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Municipalismos, instituciones y contrapoderes. Balances y lecciones

Sueños, conquistas y realidades. El caso de Cádiz

Fuentes: Viento Sur

El contexto del ayuntamiento del cambio de Cádiz y su reelección con un aumento notable de apoyos y de votos no empieza en 2019, ni siquiera en 2015, comienza en 1995. Es necesario remontarse hasta ese año, hasta esa época, para conocer las causas que nos traen hasta aquí. Aquel verano, el de 1995, ardieron […]

El contexto del ayuntamiento del cambio de Cádiz y su reelección con un aumento notable de apoyos y de votos no empieza en 2019, ni siquiera en 2015, comienza en 1995. Es necesario remontarse hasta ese año, hasta esa época, para conocer las causas que nos traen hasta aquí. Aquel verano, el de 1995, ardieron -literalmente- las calles de la ciudad. El Gobierno de Felipe González acababa de anunciar otra nueva reconversión industrial. La primera tuvo lugar en los Astilleros Euskalduna (Bizkaia)en 1985. La segunda ponía el foco en los astilleros de la Bahía de Cádiz para cumplir de esta forma con las exigencias de una Unión Europea que a partir de 1998 prohibía a los gobiernos de los Estados miembros que subvencionaran a las industrias locales.

Astilleros Españoles había perdido, según las cuentas oficiales, 45.000 millones de pesetas. Aunque esa es otra historia. Otra historia de corrupción, de políticos favoreciendo el amiguismo, las puertas giratorias y los contratos a borbotones de empresas auxiliares para llevarse la mordida. Por eso es mejor relativizar y, como mínimo, poner en duda esos millones de pérdidas.

En ese contexto, la ciudad completa de Cádiz se echó a la calle ante el miedo a perder su principal industria. Los barrios obreros se convirtieron en fortín y barricadas. Los vecinos y vecinas actuaron en bloque. Aún se recuerda con mucho cariño cómo desde las ventanas de los bloques de hormigón de los barrios obreros se lanzaban frigoríficos, sofás y lavadoras para frenar las cargas de los antidisturbios. Las movilizaciones batieron récord. Las marchas colapsaron las avenidas principales. Incluso se asaltó y se prendió fuego a la sede del PSOE bajo la acusación de traición. Nadie, absolutamente nadie, negaba cómo el Partido Socialista había vendido a los trabajadores y trabajadoras de la Bahía de Cádiz.

Ese año, en el 95, se hacía con la alcaldía Teófila Martínez, del Partido Popular. Una Teófila Martínez que se subió al carro de las protestas y lideró alguna que otra marcha. En algunos discursos, Teófila Martínez rozó el sindicalismo. Palabras y mítines muy impostados, que cambiaron radicalmente una vez se consumó la reconversión. Los astilleros de la Bahía no cerraron, pero quedaron heridos de muerte. Se perdieron 500 puestos. La primera estaca a una industria naval a la que se abandonó poco a poco. Falta de inversión, de investigación y con una política pasiva de los dos partidos que se han alternado en el Gobierno.

Desde entonces, y durante veinte años, Cádiz abandonó el vínculo portuario e industrial y caminó hacia el sector servicios y el turismo. La política de Martínez se puede resumir en el puerto de la ciudad: de puerto de estibadores a puerto de cruceros. El empleo estable y digno se sustituyó por el precario y el estacionalizado. Trayendo consigo pérdida de población, de servicios públicos, como los colegios, y convirtiendo la ciudad en un decorado que -como todos los lugares- tuvo una enorme transformación urbanística en las dos décadas de gobierno popular. ¿Cómo se sustentaba? ¿Cómo sacaba mayorías absolutas tan amplias el Partido Popular de Teófila Martínez?

El factor más importante sin duda era la maquinaria propagandística. Hasta 7 u 8 millones de euros al año solo en la publicidad dirigida a los medios de comunicación. En Cádiz no existía otra institución para anotarse los logros que el Ayuntamiento de Cádiz. Poco importaba que obras como el soterramiento o el megalómano e innecesario Segundo Puente hubiese sido financiado a través de fondos estatales o europeos, el Ayuntamiento de Cádiz lo vendía como propio y los medios compraban directa o indirectamente la tesis.

Esta maquinaria propagandística (no existía el ataque en prensa para el gobierno local), sumado al personalismo de la candidatura, a la hegemonía de los medios tradicionales (no se habían implantado las redes sociales) y una oposición que renunció a las aspiraciones de gobierno, provocaron que durante veinte años el gobierno local y popular fuera cada vez más fuerte, mientras que los empleos más precarios, el éxodo poblacional más latente y el sector servicios y turístico se erigiera como única salida laboral.

Hasta que estalló la crisis. El 15M, la organización social y los colectivos tuvieron por fin la resonancia y el eco de la implantación de las redes sociales y los medios digitales, que rompieron el monopolio comunicativo, además de una ciudad mucho más politizada.

El autobombo, las indecentes cantidades en propaganda, la televisión local al servicio únicamente de la institución, las enormes pantallas televisivas implantadas de forma cuando menos ilegítima y el aparato propagandístico del PP no podían ocultar la realidad social. Más allá de lo que aparecía en los canales oficiales, solo en Cádiz en 2014 se produjeron hasta 284 desahucios sin la más mínima respuesta municipal. El nivel de despotismo era tal que existe un vídeo en el que Teófila Martínez se queja «de la gente que pide para comer en Asuntos Sociales y luego opina por Twitter que cuesta dinero», cuestionando de esta forma la libertad de expresión de la gente en situación de vulnerabilidad.

En ese contexto de indignación generalizada, de descontento con la clase política tradicional, y con la ambición de una sociedad más justa e igualitaria, nace la candidatura auspiciada por Anticapitalistas: Por Cádiz Sí Se Puede. Una candidatura que nace a la sombra del fenómeno Podemos, que había conseguido contra todo pronóstico cinco escaños en el Parlamento europeo y que rompía con el bipartidismo para alzarse en el espacio de la impugnación.

La candidatura de Por Cádiz Sí Se Puede surge desde abajo, se conforma en los círculos y con un enorme arraigo social. Parte de los colectivos sociales que se unen a un proyecto común. Una de las claves de esta candidatura es la ruptura absoluta con cualquier partido tradicional, incluido IU, que había gobernado de forma muy reciente con el PSOE en la Junta de Andalucía. Esa independencia y crítica absoluta a los partidos del régimen y a cualquier pilar de estos supone un acierto en un momento en el que el descontento es generalizado con todos los partidos políticos.

Una campaña agresiva contra Por Cádiz Sí Se Puede y sus miembros por parte de todos los partidos. Una campaña humilde, improvisada, sencilla y natural por parte de Por Cádiz Sí Se Puede. El resultado: 8 concejales, más dos de Ganar Cádiz (confluencia de IU) y por primera vez, tras veinte años, el PP perdía la mayoría absoluta y se conformaba un gobierno del cambio en la ciudad.

Experiencia municipalista

Estas ocho concejalas y concejales sin ninguna experiencia previa en política sí que contaban por contra con diferentes trayectorias dentro de los movimientos sociales, el sindicalismo y, en definitiva, la lucha social. Herramientas con las que enfrentarse a una necesaria transformación de la institución, una institución por definición opaca, compleja y con una pesada carga burocrática que, en el caso de Cádiz, llevaba veinte años girando en contra de los intereses de la ciudadanía gaditana, de la clase media y sobre todo de la que estaba sufriendo las acometidas de la reciente crisis.

Y aquí surge la necesidad de hacernos una pregunta, ¿puede cambiar un gobierno progresista, anticapitalista los resortes de la institución? ¿Es posible cambiar la institución desde la propia institución?

Aunque esta cuestión merece un debate profundo, posiblemente la respuesta sea no. Quizás desde una premisa aceptada universalmente por las y los revolucionarios de que la institución es una herramienta más y nunca el objetivo a conseguir, el proceso de transformación no debe sufrirlo la institución en sí misma, sino que debe consistir en replantearse a quién debe lealtad la institución.

Que el ayuntamiento pase de obedecer a los bancos, a la prensa o en definitiva a los intereses de unos pocos y coloque como prioridad máxima los intereses de la ciudadanía es necesario. Pero además es posible y sin duda alguna es una poderosa herramienta para realizar experiencias de éxito.

Un ejemplo de ese cambio de prioridades es el compromiso -cristalizado en bono social o Suministro Mínimo Vital (SMV)- de garantizar el agua como un derecho. Garantizar el suministro mínimo de agua a las familias consigue, como decimos, colocar como prioridad la garantía de un derecho básico de la ciudadanía.

También rompe con un modelo asistencialista de los servicios sociales, resultado de una España donde nunca se transitó de la beneficencia al Estado del bienestar, sino que se adoptó un modelo intermedio que está ya obsoleto y que sigue sin ahondar en herramientas sociales de empoderamiento.

Y es que hablamos mucho sobre lo de tener un pie en las instituciones y mil en la calle, pero más allá de un eslogan de campaña (que no deja de definir de dónde venimos y para lo que hemos venido), la realidad es que las experiencias más exitosas que hemos desarrollado en Cádiz han sido aquellas en las que hemos recogido las reivindicaciones de los colectivos sociales, de trabajadores y otros sectores.

Sirva como ejemplo la eliminación de la figura de las ninfas en el concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz. Esta figura presente en todos los carnavales en democracia y heredera de las Fiestas típicas gaditanas, representaba a una mujer pasiva, ornamental, en lugar de promover un papel activo de creadora o artista más justo y adecuado al modelo de sociedad feminista al que aspiramos. Los colectivos feministas de la ciudad, pero también organizaciones vinculadas al propio carnaval e incluso mujeres que habían sido ninfas y diosas del carnaval en años anteriores, fueron los que trasladaron la necesidad de eliminar esta figura que era sexista, discriminatoria y que para nada representaba un modelo de mujer que participa de manera activa e igualitaria en la Fiesta Grande. Una figura esta, la de las ninfas del carnaval, que por asumida e instaurada en un evento señero y muy arraigado culturalmente a la ciudad parecía a priori imposible de eliminar o al menos no sin un proceso largo y con una enorme resistencia popular (con el consiguiente desgaste a nivel político). El hecho de que esta reivindicación partiera de los colectivos y desde ellos se trasladara en este caso al arco plenario fue la garantía del éxito de esta propuesta.

La propia remunicipalización de la gestión de los servicios de playa, con todos los partidos de la oposición en contra, no habría sido posible sin el acompañamiento de las y los propios trabajadores, en un proceso en el que se les ha escuchado y mantenido permanentemente informados.

Hay riesgos derivados de llevar a cabo este planteamiento, que como cualquier decisión no está exenta de errores. Riesgos concentrados principalmente en la desmovilización de los movimientos sociales afines y de izquierdas. Teniendo en cuenta el momento político que vivimos de una fuerte despolitización general, de la que nuestro electorado no es inmune, esta desmovilización puede resultar de la certeza de que como han ganado los míos ya no es necesario seguir reivindicando derechos, etc., asumiendo que desde la institución se van a garantizar. Es decir, aquello que nos lleva a ganar unas elecciones, aquello que nos hace fuertes es aquello que puede debilitarse a su vez y entonces ¿cuál es la función que les queda a los representantes en la institución?, ¿cómo se mantiene la tensión, la crítica?, ¿quién acerca la realidad de la calle a los espacios burocráticos y rancios donde indefectiblemente nos atrapa el trabajo dentro de la institución?

Después de la euforia de la victoria, hay que recordar a las revolucionarias y a los revolucionarios que ni el voto femenino ni la jornada de 8 horas ni ninguna de las conquistas sociales se han conseguido desde el despacho de una institución ni se van a conseguir. La movilización, la lucha colectiva, es la que desequilibra la balanza hacia la clase obrera. Nuestras y nuestros concejales contarán con una mayor legitimidad y por tanto una mejor posición en el juego de las correlaciones de fuerzas cuanto más fuertes sean los movimientos sociales.

La función de las concejalas y concejales en nuestro modelo de municipalismo debe ser la de correa de transmisión entre las necesidades y demandas de la ciudadanía y las herramientas que se poseen dentro de los ayuntamientos. Pero la falta de estas herramientas o la incapacidad de dar respuesta a todos los problemas de los ciudadanos y ciudadanas -ya sea por falta de competencias, recursos económicos, legislación, etc.- también puede provocar que personas con una motivación de izquierdas sientan que al final nada cambia, que el cambio no es posible y el sistema se mantiene inalterable.

Ambas cuestiones deben ser tenidas en cuenta y combatirse en la medida de lo posible. No nos atrevemos a afirmar que en Cádiz no se haya producido ni desmovilización ni frustración o desengaño, pero sí hemos entendido que establecer mecanismos que faciliten la transparencia ayuda a la ciudadanía a conocer y por tanto a opinar y actuar en consecuencia.

Hay una enorme carencia de conocimiento popular sobre cómo funcionan las instituciones, producto de una sistemática y deliberada falta de transparencia y también de pedagogía por parte de Administraciones locales, regionales y estatales. Cuestiones básicas como las competencias que son o no propias de los ayuntamientos son grandes desconocidas para la ciudadanía. Este desconocimiento se une al hecho irrefutable de que los ayuntamientos son las Administraciones más cercanas para la gente, lo cual hace que la vecina o el vecino que tiene un problema acuda allí a que se lo resuelvan, independientemente de si le corresponde al municipio o no. El hecho de no poder resolver problemas reales debido a la falta de competencias crea descrédito en las instituciones y fomenta esta frustración de la que hablamos en votantes progresistas que esperaban una mayor capacidad de respuesta una vez que el color político cambia.

Fruto de esta reflexión o mejor dicho de esta necesidad, desde los ayuntamientos municipalistas de izquierdas hemos pedido y seguimos pidiendo una reestructuración de las competencias municipales, acompañada obviamente de su consecuente retribución presupuestaria.

La realidad es que, por un sentido de la responsabilidad, desde los ayuntamientos ya venimos asumiendo esas cuestiones que por no ser nuestras a veces no son de nadie. En el caso de Cádiz, la habilitación del Centro Náutico El Cano para acoger a migrantes que llegaron en patera a nuestras playas en un momento de desborde de las organizaciones no gubernamentales derivó en la apertura de un expediente sancionador por la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz (dirigida por el Partido Socialista) que recurrimos y finalmente ganamos. Situación delirante donde se penalizó a quienes aun no siendo competentes intentábamos dar respuestas (en este caso a una situación de emergencia humanitaria) porque quienes eran competentes no las daban.

La asunción de estas competencias derivaría en solvencia y en la puesta en marcha de soluciones efectivas a grandes problemas como en el caso de la vivienda, como ya se está comprobando en ciudades como Berlín.

Herramientas muy básicas como mesas informativas para explicar de dónde venía la enorme deuda que nos encontramos al llegar al ayuntamiento, o algo más complejas como editar un periódico propio, han servido para hacer la pedagogía necesaria.

Sueños y realidades

A veces ha bastado solo con aplicar la legalidad, las propias normas de la institución. Otras han hecho falta grandes ejercicios de imaginación y una profunda convicción de saber que se estaba en la institución para conseguir victorias para la gente, para la clase trabajadora y no para ninguna otra cosa.

Pero ese camino no se recorre de la misma forma siempre. Y es entendido por cada quien de una forma diferente. Durante este tiempo han sido muchos los aciertos, pero también los errores y las contradicciones que se han dado en el proceso. Podríamos hablar de responsabilidades individuales, pero si entendemos los proyectos como colectivos, también debemos asumir que la forma en que llevamos a cabo esos proyectos, acertada o desacertadamente, también es colectiva.

Podríamos hablar de mil contradicciones y equilibrios difíciles, como la falta de competencias de la institución local, la poca concienciación política de la población, la absorción de la burocracia, la falta de especialización de las personas que ocuparon las concejalías en su momento en temas prioritarios, la nula experiencia institucional al no haber pasado ni siquiera por la oposición o el aislamiento político al ser una ciudad pequeña a la que nunca terminó de incluir el bloque del cambio. Podríamos hablar de todo eso, pero sería echar balones fuera. Sería no asumir que el proyecto que se construye en lo político-social muta al penetrar en la institución. Que las personas que construían organización y movilización en la calle mutan al constituirse como representantes públicos de la ciudad.

Por ese motivo, profundizaremos en cuatro aspectos que nos parecen esenciales a la hora de analizar las debilidades propias, intentando hacer autocrítica, pero sin darle razones al enemigo en un proceso aún en marcha:

– Relación con los movimientos, organización y autoorganización. La participación para la izquierda es a veces un mantra. Pero, como analizábamos, un equipo de gobierno o un partido debe hacer partícipe de las decisiones a la gente, elegir las prioridades con ella, ayudar a construir movilización, autoconstruirse, apostar por la politización y la organización de los barrios, empujar hacia el empoderamiento social. Sin ese ejercicio, en la soledad de quien se sabe pasajero, el proyecto y el posible cambio son efímeros. Si no somos capaces de combinar el dentro y fuera, y hacer que los cambios se interioricen y los hagan suyos las clases populares, será muy difícil que sean cambios permanentes, que no desaparezcan sin más cuando un cambio de gobierno se produzca. «Lo que no se consigue luchando, se pierde sin resistencia».

– Batallas simbólicas, pero también materiales. Batallas materiales, pero también simbólicas. Nadie puede imaginar cómo nos quita el sueño la situación del vecino que se va a quedar en la calle, la del barrio donde la droga campa a sus anchas o la de la compañera que sufre violencia machista. Nadie puede imaginar cómo todo eso quita el sueño cuando sientes -con razón o no- que es tu responsabilidad directa. Y cuesta mucho intentar poner solución a esos problemas cuando los problemas son estructurales, cuando son sistémicos, cuando dependen de otras cuestiones superiores a ti. Y fácilmente caemos en encontrar medidas paliativas o caritativas, creyendo que con eso arreglamos la vida de nuestros y nuestras paisanas.

A veces lo inmediato no nos deja ver el fondo, no nos deja entrar en la profundidad de los problemas, que quizá serían menos problemas si el tiempo fuera pausado y aprisa. Si la preocupación y las buenas intenciones fueran acompañadas de la profundidad política. Si la táctica condujera a la estrategia.

Mejorar las condiciones materiales de la ciudad se convierte en una prioridad, pero si no acompañamos eso de victorias en lo ideológico, en lo simbólico, el terreno de las ideas es conquistado por otros, que acaban conquistando también el terreno de lo material y viceversa.

– Radicales, que no marginales. Y en esas batallas, especialmente en las simbólicas, caminamos en ese delgado hilo que hace que tus discursos los entienda la gente (mucha de ella despolitizada), que hace que tus acciones las entienda la gente (los procesos participativos son largos y lentos), sin que unos y otras caigan en la marginalidad, en el no entendimiento.

Y ahí la pedagogía es extremadamente fundamental. El saber explicar y comprender, el dedicar un tiempo infinito que a veces no se tiene, el respirar aun cuando el otro, la otra, no te entiende; el conocer las claves que entrecruzan a un pueblo. Si caemos en la marginalidad, nuestra acción y nuestro discurso desaparecen. Si por temor a ello no somos radicales, nuestra acción y nuestro discurso no sirven para lo que vinimos a hacer.

– Relaciones de poder. Relación entre la institución y los poderes machistas y económicos de la ciudad: en un sistema capitalista y patriarcal en el que nos encontramos, donde el dinero y las relaciones de poder lo mueven todo, la moral revolucionaria no basta para no caer en las trampas. Los poderes económicos, eclesiásticos y militares, que son a su vez poderes patriarcales, están muy asentados en esta y en cualquier otra ciudad. Una derecha que ha gobernado durante veinte años, teniendo como aliadas a la Iglesia y a las fuerzas de seguridad del Estado, no desaparece así como así. Son ellas las que, en gran parte, siguen manejando los hilos. Y ahí es donde tenemos que preguntarnos dónde termina la utilidad de no llevarnos mal con ellas y dónde empieza a normalizarse esa relación.

No sabemos si es correcto verter aquí los sentimientos encontrados que se nos mezclan cuando se escribe acerca de un proceso del que alguien es protagonista. Sobre un proceso vivo, donde las contradicciones, las frustraciones, los desalientos se viven en primera persona.

Nuestros sueños no caben en sus urnas, ni tampoco en sus instituciones, que nunca van a ser las nuestras. No caben porque son demasiado grandes, desenfadados y coloridos para unos espacios tan pequeños, regios y grises. Se nos ensancha el alma el día que conseguimos que un colegio público pueda disfrutar de todas sus prestaciones, o cuando conseguimos que toda la ciudad pueda disfrutar de forma gratuita de cultura de calidad, o cuando destruimos una institución machista, o cuando vemos que nuestros mayores pueden bajar a la calle acompañados y con dignidad. Pero nos partimos en mil pedazos cuando no conseguimos que toda la ciudad viva en una casa decente, o cuando nos siguen llegando mujeres maltratadas física y psicológicamente, o cuando la plantilla de una subcontrata no cobra a tiempo su sueldo.

Decidir entre si merece la pena seguir en la institución para intentar mejorar la vida de nuestra gente, pero teniendo la tentación de aplicar solo reformas, o abandonarlas para crear movimiento sabiendo que las van a ocupar enemigos de clase, no es una decisión fácil. Lo ideal sería poder combinar ambos ejercicios, que el partido sirviera de bisagra entre dos mundos. Pero a veces es mucho más difícil de lo que nos pensábamos…

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David de la Cruz forma parte del gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Cádiz. Ana Fernández y Lorena Garrón son concejalas del Ayuntamiento de Cádiz.

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article15589