El llamado pulmón del mundo, la Amazonia, ardiendo para beneficiar a los capitalistas, principalmente yanquis, aunque no olvidemos el proyecto de China de atravesarla con vías de comunicación. El otro pulmón del mundo, Siberia, lleva ardiendo semanas; mientras, se registran temperaturas récord en Groenlandia y Alaska y Rusia se convierte en el primer productor de […]
El llamado pulmón del mundo, la Amazonia, ardiendo para beneficiar a los capitalistas, principalmente yanquis, aunque no olvidemos el proyecto de China de atravesarla con vías de comunicación. El otro pulmón del mundo, Siberia, lleva ardiendo semanas; mientras, se registran temperaturas récord en Groenlandia y Alaska y Rusia se convierte en el primer productor de petroleo en el Ártico (ha botado una central nuclear ambulante en un barco).
El fuego está siendo utilizado como sustitutivo de la guerra para la destrucción de fuerzas productivas, la naturaleza, al servicio de que el capitalismo salga de la crisis como sea, y a costa de lo que sea. Nada nuevo bajo el sol, el capitalismo «nació a sangre y fuego» dijo Marx, y lleva camino de morir de la misma manera… Solo que arrastrando a la humanidad tras él: poniendo al frente de estados imperialistas como EE UU o Italia y en semicolonias como Brasil, a verdaderos descerebrados. Porque solo unos descerebrados pueden decir lo que esos sres dicen para justificarse.
Las contradicciones interimperialistas: el «capitalismo verde» europeo
El capitalismo ya condujo al mundo a la barbarie, en la II Guerra Mundial; aquella de los campos de exterminio, bombas atómicas y bombardeos masivos sobre población civil, que provocó la muerte de más de 50 millones de seres humanos. Ahora enfrentamos una versión corregida y aumentada de lo que fue la II Guerra, solo que sin guerra declarada, con «formas» democráticas; nos dejan votar cada cuatro años a los descerebrados que van a rematar la tarea de destruir el mundo. Pero son como Groucho Marx y el «más madera, es la guerra», que cuando se quiso dar cuenta no le quedaba tren que quemar.
El imperialismo europeo quiere aprovechar esta crisis para reubicarse en el concierto de potencias; la guerra comercial chino estadounidense la había puesto al margen de la resolución de la crisis del capitalismo. Así, Macron, como buen francés, toma la iniciativa política, se enfrenta Bolsonaro llamándole mentiroso y quiere que el G7 discuta la situación Brasileña; por su parte Merkel, como buena alemana, ya anuncia sanciones económicas a Brasil.
Pero no nos confundamos, el «capitalismo verde» europeo no es la solución de nada; solo buscan una Europa limpia, mientras llenan África de residuos tóxicos, de «guerras bajo bandera ajena», por los recursos minerales, lo que está provocando la otra gran crisis social de este comienzo del siglo XXI, la de los refugiados, convirtiendo el Mediterráneo en una gran fosa común.
El «capitalismo verde» europeo se basa, primero en «limpiar» el Viejo Continente de industria contaminante, para deslocalizarla a países semicoloniales, como está haciendo Alcoa con el cierre y venta de fábricas, mientras abre sus secciones más contaminantes en países donde el control es inexistente, como Arabia Saudí.
La otra gran pata del «capitalismo verde» europeo es, en su nombre, la destrucción de las conquistas obreras y sociales de los años de la postguerra, a través de reformas laborales y privatizaciones de pensiones, sanidad, educación y demás servicios sociales; sustituyendo el papel del estado en ellos por la iniciativa privada progresista, canalizada a través de la ONGs; el llamado «activismo social» o la economía colaborativa.
El «capitalismo verde» europeo solo es otra versión, adornada, de la vieja explotación de la clase obrera y saqueo de las riquezas del mundo. ¿Acaso el imperialismo y el colonialismo capitalista no es un invento europeo?. ¿No fueron Gran Bretaña y Francia las que se repartieron el mundo en el siglo XIX, como antes hicieran Castilla y Portugal?. ¿No fueron las ansias de expansión de Alemania las que provocaron la I y la II guerra mundial?. Por ello, no podemos esperar nada de los Macron, Merkel, Sanchez o Salvini, que no sea otra manera, más «europea» del mismo imperialismo capitalista que está en el fondo del desastre de la Amazonia.
El centro de la respuesta: la juventud
Ellos dicen que ya expiaron los pecados que les llevaron a esas políticas; pero eso es falso, la realidad de la política ante los refugiados demuestra que siguen siendo los «lobos» colonialistas del pasado pero con «piel de oveja», y con ello quieren confundir a los sectores de la población, sobre todo a la juventud, que se está levantando contra «la crónica de un desastre anunciado» que es el cambio climático.
Unos sectores que no han conocido otra sociedad que la capitalista neoliberal, la que surgió tras la disolución de la URSS, la restauración del capitalismo en los estados del llamado «socialismo real» y el descubrimiento de que tras el Muro de Berlín no había socialismo, ni «real» ni «irreal». Y en una pirueta de la historia («farsa» le llamaría Marx), estos sectores sociales, incluidas muchos pertenecientes a la clase obrera más precarizada (la joven), tienen que romper con las ataduras de la burguesía.
En el siglo XIX el movimiento obrero se desgajó de los sectores «liberales» de la burguesía; de los partidos liberales, republicanos, etc., de la pequeña burguesía democrática herederos de la lucha contra el feudalismo, surgieron los movimientos obreros que constituían su ala izquierda. Hoy la dirección política de la clase obrera en casi todo el mundo es, de nuevo y tras el desastre del stalinismo asociado al «socialismo», la pequeña burguesía democrática, ahora disfrazada con los ropajes de los movimientos sociales (ecologismo, feminismo, independentismo…).
Recogiendo la profunda preocupación social, y la respuesta que se está dando ante los desastres del capitalismo en sus más variadas formas, incendios, feminicidios, saqueos de riquezas, éxodos masivos de población, etc., esta pequeña burguesía busca no salirse de los marcos del capitalismo; y para ello le pone un apellido. Nunca hablan del capitalismo imperialista como causa central de ellos, sino de «capitalismo salvaje», como si fuera posible un capitalismo sin «salvajismo», capitalismo «neoliberal», como si un capitalismo no «neoliberal», fuera respetuoso con los derechos sociales y políticos de la población.
Si estos sectores de la juventud que rechazan el desastre que se avecina, no rompen abiertamente con estas direcciones, su lucha será reabsorbida por el sistema capitalista, y todo quedará en «un sueño de una noche de verano». No es la primera ni la última vez que esto sucede; toda lucha social democrática que no se engarza a la lucha contra el capitalismo y por el socialismo, termina alimentando el «discurso políticamente correcto» del sistema, de reacción democrática; integrándolo a través de ONGs, Observatorios contra… e instituciones varias, que desactivan todo su potencial revolucionario
¿Estamos llegando al limite del capitalismo?
Lo que sucede en Brasil no solo responde a una causa, no solo es la agroganaderia la que está detrás de los incendios, está la megamineria, está la política forestal, está la construcción de infraestructuras como la prevista por China; están en fin, las contradicciones intercapitalistas entre las grandes potencias, donde los EE UU quieren retomar la hegemonía absoluta («America First») que tuvo durante décadas, y está perdiendo ante sus competidores, China y la UE, fundamentalmente.
Tras lo que sucede en Brasil, como en la selva Indonesia, como Siberia o los incendios que recurrentemente se producen en Galiza, está el capitalismo como modo de producción agotado. En 1936 Trotski afirmó que las fuerzas productivas ya no se desarrollaban más; el capitalismo precisó una devastación masiva, la II Guerra, para liberarlas de las ataduras del pasado. Asi, durante 30 o 40 años, tras esa destrucción masiva de fuerzas productivas (60 millones de muertos), las liberaron para conocer una nueva «época de desarrollo»; fueron los años del Estado del Bienestar.
Esta época toco a su fin en los años 70 del siglo XX, cuando comenzó el desmontaje de todo lo conquistado en los 40/50/60. Hoy estamos viviendo el prologo de ese periodo; ya no hay más que desmontar -sólo restos del Estado del Bienestar en Europa-, y el capitalismo ha llegado a un tope difícil de resolver.
Parafraseando a Trotski, las fuerzas productivas que generaban más riqueza social no solo han dejado de desarrollarse, sino que se han transformado en lo que Marx llamó fuerzas destructivas, aquellas que con su uso no incrementan la riqueza social, sino que la destruye. Los desarrollos tecnológicos que en el pasado generaban un salto social adelante, a pesar de la propiedad privada de los medios de producción y distribución, hoy esos mismos desarrollos se convierten en enemigos de la sociedad: el ansia de enriquecimiento de los propietarios de los medios de producción, distribución y financieros, les lleva a desatar una verdadera guerra social contra todo y todos. Los «bolsonaros», su estupidez, ignorancia y brutalidad, son el vehiculo perfecto para llevar adelante esta guerra social.
El socialismo como única alternativa
En esta situación, la disyuntiva «socialismo o barbarie capitalista» está dejando de ser una frase hecha, para convertirse en un hecho de la realidad. Pero no el «socialismo» burocrático stalinista, que no era tal (socialismo y burocracia es un oximorón), solo era un régimen transitorio que bajo el dominio de los intereses y las necesidades de la burocracia significaba una vuelta al capitalismo, como así sucedió; sino el socialismo revolucionario que se comenzó a construir en 1917.
Tampoco es una vuelta atrás de las situaciones sociales que nos han traído a esta situación, como venden desde sectores de la izquierda que ha renunciado en los hechos a la lucha por el socialismo, aunque se adornen como quieran. No es una vuelta a los «mercados de cercanía», porque eso fue lo que dio origen al capitalismo; las ferias y mercados medievales de los burgos / ciudades, que eran los «mercados de cercanía», fueron los lugares donde comerciantes y agricultores comenzaron a formarse como clase social, como clase burguesa.
El problema no es individual, ni de «cercanía» ni «lejanía», sino el modo social de producir y distribuir las riquezas generadas por la sociedad, de las que se apropia una minoría que determina qué se produce y qué no, y qué necesidades se cubren y cuales no; todo bajo el criterio del beneficio capitalista. Mirar para el pasado como alternativa, un pasado también basado en la propiedad privada y que solo dio hambrunas y peste, es una declaración de principios de y de impotencia para cambiar la sociedad.
De aquellos barros estos lodos; así que no repitamos la historia, superemosla. El mercado, por definición, es injusto, porque para que alguien gane otro tiene que perder, en dinero, calidad o lo que sea, lo que no significa ni un milímetro de avance social. De alguna manera es la versión de izquierdas, progresista, de ese revival medievalista en la cultura; los «mercados de cercanías», «km. 0», son los nuevos mercados medievales. Es la pequeña burguesía intelectual, a la que el Muro de Berlín se le cayó en la cabeza, la que más agita este «regreso al pasado», a la «cercanía», a la pequeña producción… Como si el mercado mundial actual origen del problema climático no hubiera surgido de los pequeños mercados de cercanía de la Edad Media.
Superar el pasado significa luchar por un socialismo que se base en las necesidades sociales, no en los de una clase depredadora como la burguesía, o una casta parasitaria como la burocracia, y, por lo tanto, en la planificación democrática de la economía en un camino de doble circulación; se planifica en función del conjunto de la sociedad, que se basa en las decisiones adoptadas desde la base.
Retrasar las manillas del reloj además de reaccionario es imposible. El tiempo pasa, las formas de producir y distribuir la riqueza generada por una sociedad puede ser un ejemplo del que aprender, pero no para repetirlo, sino para superarlo. El capitalismo dio grandes cosas al desarrollo humano: solo un ejemplo, la esperanza de vida en los modos de producción previos no pasaba de los 45 años, hoy está en los 75/80; esto, guste o no, es un síntoma de un gran avance social.
Pero el capitalismo, como todo es histórico; es decir, tiene un comienzo, crecimiento, desarrollo, decadencia y fin. Hoy estamos en la decadencia camino del fin, los incendios de Brasil o Siberia, los feminicidios, el aumento de la explotación de la clase obrera a niveles del siglo XIX, el éxodo de poblaciones enteras, son los síntomas de su agotamiento; es hora de abrir las puertas y ventanas, que entre aire fresco, renovar de arriba abajo la sociedad. Echar a los que con su ignorancia y brutalidad están llevando al limite lo que es obvio para todos es una necesidad histórica; pero no nos quedemos ahí.
De la misma manera que no sirve de nada mirar para los «mercados medievales de cercanía», no sirve de nada mirar para aquellos capitalistas «verdes», «democráticos», que se adornen con las plumas que quieran, pero que en el fondo defienden las condiciones que dan origen a lo que está sucediendo en Brasil, las relaciones sociales de producción capitalistas.
El enemigo de mi enemigo no es mi amigo
Macron, Merkel, Sanchez… podrán aparecer enfrentados a los Bolsonaros, Trump o Salvinis, pero es pura fachada. La crisis del Open Arms demostró como la política de Sanchez es prima hermana de la de Salvini, con una sola diferencia formal, Salvini dice lo que hace o va a hacer; Sanchez no dice lo que hace, lo hace y punto.
Pueden aparentar que Macron y Merkel repudían a Bolsonaro, mas, si así fuera ya estarían promoviendo ataques aéreos contra Brasil por crímenes de lesa humanidad (quemar el pulmón del que depende la humanidad es dejar en mantillas el genocidio nazi); estarían promoviendo su dimisión, bloqueando el país, puesto que tienen capacidad para hacerlo. Pero no, lo único que hacen es agitar un poco el árbol para ver si cede, y dos, para encauzar el malestar social que se está generando, sobre la máxima del «enemigo de mi enemigo es mi amigo». Están sobre actuando para conservar el bosque capitalista, que para eso son representantes de burguesías expertas en enfrentar guerras y revoluciones.
Por todo ello para la clase obrera «los enemigos» de los Bolsonaros varios no son sus «amigos» ni ocasionalmente. Al tiempo que Macron llama «mentiroso» a Bolsonaro, no dejan de destruir las raíces de las conquistas sociales en Europa, mantienen sus políticas respecto a África y los refugiados… es, como digo, una sobre actuación para desactivar el conflicto social.
La clase obrera es la primera interesada en que los desastres ecológicos como los incendios en Brasil, se resuelvan en un sentido progresivo. De la misma manera que en una fábrica altamente contaminante los primeros perjudicados son los mismos trabajadores de la fábrica, puesto que están en contacto diario, en la sociedad son los barrios obreros y populares los que sufren el día a día de la contaminación y de las consecuencias económicas que puedan tener. Los barrios ricos suelen tender normas urbanísticas que ni de lejos sueñan los habitantes de los barrios obreros de esas mismas ciudades.
Por ello la clase obrera no tiene ningún interés real en mantener estas relaciones de producción que les perjudica, primero como asalariados y asalariadas para un patrón que los explota, y segundo, en que ese mismo patrón los contamina como ciudadanos.
Subjetivamente un trabajador puede sentirse unido al empresario que lo explota, porque en su cabeza y fruto de la educación social (a lo que colaboran los economistas progresistas) aparece el capitalista/la empresa como los que generan riqueza. Nada más falso que esto; la riqueza no sale de las contabilidades de las empresas como el dinero no te lo da los cajeros; la riqueza, como el dinero, sale del trabajo productivo humano y son los trabajadores y trabajadoras los que con su fuerza la generan.
Cuando la clase obrera toma conciencia de este hecho, rompe su «alianza» con el capital y se convierten en el sujeto social fundamental -no único- para enfrentar las relaciones sociales de producción que están detrás de los incendios en Brasil, el capitalismo, y sus representantes políticos, los Bolsonaros, los Trump, también los «enemigos de sus enemigos».
Esto les pone ante una necesidad: construir una alternativa social al capitalismo, sea su forma «depredadora» sea su forma «verde», que no puede ser otra que la defensa de lo común, implicando en esta lucha al «común» de la sociedad oprimida y explotada.
¿Y cuál es el sustantivo que define «la defensa de lo común», sino comunista?
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