Si pasamos un sábado y, a veces, también en domingo por un colegio religioso concertado, en uno de pago se da por descontado, observaremos un ambiente de plaza de provincias en domingo, con padres jóvenes saludándose, reconociéndose, en una palabra. En esa imagen encontramos la explicación a la persistencia de la educación religiosa concertada en un país cada día más laico. La Iglesia recuerda a la clase media que siempre hay una parte importante de población por debajo de ella; la educación proporciona un medio de segregación social a un grupo social que, siendo protagonista, no entiende el presente. Parece que aún sigue vivo el mensaje del teatro de Jacinto Benavente:
Crispín: Dos ciudades hay. ¡Quiera el cielo que en la mejor hayamos dado!
Leandro: ¿Dos ciudades dices Crispín?
Crispín: …Una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros.
(Los Intereses Creados, Benavente)
En los años cincuenta del siglo pasado, el suburbio era un tópico recurrente de la segregación, los pobretones de Mercé Rodoreda. Constituía paisaje exterior en el cine (Surcos) y la literatura (Tiempo de Silencio; Donde la ciudad cambia de nombre…, etc.); el SEU (1) y la Sección Femenina enviaban allí sus voluntarios, en leal competencia caritativa con Acción Católica. Y todos esos emisores culturales coincidían en una cosa: la relación directa que había entre el suburbio, la emigración y la falta de viviendas. Ya en 1948, el episcopado de Madrid se adelantó a los medios oficiales, y convocó un “Día del Suburbio y la Caridad Diocesana” con el título “El Suburbio, corona de espinas de Madrid”. La elección del 19 de diciembre le permitió poner el énfasis en la línea pastoral: “Todos hemos oído hablar de los suburbios y muy pocos son los que realmente saben lo que esto representa. No es acusación sino advertencia. Los tiempos han venido a demostrar que el pecado de indiferencia, que la terca voluntad de querer asistir con aire de espectador de comedia frívola al desgarrador espectáculo de la desesperanza y la miseria es algo que se paga con sangre” (Arriba, 15-12-1948). La convocatoria llamaba a “todos los madrileños” a contribuir con donaciones en las colectas dominicales de las parroquias, apoyando la asistencia social católica en los suburbios. Con la exhortación a no “frivolizar o minimizar el problema social, económico y moral”, la Iglesia asumía un cierto liderazgo social.
La nota pastoral no era cómoda para los dirigentes falangistas, pues la ola migratoria estaba abriendo una brecha en el control social, dando paso al protagonismo diocesano. La Iglesia creó las Escuelas Sociales de Acción Católica (asistentes sociales) a principios de 1950, desde cuyo magisterio reclamaba su vocación de acción social dentro del Estado español. Las actividades universitarias se plasmaron en 1959 en el primer estudio sociológico sobre los suburbios madrileños, liderado por Miguel Siguán, y en la Semana del Suburbio de Barcelona, dirigida por el Padre Duocastella, ambos activistas católicos. Desde la acción social, Cáritas compitió con la Sección Femenina en la asistencia a las madres del suburbio, lo que no le impedía tener idénticos parámetros sobre la mujer que las falangistas, pues organizaba “cursillos pre-matrimoniales, en los que intervenía un médico, un sacerdote y un ama de casa” (2). La Iglesia también compartía con Falange la visión instrumental de esta profesión para el control social e ideológico. El arzobispo de Barcelona hizo público el ánimo antimarxista de la acción social de la Iglesia en la “Semana del Suburbio de 1957”: “Nosotros los hijos de la luz, debemos calibrar, en toda su extensión, los problemas que la cuestión suburbial plantea en nuestra Diócesis, tal vez los más graves de España y, en consecuencia, dispuestos a realizar todos los sacrificios necesarios; de lo contrario los hijos de las tinieblas (los marxistas) nos tomarían la delantera…”(3).
A pesar de ello, la labor de la Iglesia para crear su propia red de influencia en los suburbios fue decisiva para el resurgir de una cultura democrática en los nuevos barrios. Porque, al insistir en la creación de centros sociales de barrio al margen del control falangista, “unos centros sociales con finalidad puramente humana, guiados por nuestros principios para encauzar la juventud de ambos sexos (hacia) una natural y sana relación, de la que pueden nacer nuevas familias amparadas en sus virtudes esenciales” abría cauces a la participación plural. Claramente, no era esa su intención, pero ese fue el resultado. Hay testimonios que demuestran que la Iglesia no buscaba, ni quería abrir espacios de libertad para su rebaño e, incluso, de que alertaba contra las prácticas semi-laicas de algunos voluntarios del suburbio; así, el Obispo de Málaga, en el Día del Papa, advertía a los católicos “frente a la triste suerte de seglares e incluso de clérigos indisciplinados”. Y en Barcelona se insistiría que los catequistas iban al suburbio a realizar una labor “apostólica” y de “catequesis”.
Pero los nuevos tiempos del Vaticano II, y la no aceptación por una parte de la militancia católica de las pautas asistenciales de la cultura de beneficencia, transformaron los significados. La organización para la asistencia social había sido creada por la Iglesia para aumentar su influencia en los suburbios, pero las organizaciones las integran personas, que en ellas se desempeñan. Y los catequistas y voluntarios de los barrios sufrieron un choque emocional en su contacto con el suburbio, que predispondría a muchos de ellos para el alejamiento de las premisas oficiales sobre el enfoque del problema social: “Cuando llegamos a nuestro suburbio, en Hospitalet, era un barrizal, un lugar inconcebible para vivir seres humanos, y estos estaban casi en las mismas condiciones que el terreno.” (…), “las familias de los niños acuden a nosotros en cualquier necesidad, y, nosotros no siempre podemos ayudarles, y si no lo hacemos la catequesis pierde valor a sus ojos” (4).
Patronatos de Viviendas de la Iglesia
Al terminar los años cuarenta, el franquismo se encuentra en bancarrota financiera, no dispone de fondos para la reconstrucción y, mucho menos, para acometer planes de viviendas para los españoles que llegaban a las grandes ciudades. La situación la expresó claramente el tercer alcalde de Madrid, José Finat, Conde de Mayalde, en su toma de posesión: “El suburbio es un cerco de miseria y fealdad que rodea nuestra urbe (…) Dar vivienda digna a toda esa gente va a necesitar el auxilio filantrópico de Falange, la Iglesia y del Gobierno Civil” (Pueblo, 26-06-1952). La Iglesia vio en esa situación una oportunidad para desplegar su propia política social independiente, inspirada en la doctrina social católica y el nacionalcatolicismo, al tiempo que echaba una mano al régimen que tanto había hecho por ella. Los falangistas más comprometidos con el problema de la vivienda recibieron esa ayuda como agua de mayo, aunque no sin reticencias políticas. Pero la capacidad recaudadora de los obispados suponía la única alternativa, atados como estaban por la baja fiscalidad del régimen.
Las acciones concretas de la Iglesia española en patronazgo de la vivienda social se desarrollaron en la segunda mitad de los cuarenta y duraron hasta la primera mitad de los sesenta. Sus iniciativas sugieren un efecto bisagra, a medio camino entre un agente público y un agente privado. Además, la curia utilizó los patronatos para organizar al empresariado católico y dar un tinte social a su agrupación autónoma. Puso en juego sus instituciones de beneficencia, con toda la inventiva y potencial movilizador que tenía, para llevar a cabo las directrices emanadas del Vaticano; la doctrina de Pio XII sobre la vivienda que, para los católicos europeos, proporcionaba un significado familiar y apostólico a la reconstrucción posbélica (mensaje Navidad 1952): “Quien desee que la estrella de la paz nazca y se detenga sobre la sociedad. Preocúpese por procurar a cada familia un hogar donde la vida familiar sana material y moralmente, logre manifestarse con todo su vigor y valor”.
Pero la Iglesia no entraba en política, intentaba que sus activistas tampoco lo hicieran y cuidaba las relaciones institucionales. A mediados de los cincuenta, muchas de las iniciativas de vivienda de la Iglesia superaban el criterio de “colaboración” y afirmaban la autonomía pastoral eclesiástica respecto a los poderes “terrenales”. Como la primera iniciativa de la Fundación Mariano Lanuza, constituida en Madrid en 1944 con el objetivo específico de construir viviendas económicas para familias obreras y cristianas en el Paseo de Extremadura, que exigía a sus beneficiarios partida de bautismo y de boda y una certificación del párroco local. Los Patronatos nacidos a raíz de esta experiencia desplegaron nuevos medios como la institución financiera de La Tómbola.
Con los fondos recaudados por Tómbolas y Patronatos benéficos (5), se crearon un total de 92 entidades, entre las cuales destacamos: además de la citada, el Patronato diocesano de Valencia. La Asociación de Caridad del Puente de Vallecas y El Patronato Madrileño Virgen de la Almudena, que llegaron a edificar más de 3.000 pisos en la capital. La Trinidad y el Patronato de las Viviendas del Congreso Eucarístico de Barcelona, que construyeron, entre 1952 y 1965, más de 5.000 viviendas; hasta la cifra citada… Los patronatos se acogían al Decreto de 1947, que dio luz a la Entidad benéfico-constructora. Cómo se ha dicho, una de las iniciativas que tuvo mayor impacto fueron las Tómbolas. En el madrileño paseo de Recoletos, durante la Navidad y los periodos de primavera y verano, se levantaba la Tómbola Diocesana de la Vivienda. La crónica de la Tómbola de 1958 decía: “En Madrid, un día del mes de julio. A las once menos cuarto de la noche quedó clausurada la Tómbola Diocesana de la Vivienda, en la que se han despachado 17 millones de boletos, lo que ha significado un beneficio de más de ocho millones de pesetas” (Arriba, 8-7-58) (6).
Mención aparte, por su relativa autonomía, merece la Fundación Hogar del Empleado. Sus actuaciones comenzaron en barrios ya consolidados, con pequeños grupos de viviendas modestas de calidad, dirigidas a trabajadores con cierta capacidad económica (7) y clase media de funcionarios y empleados. En 1953 comienza su primera gran promoción de las Erillas: 400 viviendas en el SE de Madrid, y en 1956 las 6.000 viviendas del Batán (Fernández, 2006). Por su parte, el Arzobispado valenciano consiguió mediante la Tómbola Valenciana de Caridad una enorme influencia financiera. La Tómbola cerró sus ejercicios entre 1948 y 1954con varios millones de beneficios. Nació para absorber una parte de los chabolistas que vivían en el cauce y la desembocadura del Turia. En la riada de 1949 el peligro se materializó, y el Patronato diocesano construyó varios bloques de viviendas sociales. En 1957 se produjo otra riada en Valencia de mucha más intensidad. Más de 2.000 familias perdieron su vivienda. Del total de casas construidas, para realojar a las familias que se habían quedado sin ella, la Iglesia financió una parte sustanciosa, utilizando los fondos recaudados por la Tómbola Valenciana de Caridad. “En total, (desde 1948) y hasta el año 1969, fueron 1.509 las viviendas sociales construidas por este patronato” (Levante EMV, 23-04-2013, campaña beatificación del arzobispo Olaechea).
Obra Benéfico-Social e Influencia Política
Para comprender la historia del franquismo, es necesario detenerse en la creación de las redes de influencia social que lo sustentó durante cuarenta años. El ejemplo catalán es paradigmático: fue iniciado en Barcelona desde la cúpula social. Las llamadas hechas por las autoridades civiles y el obispado para resolver el problema de la vivienda dieron a los industriales catalanes un tema de gran alcance social, para incidir de manera propia en la vida de las cuatro provincias, y a la Iglesia para atar sus alianzas. El detonante será la celebración del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona en 1951, para el cual se celebró la Asamblea constitutiva de la Asociación Católica de Dirigentes catalana, bajo el paraguas del Obispo, quien manifestó a los empresarios la viva satisfacción que le causaba “ver un nutrido grupo patronal con ganas de conocer bien el pensamiento social de la Iglesia y de ajustar a la realidad de la vida su función de dirigentes”, y los animó a colaborar con los patronatos benéficos católicos. En respuesta, la recién creada Asociación decide en su primera Asamblea la puesta en marcha del Patronato de las Viviendas del Congreso Eucarístico. Los 500 socios fundadores aportaron un capital total de 63 millones de pesetas, que junto con los préstamos y ayudas del INV y las entradas de los beneficiarios, primer pago del piso, permitieron diez años de actividad y la recuperación del capital, más sus intereses hipotecarios en treinta años. Las “Viviendas del Congreso” cubrieron un porcentaje significativo del total construido en Barcelona, entre 1952 y 1959. En 1956 llegaron al 8% de las viviendas construidas en la ciudad. (Arriba, 1-7-1954).
Las primeras realizaciones de las “Viviendas del Congreso” fueron adjudicadas en propiedad amortizable, en las posteriores se utilizó preferentemente la fórmula cooperativa. Los beneficiarios fueron seleccionados con criterios estrictamente interclasistas, y por sus perfiles familiares y de valores católicos (8).
La Iglesia no pensó solo en la influencia de sus iniciativas sobre las clases medias o los empresarios; la vivienda le ofreció un ámbito en el que desplegarse, y recuperar la influencia que perdía sobre la población por el impacto de la transformación de España en una sociedad urbana, sometida, además, a la presión migratoria. Los Patronatos, las Tómbolas, los grupos de Acción Católica estaban construyendo para la Iglesia un entramado, que completaba el control que ya disfrutaba sobre las clases medias con la educación. Además, eran una plataforma de proyección sobre las familias inmigrantes, cuya cultura estaba siendo cambiada por el éxodo rural. Como decía el Arzobispo sobre las Viviendas del Congreso en la Semana del Suburbio: «Es preciso que esos núcleos (nuevos) tengan un contenido moral, cultural y social y benéfico. Han de ser como centros de adaptación de esas familias que llegan a Barcelona en busca de pan”.
Cáritas: del Suburbio al Barrio Católico
Los medios católicos de la derecha española en el franquismo compartían el discurso oficial de la vivienda: apuntaban al miedo a los guetos, y convenían con Arrese en que los paliativos a la lucha de clases pasaban por el estilo de vida. El patronato de la Iglesia catalana, “Viviendas del Congreso Eucarístico”, planificó barrios interclasistas, con el objetivo de crear ciudadanía catalana y católica. La Iglesia intentaba conjurar el odio social urbano, evitar las “Dos ciudades”, de la poética social de Dickens o de la picaresca de Benavente. Dos ciudades que hundían sus bases de segmentación en la historia misma de la ciudad, cuya desigualdad se había intensificado con el crecimiento descontrolado de los suburbios. Las dos ciudades eran asumidas por la cultura popular a través del lenguaje del arrabal: no se decía “voy al centro”, se decía “voy a Madrid”, incluso “voy a Sabadell”. En el suburbio se vivía un auténtico “extrañamiento espacial” (Doménech, 2010: p. 28).
La labor social en vivienda de la Iglesia se apoyó en el cooperativismo, que se convirtió en un principio unificador de la cultura de propiedad de la vivienda. La imagen del cooperativismo de vivienda madrileño se formó a partir de las promociones de la Constructora Benéfica Hogar del Empleado, que construyó la mitad de las viviendas de promoción católica de Madrid. Coetánea a la experiencia cooperativa del Batán, durante el proceso de construcción del primer “Poblado de Absorción del Pozo del Tío Raimundo” en 1957, los asesores llevados a Entrevías por el Padre Llanos plantearon a los vecinos la organización de cooperativas para gestionar el derribo de chabolas, y la autoconstrucción y edificación de las viviendas. Desde la perspectiva de la Iglesia, la propiedad cooperativa se mostraba muy útil para afrontar el tema de las adjudicaciones de vivienda social, a la vez que evitaba las comunidades de vecinos conflictivas. Las primeras experiencias con el barrio de la “Tómbola” de Valencia y las viviendas del “Congreso” de Barcelona, habían puesto en evidencia los problemas de gestión, económicos y técnicos de administrar grandes bloques de viviendas sociales. Para soslayar esos inconvenientes, la “Semana del Suburbio” trazaba planes cooperativos basados en: 1) Ayuda a los propios habitantes del suburbio para que “construyan su propia vivienda”; 2) Coordinar las ayudas a las cooperativas a través de los Patronatos Diocesanos (p. 189). Duocastella citaba a Pio XII para apoyar la doctrina-guía de “Cáritas”: “Hay que fomentar entre los individuos que se unan a otros para crear cooperativas y construir más fácilmente su vivienda”. La cooperación daba más juego a la actuación de los asesores y activistas de Acción Católica, que consideraban las cooperativas de construcción cómo una herramienta que moviliza “al habitante del suburbio para que pueda construir directamente su hogar sin fiar a nadie tal misión. Facilita la cesión de terrenos, la entrega de materiales y abarata la mano de obra” (9).
La inexistencia legal de organismos de coordinación del movimiento cooperativo facilitaba el control católico sobre las iniciativas de solución del suburbio que se hicieran desde su patrocinio, pues la Iglesia pensaba en barrios católicos. Sin embargo, la cuestión de la vivienda se había convertido en una emergencia nacional de tal magnitud, que los patronatos se limitaron a potenciar grupos de afines: en sus promociones cooperativas hubo más clase media modesta que obrera, y más funcionarios y empleados que chabolistas. Las experiencias diferentes nacieron de la cooperación con otras culturas políticas. Al margen de los Patronatos, surgieron iniciativas de la mano de parroquias de barrio y los movimientos cristianos de base, como las Cooperativas del Sagrado Corazón de Barcelona, o la cooperativa La Puntual, promotora de 2.000 viviendas.
Para crear barrios católicos, no solo había que edificar viviendas y administrarlas, era necesario construir centros sociales, y colocar la parroquia en el núcleo de la población, en lo cual coincidían los falangistas de Arrese y la conferencia episcopal. Los esfuerzos de Cáritas por trazar una política social católica, y crear nuevos barrios con los emigrantes y habitantes de los poblados chabolistas y de aluvión, sirvió, además, para marcar el territorio que la Iglesia consideraba como propio. En ese terreno la acción católica no era subsidiaria de las carencias del estado, sino al revés, delimitaba áreas sociales, como la educación y la familia, que pertenecían al apostolado de la Iglesia por derecho, según la doctrina del nacionalcatolicismo (10). Pero, también la apuesta cooperativa de la Iglesia tuvo consecuencias de mayor alcance que las pretendidas por los dirigentes de Cáritas. El cooperativismo fue un elemento ordenador que ayudó a conciliar los componentes fascistas y nacionalcatólicos de la cultura de propiedad con el sustrato democrático de los movimientos vecinales. Es destacable la evolución de la Fundación Hogar del Empleado durante los años sesenta, inspirada en el catolicismo postconciliar de los jesuitas se fue conformando una cultura en las clases medias modestas de sus promociones cooperativas, que formó un barrio de activistas del movimiento vecinal madrileño durante los años previos y coetáneos a la transición.
NOTAS:
(1) Sindicato Español Universitario, controlado por la Falange
(2) Semana del Suburbio de Barcelona, 1957, p. 47
(3) Semana… (Duocastella: p. 154)
(4) Semana …. p. 170-71, Catequistas de la Inmaculada
(5) Levante EMV 21-04-2013
(6) Las colonias se distribuyeron por el Sur y Oeste de la capital por la Comisaría de Urbanismo: la Colonia “San José”, en los antiguos Mataderos; la de la “Virgen de las Gracias”, en Carabanchel; la de “Virgen del Amor Hermoso”, en Vallecas; las de la “Virgen de los Remedios” y “Nuestra Señora del Rosario” en el Paseo y Carretera de Extremadura y, por último, el proyecto “Colonia de la Inmaculada”, con 2.000 viviendas en el barrio de Usera. Jose Candela (2019) Del Pisito a la Burbuja inmobiliaria, PUV, Universidad de Valencia
(7) Cómo ya se ha dicho en otros escritos, los obreros industriales de grandes empresas estaban mucho mejor pagados que otros tipos de empleados y trabajadores. Ver, Del Pisito a la Burbuja…., 2019.
(8) Semana del Suburbio…, Mauri: p. 62
(9) Semana …..: p. 56.
(10) Semana… p. 113