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Butler frente a Braidotti

Sobre la transformación social

Fuentes: Riff Raff

Es cuestión feminista fundamental la de trabajar desde la teoría y desde la práctica, imbricadas la una con la otra, por la transformación de la sociedad en beneficio de las mujeres, y de los hombres también, a favor de un modo de pensamiento y de organización de la vida donde las personas no permanezcan sometidas […]

Es cuestión feminista fundamental la de trabajar desde la teoría y desde la práctica, imbricadas la una con la otra, por la transformación de la sociedad en beneficio de las mujeres, y de los hombres también, a favor de un modo de pensamiento y de organización de la vida donde las personas no permanezcan sometidas o rebajadas en función de la aplicación de categorías como sexo, género, sexualidad. Desde el principio mostramos nuestro total asentimiento a la afirmación de Judith Butler: «El feminismo trata la transformación social de las relaciones de género, con lo que probablemente estaríamos todas de acuerdo, aunque «género» no sea la palabra preferida por algunas» . Sin dejar de reconocer la necesidad de acciones y prácticas políticas e institucionales coincidimos asimismo con su defensa de la teoría como tarea transformadora. Porque «en el mismo acto de transformación social todas las personas somos filósofas no expertas, presuponiendo una visión del mundo, de lo que está bien, de lo que es justo, de lo que es detestable, de lo que la acción humana es o puede ser, de lo que constituyen las condiciones de vida necesarias y suficientes» .(2)

En el más reciente panorama feminista qué sea la transformación social o cuál sea un ejercicio transformador son preguntas distintamente contestadas dependiendo del marco teórico feminista que las formule. Sobresale el conflicto -que no puede, en absoluto, reducirse al antagonismo entre igualdad y diferencia- entre las teorías del género y las de la diferencia sexual, conflicto que trae a escena un importante conjunto de problemas más allá de la cuestión de si mujeres y hombres poseemos o no un unitario núcleo humano. Butler y Braidotti se insertan en paradigmas conceptuales no coincidentes pero entre ellas disputan de un modo enriquecedor para el feminismo.

La autora que sin duda ha introducido en la escena del feminismo contemporáneo la relevancia de la teoría del género y que ha discutido con energía la teoría de la diferencia sexual es Judith Butler. Ella recurre a múltiples marcos conceptuales a los que somete a revisiones, críticas y reformulaciones con el fin de elaborar su propia innovación teórica. Realiza, además, una labor, explícitamente perseguida, de traducción cultural en tanto que su formación vital e intelectual y sus fuentes textuales proceden a la vez del ámbito europeo y del norteamericano. Rosi Braidotti es una de las más afamadas teóricas de segunda generación de la diferencia sexual. Tampoco Braidotti, nacida en Italia, educada en Australia y en Francia y actualmente instalada en Holanda, deja de estimar el valor del cruce de fronteras culturales, lingüísticas y vitales. Braidotti y Butler, no en vano, han dialogado y discutido entre ellas y han hecho público el resultado de su encuentro .(3)

Propósito central del pensamiento de Butler es revisar desde dentro, de un modo inmanente, los conceptos y categorías de uso frecuente en el marco feminista para lograr abrir nuevas posibilidades para el feminismo. Le interesa particularmente establecer alianzas fecundas entre el feminismo y los estudios lésbicos y gays, dos espacios de estudios que se distancian y que se conciben frecuentemente el uno al margen del otro. El feminismo tiende, con demasiada facilidad, a reducir la sexualidad al horizonte de la relación heterosexual y desde ahí conceptualiza la diferencia sexual y la diferencia de géneros, lo que ha podido ser cuestionado en tanto signo de heterosexismo. Los estudios lésbicos y gays, por su parte, oponiéndose al heterosexismo del feminismo, reflexionan sobre la sexualidad, sobre la diversidad de prácticas sexuales, pero concluyen por eludir pensar la diferencia sexual así como muestran indiferencia ante los debates entre los paradigmas del género y de la diferencia sexual. Para Butler, la teoría queer, que en principio surge del entrecruzamiento entre feminismo y estudios lésbicos y gays, y de la que Butler es considerada una de sus teóricas fundadoras, se inclina cada vez más a enfatizar las prácticas sexuales por encima de la identidad de género o sexual.

Al separar el género de las prácticas sexuales, Butler afirma que se posibilita el reconocimiento de un terreno de disonancias entre identidades de género y prácticas sexuales que, en efecto, puede ser muy productivo como objeto de análisis. Ella, justamente, trata de estas disonancias dentro de su proyecto de problematizar el género. Pero asimismo se plantea hasta qué punto pueden las prácticas sexuales ser desvinculadas de la cuestión del género. Quizá, apunta Butler, el tema del género persista de modo inconsciente, pero importante, en el juego sexual. Esto no significa mantener la irreductibilidad de la diferencia sexual sino advertir que romper con el género puede ser un modo de volverlo a traer a escena sin que percibamos su retorno. El peso de las normas de género no se puede eliminar repentinamente, aunque nos imaginemos identificados completamente con aquello que hacemos. Las normas de género ejercen una función también en el terreno del placer sexual de las prácticas no hegemónicas. Precisamente, continúa Butler, el que sea posible trabajar desorientando las normas de género forma parte del placer que nos suscitan tales prácticas sexuales no convencionales (4). Estos temas son parte fundamental del trabajo de Butler que nos presenta el género como problema. De ahí que ella considere que género y sexualidades deben abordarse no según una relación causal y determinista pero sí en relación, aunque en problemática relación. El feminismo debe ofrecer, así lo hace el de Butler, una crítica de la jerarquía de género que pueda ser incorporada a la teoría radical de la sexualidad y, por su parte, esta teoría radical de la sexualidad debe enriquecer al feminismo.

En el modelo de teoría del género que elabora Butler, la reflexión sobre la dinámica de las sexualidades minoritarias no sólo es un tema abordado sino que, como se acaba de indicar, es cuestión clave del análisis del género. El feminismo de Butler pretende movilizar a través de la interrelación entre géneros y sexualidades las categorías del feminismo igualitario y las de la diferencia sexual. El feminismo igualitario utiliza el género como categoría de análisis pero no deja de concebirlo como una cualidad externa que la cultura asigna, con posterioridad, a un núcleo humano originario, el sujeto racional autónomo, que es el lugar desde donde es posible la resistencia al patriarcado. La teoría de la diferencia sexual, por su parte, no facilita pensar la proliferación de sexualidades divergentes en sus disonancias con la dualidad de géneros y de sexos y en interacción con cuestiones clave como las de raza, clase, posición colonial. En cuanto al género, el feminismo de la diferencia sexual, que lo considera ser un concepto producido y encerrado irremisiblemente en el orden masculinista, falogocéntrico, de la cultura patriarcal occidental, no permite más que la renuncia a tal categoría de análisis. El género es entendido como un producto cultural que se sobrepone a un sujeto previamente dado, esto es, el género es un suplemento, un significado añadido, un rol. El feminismo de la diferencia sexual vuelve entonces la mirada hacia el sexo; busca insistentemente aquello, el sexo, como dato no accidental, auténtico, que ha quedado impensado, irrepresentado en el dominio del orden simbólico masculino que es el que ha impuesto la conocida lógica de lo mismo -lo uno, el ser, el hombre- y lo otro -lo negado, lo subordinado, la mujer-.

Para las teóricas de la diferencia sexual, la mujer no es, entonces, como dijera Beauvoir, lo Otro, sino que el sexo mujer es «lo otro de lo Otro», entendiendo que el concepto de lo Otro de Beauvoir queda aún atrapado dentro del orden masculinista y que lo así denominado «lo otro de lo Otro» es lo que estando ausente, fuera de ese orden, hay que empeñarse en pensar para por su mediación dar expresión a un diferente orden simbólico, el femenino, el de la madre. Entonces, mientras que para el feminismo igualitario el término mujer remite al orden de lo cultural y es el término sujeto humano, individuo racional, el que se refiere al núcleo previo que debe ser liberado de las constricciones socioculturales, «mujer» para el feminismo de la diferencia sexual tiene una doble connotación: es palabra que alude a género femenino (la mujer como lo Otro) y en tanto tal su significado está en manos del patriarcado; «mujer» en cuanto sexo, cuerpo, diferencia femenina, es lo repudiado por el orden masculinista y es, por consiguiente, lo que está fuera de ese orden (la mujer como lo otro de lo Otro).

En contra de la visión simplista que en ocasiones se ofrece de la teoría de la diferencia sexual, Butler, sin embargo, insiste en que el concepto de diferencia sexual es irreductible, en consecuencia con lo dicho, tanto al concepto de género como al concepto de sexo cuando sexo significa mera asignación sexual desde la perspectiva médico-biológica. Butler se refiere explícitamente (5) a Rosi Braidotti, a la que estima especialmente, como autora que desde el marco de la diferencia sexual no puede ser reducida, en su obra, a un pensamiento ni de corte biologicista ni próximo a la noción sociológica de género. Braidotti conceptualiza la diferencia sexual en una dirección en la que desafía tanto al biologicismo como también al culturalismo, porque reflexiona sobre la corporalidad en términos semióticos y simbólicos al tiempo que considera que la diferencia sexual aunque tiene una vida discursiva no puede ser reducida a discurso. Rosi Braidotti nos propone, en efecto, «redefinir una teoría materialista transmóvil de la subjetividad feminista que trabaje dentro de los parámetros de la difícil situación posmoderna, sin idealizarla románticamente, pero sin caer tampoco en la nostalgia por un pasado supuestamente más saludable» (6) . Para esta tarea, nombra como piedra básica angular el cuerpo, pero el cuerpo que no ha de ser entendido en términos esencialistas, de los que ella constantemente intenta escapar en coherencia con su apuesta nomádica de inspiración deleuziana. El cuerpo no funciona en su proyecto «ni como una categoría biológica ni como una categoría sociológica, sino más bien como un punto de superposición entre lo físico, lo simbólico y lo sociológico» . (7)

Desde el punto de vista de la diferencia sexual, considerar el género como significado añadido al sujeto supone desconsiderar cómo trabaja en el lenguaje la diferencia sexual para establecer la noción de sujeto y cómo ese sujeto construido, de carácter masculino, excluye lo femenino de la formación del sujeto. Incluso aceptando que pueda haber un sujeto femenino, las teóricas de la diferencia sexual postulan que ese sujeto femenino no deja de ser un efecto de la diferencia sexual. Afirman que la teoría del género malinterpreta el modo en que se instala a través del lenguaje la relación asimétrica entre los sexos; que el giro hacia el género disimula las estructuras más fundamentales del lenguaje, de la inteligibilidad, y que no comprende que el sujeto se elabora sobre la base de una grieta que produce el inconsciente. Así, Braidotti opina que en el contexto europeo, algunas versiones de los estudios de género consideran la producción cultural de la feminidad y de la masculinidad como análogas, con lo que se contradice el impulso feminista tendente a resaltar las posiciones asimétricas de los sexos que emergen en el lenguaje y en el inconsciente. Estos estudios de género adoptan una perspectiva anti-feminista que desradicaliza la política feminista. Además, esas focalizaciones exclusivas en el género niegan la historia feminista de Estados Unidos que reclama radical libertad sexual así como al feminismo específico de las mujeres negras, que han hecho más complejo el marco feminista al tener en cuenta las relaciones de poder que constituyen el género. Entonces, si en el contexto de Estados Unidos, la teoría del género se ha dirigido a ir más allá del horizonte de la diferencia sexual que privilegia la diferencia entre masculinidad y feminidad por encima de otras diferencias, relaciones e instituciones, en el contexto europeo, el género, por el contrario, ha llegado a ser un modo de rechazar la política feminista al afirmar la simetría de las posiciones de mujer y hombre.

Dada la complejidad señalada al respecto de la diversidad de planteamientos ofrecidos, a Butler lo que en este caso le interesa plantear es la importancia de la pregunta sobre desde qué posición feminista se reclama la destrucción de la teoría del género. Es preciso afinar el análisis y evitar juicios demasiado generalizadores porque ni bajo el rótulo de teoría del género ni bajo el de diferencia sexual se ofrece un único y monolítico pensamiento.

Partiendo de la diferencia sexual el análisis feminista investiga el modo en que están constituidos diferente y asimétricamente la feminidad y la masculinidad. Se recurre a un dominio de lo simbólico considerando que es en ese dominio donde se organizan las posiciones divergentes y donde se dan los parámetros de lo social. Dicho de otro modo, la diferencia sexual analiza la asimetría de la relación entre los sexos y también la separación de las esferas de lo simbólico y de lo social, postulando que lo simbólico precede y organiza lo social. Por otro lado, los estudios de género muestran inclinación hacia el sociologismo, afirma Butler, no teniendo en cuenta la dimensión simbólica y psiconalítica por la que se establecen en el lenguaje lo femenino y lo masculino.

Irigaray sostiene que lo femenino existe dentro del orden masculinista como un significante y que, además, lo femenino existe fuera de esa economía como aquello repudiado para simular la representación de lo femenino como lo femenino mismo. En este sentido, podría ser que la teoría del género identifique erróneamente la construcción de lo femenino dentro de la economía masculinista con lo femenino mismo, con lo que se pierde la distancia crítica para llevar a efecto un cuestionamiento de esa construcción de lo femenino. Lo que hace Irigaray es situar a lo femenino en un lugar que excede su articulación dada, porque considera que toda articulación de lo femenino está gobernada por el falogocentrismo. Butler indica, que desde esa argumentación de Irigaray se sostiene una inconmensurabilidad entre lo femenino, o la mujer, y el ser viviente que plantea una serie de cuestionamientos cruciales. Las preguntas de la teoría del género practicada por Butler son: si las representaciones existentes son «fantasmas normativos» (8) , ¿cómo podemos contestar la fuerza de esas representaciones?; ¿cómo debe proceder el feminismo en su esfuerzo por representarse a sí mismo cuando considera lo femenino como el límite de la representabilidad?

El problema para Butler es que desde la diferencia sexual se concibe lo simbólico como la escena fundadora del repudio de lo femenino. Ese repudio es así lo que capacita y estructura la articulación de lo simbólico mismo y lo simbólico, como campo de normatividad, estructura lo dado socialmente. Por lo tanto, es central para el pensamiento de Butler, que replica esa radical disyunción afirmada por la diferencia sexual, reflexionar sobre la relación entre lo simbólico y lo social. Ella nos advierte de si no será que esa teoría, al reclamar la prioridad de la estructura del repudio de lo femenino en relación con el dominio de la organización social, deviene un modo de reforzar el repudio de lo femenino y un modo de impedir la transformación social. Los presupuestos teóricos de la diferencia sexual dificultan enormemente precisamente la acción transformadora al insistir en un dominio simbólico anterior al ámbito de lo social y del que lo social depende. ¿Qué significa -nos interroga Butler- decir que la diferencia sexual es un orden simbólico en lugar de afirmar que es un orden social? La cuestión es si al defender su carácter simbólico no se está defendiendo con ello su naturaleza inmodificable. Al considerar al falo como significante primario y a lo femenino como lo siempre repudiado, la heterosexualidad de la escena psicoanalítica queda reconsolidada. Se percibe ahí que mantener que lo masculino y lo femenino son inevitablemente asimétricos contribuye a afianzar el sexismo y el heterosexismo de la cultura dominante. Butler se pregunta: «¿Y qué pasaría si no hubiéramos hecho nada más que abstraer el significado social de la diferencia sexual y exaltarla como estructura simbólica y, por tanto, pre-social? ¿Es ésta una manera de asegurarnos que la diferencia sexual está por encima de cualquier disputa?» .(9)

Plantearse de qué modo se puede reconfigurar la relación entre lo simbólico y lo social, con el fin de posibilitar que desde lo social se lleve a cabo una alteración de lo simbólico, es un proyecto que persigue la teoría del género de Butler. La distinción entre lo simbólico y lo social debe ser problematizada y así lo hace el discurso de Butler, en el que lo social no se reduce a lo ya dado socialmente ni se entiende la acción transformadora dentro del marco marxista de una teleología histórica. Quizá, nos plantea Butler, esta problematización de la distinción entre lo simbólico y lo social pueda aliviar la tensión entre el marco de la teoría del género y el de la diferencia sexual. Concibiendo el género como performativo, como hace Butler, como un conjunto de significados adquiridos y variables quizá sea factible pensar el género en relación dinámica con los esquemas de la normatividad sexual (10) . En su Gender Trouble (11) , problematiza la supuesta coherencia, estabilidad y verdad del género, y del sexo, en tanto que quiere discutir el esencialismo del feminismo que asevera que la identidad es algo natural dado ahí, esencia habitante en el interior del cuerpo. Cierto que la teoría de la diferencia sexual no mantiene sin más y en todas sus formulaciones esa clase de esencialismo natural que disputa Gender Trouble, pero muestra cierta preocupante tendencia a concebir la dominación patriarcal bajo el signo de lo inevitable. «¿Existe realmente una diferencia sexual que no sea su forma institucionalizada, la dominante, que es la heterosexualidad en sí misma?» (12) , nos interroga Butler.

Lo simbólico, tal y como es definido por el psicoanálisis lacaniano y por ciertos feminismos de la diferencia sexual, es sometido por Butler a una revisión en la que los límites formulados a la representación se abren a rearticulaciones y a transformaciones desde la presión ejercida por las prácticas sociales. Además, ella cuestiona la separación metodológica mantenida por los estudios lésbicos y gays entre la sexualidad, la diferencia sexual y el género al considerar que esa separación mantiene el problema de lo femenino y del feminismo como lo irrepresentable, lo que hace más fuerte la ley convencional que dicta el dominio de lo masculino. Proclamar una sexualidad liberada del género y de la diferencia sexual es no cuestionar la supuesta simetría entre lesbianismo y homosexualidad masculina que se basa en la idea de la separabilidad de las lesbianas del feminismo y de la separabilidad del sexo de la diferencia sexual. En contra de ello, Butler defiende la productividad para el análisis, y para la acción transformadora, de la interrelación entre feminismo y teoría queer, así como el entrecruzamiento de los marcos de la teoría del género y de la diferencia sexual en el seno del pensamiento feminista.

Mas, sobre todo, en la tensión observada entre teorías del género y teorías de la diferencia sexual, es el pensamiento de Braidotti, como se decía, el que Butler valora como de mayor provecho para el intercambio crítico. Butler reclama la importancia de establecer distinciones entre las distintas autoras de la diferencia sexual. Algunas, como la feminista alemana Barbara Duden, desarrollan sus argumentos al respecto de la necesidad de la distinción entre los sexos sobre una base biológica. Otras, las estructuralistas y las postestructuralistas no interesadas en discutir el género, defienden la diferencia sexual como fondo del que surge el lenguaje y la cultura. Continúa Butler: «Pero entonces aparece otra distinción: están las que sólo encuentran útil el paradigma estructuralista porque ilustra la continua diferencia de poder entre hombres y mujeres en la sociedad, y nos proporciona una forma de entender la profundidad con que esta diferencia determina el orden simbólico en que vivimos. Entre estas últimas, creo, sigue existiendo una diferencia entre las que consideran que el orden simbólico es inevitable, y así ratifican el patriarcado como estructura inevitable de la cultura, y las que piensan que la diferencia sexual es inevitable, básica, pero que su forma patriarcal es rebatible. Rosi Braidotti pertenece a estas últimas, y ya pueden imaginarse por qué es con ella con la que probablemente he tenido conversaciones más útiles, si no necesarias» (13) . Teniendo presentes las voces deconstructivas -Deleuze y Foucault, además de Irigaray- Braidotti, ciertamente, formula la diferencia sexual en términos de aquellas diferencias «que las mujeres pueden establecer en la sociedad» (14) , como condición de posibilidad para pensar en todas sus otras diferencias y con el fin de conformar una redefinición de la subjetividad femenina distanciada de determinismos biológicos o psíquicos.

Leamos, en lo que sigue, fragmentos de un intercambio comunicativo entre Butler y Braidotti . (15)

Con insistencia mantiene Braidotti la tesis de que centrarse en el género y no en la diferencia sexual es evitar reflexionar sobre el problema de la asimetría entre mujeres y hombres y, por tanto, imposibilitar el pensamiento feminista sobre la dominación masculina, pensamiento que Braidotti encuentra ya formulado en el análisis de Beauvoir donde los hombres, en tanto representantes de lo universal abstracto, se nos presentan desincardinados y desde ahí capaces de transcendencia, y donde las mujeres aparecen relegadas, perdiendo su subjetividad, al confinamiento en el espacio de sus cuerpos y así ancladas en la inmanencia. Butler impulsa, firme de igual modo, la idea de que la vuelta hacia el género es también, y sobre todo, un modo de enfrentar la noción rígida de la asimetría de los sexos defendida por la teoría de la diferencia sexual, aunque Braidotti no comparte esa intelección de la diferencia sexual como teoría «monolítica » y «ahistórica». Para Butler, Braidotti no deja de mantener que la asimetría es irreductible e irreversible al tiempo que sostiene que esa asimetría debe ser el fundamento de la política feminista. «¿Acaso no se limita simplemente a reificar una asimetría social como una necesidad eterna, instalando de ese modo el pathos de la exclusión como la «base» del feminismo?» (16) , inquiere Butler.

Existe un margen para las mujeres en el que ellas no están sujetas al orden simbólico patriarcal, expone Braidotti, y ese margen, sostenido por la experiencia vivida, es el que se debe aprovechar para la acción feminista. Para Braidotti: «El punto de partida del proyecto de la diferencia sexual consiste en la voluntad política de afirmar la experiencia corporal, vivida, de la mujer. Esto implica el rechazo de la diferencia sexual desincardinada mediante la valorización de un nuevo sujeto supuestamente «posmoderno» y «antiesencialista»; en otras palabras, el proyecto de la diferencia sexual conlleva la voluntad de reconectar todo el debate sobre la diferencia con la existencia corporal y la experiencia de las mujeres» (17) . La lucha feminista implica la adopción de un planteamiento deliberado y consciente, aunque la identidad femenina tiene que ver con el inconsciente, pero esa acción feminista defendida por Braidotti reivindica la conexión de la política con la experiencia vivida de las mujeres. Braidotti se apropia del concepto de deseo, de gran fuerza en Deleuze, como instrumento productivo para el feminismo. El deseo, el deseo de libertad, es a lo que da cauce el feminismo, entendiendo que la libertad, la justicia, no son sólo valores racionales; son, sobre todo, objeto de deseo. De ahí que la política no deba ser fría y dogmática sino que deba estar vinculada con el cuerpo, su experiencia, sus deseos.

Y a pesar de que este recurso a términos como cuerpo, experiencia, pueda ser interpretado fácilmente como rasgo esencialista, de tal modo se lo plantea Butler, Braidotti discutiendo esa lectura subraya que si bien la posición simbólica es común para las mujeres ello no implica que todas las mujeres sean iguales ni que exista algo como una esencia fija femenina. Lo importante del pensamiento de la diferencia sexual, «el punto de partida esencial es, pues, la no coincidencia fundamental de la identidad con la idea tradicional cartesiana de conciencia» (18) . Cierto que el concepto de diferencia presenta una serie de problemas y que a su alrededor han surgido diversas contradicciones. Braidotti no se ahorra el realizar una breve historia del uso europeo del concepto de diferencia a la vez que afirma la necesidad de aceptar ese núcleo de contradicciones. «Diferencia» ha tenido una aplicación racista; ha tendido a justificar jerarquías a través de la categoría de lo otro de claras connotaciones esencialistas.

Se debe reflexionar sobre la historia del término e intentar liberarlo de sus conexiones con el poder y con la dominación. La estrategia seguida por Braidotti para ello es la de «una repetición mimética y creativa» (19) . No se trata, entonces, de rechazar el término como inevitablemente esencialista. Lo no aceptable es abandonar el marco de la diferencia sexual para substituirlo por el del género. Braidotti argumenta en este sentido relatando los resultados lamentables, acontecidos en Europa, de la introducción de los estudios de género en las Universidades. El estudio de la masculinidad, en ciertos Departamentos, ha ocupado el privilegio y los fondos económicos de la institución, relegando los estudios feministas. En Holanda, los llamados irónicamente por Braidotti «muchachos brillantes» (20) , han llegado, en ocasiones, a dirigir y controlar los estudios de género. Ante tales situaciones no deseables para el feminismo, el concepto de diferencia sexual persigue la potenciación simbólica de lo femenino. Reclama la no disolución de las mujeres en otras categorías como género o postgénero pero niega que ello suponga la adopción de una postura heterosexista; crítica que en efecto le arroja la teoría queer con respecto a la que la teoría de la diferencia sexual se mantiene, en coherencia, resistente. La diferencia sexual no comparte las posturas del lesbianismo radical, matiza Braidotti, pero el deseo homosexual femenino está en el núcleo de la teoría de la diferencia sexual y no la heterosexualidad. Braidotti comenta que la heterosexualidad es pensada como una posibilidad a la que es posible dirigirse, así ha sucedido en Irigaray y no en Cixous.

Uno de los puntos más cuestionados por Butler del paradigma de la diferencia sexual es su intelección del orden de lo simbólico en tanto se postula su carácter anterior y estructurador del ámbito de lo social, como así ha sido comentado en párrafos previos. Ésta es una crítica persistente en la obra de Butler, quien en este momento concreto alude a cómo la separación entre lo simbólico y lo social tiende a considerar lo simbólico como estructura vacía de su socialidad, como una idealización de la organización social. Butler le replica a Braidotti el mantenimiento de categorías universalizadoras como la de «sistema patriarcal de dominación» (21) , cuando categorías como ésa han sido ya sometidas a incisivas y consistentes problematizaciones. Ha sido puesta en duda la universalidad del patriarcado porque las relaciones de poder son culturalmente variables y porque el tema del poder no puede ser abordado tan sólo desde la óptica de la dominación, tal y como nos enseñó Foucault.

A este respecto, Braidotti señala su apuesta en favor de la interrelación entre las esferas de lo simbólico y lo social aunque afirma que uno y otro ámbito están violentamente separados. Ello supone, para Butler, que aun pensados en relación no deja de postularse su diferenciación así como la insuperabilidad de su distinción. Permanece, para Butler, la confusión, cierta ambigüedad e, incluso, contradicción, en ladefensa de Braidotti del dinamismo e historicidad de lo simbólico en tanto que al mismo tiempo distingue lo simbólico de lo social y de lo material. Braidotti, mientras tanto, afirma querer ofrecer una evaluación del modo de operar del simbólico patriarcal, por un lado; mostrar un proyecto utópico feminista orientado hacia la destrucción de ese orden simbólico patriarcal con el fin de inaugurar un orden alternativo, por otra parte; y, en tercer lugar, motivar la conversación sobre este tema del orden simbólico masculino. En Deleuze, más que en Lacan, cuyo simbólico asume el rasgo de un «esencialismo psíquico» (22) , halla Braidotti una conceptualización de lo simbólico, como proceso dinámico de prácticas significantes donde se entreteje lo lingüístico y lo social (23) , mucho más propicia para el desarrollo y la formulación de su programa feminista.

En otros varios y abundantes textos, también Butler ha discutido el concepto lacaniano de lo simbólico, temática recurrente en su pensamiento. Junto con Gayle Rubin (24) , observa en Lacan consecuencias totalizadoras, desconectadas de lo social, en su formulación de lo simbólico, donde lo simbólico parece indicar algo dentro de una supuesta naturaleza de la estructura cerebral como sede del lenguaje. Lo simbólico tiene que ver con la estructura del lenguaje posibilitadora de la emergencia del sujeto hablante, y de la condición de lo inteligible, en el marco de la diferencia sexual, lo que conlleva que el lenguaje y la diferencia sexual son coextensivos. Se torna imposible adquirir una posición en el lenguaje al margen de la diferencia sexual, fuera del movimiento que establece los lugares de la madre y del padre así como la prohibición del incesto, determinando rígidamente ese sistema de parentesco. Rubin y Butler subrayan esta problemática de un sistema que establece la diferencia sexual como diferenciación primaria sin la que no es posible adquirir capacidad lingüística alguna. Ocurriría, desde la perspectiva lacaniana, que si los humanos fuésemos hermafroditas o estuviéramos dotados para una asexual reproducción, careceríamos de lenguaje. De ahí que el feminismo elaborado a partir de Lacan no estime el valor de lo social y desatienda la íntima implicación de las estructuras psíquicas con las estructuras sociales.

No todas las cuestiones problemáticas se reducen para Butler, sin embargo, a la asunción del marco lacaniano. Aunque el pensamiento de Deleuze sea más dinámico en su conceptualización de lo simbólico, en su intercambio comunicativo con Braidotti no deja de ser contundente al afirmar: «Me pregunto si lo simbólico está destinado a operar de esa forma, vale decir, como un conjunto de estructuras y dinámicas reguladoras que ponen un límite a lo que puede y no puede ser elegido. ¿Quién, por ejemplo, es el autor que decide estas cuestiones y por qué la autoría misma está decidida de antemano precisamente por este funcionamiento simbólico? Pienso que lo simbólico designa el carácter idealizado del poder regulador y que ese poder debe situarse y criticarse, en última instancia, dentro de una concepción intensificada de lo social. Se trata, pues, de una clara diferencia entre nosotras» (25) .

De la exposición y comentario de este debate entre el paradigma del género y el de la diferencia sexual, del cruce de preguntas y respuestas entre Butler y Braidotti, no perseguimos, sin embargo, poder dar por concluida la tensión del conflicto, ahora o en un futuro. Lo contrario es más bien lo acertado. La polémica es el núcleo mismo de la productividad del pensamiento feminista. Reconocer y apoyar el valor de la interrogación abierta por las tesis divergentes; poner en suspenso la seguridad de nuestras conceptualizaciones y categorías, así como la cualidad de bondad y justicia de la organización de nuestras vidas, tanto como dudar de la verdad de nuestro ser más íntimo, de nuestro sexo, es justamente lo destacable en mayor medida en este conflicto de paradigmas. Ahí reside, en asumir el riesgo de la quiebra de nuestras certezas ontológicas y epistemológicas, éticas y políticas, el potencial de transformación social, y de transformación también de nosotras mismas, de la teoría y práctica feminista.

En su ensayo «The End of Sexual Difference?» (26) Butler vuelve a referirse a los planteamientos de Braidotti y a retomar el análisis de la dificultad encerrada en los términos que necesitamos usar. El feminismo, en sus diferentes versiones, no entiende unánimemente el concepto de igualdad como una defensa de que mujeres y hombres son intercambiables. Nociones como las de igualdad, justicia, libertad, no son unívocas y hacen compleja una formulación de carácter internacional de significado plenamente compartido. La cuestión, y es cuestión subrayable, es que continúa el debate sobre qué es una mujer, cómo se define la categoría y quién la define. Éste es un problema no resuelto y de ahí su interés y su potencialidad productiva para Butler. Porque el feminismo no puede proceder postulando un conjunto de premisas como punto de partida y como fundamento para la confección de su programa de trabajo. Es, al contrario, acción dinámica en tanto sitúa en el punto de mira de la crítica sus premisas y presupuestos dentro de un irrenunciable marco democrático abierto al conflicto de sus identidades. Ello no supone la renuncia a la activa intervención en el mundo sino comprender que es justamente su vinculación directa con las prácticas sociales y políticas el motivo de la emergencia de las internas disidencias del feminismo. Butler afirma que «resistir el deseo de resolver esta disensión en una unidad es precisamente lo que mantiene al movimiento vivo» (27) . Entendiendo además, y como ya se comentó al comienzo de este texto, que el feminismo en cuanto movimiento social no es nunca algo completamente distinto del feminismo en tanto teoría, ya que el movimiento guarda siempre relación con actos de teoría y ésta, la teoría feminista, carecería de contenido sin el movimiento.

Perder el miedo a la crítica interna, aceptar que no hay premisas incuestionables, que los valores no proceden del silenciamiento de la polémica; así como actuar en el reconocimiento de la complejidad que somos, constituyen claras apuestas del feminismo elaborado y practicado por Butler. En este sentido y en el contexto concreto de este ensayo, «The End of Sexual Difference?», Butler se ocupa en indagar, de nuevo, en las relaciones conflictivas observables entre los conceptos de «diferencia sexual», «género» y «sexualidad». Su interés, lejos de luchar por la victoria en el combate, incide en pensar por qué son tan importantes los términos para aquellas personas que los utilizan y cómo a la vez que abren posibilidades en una dirección cierran otra variedad de caminos viables.

La diferencia sexual es defendida, la mayor parte de las veces, como base irrenunciable de la que surge el pensamiento, el lenguaje, el ser del cuerpo en el mundo. Incluso lo que contra ella se puede argumentar, se afirma, está ya dependiendo de la diferencia sexual puesto que la diferencia sexual estructura nuestro decir. Butler se pregunta, nos pregunta, si de la diferencia sexual, en un sentido primario, procede toda significación. De Irigaray resalta Butler a este respecto cómo en su Ética de la diferencia sexual considera a la diferencia sexual no como un hecho o como algo dado ni como lo «real» de Lacan, sino como «la cuestión de nuestro tiempo» (28) , marca de la modernidad que inaugura la problemática de lo irresuelto como la nuestra propia. La diferencia sexual afirmada por Irigaray es, en palabras de Braidotti, «la gran paradoja de nuestro tiempo» (29) . Una cuestión que Irigaray se esfuerza en pensar; una cuestión que persiste como así lo indican tanto los argumentos a favor de la diferencia sexual como los que a ella se oponen. En opinión de Butler, en Irigaray la diferencia sexual no adquiere el carácter de lo fundacional; la diferencia sexual, antes que llegar a configurarse como la base del feminismo, incita la pregunta feminista, la actividad de la interrogación. Esto explica la atención prestada a Irigaray porque para Butler los términos deben ser usados, reapropiados, incluso aquellos que en ocasiones han sido instrumentos de exclusión y opresión, pero comprendiendo su apertura en direcciones divergentes, no previsibles de antemano.

Cierto que puede ser fuerte el deseo de cerrar esa incertidumbre del futuro provocadora de ansiedad. La actividad que interroga nuestros presupuestos, nuestras convicciones, es considerada peligrosa pero porque sólo se percibe como un impulso hacia la pérdida de nuestras convicciones, no teniendo en cuenta la posibilidad de que ese trabajo de puesta en cuestión se encamine hacia una revitalización de los conceptos e ideas en su alejamiento de sus lugares fundacionales. Butler describe ese «miedo a pensar» como un miedo que ha sido moralizado como signo de la defensa de lo político advirtiendo que en ese sentido la política requiere de una cierta actitud «anti-intelectualista». Negarse a pensar, a volver a pensar las opciones políticas elegidas es, dice Butler, «optar por una posición dogmática al precio tanto de la vida como del pensamiento» . (30)

Cuestionar el feminismo, inquirir sobre las alteraciones de sus categorías, no es renunciar al feminismo ni al uso de sus términos. Quizá ese terror producido por la interrogación de los términos, terror que asimila la dislocación de los términos con la imposibilidad de su uso y con la puesta en duda de la vida misma, apunta, nos propone Butler, a que términos como «sujeto», «universalidad», son asumidos en un sentido «moral», bajo la «forma de un imperativo» (31) cuyo incumplimiento es terroríficamente penalizado. Ello explicaría, pero no legitimaría, la paralizante negativa a cuestionar los términos en los que se desarrolla la vida.

La tendencia, una tendencia fundacionalista, del marco político contemporáneo a elaborar una firme base teórica para la acción política, la ejemplifica Butler aquí comentando, no sin cierta ironía, cómo la propuesta metodológica de ciertos estudios queer concluyen que mientras el género es el asunto propio del feminismo, el sexo y la sexualidad es el tema de análisis de los estudios lésbicos y gays. Género y sexualidad no deben confundirse, según se propone desde esos movimientos teóricos y políticos. Y, sin embargo, nos cuenta Butler, en tono claramente crítico, que en 1995 (y en la actualidad continúa en la misma línea intensificándola aún más )(32) el Vaticano propuso que la plataforma sobre el estatuto de las mujeres de United Nations Non-Governamental Organizations (NGO) debía condenar el término «género» con el argumento de que esa noción es un código para la homosexualidad (33) . Para el Vaticano es el término «sexo» el que se debe emplear como vía para asegurar la conexión entre feminidad y maternidad y como medio de mostrar la naturalidad y la divinidad de ese orden necesario de los sexos. De hecho, algunos estados miembros de NGO se dejaron dominar por las tesis del Vaticano y eliminaron la palabra «género» substituyéndola por «sexo» en sus disposiciones preparatorias del encuentro de 1995 en Beijing. Con razón y con acierto, otros miembros del comité reaccionaron afirmando que las tesis de la Iglesia Católica eran insultantes, que su finalidad era «invertir los logros conseguidos por las mujeres intimidándolas y bloqueando todo progreso futuro». Se oponían a que las mujeres volvieran a ser consideradas bajo la tradicional lógica de «la biología es el destino» que las confina y las reduce a sus «características físicas sexuales» (34) . Reclamaban en contra del Vaticano la reafirmación del uso del término género. Por lo tanto, en esta polémica señalada en torno a la noción género se observa cómo, paradójicamente, «género» es tomada, en un caso, como palabra que sostiene a la homosexualidad y, en otros casos, en los estudios lésbicos y gays, «género» es considerada como palabra opuesta a homosexualidad. Además, ocurre también que desde dentro de la teoría feminista, en algunas de sus versiones y como se ha dicho más arriba, se desprecia la categoría de género como signo de cualidades construidas y variables al tiempo que se defiende el concepto de diferencia sexual en tanto que este concepto sí remite a diferencias fundamentales.

De acuerdo con el análisis de Butler, son dos movimientos políticos, si bien opuestos en muchas direcciones, los que rechazan el término género. Para el Vaticano género se vincula con homosexualidad al potenciar la idea de que la homosexualidad es un género más, que ser homosexual es no ser ya ni mujer ni hombre, como si la persona homosexual renunciara a su sexo de adscripción. De ahí que la homosexualidad sea conceptualizada como una proliferación de géneros. Éste es el miedo del Vaticano. Junto al género masculino y al femenino se situarían la lesbiana, el homosexual, transexual, etc. El sexo reproductivo, el mandato de la necesidad de la heterosexualidad, perdería su lugar de privilegio en favor de las sexualidades. Los estudios queer que mantienen la división metodológica entre teoría queer y feminismo, por su parte, participan de la presunción de que la sexualidad excede y desplaza al género proyectando la utopía de una vida posible más allá del género. Sin embargo, se hace evidente que mientras que el Vaticano rechaza al género para volver al sexo la teoría queer se mueve no hacia el sexo sino hacia la sexualidad. El Vaticano no queriendo la separación entre sexo y sexualidad que pone en peligro el supuesto de la naturalidad de la reproducción se opone al género y a la teoría queer. Y la negativa al género de la teoría queer es, a la inversa, porque es la base del feminismo y de su presunto asiento en la heterosexualidad. Pero tampoco se puede dejar de considerar el hecho de que el término «género» también en Estados Unidos es en ocasiones aplicado, como indicador de meras características culturalmente construidas, al margen del feminismo y de su dimensión política. Así en programas de estudios de género, algunos de ellos desarrollados asimismo en la Europa del este, el género adquiere legitimidad académica eludiendo la polémica feminista.

Una única y cerrada definición de género no es suficiente. Esto aprendemos del debate apuntado. Lo importante para Butler de este conflicto de perspectivas e interpretaciones es la puesta en evidencia de la habilidad del término, de los términos, para deslizarse de modo múltiple y dinámico a través del ámbito de lo público y de la cultura. La problematización del género por la que aboga reiteradamente Butler se inserta en este marco de intelección de la tarea del feminismo.

La complejidad de la tensión provocada por la polisémica categoría «género» se ve acrecentada aún más cuando, como ya se observó con anterioridad, se atiende a la teoría que opone al concepto de género el de diferencia sexual. Ahí, frente al significado de género como construcción social de la feminidad y de la masculinidad se alza el valor simbólico de la diferencia sexual y la especificidad de lo femenino en el terreno político. Junto a Braidotti, Butler menciona dentro de esta crítica al género efectuada por el modelo de la diferencia sexual a Naomi Schor y Elizabeth Grosz, sin por ello pretender agotar la enumeración de teóricas que se reconocen en esta línea de pensamiento. Pero qué sea la diferencia sexual no es un asunto de fácil y sencilla resolución. Butler insiste en que si no es una simple facticidad, si es algo psíquico es también algo social y de una manera que todavía no está articulada. Ésta es la cuestión de nuevo subrayada por Butler. Las estructuras psíquicas están conectadas con la dinámica del poder social. La diferencia sexual trae a escena la dificultad de delimitar el principio y el final, las lindes y fronteras, de aquello denominado como lo biológico, lo psíquico, lo discursivo, lo social. Braidotti niega la reducción de la diferencia sexual a lo biológico, a lo cultural, a lo social. Entonces, nos interroga Butler, cabe preguntar sobre dónde se asienta la base ontológica de la diferencia sexual. Tal vez sea que la diferencia sexual permanentemente dificulta su determinación, que en parte sea dada y en parte construida, ambas cosas. Si ello es así, la diferencia sexual plantea una cuestión, no una respuesta, la cuestión de la relación de lo biológico con lo cultural y con lo social como tensión que reclama no su resolución sino ser pensada y repensada. Productivo para el feminismo antes que decidir en qué consiste la diferencia sexual es dejar abierta e irresuelta en su problematización la pregunta sobre la diferencia sexual. De este modo se posibilita, en el presente y para el futuro, rearticulaciones de la categoría en direcciones de consecuencias ni naturales ni necesarias para la organización social de la sexualidad.

En su libro Metamorphoses (35) Braidotti, nos dice Butler, argumenta sobre la necesidad de poner límites a las transformaciones del cuerpo. No en todas las direcciones están legitimadas, desde un punto de vista ético, político y feminista, las modificaciones corporales y, por tanto, la aplicación del desarrollo tecnológico. Aquellas que trabajan por desdibujar o superar la diferencia sexual, que pretenden ir más allá de la diferencia corporal, son las rechazadas por Braidotti sobre la base de que se acomodan al falogocentrismo reistaurando el dominio de lo masculino e impidiendo la presencia del simbólico específico femenino. El cuerpo y la diferencia son para Braidotti las condiciones y el instrumento de la transformación y sin ellos la alteración de la norma no puede acontecer. Cierto que Braidotti, en contra de algunas opiniones críticas con las teorías postestructuralistas en tanto reclaman la necesidad de un sujeto unitario para la tarea de la transformación, sostiene la capacidad de transformación en un sujeto concebido deleuzianamente, pero también psicoanalíticamente, de modo múltiple y móvil, siendo ésta una de sus aportaciones principales de su trabajo filosófico. Sobre la multiplicidad se eleva la voluntad afirmativa y ahí reside no su negación sino la potencia para la acción del sujeto. La interacción de las fuerzas múltiples es generadora de nuevas posibilidades de vida. Pero el punto de vista adoptado por Braidotti afirma que parte de estas fuerzas de capacidad transformadora y que trabajan a través de significados corporales son inconscientes, que el sujeto no es pura consciencia, que algo hay que precediéndome me constituye como yo.

Que la diferencia sexual produce al sujeto quiere decir, según Butler, que el sujeto es un cuerpo afectado por otros cuerpos. Sólo desde el cuerpo, entonces, se puede dar la transformación porque los procesos corporales, procesos que son especificados en términos de diferencia sexual, son las condiciones de posibilidad de la transformación. La diferencia sexual «es el nombre para un simbólico futuro que viene a valorar lo no-uno como la condición de la vida misma» . (36)

Ambas autoras feministas, Braidotti y Butler, son incluidas dentro del marco feminista postestructuralista. Aunque ciertas posiciones son coincidentes en una y en otra, no por ello dejan de enfrentarse en otros aspectos, como aquí se viene mostrando, porque sus fuentes de referencia y sus problemáticas privilegiadas son distintas. Butler se esfuerza por reflexionar sobre estas facetas de sus respectivas divergencias, mas como camino para enriquecer el debate feminista. Acuerda con Braidotti en el reconocimiento de que su teoría incorpora la dimensión de la falta, el trabajo de la negación en sentido hegeliano; por ello se ocupa de la melancolía, del duelo, de la culpa, el terror, y dirige su pensamiento hacia cuestiones relativas a la vida, a la posibilidad de vida, y a la diversas formas de violencia social. Analiza el sufrimiento, el dolor, la pérdida de aquellas personas, por ejemplo, que se ven obligadas a emigrar o que son expulsadas de sus casas, países. Braidotti, por su parte, se centra más fundamentalmente en conceptos como el de afirmación y transformación. Se propone pensar la difícil cuestión de la transformación desde la afirmación. No se trata de que rechace el sufrimiento sino de que lo considera un lugar posible para la instauración de nuevas posibilidades, un sitio para la afirmación transformadora.

Esta forma de lectura propiciada por el texto de Braidotti retiene el interés de Butler quien valora su capacidad para contrarrestar el pesimismo de ciertas teorías que proclaman que nuestras vidas son efectos del trabajo tramposo de los procesos sociales. También subraya Butler la potencia de Braidotti para proponer formas de agencia inspiradas en la dinámica de la multiplicidad, distintas a las falogocéntricas dominantes negadoras del cuerpo y de la diferencia sexual. Pero, entre Butler y Braidotti hay, no obstante, puntos de desacuerdo que el aprecio butleriano por la riqueza productiva del encuentro crítico no quiere dejar de analizar. La diferencia sexual es, con insistencia, el tema de la polémica. Para Butler no querer ajustarse al marco de la diferencia sexual no supone sin más la adopción de una perspectiva devaluada sobre lo femenino ni, menos aún, el giro hacia una actitud misógina. La búsqueda de la proliferación de la feminidad en múltiples direcciones, que subscribe asimismo Braidotti, no tiene por qué someterse necesariamente al horizonte de la diferencia sexual en su conceptualización binaria. Butler nos pregunta si no será posible desplazar la categoría de diferencia sexual fuera de la constricción del binarismo y en favor de la multiplicidad.

Éste es el trabajo esforzado perseguido por Butler a lo largo de su obra: quebrar la estrechez impositiva de consecuencias violentas y opresivas, incluso negadoras de vida, de la ley imperativa, que reclama coherencia y estabilidad, de la dualidad de sexos-géneros. Y ésta es, en nuestra opinión, una meta realmente valiosa para el feminismo, para lo humano. Mujeres amando a mujeres; mujeres que sin renunciar a la feminidad no se acomodan a la categoría mujer si no es a través de la permutación de la categoría; mujeres cuyo deseo (como el deseo butch) indica no sólo participación en el deseo de las mujeres y de lo femenino, también juega con la masculinidad, con una masculinidad no fundada en los hombres, como se ejemplifica en los estudios de Judith Halberstam sobre Female Masculinity (37) , sobre masculinidades encarnadas en cuerpos de mujeres que no pueden ser simplemente entendidas como una consecuencia del repudio de lo femenino, que, por el contrario, exigen ser pensadas como una mutación posible de lo femenino y de lo masculino no reductibles a la lógica falogocéntrica. La masculinidad puede emerger en cuerpos de mujeres porque lo masculino y lo femenino no pertenecen en exclusiva a cuerpos diferentemente sexuados. El lenguaje de la diferencia sexual no es suficiente. La constitución del cuerpo obedece a una multiplicidad de fuerzas. No se justifica, entonces, que esa multiplicidad también perseguida por otra parte por Braidotti quede recluida en el marco binario de la diferencia sexual. Si la diferencia, dice Butler, «no es un código para la normatividad heterosexual, entonces seguramente necesita ser articulada para que la diferencia sea entendida como lo que desorganiza la coherencia de toda postulación de identidad» . (38)

Estas cuestiones, los diferentes caminos de apropiación del deseo y del género, no deben dejar de ser cruciales centros de interés de la teoría feminista si lucha por abrir espacios más liberadores para las mujeres, para los hombres y sus relaciones mutuas y si, asimismo, persigue extender el concepto de lo humano para posibilitar la vida de aquellas personas que siendo expulsadas de la categoría no hallan cobijo para llevar a efecto sus vidas. El feminismo de Braidotti ofrece variados elementos productivos para la tarea de la transformación social. Butler los ha especificado con acierto. Sin embargo, aquí coincidimos con la filósofa norteamericana en replicar las limitaciones del marco conceptual de la diferencia sexual. Es la problematización del género en su atravesamiento con el deseo y las sexualidades practicada por Butler con una fuerza y una inteligencia inigualada, por el momento, por ninguna otra teoría de nuestros días, la que sin duda valoramos como la más potente acción capaz del logro de una transformación social de alcance extensivo a la pluralidad de fluidas identidades presentes en la sociedad contemporánea.

Notas

Este texto ha sido publicado en Riff Raff. Revista de Pensamiento y Cultura, n.º 027 extra, 2ª época, invierno 2005, pp. 144-161.

2 -Judith Butler, «La cuestión de la transformación social», en Judith Butler, Elisabeth Beck-Gernsheim y Lídia Puigvert, Mujeres y transformaciones sociales, Barcelona, El Roure, 2001, p. 7. El texto, que en su primera y más extensa versión fue publicado en español, se ha recogido en inglés, con el título de «The Question of Social Transformation», en el reciente libro Undoing Gender, New York and London, Routledge, 2004, pp. 204-231. Judith Butler, «La cuestión de la transformación social», op. cit., p. 7. Aunque en la redacción española que hemos citado se ha usado el género gramatical femenino en las palabras «todas» y «algunas», el texto en inglés utiliza palabras no marcadas ni en femenino ni en masculino. El texto dice: «Feminism is about the social transformation of gender relations. Probably we could all agree on that, even if «gender» is not the preferred word for some», p. 204. Hay que resaltar a este respecto que la escritura de Butler muestra una intencionada predilección por los términos realmente genéricos, que no presentan marca de género y que engloban sin ambigüedad semántica a las mujeres y a los hombres. Esta preocupación de Butler por el lenguaje de sus ensayos y su renuncia a escribir en femenino forman parte de sus tesis feministas subversoras de las identidades de género normativas asentadas en un cerrado binarismo de sexos. Rosi Braidotti with Judith Butler, «Feminism by Any Other Name. Interview», en Elizabeth Weed and Naomi Schor (eds.), Feminism meets queer theory, Bloomington, Indiana University Press, 1997, pp. 31-67. Traducción española, «El feminismo con cualquier otro nombre», en Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Barcelona, Gedisa, 2004, pp. 69-106.

4- Véase, Judith Butler, «Agains Proper Objects», en Elizabeth Weed and Naomi Schor (eds.), Feminism meets queer theory, op. cit., pp. 1-30.

5- Ibíd., p. 19.

6- Rosi Braidotti, Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea, Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 27.

7- Ibíd., pp. 29-30.

8- Judith Butler, «Agains Proper Objects», op. cit., p. 22.

9- Judith Butler, «La cuestión de la transformación social», op. cit., pp. 13-14.

10- Judith Butler, «Agains Proper Objects», op. cit., p. 23.

11- Judith Butler, Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, New York and London, Routledge, 1990 (segunda edición de 1999). Traducción española: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, México, Paidós, 2001.

12- Judith Butler, «La cuestión de la transformación social», op. cit., p. 14.

13- Ibíd., p. 13.

14- Rosi Braidotti, Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea, op. cit., p. 123.

15- Véase, «El feminismo con cualquier otro nombre», op. cit. pp. 69-106.

16- Ibíd., p. 82.

17- Ibíd., p. 83.

18- Ibíd., p. 86.

19- Ibíd., p. 89.

20- Ibíd., p. 87.

21- Ibíd., p. 100.

22- Ibíd., p. 103.

23- Ibíd., p. 102.

24- Véase, «Sexual Traffic. Interview. Gayle Rubin with Judith Butler», en Elizabeth Weed and Naomi Schor (eds.), Feminism meets queer theory, op. cit., pp. 74-75.

25- «El feminismo con cualquier otro nombre», op. cit., p. 102.

26- Judith Butler, «The End of Sexual Difference?», en Judith Butler, UndoingGender, New York and London, Routledge, 2004, pp. 174-203. Este texto se publicó por primera vez en forma distinta en Misha Kavka and Elizabeth Bronfen (eds.), FeministConsequences: Theory for a New Century, New York, Columbia University Press, 2001.

27- Ibíd., p. 175.

28- Ibíd., p. 177.

29- Rosi Braidotti, «Deleuze, ética y derechos humanos», entrevista realizada por Amalia E. Fischer P. a Rosi Braidotti, publicada en Rosi Braidotti, Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, op. cit., p. 229.

30- Judith Butler, «The End of Sexual Difference?», op. cit., p. 180.

31- Ibíd., p. 181.

32- Es de dominio público que en las recientes declaraciones (del año 2004) del Vaticano, el cardenal Joseph Ratzinger, encargado dentro de la Congregación para la doctrina de la fe de redactar el documento «Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo», ha condenado al feminismo radical y a la ideología de género con el argumento de que desconsidera la natural diferencia de sexo alentando la idea de la posibilidad de la elección del género y porque equipara la homosexualidad con la heterosexualidad incitando hacia una sexualidad polimorfa. Para Ratzinger es ese feminismo radical el culpable de la lucha de sexos y el responsable de la desestructuración de la familia natural, esto es la unidad compuesta de padre y madre. Lo interesante, por otra parte, de este conjunto de despropósitos de carácter dogmático moralizante al estilo más tradicional y reaccionario, es que revela la importancia de la teoría y de la práctica feminista como instrumentos capaces de una efectiva transformación social. No de otro modo se explica el afán del Vaticano por adoctrinar sobre la naturaleza del hombre, de la mujer y sobre el único modo natural de su relación.

33- Judith Butler, «The End of Sexual Difference?», op. cit., p. 181.

34- Ibíd., p. 182.

35- Rosi Braidotti, Metamorphoses: Towards a Materialist Theory of Becoming, Cambridge (England), Polity Press, 2002.

36- Judith Butler, «The End of Sexual Difference?», op. cit., p. 194.

37- Judith Halberstam, Female Masculinity, Durhan and London, Duke University Press, 1998.

38Judith Butler, «The End of Sexual Difference?», op. cit., pp. 202-203.