La Tierra está que arde. La temperatura media de la superficie terrestre ha subido 0,6 grados en apenas tres décadas y es la más alta de los últimos 12.000 años. La NASA advierte que el punto crítico a partir del cual cambiará el planeta está a sólo un grado más. Para los científicos, esta calentura […]
La Tierra está que arde. La temperatura media de la superficie terrestre ha subido 0,6 grados en apenas tres décadas y es la más alta de los últimos 12.000 años. La NASA advierte que el punto crítico a partir del cual cambiará el planeta está a sólo un grado más. Para los científicos, esta calentura es obra de los gases de efecto invernadero. No es del todo cierto. La Tierra quema porqué está cabreada. Se cansó de tanta guerra, de cargar tanta muerte sobre sus espaldas.
El siglo XX fue un gigantesco campo de batalla en el que se dejaron la vida el triple de personas que en los diecinueve siglos anteriores. No aprendimos nada. Según la ONG Intermon Oxfam, el gasto militar mundial alcanzará este año los 834.000 millones de euros y superará las cifras récord de la Guerra Fría. Quince veces más de lo que invertimos en ayuda internacional. En cuatro años, de 2000 a 2004, las cien mayores empresas de armas han incrementado sus ventas en un 70%.
Nuevos tiempos, viejos errores. Quien golpea primero, golpea dos veces. La «guerra preventiva» triunfa por todos lados pero no es suficiente. ¡Queremos más! ¡Somos insaciables! La empresa británica BAE Systems, uno de los principales fabricantes mundiales de armamento, tiene la solución. Una nueva contienda: la «guerra ecológica». Los militares son ecologistas y sus bombas inundan los campos de flores y mariposas.
«Las armas serán usadas y, cuando esto suceda, intentaremos que sean todo lo seguras que podamos para los usuarios, de este modo se limitan los daños colaterales y se minimiza el impacto en el medio ambiente en la medida de lo posible». Debbie Allen es directora de responsabilidad social de BAE Systems. Su empresa fabrica vehículos blindados con motores «híbridos» que reducen las emisiones de carbono y está trabajando en el diseño de balas sin plomo. Como señalan en su propia página web, «el plomo usado en las municiones puede dañar el medio ambiente y suponer un riesgo para las personas». En otro de sus estudios sobre ahorro energético y reciclaje, BAE Systems investiga si los residuos de los explosivos pueden transformarse en abono.
El Ministerio de Defensa del Reino Unido también cree que «el ecodiseño debería ser incorporado en todas las armas modernas». Su Manual de Desarrollo Sostenible del Medio Ambiente afirma que «el concepto de la munición verde no es un término contradictorio. Cualquier sistema, sea cual sea su uso, puede ser diseñado para minimizar su impacto sobre el medio ambiente». Otro informe, en este caso sobre la sostenibilidad del Ejército de los Estados Unidos, analiza el posible empleo de aceite de soja como combustible en los aviones, el uso de los paneles solares en las zonas de conflicto y el empleo de vehículos aéreos en miniatura accionados por hidrógeno.
«Cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre». El proverbio africano tiene los días contados. Es el progreso. Las «bombas verdes» matan inocentes, como todas las bombas, como siempre, pero, por suerte para todos, protegen el medio ambiente. Cascos azules, misiones de paz, ayuda humanitaria, armas silenciosas para disminuir la contaminación acústica… los ejércitos se han modernizado tanto que muy pronto estarán listos para lanzar su ofensiva definitiva: convertirse en una ONG. Greenwar, los ecopacificadores. Por un mundo sin guerras.