Agradezco a Salvador López Arnal y Juan Torres que hayan dedicado tiempo a leer y a responder a mi artículo «Convergencias y sectarismos» en el que polemicé con alguna de las opiniones de Torres en la entrevista de Miguel Riera en el Viejo Topo y, considerando que estas opiniones son representativas de las Mesas de […]
Agradezco a Salvador López Arnal y Juan Torres que hayan dedicado tiempo a leer y a responder a mi artículo «Convergencias y sectarismos» en el que polemicé con alguna de las opiniones de Torres en la entrevista de Miguel Riera en el Viejo Topo y, considerando que estas opiniones son representativas de las Mesas de Convergencia, critiqué aspectos importantes de esta iniciativa. Estos textos, y también una crónica que escribí sobre la Asamblea Constituyente de las Mesas: «Una primera composición de lugar», están accesibles en varias web (VIENTO SUR, Rebelión, Viejo Topo, Kaosenlared…).
Pido disculpas a López Arnal por no referirme apenas a su texto. Creo que las críticas más importantes que plantea a mis opiniones coinciden básicamente con las de Torres y que será más breve y más claro centrar el texto en éstas.
Tal como se ha desarrollado el debate es inevitable dedicar espacio a las interpretaciones y malinterpretaciones de cada cual, incluyendo las autocitas que no le gustan a Torres, ni a mí. En este punto, trataré de repetir lo menos posible lo que ya está en otros textos, pasaré por completo de desmentir las «falsedades», «ataques» y esas cosas que me atribuye Torres y trataré de centrarme en cuestiones serias.
Precisamente porque se trata de interpretaciones, el recorrido de este punto de debate me parece que se va a quedar muy corto, limitado básicamente a constatar las divergencias entre las de Torres y las mías y a estimar si son razonables unas u otras. En cambio, hay quizás posibilidades de que en el futuro puedan desarrollarse discusiones más amplias e interesantes sobre la convergencia de la izquierda, con Mesas o sin ellas, más allá de la polémica actual. Confiando en que pueda ser así, plantearé algunas ideas, sobre todo en un segundo punto.
1. Si he entendido bien, Torres considera que he malinterpretado sus expresiones sobre los anticapitalistas: estaban dirigidas sólo contra los que llamaríamos, para resumir, «anticapitalistas sectarios», y yo las he atribuido a la organización de la que soy militante, Izquierda Anticapitalista; este error se debería a que sólo reconozco «como anticapitalistas a quienes están bajo el paraguas de su marca electoral, como si no hubiese anticapitalismo ni anticapitalistas fuera de ella». Creo que Torres se equivoca por completo en un tema que me importa mucho y, por otra parte, no creo haber interpretado mal sus palabras sobre los anticapitalistas, salvo en un caso concreto que señalaré más adelante.
Empiezo por lo importante. Confieso que me ha dejado perplejo lo de la «marca electoral». Izquierda Anticapitalista (IA) es mi partido; ésta es una expresión casi en desuso, y a veces en mal uso («con razón y sin ella, es mi partido», parafraseaba un viejo revolucionario, justo antes de ser perseguido hasta la muerte por la conversión de este lema en «razón de Estado»), pero muy valiosa desde una cultura política militante bien entendida. IA es una pequeña y joven organización, compuesta en su gran mayoría por gente que tiene menos de la mitad de años que yo, con una influencia modesta, que se basa en la intervención social y política, muy frecuentemente de carácter unitario. Hemos participado en algunas elecciones, con resultados menos que modestos, y posiblemente participaremos en otras en el futuro, sin que nos importe especialmente que sea con nuestras siglas, y dando en todo caso a la política electoral un papel muy secundario en nuestras actividades. Francamente, lo de «marca electoral» nos sienta como un frac y sólo puede tomarse a broma.
En cambio no puede tomarse a broma la consideración de que desde IA se pudiera pensar que no hay anticapitalismo, ni anticapitalistas fuera de ella. Simplemente, no es verdad. Pensar esto estaría en contradicción no sólo con las ideas, sino con la vida cotidiana más elemental de IA. La izquierda social y política anticapitalista es el medio más próximo en que nos movemos, desde el que desarrollamos nuestra intervención en la sociedad. Nos vemos, hablamos, discutimos, acordamos… todos los días con personas y organizaciones anticapitalistas, se autodenominen o no así, que no forman parte de IA. El mejor capital político de IA es, en mi opinión, ser valorada como una organización unitaria en ese espacio («un partido que no parece un partido», dicen algunos y hay que tomarlo como un elogio). Todo el sentido de nuestro trabajo se resume en contribuir a la construcción de referentes políticos anticapitalistas con otras corrientes, organizaciones y personas, en los que IA será una componente entre otras, sin ninguna influencia predeterminada, cuotas de poder, sillones o sillines, ni nada que se le parezca. Por eso, y no por una autoatribución de virtud moral, IA es una organización humilde. Somos una corriente que se sabe minoritaria, en la situación actual y respecto a sus proyectos futuros, cuya influencia no depende de recursos económicos, puestos institucionales o fuerza de aparato, sino de la capacidad de convicción y de ayudar a construir consensos para la acción con otras organizaciones, algunas más próximas, otras más lejanas.
Así que si este problema no existe, ¿cuál puede ser el origen de las malinterpretaciones que me atribuye Torres? Pudiera ser la mala voluntad. Pero pudiera ser también que mis interpretaciones de las expresiones de Torres sobre los anticapitalistas sean adecuadas. Así las creo yo.
¿Iban dirigidas las descalificaciones de Torres sólo a los anticapitalistas «sectarios»? Si él lo dice, esa habrá sido su intención. Pero entonces, y en este punto, pienso que su intervención en la Asamblea del 19 de febrero y sus declaraciones en la entrevista de El Viejo Topo responden mal a sus intenciones. Las únicas expresiones políticas concretas que se desvalorizan en ellas son las consideradas «radicales» o «anticapitalistas» con diversos adjetivos, sin que nunca se establezca ninguna distinción entre sus componentes «sectarios» y no «sectarios».
Es cierto que hay organizaciones y personas que se definen como anticapitalistas con las que resulta muy difícil, y a veces imposible, entenderse y trabajar. También es verdad que como dije en un artículo anterior y prueba extensamente la experiencia, incluyendo la experiencia de este debate: «hay sectarismos nada ‘radicales’, y hay ‘radicales’ nada sectarios». En estas condiciones, me parece razonable interpretar que expresiones como: «ser de izquierdas no es decir frases bonitas ni hacer proclamas más radicales sino meterse en los charcos, estar al lado de las gentes y ponerse con ellas a resolver sus problemas enseñándoles que pueden salir adelante si organizan sus vidas de otra forma» o «las izquierdas no han, o no hemos, aprendido a convivir con la diversidad y no sabemos aceptar que a nuestro lado haya correligionarios que piensen algo distinto de nosotros. Si lo hacen, son unos vendidos, unos traidores, unos reformistas…» y otras similares, no se refieren a la izquierda en general, ni sólo a una parte específica de los «anticapitalistas», sino que están destinadas a descalificar a cualquier expresión critica por la izquierda a la iniciativa de las Mesas.
Una cuestión final en este punto. Escribí en mi articulo que Torres había utilizado en la Asamblea una «ristra de expresiones despectivas» hacia los «radicales». Torres me solicita formalmente que le diga «cuáles son concretamente para retirar todas y cada una de ellas y poder disculparme pública y sinceramente. Y si no lo hace, le ruego igualmente que retire lo que ha dicho». Me referí a ellas en un artículo anterior basado en las notas que tomé en la Asamblea del día 19 («En la intervención de Torres, y en otras, se atacó al ‘sectarismo’, al ‘radicalismo’, al ‘simplismo’, a la ‘arrogancia’, a la política de las ‘grandes palabras’ que no se ‘mete en los charcos’, etc., ristra de anatemas dirigidos contra los ‘radicales’. Torres pidió una ‘deliberación fraternal’, pero no parece que esa fraternidad abarque por igual a todas las corrientes de la izquierda»). He leído ahora el texto que adjunta Torres con su intervención: algunas de esas palabras no aparecen en él, otras me parece abusivo considerar que se refieren a los «radicales», otras creo que sí se refieren… Pero considero que, en cualquier caso, este párrafo no aporta nada bueno al debate y lo retiro formalmente.
2. Finalmente, algunas opiniones personales sobre la convergencia de la izquierda que, en buena parte, resumen las que he escrito en otros textos.
Creo que un proyecto de convergencia de la izquierda con voluntad unitaria, es decir no sometido a las relaciones de fuerzas existentes entre las organizaciones participantes, debe partir de la experiencia real de las movilizaciones, luchas, foros… de la izquierda social y política; incluso en una situación tan adversa como la que llevamos viviendo en este país desde hace años, hay una cantidad notable de experiencias positivas, por ejemplo, la preparación de la Huelga General del pasado 29-S.
El contexto más favorable para un proyecto de este tipo sería contar con un acontecimiento impulsor. Pero incluso cuando existe, es muy difícil consolidar un proyecto así, como muestra la experiencia en otros países (Francia, tras la victoria del No a la Constitución europea). Aquí no existe y, peor aún, lo que existe es la frustración de esa posibilidad por el compromiso de los sindicatos mayoritarios con el pacto social.
En estas condiciones, claramente desfavorables, es muy discutible poner en marcha procesos muy ambiciosos y globales de articulación de un espacio tan complejo y dividido como la izquierda social y política; sería más prudente ensayar experiencias concretas unitarias que vayan forjando tejido social unitario, activo y crítico. Si finalmente se decidiera lanzar un proyecto de ese tipo, las condiciones de reconocimiento concreto y respeto a la pluralidad y tratamiento democrático de los desacuerdos son decisivas. Los llamamientos unitarios, incluso cuando son sinceros, en modo alguno sustituyen a la creación de condiciones concretas de buena convivencia entre corrientes y opiniones que reconocen sus acuerdos y desacuerdos como normales y legítimos, y crean conjuntamente cauces para hacerlos compatibles con los consensos necesarios para la acción y basados en ella.
En mi opinión, las Mesas de Convergencia no responden en nada importante a estos criterios. En primer lugar, son una iniciativa que no surge de la experiencia social unitaria, sino de las relaciones entre responsables a diverso nivel de IU, sindicatos mayoritarios, ATTAC y personalidades sin afiliación partidaria; el pacto social ha complicado, por el momento, la participación expresa de esos sindicatos en la iniciativa, pero el tratamiento con paños calientes de las responsabilidades sindicales en el pacto tienden a dejar esa puerta abierta, sin que sea necesaria una improbable rectificación significativa de la política de estos sindicatos.
En segundo lugar, han sido diseñadas a partir de un programa considerado «mínimos» por sus autores, que además lo han establecido como intangible por un período indeterminado. Torres lo niega, pero yo lo reafirmo a partir de declaraciones de sus propios promotores. («Es importante no tocar mucho el llamamiento, al menos en este primer momento. Es un mínimo común denominador y refleja un consenso que hay que mantener por encima de todo. Esto no quiere decir que, a medida en que el movimiento se vaya consolidando, se puedan ir ampliando los acuerdos». Entrevista de Salvador López Arnal a Armando Fernández Steinko, Carlos Martínez y Juan Torres López. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=124929).
En este sentido, hay en la base del proyecto lo que he llamado un consenso autoritario. El tratamiento que se ha dado a las discrepancias sobre este «programa» es prueba de ello. Me he referido en el texto anterior al debate sobre el contenido ecológico del programa. Añadiré algo. Dice Torres: «Miguel sabe perfectamente cuál fue la respuesta de algunas personas de su entorno a nuestra invitación». Efectivamente lo sé. En vísperas de la Asamblea, escribía Jaime Pastor a uno de los promotores de las Mesas: «Desde el primer momento te dije que aún no estando de acuerdo con el Llamamiento y considerando prematuro lo de montar mesas por barrios y demás, tenía interés en estar en el proceso y acudir al acto del 19. Supongo que al menos en el turno cerrado podré pedir la palabra, ¿no?». No hubo respuesta.
En fin, las Mesas se han construido sobre una idea de la «unidad» que excluye el debate, por diversos medios: o ridiculizándolo (tratándolo como cuestiones artificiosas y ajenas a la práctica) o descalificándolo con términos inaceptables en un debate con perspectiva unitaria (como ha ocurrido con las cuestiones ecológicas) o excluyéndolo directamente. En mi opinión, las expresiones de Torres en el debate de la Asamblea («proponeros que PARA SIEMPRE (sic) nos olvidemos de lo que nos pueda separar y que antepongamos lo que nos une», «Quien haya venido aquí cargado de diferencias y matizaciones que salga inmediatamente a dejarlas fuera de la sala y que entre de nuevo solo dispuesto a poner en marcha lo que nos une») no tienen el carácter de simples artificios retóricos, como opina López Arnal, máxime si se ponen en relación con actitudes sobre desacuerdos concretos a las que me he referido en el punto anterior. «Lo que nos separa» -que sería mejor llamar los desacuerdos o las divergencias, que «separan» en algunos terrenos, pero son compatibles con prácticas unitarias en otros- es un material muy diverso y de valor muy desigual, pero asumirlo, reconocerlo y tratarlo democráticamente, es decir no olvidarlo, ni siquiera como juego retórico, forma parte de la condiciones de la convivencia, y por tanto de la convergencia de la izquierda. No así del proyecto de las Mesas.
Terminaba un artículo anterior diciendo que veía dos rumbos posibles en las Mesas. Uno, la «refundación de la refundación», es decir, una nueva versión del proyecto de IU. Y añadía: «si se realizara, podría suponer un éxito importante de la dirección de IU de cara a próximas elecciones, pero su significado como ‘convergencia ciudadana’ sería inexistente». A continuación aventuraba: «Hay otro rumbo posible: la conexión de este proyecto con procesos unitarios locales que están en marcha y, a partir de ahí, un desarrollo real del proyecto tal como aparece formalmente diseñado, probablemente con mucha desigualdad territorial y con características políticas muy diferentes. Éste es el supuesto en el que destacarían los aspectos más positivos del proyecto: la voluntad participativa del esquema organizativo propuesto por Villasante a partir de su idea de los ‘grupos motores’; algunas de las características de las ‘mesas de convergencia’ presentadas por Steinko, como por ejemplo, el objetivo de ‘desbloquear viejos conflictos’, ‘proponer salidas alternativas a partir de condiciones concretas; ‘conectar iniciativas de lucha ya existentes…».
¿Avanza este segundo rumbo? Algún amigo me dice que sí, en algunos lugares; López Arnal cuenta la presentación de las Mesas en Barcelona, de la cual me han llegado otras informaciones, bastante menos positivas que las suyas. Ya veremos. En todo caso, creo que será la experiencia de los próximos meses la que dé los datos concretos que permitan concluir positivamente este debate de interpretaciones, intenciones e hipótesis, probablemente ya demasiado largo.
Miguel Romero es militante de Izquierda Anticapitalista
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