Me cuenta una amiga que fue a una gran librería del centro de Madrid a buscar un libro: El sufragismo, de Trevord Lloyd. La persona que la atendió no sabía de qué estaba hablando, hasta que un compañero acertó a identificar el tema: «¡Ah, sí, lo de la película!» Y es que en las últimas semanas […]
Me cuenta una amiga que fue a una gran librería del centro de Madrid a buscar un libro: El sufragismo, de Trevord Lloyd. La persona que la atendió no sabía de qué estaba hablando, hasta que un compañero acertó a identificar el tema: «¡Ah, sí, lo de la película!» Y es que en las últimas semanas se ha estrenado en España la película Suffragettes, traducida como ‘Sufragistas’. En ella se cuenta una parte de la historia de la lucha por el derecho al voto para las mujeres. Lo hace a través de la vida de una obrera de lavandería que va adquiriendo una toma de conciencia gradual en favor de la igualdad, con un duro coste para ella.
Se las llamaba despectivamente ‘sufragistas’ y la consigna que englobaba todo el movimiento era votes for women. Pero no eran iguales las sufragists que las suffragettes. Eran dos posiciones dentro del movimiento que reivindicaba el voto femenino, pero discrepaban en los métodos. Las sufragists, más moderadas, se agrupaban en el National Union of Women’s Suffrage Societies de Millicent Garret Fawcet, y las suffragettes en el Women´s Social and Political Union (WSPU) creado por Emmeline Pankhurst en 1903.
La película de Sarah Gavron refleja este último periodo: la historia de las suffragettes inglesas antes de la Primera Guerra Mundial. El movimiento se había radicalizado ante la falta de respuesta política a sus demandas y atrajo a sectores de la clase obrera. Como decía su líder, Emmeline Pankhurst, eran necesarios «hechos, no palabras«. La furia de las mujeres en la lucha por sus derechos se expresa tomando las calles con desfiles, interrumpiendo mítines, enfrentándose a la policía, distribuyendo propaganda. Pero fueron más allá. Recurrieron a la acción directa: rotura de escaparates, voladura de buzones de correo, sabotajes en las residencias de políticos, huelgas de hambre en las cárceles donde eran alimentadas a la fuerza con sondas, y liberadas para que se recuperasen y volverlas a detener. Incluso llegaron a la autoinmolación bajo las patas del caballo de Jorge V, como el caso de Emily Davison, para llamar la atención de la opinión pública sobre la manifiesta injusticia que vivían.
Tras la Primera Guerra Mundial (1918) conseguirán el derecho al voto para las mujeres mayores de 30 años. Emmeline Pankhurst murió el 14 de junio de 1928. El 2 de julio de ese mismo año se extendió el voto a todas las mujeres mayores de 21 años. Por unos días no pudo ver la plena consecución del objetivo por el que tanto había peleado y que su coraje y obstinación deja como legado. Fue una importante victoria en la lucha por la igualdad de derechos y se simbolizó en el voto, que suponía el reconocimiento jurídico y político, y la posibilidad de cambiar las leyes.
La lucha venía de lejos y, sin embargo, es poco conocida. Puedo constatar que apenas se aborda en los institutos: unas líneas en los libros de texto de 4º de ESO y poco más en 1º de bachillerato de sociales y humanidades, y con suerte una foto de época. Sin embargo las mujeres estuvieron muchas veces en los movimientos revolucionarios y sus conquistas lograron importantes cambios en la sociedad.
En centros donde trabajamos la igualdad, nos empeñamos en explicarla. Por ejemplo, cómo las pescaderas del mercado de Les Halles en París con su marcha sobre Versalles de octubre de 1789, cambiaron el curso de la revolución francesa, pero no la notaron en sus vidas y derechos. Hablamos de Olimpia de Gouges y su ‘Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana’ que fue rechazada y ella, finalmente, guillotinada. De Mary Wollstonecraft y sus ‘Reivindicaciones de los derechos de la mujer’, donde defendía que la mujer era un ser humano con raciocinio igual que el hombre y quería cambiar el sistema educativo, su papel en el matrimonio y defendía su autodeterminación.
Analizamos que la revolución industrial originó grandes cambios en la estructura familiar y en las costumbres. Mujeres y niños eran el nuevo proletariado con pésimas condiciones laborales, interminables horarios, hacinamiento en los barrios obreros. Y en la casa, las mujeres doblaban su jornada de trabajo. Las mujeres de la burguesía estaban consideradas un objeto decorativo, símbolo del status del marido. Las mujeres no tenían salida: las jóvenes proletarias engrosaban las filas de la explotación y de la prostitución; las burguesas no podían acceder a sus aspiraciones de formación y trabajo, ya que la ley les vetaba el acceso. El movimiento feminista en el siglo XIX surge por la unión de ambos colectivos y con dos focos principales: Gran Bretaña y Estados Unidos.
Recorremos los diferentes países. En Gran Bretaña, a mediados del XIX las mujeres consiguen el acceso a la enseñanza secundaria y la ley del divorcio, pero sólo para el hombre en casos de adulterio de la mujer; al contrario solo se permitía a la mujer si había violación o bestialidad. Son apoyadas por algunos intelectuales como John Stuart Mill, pero la Cámara de los Comunes rechaza la petición del voto.
En EE.UU. la organización de mujeres surge por las favorables condiciones. Colaboran en la guerra de la Independencia, son pioneras en el avance hacia las tierras del oeste, son muy activas en campañas de regeneración moral y en el movimiento antiesclavista. La Declaración de Sentimientos de Seneca Falls (1848) critica la subordinación de la mujer y reivindica el voto. Se conquista por primera vez este derecho en el estado de Wyoming en 1869. Tardará en llegar la enmienda nº 19 (1918) que lo generaliza.
En Francia, el Código Civil napoleónico trataba a la mujer como menor de edad. Tendrán que pasar varias revoluciones para que cuaje un movimiento feminista con unas características singulares: preocupación por los temas sociales y anticlericalismo. Pero tendrá que llegar el final de la Segunda Guerra Mundial para conquistarse el voto de la mujer (1944). Tanto en Francia como en Alemania defenderán la unidad del socialismo y feminismo líderes como Flora Tristán, Clara Zetkin o August Bebel. En Rusia tuvo que llegar la revolución para conseguirlo. Y en España es la Segunda República quien lo aprueba en 1931, gracias al empuje de Clara Campoamor y otras mujeres y hombres que lo defendieron como una cuestión clave de justicia, igualdad y modernización.
Lo grave es que muchas veces no sabemos el origen de los derechos que disfrutamos. La película pone al alcance del gran público el conocimiento de una lucha por la emancipación de la mujer y ese es su gran valor, más allá de su calidad cinematográfica. También nos recuerda que muchas veces la ley y la justicia no van de la mano y que hace falta mucho coraje para enfrentarse a ello. Que nada nos ha sido dado de forma graciable, que los derechos fundamentales se conquistan y que el coste suele ser duro.
Las sociedades democráticas modernas tienen mucho que agradecer a aquellas mujeres. Y muchas cosas que aprender de ellas para no perdernos entre lo que esencial y lo secundario. Después de la conquista del sufragio femenino vinieron nuevas conquistas en el mundo desarrollado: el acceso a los estudios superiores y al trabajo, la liberación sexual y el control de la natalidad (anticonceptivos y el derecho al aborto), el divorcio, la emancipación de las cargas del hogar, las escuelas infantiles, la conciliación entre la vida laboral y familiar… Todos ellos son pasos orientados hacia la igualdad y la autodeterminación de la mujer.
Pero la lucha no ha acabado y no hay que bajar la guardia. Porque hay que universalizar los avances en un mundo donde existen grandes áreas que siguen esclavizando, maltratando y discriminando a las mujeres. Porque todavía queda mucho terreno por conquistar en materia de libertad, igualdad y respeto. Y porque la crisis económica y determinados modelos en relación con la crianza de los hijos −no necesariamente patriarcales−, vuelven a meter a la mujer en casa, lo que puede suponer un retroceso en su liberación, porque no es fácil de conjugar la emancipación y la condición de madre.
Sacudirse todos los yugos y en todo el mundo exige la continuidad de la lucha. Eliminar las inercias de una sociedad, patriarcal, machista y discriminatoria no pueden ser fruto de un día ni obra solamente de las mujeres. Merece la pena, y mucho, invertir nuestro esfuerzo en los valores de igualdad de derechos entre mujeres y hombres, y en la dignidad del ser humano. Bendito el día en el que todas las personas podamos proclamar sin ningún género de duda: «Yo también soy feminista».
Fuente: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/2016/01/18/sufragistas-y-suffragettes/1268