I. El desastre nuclear de Fukujima ya ha alcanzado un nivel de peligrosidad parecido al de Txernobil. Cuando aquello ocurrió los nucleócratas se afanaron a argumentar que el problema no era debido a su peligrosa energía sino una muestra más de la ineficiencia del modelo soviético. Aquí no iba a pasar nunca, pues nuestra tecnología […]
I. El desastre nuclear de Fukujima ya ha alcanzado un nivel de peligrosidad parecido al de Txernobil. Cuando aquello ocurrió los nucleócratas se afanaron a argumentar que el problema no era debido a su peligrosa energía sino una muestra más de la ineficiencia del modelo soviético. Aquí no iba a pasar nunca, pues nuestra tecnología era mejor, las empresas gestoras más eficientes, las regulaciones más estrictas. Olvidaban que poco tiempo antes de Txernobil ya había ocurrido el «incidente» de Three Mile Island, en el centro mismo del imperio. Y que los incidentes no han pasado de sucederse. Japón tiene una larga lista de importantes incidentes nucleares, varios de ellos como consecuencia de los frecuentes terremotos que asolan Japón: por citar los más importantes, el escape en la planta de enriquecimiento de Tokaimura (1999), el de la Central de Mihama (4 muertos) y el de la central de Kashiwazaki Kariwa (a raíz de un terremoto en 2007). La misma central de Fukushima había experimentado un importante escape a raíz de un terremoto en 2003. No parece que Tepco (Tokyo Electric Power), la propietaria de las dos últimas centrales citadas, haya aprendido nada de estos graves incidentes, ni que las rituales promesas de reforzamiento de la regulación realizados tras cada uno de ellos haya servido para mucho. Simplemente se trata del mismo tipo de teatro político que ahora se ha puesto en marcha para minimizar la magnitud del desastre y tratar de evitar el pánico. Posiblemente el retraso en la evacuación de muchas más personas de las que era razonable con objeto de eludir el reconocimiento del problema va a generar más víctimas de las que se hubieran producido si desde el primer momento se hubiera reconocido lisa y llanamente la situación.
No es nada nuevo para nosotros, también aquí hemos tenido graves «incidentes» y fugas diversas. Y también aquí se han hecho esfuerzos para camuflar el problema, reducir la demanda de responsabilidades y mantener vivo el negocio nuclear. Y es que éste siempre ha sido un negocio en el que capital y política han ido de la mano. Donde los intereses crematísticos y los militares han sido aliados estratégicos y donde el poder de las oligarquías financieras ha importado más que los intereses sociales. Lo que no han podido evitar es que esta energía que siguen tratando de vender como limpia, segura y barata no pare de generar problemas, algunos como el actual de extrema gravedad. Y eso que hasta el momento solo contamos los problemas generados en las centrales y no hemos entrado en el análisis de que va a ocurrir con los residuos activos durante millones de años, donde las incertidumbres son mucho mayores.
II. Estamos ante un nuevo, inquietante desastre del capitalismo tecnocrático imperante. Japón, que lleva años con problemas económicos, se enfrenta ahora, a la vez, a un agravamiento de los mismos y a un grave problema sanitario. Es evidente que en el momento presente hay que subrayar con fuerza, una vez más, el peligro y la insensatez de la opción nuclear. Y recordarle a la población que Fukujima no es un desastre inesperado, sino que se encuentra inscrito en una serie de «accidentes» de mayor o menor gravedad pero que generan una sucesión de problemas en los que es previsible esperar que algunos alcancen la magnitud del actual. Unos incidentes en los que la combinación de arrogancia tecnocrática, especulación crematística y oscurantismo se combinan para propiciar el desastre. Basta revisar cualquier hemeroteca de los últimos años para visualizar la retahíla de expertos que negaban los riesgos. Los mismos que ahora tratarán de justificar la situación actual con justificaciones ad hoc del tipo «la central estaba demasiado cerca de la orilla», tratando de ignorar que precisamente estaba allí porque esto la hacía más rentable. Y es precisamente el ahorro de costes, como el intento de alargar la vida de las centrales, lo que las hace más rentables. Los recortes de gastos forman parte intrínseca del actual modelo de gestión empresarial y están presentes en todos los incidentes producidos. Y es que dejaría de ser viable una tecnología tan peligrosa si tuvieran que considerarse todos los riesgos.
III. Mirado desde otra perspectiva, Fukujima es un drama parecido al de la crisis económica mundial. En ambos casos el inicio del desastre ha mostrado la enorme fragilidad del aparentemente poderoso andamiaje técno-económico mundial. Su facilidad para el desplome. En ambos, también está claro el papel central jugado por los grandes grupos de poder económico en el desencadenamiento del problema. En ambos, existía un altisonante coro de tecnócratas que aseguraban que todo estaba controlado y no había nada que temer: las nucleares eran seguras y el mercado, sobre todo el financiero, era un mecanismo eficiente. En ambos también, cuando los problemas aparecen, sólo se han sabido adoptar medidas improvisadas, puntuales, que unas veces funcionan y otras no (o que producen efectos imprevistos, como el del agua utilizada para enfriar los reactores y los residuos que acaban por expandir la contaminación), pero que en todo caso se muestran inútiles para evitar los efectos más importantes. Y también en los dos casos los responsables de la crisis nos siguen diciendo que tengamos confianza en ellos, que sus soluciones son las correctas, que seamos pacientes, que todo se arreglará.
Fukujima es, a una escala menor, un paradigma de la crisis civilizatoria a que nos ha llevado el neoliberalismo global, Un modelo social donde los intereses de una minoría social se imponen a inmensas masas de población. Donde la utopía de una riqueza creciente va a darnos la felicidad a costa de soportar desigualdades intolerables. Y donde una casta de pseudo-científicos, tecnócratas y funcionarios al servicio del poder legitima, mixtifica, desinforma para evitar nuevas demandas democráticas.
Los japoneses, que llevan años padeciendo un modelo económico en situación errática, son los que van a convivir más directamente con este nuevo mal social. Pero gran parte de la experiencia vale para todo el mundo.
IV. Fukujima debe ser el principio del fin de la energía nuclear. Pero debe ser también motivo de reflexión para aquella parte de la izquierda que aún hoy pensaba que las cuestiones ambientales eran secundarias respecto a la crisis social. Ambas forman parte del mismo problema, pues ambas afectan al bienestar de la gente, a sus condiciones materiales de vida. Desmontar el neoliberalismo no puede hacerse sólo atacando a los mercados financieros. Exige pensar en un modelo social donde el desarrollo sea coherente con los condicionantes ambientales. Hoy más que nunca las respuestas a la crisis ecológica y ambiental exigen una solución de conjunto, un cambio de modelo civilizatorio en el que se tenga en cuenta la voz de la mayoría y la opinión científica fundamentada. El reto está en combinar la compleja maraña de relaciones que alargan el ocaso de un modelo social insostenible.