamente. Chernóbil no ha sido el único accidente de importancia en la historia de la industria nuclear. Ha habido numerosísimos accidentes de todo tipo: muy graves, potencialmente graves y accidentes menores. Todo ello, sin tener en cuenta el larguísimo número de «incidentes» que se han ocultado y en los que se sospecha que lo que realmente sucedió fueron «accidentes» más o menos serios.
En este punto creo que a Lozano Leyva le falta información o bien tiene una noción de «accidente grave» que no logro ni puedo compartir.
Sobre los residuos radiactivos, apunta que aventajan a los de las centrales térmicas porque se localizan puntualmente y no se esparcen en la atmósfera. Ambos duran miles años pero en el caso de los radiactivos se vislumbra una nueva tecnología de eliminación por transmutación. No existe nada parecido con el CO2 y los otros gases de las centrales térmicas.
Es bien cierto que los residuos generados por las centrales térmicas, especialmente las de carbón, no son inocuos, no podemos ignorarlo, y que tienen una incidencia importante sobre el medio ambiente. Sin embargo, no es verdad que los residuos generados en las centrales térmicas duren miles de años con la excepción, si es el caso, que no siempre es así, de los escasos residuos radioactivos que éstas puedan generar. En todo caso, nunca es bueno comparar entre «dos males» y, desde luego, tanto las centrales nucleares como las centrales térmicas de carbón lo son. A quienes propugnan la «solución nuclear» hay que indicarles que de lo que se trata es de buscar soluciones que sean lo menos dañinas posibles para el medio ambiente y la población y eso pasa, sobre todo, por la reducción del consumo energético, la reducción de su desigualdad en el mundo y la apuesta en serio, no sólo como juego lingüístico floreado en tribunas públicas a las que no se concede ninguna importancia real, por las energías renovables.
En cuanto al uso militar o terrorista de la tecnología nuclear, asegura Lozano Leyva que es mucho más controlable que otras tecnologías más simples e igual de mortíferas como las biológicas y químicas.
¿Controlable el uso militar de la tecnología nuclear? Pero si seguimos desconociendo de forma oficial su uso en la primera guerra del golfo o en el caso de los bombardeos sobre la antigua Yugoslavia…Y, además, ¿qué quiere decir controlable exactamente? ¿Quién debe ejercer ese control por otra parte?
Señala también el catedrático de física sevillano que el verdadero problema no reside en la seguridad ni en los residuos sino en el probable encarecimiento del uranio: si se multiplican las centrales por diez, pongamos por caso, el uranio se encarecería, la probabilidad de accidentes aumentaría y «el control de los residuos radiactivos exigiría mucho más que unas decenas de guardias civiles».
No comento el punto de las decenas de guardias civiles, que me parece mal expresado e impropio de un educador científico de la ciudadanía pero con el resto de afirmaciones estoy de acuerdo con algún matiz. El uranio, por otra parte, no sólo se encarecería sino que ya se ha encarecido enormemente como ya hemos indicado, además de que podría agotarse en pocas décadas.
Luego, por tanto, si se extendiese el uso de la energía nuclear, y parece que ésa es su apuesta, Lozano Leyva debería admitir como mínimo tres problemas, tres graves problemas en su apuesta: neto encarecimiento de la fuente primaria y su agotamiento previsible a corto plazo; mayor riesgo de accidentes, y mayores problemas de seguridad para los residuos radiactivos.
Ya sé que no existen soluciones perfectas en casi ningún asunto humano de importancia pero no es poca cosa lo que se acaba de apuntar.
Pero para él, admitiendo la necesidad de menor consumo energético y de estabilizar el número de habitantes del planeta, hay que apostar por el desarrollo de infinidad -según sus propios términos- de vías nucleares de producción de energía eléctrica, como el uso del torio, que, en su opinión, «la demagogia ha frenado». Las energía alternativas, para él la solar, la térmica o la fotovoltaica, es la única viable, dado su pequeño rendimiento sólo cuentan como energías complementarias.
La transmutación de residuos nucleares -bombardear residuos nucleares con partículas subatómicas para transformarlos en elementos no radiactivos- es una materia en la que no se ha avanzado significativamente en las últimas décadas. A pesar del esfuerzo realizado, no hay resultados que ni tecnológica ni económicamente sea factible realizar industrialmente ni a breve ni a largo plazo. Existen grandes instalaciones pero para obtener transuránicos en cantidades ínfimas de materia, y nosotros estamos hablando de millares de toneladas. Si me permites, más que una apuesta razonable me parece un brindis al sol de la ciencia ficción. Hay aquí, creo, una confianza excesiva y poco razonable por un escenario científico-tecnológico del que apenas hay indicios.
Pero si llegase a funcionar…
Aún en el hipotético caso de que la técnica de la transmutación llegase a funcionar en un futuro, por el momento no previsible, no lograría hacer desaparecer del todo los residuos radiactivos, por lo que el problema permanecería, con distintas dimensiones, y no evitaría la discusión sobre la necesidad de tener que construir un cementerio nuclear. Recientemente, Carlos Bravo, responsable de la campaña de energía de Greenpeace, ha declarado que en materia de residuos radiactivos no hay panaceas ni varitas mágicas. «Hacemos un llamamiento a la responsabilidad de quienes tratan de confundir a la opinión pública con soluciones mágicas en materia de residuos radiactivos». Yo estoy totalmente de acuerdo con él.
Ante esta situación, no es extraño que no haya consenso social ni político para resolver este problema. Esto explica, como decíamos, el fracaso de los sucesivos planes de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA) de implantar un cementerio nuclear de residuos de alta actividad en España, el conocido como ATC (Almacén Temporal Centralizado). Para mí, el verdadero consenso pasa por establecer previamente un calendario de cierre de las centrales nucleares.
Para finalizar esta punto, Eduard, Lozano Leyva apunta también una consideración político-cultural y afirma que es un enigma que se identifique el rechazo de la energía nuclear con el progresismo político. Él señala, en curiosa afirmación, que «es infinitamente más retrógrado el petróleo que el núcleo atómico» y que, en caso de desastre, preferiría que nuestros descendientes heredaran la ciencia nuclear y su tecnología, «tan europeas y cultas», a que se vieran esclavizadas por el petróleo y sus propietarios.
Sinceramente, a mi me parece sorprendente que una persona tan documentada como él tenga preferencias tan eurocéntricas y que meta en el mismo saco, sin ninguna distinción, a todos los dueños y países propietarios del petróleo. Yo no lo hago y no creo que sea bueno hacerlo desde una posición de izquierdas.
La afirmación que citas sobre el carácter infinitamente más retrógrado el petróleo respecto al núcleo atómico, que vaya usted a saber qué significa, debe ser una desviación profesional o una metáfora arriesgada. Ni logro entenderla ni me parece muy significativa.
¿Es acaso una quimera, una simple ensoñación, pretender vivir sin nucleares? Uno de nosotros -ERF- dio hace tres años la siguiente respuesta: «Tal como se señalaba en el informe CiMA (Científicos por el Medio Ambiente), documento que hemos elaborado Anna Cirera, Joan Benach y yo mismo con la inestimable ayuda de Jorge Riechman, los efectos sobre la salud y el medio ambiente producidos por las radiaciones ionizantes de las centrales y el conjunto de la actividad industrial nuclear son de muy compleja evaluación debido, entre otras razones, a la dificultad de estudiar su incorporación en la cadenas tróficas, la reconstrucción de las dosis de exposición de las poblaciones objeto de estudio, así como por la variedad de las respuestas biológicas que se producen. No obstante, existe una notable evidencia científica de los múltiples riesgos para la salud y el medio ambiente asociados a la exposición a radiaciones ionizantes como resultado de los centenares de accidentes e incidentes nucleares producidos en todo el mundo durante más de cincuenta años, que han ocasionado miles de víctimas y afectados». Además, desde el punto de vista científico, «no es posible en la actualidad estimar una dosis por debajo de la cual las radiaciones ionizantes no produzcan efectos patológicos. Es importante señalar que, en este caso, la relación causa-efecto no es de tipo lineal, sino que depende de múltiples factores: la intensidad y la naturaleza de la fuente de radiación, la dosis total recibida, la duración temporal de la exposición, la edad de la población expuesta o la susceptibilidad individual. Etc. Puede decirse, por tanto, que no existe una dosis de radiación que sea segura».
En definitiva, ante la evidencia científica que señala claramente que las actividades derivadas del ciclo conjunto de la actividad industrial nuclear pueden perjudicar seriamente la salud pública y el medio ambiente, incluso en condiciones normales de utilización y funcionamiento, «mi posición es que no deben y no pueden prevalecer los intereses políticos o la búsqueda de los beneficios económicos. El conocimiento disponible lleva a considerar, con más vigencia que nunca, como antes decía, un antiguo y sabio criterio médico: cuando hay dudas razonables, lo mejor es abstenerse. Por ello, para prevenir las peligrosas consecuencias que hemos descrito, para evitar que éstas se produzcan, se impone aplicar el «principio de precaución» y evitar la utilización de la energía nuclear. Podemos vivir sin nucleares y podemos vivir mejor».
Y todos y todas además.
Notas:
[1] http://blogs.publico.es/
[2] Para un ejemplo muy reciente: 25 aniversario de la tragedia de Chernóbil: entrevista con el académico y radioquímico B.F. Myasoyédov. Una lección para toda la humanidad. Soviétskaya Rocía (traducido del ruso para Rebelión por Josafat S. Comín). http://www.rebelion.org/
[3] Tomado del capítulo XV de ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y en el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2011.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.