Esta situación se ha ido generando desde principios de los setenta, incrementándose en cifras récord en la década del 80 y 90, al punto de en el 2005 alcanzar 40 millones de toneladas cosechadas, un monto de producción que antes sólo podía lograrse sumando la cosecha de todos los granos. Indudablemente, tras esta suma puede […]
Esta situación se ha ido generando desde principios de los setenta, incrementándose en cifras récord en la década del 80 y 90, al punto de en el 2005 alcanzar 40 millones de toneladas cosechadas, un monto de producción que antes sólo podía lograrse sumando la cosecha de todos los granos.
Indudablemente, tras esta suma puede estimarse que la rentabilidad económica de esta oleaginosa es increíblemente beneficiosa para quienes la producen, comercian y para el país que crece y se posiciona como el tercer productor mundial de soja.
Con seguridad esto es así ya que se calculan alrededor de 250 dólares por tonelada, es decir que a este paso y con cosechas tales como las del último ciclo 2005, la producción sojera argentina ronda los 10.000 millones de dólares. Una suma para nada desdeñable.
La Argentina que allá por la década del 50 fue conocida como el granero del mundo o el país de las vacas gordas, hoy se ha convertido en uno de los principales productores y exportadores de soja a nivel mundial.
Claro que la historia de esta semilla maravillosa en rindes productivos trae consigo condimentos particulares que no pueden ocultarse tras una cifra exorbitante, aunque lo intenten.
Soja transgénica
En 1996 se liberaron al mercado las variedades de productos genéticamente modificados (GM) o transgénicos.
Estos organismos son resistentes a herbicidas tales como el glifosato que permiten «limpiar» el suelo rápidamente. Estos cultivos requieren muy poca atención y gran respuesta económica en menos tiempo que utilizando las semillas y químicos convencionales.
Al aumentar la eficacia en la producción, con la utilización de transgénicos, se pueden bajar los costos, usar menos insumos, aumentar los rendimientos, mejorar la calidad y el valor nutritivo del producto e incluso generar nuevos productos.
En la Argentina, esta práctica se ha desarrollado desde aquel momento, a mediados de los 90, y hasta hoy intensivamente y de manera favorable para la expectativa de productores y nuevamente para el país que alcanza el ya mencionado nivel de exportaciones en gran parte por ser el segundo productor de productos transgénicos con un total de casi 15 millones de hectáreas sembradas bajo este sistema de cultivo.
A diferencia de otros cultivos modificados y con la implementación de la siembra directa, la soja transgénica ha dado a los productores mayores y mejores condiciones de rendimiento a nivel productivo y económico.
Pero en verdad ¿quiénes son los que se benefician? Lo que plantea este modelo agrícola no es más que un tipo de agricultura sin agricultores, donde se sobrepone el pensamiento de la rentabilidad a corto plazo y el uso irracional de los recursos al de su uso sustentable.
¿Quién maneja la batuta?
El impulso que tuvo la soja en la Argentina y su fama por otorgar mayor productividad y rendimiento económico ha llevado a que se siembre soja en donde se pueda.
Cada año aumentan las hectáreas sembradas con este cultivo y la mayor parte de esta producción, casi su totalidad, son de origen transgénico.
Quienes tienen en sus manos los insumos de este sistema de producción genéticamente modificado son unas pocas empresas que están monopolizando la industria agropecuaria, entre ellas se encuentran: La Singenta, Bayer y Basf, la Agrobiotech, Downchemical, Limagrain, la AstraZeneca. La Monsanto Dupont, Norvatis y Adventis.
Por un lado, al requerir menos manos de obra el cultivo de soja y al estar desplazando a otros cultivos en busca de mayor rendimiento, muchos agricultores y empleados agrícolas han sido expulsados del campo.
Por otro, estas empresas monopólicas que en un principio otorgaban sus semillas sin mayores contradicciones hoy poseen normativas y contratos que son imposibles de eludir, encerrando a los agricultores en un círculo vicioso que los somete a sus intereses.
¿Hasta que punto entonces podemos decir que este cultivo es tan beneficioso para el país? ¿Acaso no son sólo unos pocos, la mayoría provenientes del exterior, quienes se llenan los bolsillos con grandes montos de la producción argentina?
No obstante, no sólo se perjudica la actividad agropecuaria y quienes la producen, sino también el medio ambiente que se ve afectado por las prácticas intensivas y agroquímicos; y la población que padece los efectos de los herbecidas en la piel y en la ingesta de alimentos no aptos para consumo.
Impacto Ambiental
Según Viviana Mariani, Directora Técnica de la Certificadora de Productos Orgánicos Mokichi Okada (MOA), el impacto que produce el cultivo de la soja en el medioambiente «se refiere sobretodo a la disminución de la biodiversidad que caracteriza a cada ecosistema (malezas, insectos, microorganismos, etc.), muerte de los microorganismos del suelo por la aplicación continua de herbicidas, contaminación de las napas freáticas a través de los años por los herbicidas, resistencia de malezas al herbicida y una destrucción continua de los organismos benéficos (avispitas, insectos, etc.)»
La primer consecuencia observable en el medio ambiente es la desertización y junto a ella la pérdida de la biodiversidad, de los ecosistemas existentes.
Con herbicidas como el glifosato se eliminan las malezas que interfieren para el cultivo y que dejan el terreno preparado para otros cultivos con menos posibilidades de enfrentarlas, pero la eficacia de estos agroquímicos también arrasan con insectos y todo tipo de microorganismos existentes en dicho suelo e incluso en plantaciones vecinas.
Además, al extenderse la superficie sembrada, cada vez son más las hectáreas que se pierden y la ambición desmedida ya no reconoce ni siquiera aquellas áreas que en el país son reservas naturales protegidas.
En el 2004, por ejemplo, se vendieron dos lotes del Área Natural Provincial Protegida en el departamento de Anta, Salta.
Estos son aproximadamente 13 mil hectáreas que se utilizarán para producir soja y citrus, los cultivos más rentables en la zona, con el objetivo o la excusa del gobernador que aseguró que con dicha venta y producción se concretará la mejora de las rutas provinciales 5 y 30.
Y este, desafortunadamente, no es el único caso en el cual la ambición del hombre quiere ir más allá e incursionar incluso en aquellas áreas que venían salvándose de las irrupciones abruptas del hombre y sus avances tecnológicos.
Se viene el agua
También desde la década del 70 en la Argentina han aumentado considerablemente las lluvias y con ellas las inundaciones.
Este aumento en las precipitaciones ha sido ocasionado por un cambio climático global, del cuál se escucha hablar con frecuencia entorno a problemáticas como la capa de ozono y el calentamiento global, y por otros factores entre los cuales se encuentran la creciente de superficies sembradas con cultivos de bajo consumo hídrico como la soja.
El cultivo de soja no retiene el agua en el campo sino que la deja correr, por este motivo, cuando llueve el agua se desliza por el campo y pasa a engrosar el caudal de los ríos produciendo en ocasiones inundaciones como las que se han dado en los últimos años en el noreste del país.
Donde había un monte con árboles capaces de absorber el agua, hoy hay cultivos de soja que desprotegen al suelo y a aquellos que no pueden luchar contra la naturaleza que a su vez no hace más que acudir a las consecuencias de la aplicación desmedida de la tecnología, en este caso la biotecnología.
Impacto social
Como ya se ha mencionado, y como parte del impacto que produce en la sociedad el cultivo indiscriminado de soja, el sistema impuesto contempla una agricultura prácticamente sin agricultores.
Cada vez hay más productores excluidos, y los que se mantienen en pie están sometidos a reglas impuestas por aquellos monopolios generadores de organismos genéticamente modificados.
Aún con lo lamentable y desolador de este panorama del sector agrícola, hay consecuencias mucho más delicadas e importantes a nivel social y que se refieren a la incidencia del cultivo en la salud humana.
Esta afección negativa comienza en el campo con la aplicación de glifosato que además de dañar la biodiversidad, han provocado la destrucción de otros cultivos, intoxicaciones seguidas de muerte tanto en las personas que los utilizan como en personas que habitan en zonas aledañas.
Las intoxicaciones que se generan con el glifosato pueden causar hinchazón de pulmones, dolor gastrointestinal, obnubilación de la conciencia, neumonía, vómitos, irritación de ojos, piel y destrucción de glóbulos rojos.
Saliendo del campo y pasando a las góndolas de supermercado y a la mesa, se ha detectado que la ingesta de soja puede ocasionar dificultades en la salud. Y si bien hay muchas controversias entorno a este tema, es al menos virtuoso tomar precauciones y tener en cuenta ciertos datos que basados en experiencias previas y en estudios científicos realizados en animales alertan sobre posibles riesgos sanitarios.
Darío Gianfelici, médico rural de la provincia de Entre Ríos, explicó que la soja transgénica «puede producir en el hombre malformaciones como la falta de descenso de los testículos o problemas en la constitución de la uretra masculina. También puede ocasionar cáncer de próstata y una disminución de la cantidad de espermatozoides».
Tanto la soja normal como transgénica tienen hormonas vegetales, las isoflavonas, que dentro del organismo humano tienen funciones estrogénicas. De allí que su consumo «pueda incrementar en las mujeres el riesgo de contraer cáncer de mama y ovario además de endometriosis, es decir, la producción de epitelio uterino fuera de la matriz».
«También suelen producirse embarazos anembrionados. Hay fecundación del óvulo y formación de placenta, pero sin producción del embrión», Gianfelici indicó que esta patología «se ve con muchísima frecuencia en aquellos lugares donde la explotación de soja se ha transformado en un monocultivo».
Sobre el consumo de soja en niños, Gianfelici recordó que la soja «está totalmente contraindicada en menores de dos años y debe usarse con mucha precaución en menores de cinco años». La soja es deficitaria en muchos nutrientes y por su alto contenido en fitatos interfiere en la absorción de hierro y del zinc además de no ser una fuente de calcio. «Por eso es incorrecto llamar leche de soja a lo que es, en esencia, un mero jugo de soja».
Además esta leche de soja que ocasionalmente se comercializa con añadidos de azúcar y jugos frutales y vegetales, representan un factor de riesgo para el aumento de caries y erosión dentaria en los niños, debido a que poseen una capacidad erosiva del esmalte dentario al disminuir el ph en la boca.
Además, las isoflavonas que contiene la soja son inhibidoras de la peroxidasa tiroidea involucrada en la síntesis de la T3 y T4.
Se puede esperar de esta inhibición que genere anormalidades tiroideas, incluyendo el bocio y tiroiditis autoinmune.
Existe un importante cuerpo de datos científicos en modelos animales que demuestran efectos generadores de bocio y hasta efectos cancerígenos de productos de soja.
Lo más alarmante de todo esto es que, si bien como hemos dicho hay aún muchos debates sobre qué es lo cierto y qué no con respecto a las bondades y perjuicios de la soja, se han venido impulsando campañas a nivel mundial proclamando a la soja como salvación a la hambruna.
Greenpeace ha denunciado a la industria de los cultivos transgénicos por proyectos como el de la Soja Solidaria, que salió a la luz a mediados del 2001, diciendo que aprovechan «», a través de una campaña solidaria, la pobreza y la crisis alimentaria argentinas para «instalar a la soja como solución a la desnutrición infantil y como alimento mágico ante la opinión pública», sin antes haber difundido «información crítica» sobre su consumo».
Poco y nada
De esta forma se ha publicado en muchos medios los beneficios de la soja y se han difundido diversas campañas que han colaborado a la formación de falacias o al menos datos cuestionables.
Esta información errónea y la carencia de publicaciones fehacientes por otro se deben, por un lado a que el Estado y los científicos no informan lo suficiente y es escasa y dudosa lo que llega a los medios.
Por otro lado, se encuentra la postura de aquellos medios que buscan sumarle puntos positivos a la soja en la opinión pública ya sea por ideales políticos que van con el modelo actual de producción agrícola, o por la sumisión ante aquellas grandes corporaciones que publicitan en su medio y son parte del mercado de los transgénicos.
¿Cómo puede hablar de la soja un suplemento rural o una revista agropecuaria que le hace publicidad a las semillas modificadas o a herbicidas como el glifosato?
Lo cierto es que gran parte de aquello que se publica no es completamente cierto, los medios de comunicación, el Estado y los científicos tendrían que interiorizarse más y priorizar aquella información que permita mantener a la ciudadanía informada para poder defenderse de los riesgos que estos ocasionan.
Considerando el impacto ambiental y social que se ha analizado, cabe concluir que lo único que realmente hace falta es tomar conciencia del uso irracional de la tecnología y de la necesidad de priorizar la vida ante la rentabilidad económica.