Ramón Díaz Eterovic es uno de los escritores más destacados de los últimos veinticinco años en Chile, narrador ameno, cómplice del lector, y de gran imaginación para tratar los temas sociales. Su saga sobre el inspector Heredia, personaje que incluso ha sido llevado a las pantallas de la televisión, le ha granjeado numerosos lectores. Hoy […]
Ramón Díaz Eterovic es uno de los escritores más destacados de los últimos veinticinco años en Chile, narrador ameno, cómplice del lector, y de gran imaginación para tratar los temas sociales. Su saga sobre el inspector Heredia, personaje que incluso ha sido llevado a las pantallas de la televisión, le ha granjeado numerosos lectores. Hoy acaba de ganar por tercera vez el Premio Municipal de Santiago. Sobre esto otros temas Punto Final conversó con él.
Acaba de recibir el tercer Premio Municipal, esta vez por «El segundo deseo», nuevo volumen sobre las correrías del inspector Heredia ¿Cómo lo recibe en esta ocasión?
Igual que las veces anteriores, lo recibí con la moderada alegría de alguien que sabe que los premios son una suerte de felices accidentes que pueden significar que uno ha escrito algo que consiguió captar el interés de algunos lectores, lo que siempre es un buen estímulo para enfrentar la escritura de nuevos textos y persistir en el oficio de contar historias. También lo siento como un buen espaldarazo para Heredia que pronto cumple 20 años de correrías por las calles de Santiago, hecho que espero celebrar con la publicación de la novela doce de la serie: Huellas en la memoria.
Heredia es una especie de paladín de los desposeídos, un animal urbano que hurga, por decirlo de alguna manera, en el lado oscuro de la ciudad ¿Es Heredia, en ese sentido, la memoria de lo que el tiempo va sepultado?
La memoria es el tema que atraviesa todas las novelas de Heredia. El ejercicio de la memoria como resistencia, como rescate de ciertas huellas, como rechazo del blanqueo de algunos hechos y como registro que anime a pensar que la vida puede ser de otra manera. Heredia es un testigo de nuestra historia más reciente que, en la medida de sus posibilidades, intenta defender la verdad y los valores que considera dignos de preservar.
En «El segundo deseo» se profundiza en la búsqueda de las raíces, el paso de los años, el reencuentro con el pasado ¿Podríamos decir que es ésta una novela de la ausencia?
En esta novela quise trabajar dos temas. El primero es el de la vejez y el maltrato, en muchas ocasiones motivado por el lucro, que reciben algunas personas mayores en nuestra sociedad. El segundo tema es el pasado de Heredia y su deseo de conocer a quiénes fueron sus padres. Esto último me llevó a recrear situaciones de su infancia que en las novelas anteriores sólo habían sido esbozadas. En este sentido, «El segundo deseo» es la novela más personal e íntima desde el punto de vista de Heredia, por cuanto gran parte de lo que está en juego en su investigación, es su propio origen.
Su literatura rescata no sólo lugares de la ciudad que van desapareciendo en la modernidad, sino que asume personajes que existiendo, parecieran no existir para los medios de comunicación y las grandes masas receptoras ¿A qué se debe esta opción literaria?
Tiene que ver con el tema de la memoria que mencionaba antes y con mantener las huellas de personas, hechos y lugares que han sido parte de nuestra historia, y a los que considero relevante rescatar como parte de una forma de vida que vemos a diario. Y desde luego, muchas de esas personas no aparecen en los medios, porque no forman parte de la farándula triunfalista que impera en estos tiempos. Se trata de mostrar los rostros más anónimos, a los marginados y desechados de una modernidad que borra el pasado, como si todo hubiese empezado recién ayer.
En ese sentido ¿Podríamos decir que sus novelas son la continuación o las herederas de la novela social en Chile?
La novela policial, en Chile y Latinoamérica, es la novela social de nuestro tiempo, en tanto explora en las realidades más oscuras de nuestra sociedad, como las dictaduras, los atropellos a los derechos humanos, el narcotráfico, la corrupción política, la falta de justicia, la violencia y la marginalidad que se vive en las grandes urbes. Considero que mis novelas beben de dos fuentes orientadas a la recreación de temas sociales y políticos: la novela negra que nació en los Estados Unidos a comienzos del siglo pasado, y la novela social que desarrolló en Chile la notable generación del 38. Ambas expresiones son un referente importante en mi trabajo.
Los problemas y desarrollo de la transición en Chile se manifiestan en la saga de Heredia como en ningún otro narrador ¿Fue siempre ese su objetivo o se fue dando esa condición en el camino?
A contar de la segunda o tercera novela protagonizada por Heredia, descubrí que este personaje me proporcionaba el punto de vista que andaba buscando para hablar de la sociedad chilena y sus carencias. Y a partir de ese momento me propuse hacer de sus novelas un gran mosaico o una extensa cronología de la sociedad chilena de los últimos 30 ó 35 años, abordando temas especialmente sensibles para entender lo que hemos sido y somos como país. Y en este sentido, y en la medida que me interesa hacer una literatura que cuestione e inquiete, Heredia, en su calidad de testigo, sigue siendo un punto de vista válido a través del cual espero continuar observando nuestra sociedad. Por otra parte, el hecho de que Heredia sea un personaje que envejece de una novela a otra, me permite abordar temas coyunturales que, en un principio estuvieron relacionados con la dictadura y luego con la transición a la democracia en la que todavía estamos inmersos.
Pasando a otro tema, a diecisiete años (los mismos que duró la dictadura) de haber vuelto la democracia a Chile ¿Cuál sería su lectura de este período?
Sin desconocer que hay avances y que se han logrado cosas significativas, el balance del período tiende al desencanto. Seguimos condenados a las leyes de un sistema económico heredado de la dictadura y que sólo genera más desigualdades e injusticia. Seguimos con un modelo político que impide o limita la participación de muchos sectores sociales. Seguimos con profundas carencias en ámbitos especialmente sensibles para la gente, como la salud, la educación, el trabajo y la cultura. Seguimos con un tejido social desarticulado, en términos de la participación que en otra época tenía la gente a través de sindicatos, gremios y otras organizaciones. El lucro y el individualismo se han impuesto como norma y eso me parece que ha generado un país donde las posibilidades no son iguales para todos, y en el que mucha gente tiene pocas oportunidades de ser feliz y de construir una vida con sentido.
En un principio se habló de «justicia en la medida de los posible». ¿Considera que, al día de hoy, eso ha sido más que «en lo posible»?
En materia de justicia existen procesos y condenas emblemáticas, y aunque no se ha logrado hacer justicia en todos los crímenes, atropellos y robos, los logros alcanzados son lo suficientemente certeros como para sentar una verdad que hoy nadie puede desconocer. Y más allá de los casos particulares que han terminado con la condena de algunos asesinos y torturadores, existe un juicio popular, una verdad histórica, que hoy en día sólo los más histéricos y comprometidos partidarios de Pinochet se atreven a refutar. Lo importante es que este proceso de justicia y verdad no se detenga, para que el horror se conozca en toda su magnitud y a nadie quepa duda que los crímenes no fueron ocasionados por unos cuantos tipos enfermos, sino que correspondieron a una política sistemática de represión y exterminio de la que fueron parte todos y cada uno de los partidarios de la dictadura.
Su generación creció en medio de una lucha social ascendente que se manifestó con potencia en las protestas de los años ochenta ¿Lograron el objetivo propuesto o faltó algo para ser un triunfo total?
En esa época luchábamos por la libertad y la democracia; y la lucha por ambas cosas no ha concluido. Se ganó un espacio para ampliar la pelea, pero en su esencia, los sistemas políticos, económicos y sociales siguen funcionando con las reglas impuestas por la dictadura. Esperábamos un triunfo contundente, con verdad y justicia en el momento justo, y nos hemos tenido que resignar a que los avances en materia de libertad, democracia y mejores condiciones de vida sigan siendo en la medida de lo posible, negociados y mediocres. Y eso es algo que, sin duda, desencantó y desmovilizó a mucha gente de mi generación que de pronto se dio cuenta que después de tantas luchas y sacrificios, se produjo un acuerdo entre distintos actores políticos para seguir dándole vueltas a la misma tortilla recocida de siempre.
¿Considera que aún falta la gran novela que refleje los años de lucha contra dictadura?
Creo que la gran novela de la dictadura ha sido y será escrita por muchas manos. Nunca será suficiente todo lo que se escriba sobre la dictadura y por eso pienso que ella seguirá siendo materia para el trabajo de los escritores. Se han escrito muchas páginas significativas, pero faltan otras que aborden la dictadura en todos sus efectos y complejidades. Por ejemplo, no están escritas las novelas que consideren la dictadura desde la vida cotidiana, de lo que significó para muchas personas vivir el día a día, soportando carencias, arbitrariedades y humillaciones de toda clase. Así como sesenta o más años después se sigue escribiendo sobre los nazis y el holocausto, se continuará escribiendo sobre la dictadura de Pinochet y sus partidarios.
¿Cómo ve le futuro? Se lo pregunto pensando en los nuevos procesos sociales que se desarrollan en Latinoamérica.
El futuro lo veo con optimismo. En varios países latinoamericanos se levantan movimientos y gobiernos que se plantean contra la fórmula aparentemente irrebatible del neoliberalismo. Movimientos que ponen sus acentos en las necesidades de los pueblos y en crear iniciativas que lleven al desarrollo económico teniendo en cuenta a la gente y la necesaria integración entre países que tienen problemas y aspiraciones comunes. Nacen también movimientos que plantean el desarrollo de modelos socialistas o comunitarios, que no repitan los errores del pasado, que consideren la plena participación y la aplicación de medidas económicas que se preocupen de la calidad de vida de las personas y del cuidado de los recursos naturales de un continente que históricamente ha sido explotado sin misericordia ni racionalidad.
A la Izquierda chilena extra parlamentaria ¿Qué le falta para ser alternativa real de gobierno?
Creo que le falta unidad y proposiciones que vayan más allá de la crítica y aporten soluciones reales a los múltiples problemas que tienen las personas. Es necesario que la izquierda construya y promueva un proyecto de sociedad que, al igual que en el pasado, aglutine e interese a amplios sectores. Frente a partidos que hacen política a partir del simple «cosismos» o la repartija de poder, la izquierda debe hacer política basándose en valores, en ideas y sueños que pueden y deben hacerse realidad. Se precisan propuestas atractivas y con sentido de futuro porque hay una gran cantidad de gente que las espera para volver a reencantarse con la política y con la utopía de construir un mundo mejor que el que hoy conocemos.
Hace poco se dio un debate en los medios sobre los fondos concursables entre el Consejo del Libro y varios escritores ¿Cómo percibe usted la situación de los escritores en nuestro país?
Si hablamos de creación me parece que la literatura chilena goza de un buen momento, con una infinidad de narradores y poetas que están haciendo su trabajo y tratando de difundir lo que hacen, la mayoría de las veces en el más completo anonimato y desamparo. Ahora, si hablamos de canales de difusión, desde luego que hay carencias que repercuten en el ánimo de los autores. Falta mayor presencia en los medios, sobre todo en la televisión. Faltan editoriales que apuesten más allá de los resultados que pueda entregar una obra en el mercado. Proyectos editoriales que rescaten lo mejor de nuestro pasado literario, de acoger a los autores vigentes y abrir puertas a los autores más jóvenes, aunque esto no conlleve grandes utilidades económicas.
Las becas como las que otorga el Consejo del Libro y la Lectura son necesarias y constituyen un buen estímulo, pero no debieran quitar el sueño de los autores, porque más allá de que sean útiles durante unos meses, no resuelven a la larga la existencia de un escritor y menos la difusión de sus obras. Las becas y los fondos concursables siempre van a generar polémicas. Lo importante es asegurar que los procesos sean transparentes y que todos tengan la oportunidad, si lo merecen, de llegar al nido de la gallina de los huevos de oro. Pero más allá de eso, lo importante es escribir. Escribir, con o sin becas, con o sin premios. Escribir porque en ello está gran parte de lo que da sentido a nuestras vidas.
¿Cuál diría que es el mayor problema para un escritor en Chile, la falta de distribución o el poco interés de los medios de prensa por difundir las obras?
El principal problema, y por razones que sería largo enumerar, es la falta de lectores. En un país donde más del 50% de la población dice no leer ni un libro al año, las obras de los escritores terminan siendo míseras gotas en el desierto. Y esa falta de lectores se debe a la desvalorización (consciente o inconsciente) del libro dentro de amplios sectores de nuestra sociedad, a lo que se suma el precio de los libros, prohibitivos para la mayoría de las personas; la falta de difusión en los medios, la falta de más editoriales y canales de distribución, la carencia de bibliotecas, y otros males que hacen bastante complejo el tema de reposicionar el libro dentro de los intereses de mucha gente. El desafío es reencantar a la gente con la magia del libro, y en eso, el precio de los libros es una parte de un problema complejo que, insisto, tiene que ver con el lugar que ocupa el libro en nuestras vidas. Si nos interesa leer, lo vamos a hacer aunque tengamos que robar libros, caminar diez cuadras para llegar a una biblioteca o ratonear en las librerías de viejo. De lo contrario y aunque estemos flotando en billetes, vamos a preferir una hamburguesa o gastar algunas horas viendo programas idiotas en la televisión. ¿Nos interesa leer, o no? Esa es la cuestión.