‘Coser las piezas de que se compone el calzado para unirlas’, esa es la definición de aparar según la RAE. Sin embargo, para las mujeres de Elche que han pasado por la industria del zapato esa palabra lleva implícito mucho más. Dentro de Elche hay una industria camuflada. Cualquier día de la semana, domingos incluidos, […]
‘Coser las piezas de que se compone el calzado para unirlas’, esa es la definición de aparar según la RAE. Sin embargo, para las mujeres de Elche que han pasado por la industria del zapato esa palabra lleva implícito mucho más.
Aun siendo miles de aparadoras en la ciudad, no existen muchas fábricas o señales que anuncien la presencia de sus centros de trabajo. Se trata de una actividad económica vasta pero troceada en cientos de talleres que se camuflan por los barrios obreros de la ciudad, convirtiéndolos en fábricas invisibles.
Son una pieza clave en la cadena productiva del calzado, a pesar de llevar casi medio siglo obligadas a vivir en la invisibilidad de la economía sumergida. Para la mayoría de ellas no hay contratos ni sindicatos, y tampoco pensiones. Trabajando desde cocheras mal ventiladas convertidas en talleres o desde su casa mientras cuidan a sus hijos. Zapato a zapato, mujer a mujer, el calzado ilicitano ha llegado a ocupar gran parte del 27% de empleo sumergido que, según el sindicato de técnicos de Hacienda (Gestha), da de comer a la provincia de Alicante.
Con las deslocalizaciones, muchas empresas se llevaron su producción hacia zonas de Asia. El volumen de trabajo descendió y la precariedad siguió aumentando. Pero el aparado esquivó el golpe y sobrevivió contra todo pronóstico. La bajada de salarios por la crisis económica ha hecho otra vez rentable el pequeño taller para muchas empresas. A su vez, la falta de oportunidades ha convertido la máquina de coser en una opción, otra vez, para muchas mujeres.
Un sector productivo divido por sexos
No se puede explicar la industria del calzado sin hablar de la segregación por sexos, la cual ha tenido un papel fundamental en la economía sumergida. La cadena de producción para elaborar un zapato está troceada y se calcula que el 88% del aparado se realiza fuera de las fábricas legales mediante el uso de pequeños talleres, del trabajo a domicilio o la deslocalización en el extranjero. A su vez, el 80% de todo el volumen del aparado se desarrolla en condiciones de clandestinidad. El ahorro generado por no pagar seguridad social o espacios dignos de trabajo para estas mujeres crea unos beneficios que van a parar a manos de sus verdaderos empleadores: fábricas, marcas e intermediarios.
El argumento que ha justificado esta situación responde a cuestiones de género: las mujeres -madres y amas de casa- no tienen tiempo para trabajar una jornada laboral en una fábrica como los hombres. Entonces nace la figura de la trabajadora a domicilio, la cual proporciona flexibilidad a la mujer, y el taller ilegal. Tampoco se considera que tengan que mantener una casa, como los hombres, y su salario es considerado tan solo una ayuda complementaria para el hogar. Esta es la justificación machista que ha servido para perpetuar un sistema de reparto desigual entre hombres y mujeres, reservando para ellas puestos más precarios y salarios más bajos.
Pero la realidad es que no solo son hogares los que dependen del trabajo de estas mujeres, también la industria del calzado depende de ellas. Según datos recogidos en un estudio coordinado por el profesor de la Universidad de Alicante Josep-Antoni Ybarra sobre economía del calzado en la comarca alicantina del Vinalopó, hay 7.332 mujeres trabajando en negro frente a 1.542 hombres. Además de haber muchas más mujeres que hombres, en el sector también hay más personas trabajando en régimen ilegal de las que hay inscritas legalmente. Las aparadoras son la base precaria sobre la que se mantiene la industria del calzado.
Fragmentar la producción ha generado varias situaciones beneficiosas para la clandestinidad. En primer lugar, ha propiciado el surgimiento de empresarios que hacen de intermediarios entre las fábricas y las aparadoras. Estos ‘repartidores de trabajo’ llevan partes de zapatos para ser unidas casa por casa o bien a pequeños talleres que ellos organizan en condiciones de precariedad. Esta situación ha alejado a trabajadoras de sus empresarios reales, reduciendo la posibilidad de demandas laborales. La subcontratación provoca que la mayoría de las aparadoras casi nunca sepa para qué marca, muchas grandes y bien conocidas, está trabajando realmente. Tampoco conoce a sus compañeras, más allá de las cuatro o cinco con las que comparte taller, lo que prácticamente elimina sus posibilidades de aliarse en movimientos sindicales.
El precio de aparar
El problema de la economía sumergida es que no solo esconde beneficios ante Hacienda, también oculta los problemas que sufren sus trabajadoras al resto de la sociedad. El estudio de M.C. Carrillo Trabajo a domicilio: el caso de las aparadoras de calzado, realizado mediante encuestas a trabajadoras del calzado de Elche, revela la existencia de problemas de salud asociados al oficio.
Una buena parte de las aparadoras trabaja en su casa y eso convierte los espacios laborales, en este caso los domicilios, en invisibles a ojos de las inspecciones. Según el estudio, un 56,7% no utiliza una habitación reservada para su actividad laboral. El resultado son máquinas de coser y materiales tóxicos, como los pegantes, cerca de la cocina y otros espacios de la casa al alcance de niños. Entre los problemas de salud relacionados con el oficio hay algunos que se repiten, como las lesiones osteomusculares, las cuales afirman padecer un 66,7% de estas trabajadoras. Los problemas psicológicos, como la depresión, ansiedad o el trastorno del sueño, también se repiten en un 26,7% de los casos. Pero si hay una enfermedad conocida entre las aparadoras es la polineuropatía tóxica, conocida como ‘parálisis del calzado’ y producida por el uso imprudente de los adhesivos junto a unas malas condiciones higiénicas.
Pese a que la mitad de las mujeres encuestadas trabajan de 10 a 14 horas en tareas repetitivas (sin contar las horas que dedican a las tareas del hogar) y mal pagadas, la mayoría, un 60%, considera que lo peor de su trabajo es no poseer un contrato laboral. Y es que las mujeres que trabajan en negro nunca enferman, pues para ellas no existe la posibilidad de reconocer lesiones o bajas por enfermedad.
Fuente: http://www.elsaltodiario.com/industria-textil/sumergidas