“Los defensores del capitalismo tienden a apelar a los sagrados principios de la libertad, que se encarnan en una sola máxima: los afortunados no deben verse limitados en el ejercicio de la tiranía sobre los desafortunados” (Bertrand Russell)
Para las próximas elecciones del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid, la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, había pensado inicialmente presentar el lema “Socialismo o libertad”, que para más inri ha virado a “Comunismo o libertad” desde que se conoció la noticia de que Pablo Iglesias iba a participar en dicha pugna electoral, dejando su actual cargo en la Vicepresidencia del Gobierno de coalición. Bien, el lema es una completa falacia en sí mismo, en dos sentidos. El primero es que realmente no existe ninguna formación política, de todas las que se van a presentar a dichos comicios, que presente un plan de Gobierno auténticamente socialista, no digamos ya comunista. Ni el PSOE (que dejó de ser socialista desde la década de los 70 del siglo pasado) ni por supuesto Podemos (o las otras formaciones surgidas a su sombra) poseen idearios verdaderamente socialistas o comunistas, aunque algunos de sus líderes, candidatos, dirigentes o militantes puedan provenir de formaciones políticas más a la izquierda. Pero en lo concreto, en las medidas concretas que se vierten en sus programas electorales (por lo menos en lo que hemos conocido hasta la fecha), sus propuestas son meras fórmulas cosméticas y suavizadas de lo que podría (y debería) ser un plan de Gobierno socialista. Esto debe entenderse como una crítica constructiva, no estoy invalidando el programa de Podemos (o de Más Madrid), que me parece el mejor de todos los que pueden ser votados en dichos comicios, sino intentando aclarar conceptos.
Bien, pero habíamos dicho que el lema de Isabel Díaz Ayuso era una completa falacia en dos sentidos, y solo hemos comentado el primero de ellos. El segundo es más amplio, sutil y tramposo, más impregnado de manipulación y de alienación cultural capitalista. Veamos: el antecedente más remoto y auténtico que tenemos de dicho lema fue enunciado por Rosa Luxemburgo, la legendaria marxista y una de las lideresas históricas más valientes e íntegras, bajo la forma: “Socialismo o Barbarie”. Y en efecto, su significado está bien claro: hay que elegir entre la barbarie, salvajismo, crueldad y criminalidad del sistema capitalista (hoy día aún más criminal que en los tiempos de Rosa), frente a la idea de un socialismo que cree en el reparto justo de la riqueza, en la igualdad y en la justicia social. Para todo ello hay que creer en la sociedad, que es precisamente el declarado Talón de Aquiles del capitalismo: para el capitalismo (y su reciente engendro, el neoliberalismo globalizado), la sociedad no existe, solo somos un puñado de miles de millones de individuos, pululando por el mundo, y compitiendo entre nosotros de forma salvaje para apropiarnos cada vez de una mayor cantidad de recursos, con el objetivo simple, llano y criminal de que unos pocos vivan cada vez mejor a costa de la pobreza y de la miseria de la inmensa mayoría. Es obvio y evidente que toda la bancada de la derecha política, económica, social y mediática de este país no cree en la sociedad, sino en ese concepto de “libertad” alienado y manipulado, que consiste en la libertad de cada cual para explotar a sus semejantes.
En realidad, el lema debería “Socialismo o Esclavitud”, ya que optamos entre un concepto de libertad auténtica, socialista y republicana, que limita los derechos y libertades individuales para primar los derechos y libertades colectivas, frente a una situación (la que defiende la derecha) de total sumisión y esclavismo al gran capital, de continuo vasallaje a sus abusos, para permitir precisamente que la libertad de los grandes agentes del capitalismo campen a sus anchas, mientras la inmensa mayoría social se sumerge cada vez más en la pobreza, en la miseria y en la precariedad vital. Y así, cuando ellos defienden los derechos y libertades de la “sociedad”, se están refiriendo a las “sociedades anónimas” que constituyen las empresas, las corporaciones, los holdings, la banca privada, los grandes agentes del capitalismo transnacional, que son, en palabras de Noam Chomsky, “lo más parecido al totalitarismo”. La “libertad” que ellos promueven y entienden no es otra que la libertad para que se pueda discriminar y explotar cuanto más mejor, la libertad que permite el incremento a perpetuidad de la desigualdad, la libertad que de forma cruel e injusta instala una arquitectura social retrógrada y criminal. La libertad, en definitiva, para continuar destrozando la vida de la gente.
Pero por desgracia, y gracias a la ingente labor del capitalismo durante siglos para instalar un imaginario colectivo que defienda sus principios, hoy día es precisamente éste el concepto dominante de libertad. La “libertad” para ellos es la libertad de los mercados para avasallar, para convertir en mercancías no solo sujetos físicos (como los animales o la propia naturaleza, provocando las graves crisis climáticas que nos amenazan), sino también los propios derechos humanos, sometidos igualmente de forma cruel a las leyes de la oferta y la demanda: el trabajo, la vivienda, la educación, la sanidad, los servicios sociales, etc. Es la libertad para privatizarlo todo, para mercantilizarlo todo, para arrasar todos los valores que pretendan algún atisbo de igualitarismo social. Es la libertad para continuar demoliendo el Estado, mientras estimulan que las grandes empresas crezcan aún más, aumentando su poder, precisamente para poder intervenir cada vez más en las políticas públicas, e imponer sus criterios. Es la libertad, en definitiva, ligada al pensamiento único. Pero curiosamente, la derecha ha desarrollado la habilidad (la alienación mental y cultural es parte de su estrategia) de dar la vuelta a todo este argumento, y presentar al socialismo como la ideología que “impone” un modo de pensar. De hecho, Isabel Díaz Ayuso lo ha vuelto a recalcar recientemente, en el discurso donde anunciaba precisamente la convocatoria electoral. Presenta su ideario como el de la “libertad” de los madrileños, frente a las imposiciones de “un modo de pensar” socialista. Es una manipulación tan completa que casi podría decirse que es perfecta.
Pero no nos engañemos: su concepto de “libertad” está absolutamente manipulado. Es la libertad entendida como el tener y no como el ser, para favorecer la competitividad, el individualismo, el egoísmo y la insolidaridad. Es la libertad para poder continuar desregulando los mercados, practicando reformas que incidan en los recortes de derechos básicos, para seguir incrementando la precariedad en la vida de las personas. Una precariedad que conduce a estados de dependencia cada vez mayores, a que tengamos que vivir con el permiso de otros, de los poderosos. Libertad para ellos, precariedad para nosotros. Es la libertad para continuar apoyando a los más ricos y poderosos (empresas, banca, grandes fortunas, elevados patrimonios…), y defendiendo que precisamente el resto de la sociedad los tome como referentes y les rinda culto y vasallaje. Es la libertad que adora el dinero, la fama, el poder, las riquezas materiales, las influencias, etc., y margina la capacidad real de las personas. Es la libertad que valora y potencia el “éxito” individual frente al éxito colectivo y cooperativo de la sociedad. Es la libertad para continuar difundiendo y potenciando una visión uniforme y excluyente de la sociedad, que sataniza cualquier modelo de sociedad alternativo. Precisamente en estas prácticas y valores justifican los ataques a determinados países que se convierten en “peligrosos” precisamente porque intentan implantar en sus sociedades modelos distintos (Cuba, Venezuela…), que para “su” modelo de “libertad” representan una amenaza. La carga cultural del capitalismo se utiliza como arma arrojadiza contra los pueblos que libremente deciden emanciparse de esta aberrante cultura, y que entienden la libertad de otra forma. Es la libertad, por tanto, para seguir impidiendo a otros que libremente decidan llevar a cabo otros planteamientos sociales.
Es la libertad para continuar con la cruzada por la desigualdad, para seguir incrementándola, para seguir justificándola y explicándola como algo natural, extrapolada además a otros países y continentes. Es la libertad para hacer de la competencia un credo, un dogma, una máxima suprema, fomentando la agresividad hasta el extremo, lo cual favorece también el individualismo, denostando toda idea de bien común o toda acción cooperativa, de reparto, de redistribución o de igualitarismo. Es la libertad para seguir justificando a los defraudadores, a los corruptos y a los corruptores, a los privatizadores, y a todos los que atacan la solidaridad social. Es la libertad para continuar saqueando y expoliando todos los recursos naturales, los ataques a la naturaleza como objeto de despojo, y el uso y abuso del resto de animales. Es la libertad para seguir atacando al planeta, y aumentando el riesgo de colapso ecosocial. Y por supuesto, es la libertad para seguir defendiendo sus propios modelos (religioso, de familia, de inclusión…), y atacando al resto. Por ejemplo, la libertad para atacar al colectivo LGTBI, para atacar a los extranjeros, para defender a la Iglesia Católica y sus privilegios, para impedir los avances del feminismo, etc. En definitiva, es la libertad para seguir defendiendo a los incluidos y atacando a los excluidos. En definitiva, esa es, en resumidas cuentas, la “libertad” que se esconde detrás del lema de Isabel Díaz Ayuso y todos sus adalides de PP, Ciudadanos y Vox. Pues lo dicho, el auténtico lema es “Socialismo o Barbarie” (de Rosa Luxemburgo), o “Socialismo o Esclavismo”. La Comunidad de Madrid elegirá entre estos dos modelos el próximo 4 de mayo. Y veremos qué elige.
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