«Más viejo que la injusticia«, suele decirse. Pues bien: hace más de 90 años, en Estados Unidos, no un hombre, sino dos, eran encarcelados, enjuiciados, condenados y ejecutados. Hombres acusados de crímenes que no cometieron. Un drama. Clasista. Dos trabajadores, de origen italiano, de filiación anarquista. Sus nombres: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. El drama […]
«Más viejo que la injusticia«, suele decirse.
Pues bien: hace más de 90 años, en Estados Unidos, no un hombre, sino dos, eran encarcelados, enjuiciados, condenados y ejecutados. Hombres acusados de crímenes que no cometieron.
Un drama.
Clasista.
Dos trabajadores, de origen italiano, de filiación anarquista.
Sus nombres: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
El drama histórico ocurrió en medio de la continuación de la política de EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial (donde toda la clase política, sus instituciones y la prensa capitalista fueron claves para reclutar masivamente a la juventud para enviarla al conflicto bélico interimperialista -por supuesto, con «bajas de guerra», y con millonarias ganancias para la industria yanqui, como relata el historiador Howard Zinn en su libro La otra historia de los Estados Unidos [1] -), consistente en el mantenimiento de un marco de histeria colectiva, «alarmas» y «peligros», aplicando duras medidas contra el sindicalismo y los opositores de izquierda -muy activos esos años, contando además con la influencia del triunfo de la Revolución Rusa de 1917-. En ese marco caen falsamente acusados Sacco y Vanzetti.
(El mismo Vanzetti, en un texto que se tituló «Un linchamiento periodístico», de 1926, recordaría cómo actuaron los medios cuando los apresaron, en 1920: «La prensa capitalista, temerosa de Dios y acatadora de la ley, estaba excitando sádicamente, provocando locamente contra nosotros, y eso se creía a ciencia cierta por una población conmovida hasta el pánico por una serie de robos y de asesinatos, histérica ya contra los ‘rojos’ y los extranjeros, con el instinto de la propia defensa, las morbosidades psicopáticas, los impulsos primitivos, degeneración, miedo, odio, prejuicio, patriotismo, celos; y se estaba haciendo todo eso con un martilleo tan violento y persistente que hubiera echado abajo una montaña. Y todo ello en el segundo día de nuestra detención» [2] .)
Los siete años del proceso (1920-1927) generaron protestas y movilizaciones en todo el mundo, y luego una cantidad de materiales: libros, películas (como la «obra-documento» de Giuliano Montaldo, de 1971, y la de Peter Miller, de 2006), música (la «Balada de Sacco y Vanzetti», de Ennio Morricone interpretada por Joan Baez) y obras de teatro.
En nuestro país, el dramaturgo Mauricio Kartun hizo su propia versión de la historia, estrenada a comienzos de la década de 1990, en un teatro de la calle Corrientes (el Metropolitan), generando, en tiempos de avance del neoliberalismo, insólitas e inesperadas reacciones (sobre esta obra hay interesantes anécdotas relatadas por el mismo Kartun en un reportaje en la revista Ideas de Izquierda nro. 6). La obra se tradujo a varios idiomas, se siguió representando en todo el país durante los ’90 y los 2000, y hoy está, con la dirección de Mariano Dossena, en el Teatro Nacional Cervantes.
La obra de Kartun destaca núcleos espaciales y temporales, trata momentos particulares: el arresto e interrogatorio a Sacco y Vanzetti, el juicio, los alegatos finales de ellos tras la condena (un momento de clímax, cuando Vanzetti dice: «su nombre, Nicola Sacco, seguirá viviendo en el corazón de la gente cuando sus huesos, señor Katzmann, y los suyos, señor juez, ya estén hechos polvo por el tiempo, y sus nombres y sus leyes y sus tristes instituciones no sean más que un oscuro recuerdo» [3] ), y otros momentos más «íntimos»: la humanidad de los condenados con su familia (el hijo de Nicola, el padre y la hermana de Bartolomeo), además de una discusión entre el juez Thayer y el abogado defensor Thompson, acerca de la oposición irreductible que hay entre los opositores al sistema y sus defensores (como «engranajes del sistema»): el juez se asume no sólo como representante, sino como parte integrante (con sus hijos y nietos) de la clase dominante; de ahí la inmisericordia para con los anarquistas. Es una obra fuerte, potente, de intensa denuncia ante la injusticia.
El elenco -bien ajustado a la obra, fiel a los parlamentos- lo componen Fabián Vena, Walter Quiroz, Magela Zanotta, Maia Francia, Ricardo Díaz Mourelle, Jorge D’Elía, Luis Ziembrowski, Cristina Fernández, Daniel Toppino, Gustavo Pardi, Horacio Roca y Agustín Rittano. Con ellos, una pequeña banda de música (cello, guitarra, piano, flauta, acordeón) toca en vivo.
Con entradas a precios accesibles, la obra continúa -de jueves a domingo- hasta mediados de agosto.
[1] Ver Howard Zinn, La otra historia de los Estados Unidos, México D.F., Siglo XXI, 2010, capítulo «La guerra es la salud del Estado».
[2] Sacco y Vanzetti, Sus vidas. Sus alegatos. Sus cartas, Montevideo-Buenos Aires, Editorial acción directa, 1972 p. 48.
[3] La obra de Kartun tiene un diálogo, un momento a solas entre el fiscal Katzman y el juez Thayer. Éste le recrimina no contar con pruebas sólidas para condenar a Sacco y a Vanzetti. Katzman le dice: «¿No ha declarado usted siempre que cada una de nuestras acciones debe tener como fin el bien de nuestro país…? Nuestra gente está esperando esta condena. Y usted sabe a quién me refiero cuando digo ‘nuestra gente’. Hay un solo magistrado en todo el país capaz de dar una lección ejemplar a la subversión. Las elecciones están encima. La distribución de cargos en la Suprema Corte también. (Tiempo. THAYER calla.) No los defraude, Thayer. Puede estar tranquilo. Nuestra gente no lo va a defraudar a usted.»
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