Del 16 al 18 de marzo de 2004, se realizó en Foz de Iguaçu un encuentro largamente preparado denominado «Roundtable on Sustainable Soy» e identificado por su sigla también en inglés, RSS (en alguna ¿vergonzante? página interior aparecerá el nombre en castellano: Foro sobre soja sustentable). 1ª. Conferencia. La sede es el hotel más presuntuoso […]
Del 16 al 18 de marzo de 2004, se realizó en Foz de Iguaçu un encuentro largamente preparado denominado «Roundtable on Sustainable Soy» e identificado por su sigla también en inglés, RSS (en alguna ¿vergonzante? página interior aparecerá el nombre en castellano: Foro sobre soja sustentable). 1ª. Conferencia. La sede es el hotel más presuntuoso de la ciudad; el Bourbon.
Desde hace algunos meses, el Grupo de Reflexión Rural, GRR, apoyándose en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero, MOCASE Quimilí, estuvieron promoviendo la formación de un «Contraencuentro de Iguazú», simultáneo, llevado a cabo en Sâo Miguel Iguaçu, en el predio de la escuela ITEPA (un inmenso laboratorio de producción y experimentación agrario) del Movimiento de los Sin Tierra del Brasil, MST. El contraencuentro tuvo como consigna: «En defensa de la vida frente al gatoverdismo empresario de la industria de la soja».
En un país como Argentina, totalmente invadido y penetrado por la soja y en particular por la soja transgénica (que totaliza más del 99% de la soja nacional) y en un país como Brasil, donde el titular principal de la soja transgénica en el mundo, el laboratorio estadounidense Monsanto, se ha dedicado a implantarla de contrabando cuando todavía las autoridades resistían, un observador no avisado se dejaría llevar por el enfrentamiento más lógico y sencillo: el encuentro expresará el fundamentalismo tecnocrático, los intereses de los principales laboratorios de ingeniería genética (Monsanto totaliza más del 90% de los renglones agrarios transgénicos del planeta) y el contraencuentro se ubicará desde la agricultura orgánica, «defensa de la vida»…
Nada más equivocado que semejante pintura en blanco y negro. Al llegar al Bourbon tropezamos con un repartido de un Grupo de Trabalho de Florestas titulado: Relaçao entre cultivo de soja e desmatamento que afirma: «la concentración de la propiedad de la tierra […] con la subordinación de los patrones culturales y productivos de las comunidades locales y regionales al patrón conducido por los nuevos actores sociales […] lleva a un desplazamiento de los agricultores pequeños […] y un avance del desmonte.» Y la coordinadora de prensa del encuentro «oficial» aclara que ese repartido no constituye documentación de los patrocinadores, con lo cual trasluce, sin querer o queriendo, el democratismo imperante.
La sorpresa continúa: los materiales «oficiales» promueven la soja orgánica. Este encuentro no es «transgénico». Monsanto no figura en el reparto. Este encuentro no huele a madeinUSA.
Pero sabemos que «la movida» sí empezó en Europa. Y sin embargo, mi ocasional anfitriona, que se presenta como perteneciente a la convocante Fundación Vida Silvestre pone énfasis en «separar los tantos» entre el oso hormiguero y el panda (la WWF, con sede en Suiza, fue la convocante inicial, de este encuentro): que la internacional «desconoce nuestra realidad» latinoamericana, regional, local…
El lector memorioso recordará las disquisiciones entre el capitalismo anglosajón y el renano; el primero más desnudo, «duro y puro», el segundo más socialdemócrata, procurando encontrar, preservar o forjar los colchones sociales que hagan menos dura la realidad…
Y bien: el encuentro del Bourbon es una manifestación de esta última variante, en la puja nunca del todo explicitada, nunca resuelta, entre los Bush-Thatcher por un lado y Europa (Occidental) por el otro.
La mesa redonda del Bourbon expresa, para decirlo en término más actuales, la estrategia euro frente al dólar. [1] Una mera recorrida por el listado de las organizaciones participantes nos da su procedencia y el rumbo consiguiente: trece organizaciones latinoamericanas provenientes de cuatro estados americanos y periféricos (Argentina, Brasil, Paraguay y Ecuador); diez provenientes de cinco estados primermundianos: Suiza, Holanda, Reino Unido, Francia y Canadá. Un encuentro entre el universo europeo y uno tercermundiano encarando una política que el menemismo, con sus «relaciones carnales» y la sojización transgénica, nos había hecho olvidar en Argentina.
Uno busca y rebusca entre los participantes del encuentro bourbonesco y no aparece ni Monsanto ni las «conexiones locales» (ASA, AACREA, AAPRESID) del emporio sojero (y transgénico) argentino. Es lógico que no aparezcan. Si en el encuentro campea lo orgánico como «la política» alimentaria.
Uno podría sentir alivio. Como cuando uno, interrogado en tiempos de «las dictaduras de la seguridad», pasaba del interrogador malo al bueno; de las amenazas, los golpes e instrumentos al tono «comprensivo» y no insultante…
Pero en realidad es mucho más complicado que eso. Porque los europeos que promueven el consumo de alimentos orgánicos se sienten a leguas de distancia, política, ecológica, de los personeros de la Casa Blanca, el USAID, el BM o la OMC, los actuales destratadores del planeta y sus habitantes. Uno entonces no puede confundir a los sojeros genéticamente modificados de la Argentina y el USDA (Ministerio de Agricultura de EE.UU.) con los holandeses de Articulación Soja entre Holanda y Brasil. Estos últimos, por ejemplo, elaboran sus «soluciones» a partir del reconocimiento de los destrozos ambientales, sociales y humanos desencadenados por la soja transgénica y monocultivada. No son, al menos no se sienten, «torturadores buenos», sino gente responsable de sus actos, con los cuales procuran, incluso, mejorar relaciones sociales.
Sin embargo, la relación instaurada en el mundo hace 500 años, la cuestión imperial, definitoria, no se disuelve por las buenas intenciones (solamente).
Tenemos entonces que ver si el encuentro de la crema agraria en el hotel Bourbon de Foz de Iguaçu cambia los términos de la ecuación política que desangra a la periferia planetaria.
Dicho encuentro revela las inquietudes más frescas del mundo rico. El consumidor europeo no está dispuesto a tragar lo que las corporaciones le «brinden» sólo para mayor gloria de sus dividendos; de inmediato aparecen corporaciones (otras, las mismas) que están dispuestas a ocupar ese nuevo nicho.
Algo significativo: la conciencia ecológica se está abriendo paso en el mundo entero, entre víctimas y victimarios. El encuentro del Bourbon expresa una vez más que hay victimarios, o para decirlo suavemente, usufructuarios, que no quieren llevar esa carga consigo. Porque la globalización lleva a la condición de victimarios, incluso, a quienes no tienen ni deseos ni valores para ser tales. [2]
El lenguaje verde puede confundir. Sin embargo, el verdadero nervio, como diría Jacques Prévert, surge prístino de los documentos que el capitalismo, o el capital, devenido ecologista, ventila. Tal vez deberíamos hablar del «mundo rico» (primer mundo, mundo desarrollado, aunque la denominación más acertada, a la luz del diseño económico-socio-ambiental planteado, debería ser la vieja y para tantos obsoleta denominación de «mundo subdesarrollante»).
Veamos primero una caracterización de «los actores». Con ello podremos verificar cuánto hay de cambio real o de cosmética. En tanto en el contraencuentro se hablaba de ‘gestión directa de los trabajadores’, de responsabilidad social de los seres humanos en tanto que tales, de la defensa de las condiciones de sujetos protagonistas, de cada uno de nosotros, los humanos (en el pensamiento crítico, en la izquierda, ha hecho crisis el culto al superhéroe y a la vanguardia como dadores de libertad, justicia o fraternidad; cuesta cada vez más atar ambas moscas por el rabo: la del protagonismo de las bases y la de los líderes-todo-terreno, aunque el doblete persista), en el encuentro convocado por organizaciones establecidas dentro de la sociedad vigente, el acento aparece puesto en la condición de los clientes. Una función pasiva, la de recibir de las empresas «lo mejor».
¡Menudo cambio de sujeto!
Con el ambiente pasa lo mismo que con los humanos.
Un cuidadísimo folleto [3] del Grupo André Maggi, el Grobocopatel brasileño, se abre con una frase más bien inusitada entre los optimistas de la soja argentina: «¿Tenemos acaso derecho a actuar como si fuésemos la última generación sobre el planeta?» Auspicioso, ¿no? Sin embargo, la frase siguiente revela, una vez más, el verdadero nervio de tan sabia pregunta: «¿Se puede todavía generar dividendos y reducir costos? Y la respuesta es: ¡sí, se puede! » ¡Aleluya!
Con lo cual no nos sorprende que en una descripción de la globalización nuestro neoecologista Maggi califique la estabilidad ecológica como «cualidad de lo ambiental» (citando probablemente a Pero Grullo) y la económica -con un reduccionismo digno de mejor causa- como «rentabilidad» así, a secas.
El descubrimiento de la «sustentabilidad como respuesta al desastre social y ambiental», «la atención a las necesidades sociales de las familias y comunidades rurales» son novedades que han alterado la sensibilidad del capital devenido ecologista. Como bien aclara el folleto Maggi, «esta creciente preocupación por los problemas ambientales [… hace que se] repiense el rumbo del desarrollo y que se cree un término nuevo: el desarrollo sustentable.»
El lenguaje del folleto maggiano revela esta conciencia escindida que ya no puede ignorar la cadena de desastres disparados con la revolución agroquímica. De la cual sacaron tanto provecho los mismos que ahora la «superan»…
El ambientalismo última edición nos regala todo un vocabulario, que no por novedoso deja de ser prístino en sus objetivos. El representante del consorcio Carrefour ante la Mesa Redonda sustentable nos informa que Carrefour tiene a su cargo «7 000 km de ríos preservados» y «180 000 ha de tierras conservadas y protegidas».
Pero apenas avanzando unas frases la voz del amo Carrefour deja oír quién es el destinatario de tanta preocupación ambiental: el consumidor.
Carrefour quiere construir un «consumidor consciente», una especie de «consumidor nuevo», parafraseando tanto la ideología de la izquierda radical como la de la derecha nazi con sus sueños/pesadillas (táchese lo que no corresponda) de «hombre nuevo»: «porque, ¿de qué vale mejorar la calidad si el cliente no lo advierte», ¿eh?
Pero definiendo de este modo qué o quién es el sujeto de los cambios y qué o quiénes el o los objetos, queda claro el proyecto; una verdísima renovación del capital protagonista.
La renovación que tanto luce en la Mesa Redonda nos muestra hasta qué punto ha penetrado la crítica ecologista en la sociedad en general, y sobre todo, hasta qué punto ha llegado el desmadre planetario para que algunos de los que fueran sus mismos privilegiados quieran torcer el rumbo.
Porque lo significativo es en Iguaçu el intento de un sector del primer mundo, el más euro, de afinar los términos del intercambio. Porque los suizos, los holandeses, los franceses, entendámonos, quieren comer y vestirse de modo sustentable. Luego de décadas de «optimismo tecnológico» durante los cuales se dejaron invadir por toda la selva química en los alimentos, los vestidos, la vida cotidiana, advierten con creciente preocupación que se trata de una vía, que si no es muerta, lleva a la muerte.
Los europeos quieren comer bananas orgánicas, no con el Nemagón que esteriliza a los cosechadores hondureños, [4] quieren vestirse con algodón orgánico no con el algodón que aniquila la vida en los campos de Sudán. [5]
Esta exigencia, relativamente reciente desde Europa, contrasta con ese reino de la inocencia que se denomina EE.UU. en donde la desinformación sistemática es tan sistémica que la población, pese a los intentos de los lúcidos y críticos que honran ese país, sigue envenenándose alegremente y, de paso, y a menudo a mayor ritmo, envenenando a otros.
Lo que queda en pie en la movida euro del Bourbon es lo definitorio, algo a lo que, aparentemente, tampoco los europeos quieren renunciar: la relación centro-periferia, lo que en lenguaje un poco pretérito pero mutatis mutandi tan actual se califica como la relación metrópolis-colonia.
La tan meneada división internacional del trabajo. Países cuyos destinos se construyen como dadores de materia prima para otros (países, empresas, capitales, personajes).
El plan de soja sustentable no cuestiona en momento alguno esa relación que hace que los países ricos se enriquezcan y los pobres se empobrezcan.
¿Y si la división es tan tajante, tan radical, por qué tiene andamiento, por qué es viable?
Del lado metropolitano no es tan extraña la aceptación: se le ofrece a sus poblaciones un consumo privilegiado, de nivel superior al que tendrían si no mediara dicha relación.
¿Y del lado colonial (de lo que en la jerga económica se llama «países en desarrollo» con la misma semántica mediante la cual el folleto Maggi habla de los agrotóxicos como «fitosanitarios defensivos» o con la que la Casa Blanca y la constitución de EE.UU. definen a su área militar como «Ministerio de Defensa»…), del lado colonial o periférico?
Vieja, ancestral política imperial es la de valerse de «aliados locales». Lo hacían los romanos dividiendo a los «bárbaros», lo hizo Cortés con los tlacaltecas contra los aztecas; lo vivimos recientemente con el doctorado Menem pese a que no hablaba american, y su otro doctor, Cavallo, que reside normalmente en EE.UU. (¿por qué no?, preguntaría con la mayor «inocencia»).
En los países dependientes algunos grupos sociales se benefician grandemente con la alianza necesaria para viabilizar la división internacional de trabajo: te doy préstamos y know-how, me das agua, comida, minerales. Siempre viene un poco más de créditos que sólo préstamos para llevarse el agua, el humus, los metales; siempre viene un poco más de técnica que la imprescindible para llevarse el agua, el humus, los metales. Y otros grupos y clases sociales se benefician asimismo, siquiera marginalmente, con ese mismo intercambio. La «modernización», sin ir más lejos. «Todo el mundo» con TV. Los celulares, «el último grito», se están socializado (con el «estilo de vida» que expresa y con su contaminación, de la que no se habla).
En los países periféricos estos pasos de siete leguas se pagan con un altísimo precio: depredación de recursos naturales, exacción que los destina a otras latitudes, marginación de las poblaciones rurales, contaminación y desmantelamiento de sus hábitats, desocupación, pérdida de soberanía alimentaria.
El correlato de todo esto es bien conocido: mientras en los países centrales la urbanización provino de la industrialización, en América Lapobre la urbanización proviene del despoblamiento del campo. Los «asentamientos», las «urbanizaciones», los «pueblos jóvenes», las «poblaciones», las villas(miseria), los cordones suburbanos de las ciudades de la región (y tercermundianas en general) son expresión de la miseria a que han sido condenados los campesinos expulsados de sus tierras en las sucesivas olas modernizadoras: es lo que ahora estamos viendo, en Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Paraguay, con la soja agroindustrial (aunque no sólo con ella).
El planteo de la «soja sustentable» procura «superar» semejante latrocinio. Postula una relación diferente: ya no grandes consorcios metropolitanos devastando áreas y su población para arrancar los frutos, sino un acuerdo entre redes de consumidores de alimentos orgánicos y responsables en intercambio con agricultores pequeños y orgánicos (ejemplo: Articulación Soja Holanda-Brasil). Sólo que supera los detalles pero no el fondo de la cuestión.
Hay que reconocer, empero, que, con sabiduría y hasta coraje intelectual, Jan Maarten Dros se atreve, en la introducción de su informe Manejo del boom de la soya: dos escenarios sobre la expansión de la producción de soya en América del Sur, que es uno de los materiales base del encuentro del Bourbon, [6] a mencionar dos sogas en la casa del ahorcado: «La sustentabilidad de este modelo en sí [el de la «soja sustentable» que él mismo presenta] es ciertamente cuestionada por varios grupos sociales y ambientales que abogan por la aplicación de otros modelos de desarrollo para satisfacer la demanda mundial de alimentos, tales como el de la autosuficiencia regional o el de la reducción del consumo.»
Semejante reconocimiento parece básicamente inconcebible en el modelo american de modernización que ha dominado la Argentina desde los 90 (para hablar sólo de su período de apogeo).
Pero es el único párrafo que alude, que roza semejantes alternativas, resumidas en esas cinco palabras: autosuficiencia regional o reducción del consumo.
El cúmulo de informes de la RSS transita la división internacional que hemos venido glosando reafirmando la relación centro nutriéndose / periferia desnutriéndose, pero con mejores modales, con mayor calidad ambiental, con mejores formas de participación y a la vez con la conciencia tranquila.
La Articulación Soja holando-brasileña revela la crisis, no sabemos todavía si terminal, de los proyectos de reconfiguración mastodóntica al estilo de lo ocurrido con los capitales sobre todo norteamericanos en Argentina (para no mencionar ejemplos más extremos, con el ingrediente de la brutalidad, como en Haití o Irak).
Cuando uno ve estos «giros copernicanos» a cargo de los titulares del poder de siempre, algo no va. Este salto de la soja transgénica a la soja orgánica nos hace acordar el de la soja convencional, con agroquímicos, a la transgénica en Argentina. A fines del s.XX, pudimos escuchar en la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, a un ejecutivo de Novartis («hermano menor» de Monsanto en el rubro), Enrique Kiekebusch, proclamar que «gracias a los alimentos transgénicos íbamos a poder sentir otra vez el gorjeo de los pajaritos en los árboles» al suprimir los agroquímicos… el pequeño detalle era que Novartis, Monsanto y demás laboratorios agroquímicos eran los que habían inundado los campos con veneno… también escuchamos que íbamos a ‘preservar los bosques por la mayor productividad de las variedades transgénicas’. Los años del futuro ya son nuestro pasado y lo que verificamos es que los agroquímicos se siguen no sólo usando sino aumentando sus aplicaciones (por la «soja guacha» y otros «imponderables»…) y que los montes son arrasados para plantar soja transgénica que tiene un ligero rinde menor (ah, pero habíamos escuchado mayor…) por ha.
Con tales antecedentes, no podemos ver la jugada de la sustentabilidad sino como un recurso más, un recurso táctico, una técnica de inversión y promoción, más pulida que las tradicionales, por más provista de buenas intenciones que esté.
Hay dos aspectos laterales que merecen observación.
1. No es nada casual que la movida euro-metropolitana haya tenido lugar en Brasil, que se caracteriza, en estas cuestiones, por una situación considerablemente diferente a la argentina.
En Argentina, Monsanto logró una transgenetización prácticamente total de la soja, sin resistencias visibles durante los noventa y buena parte del primer lustro del s. XXI, [7] logrando el USDA y Monsanto un triunfo total que sólo alcanzaron en otro país del mundo; el propio, EE.UU.
En Brasil, en cambio, como en Francia, el Reino Unido, el País Vasco, Etiopía, Zambia, Filipinas y en tantos, tantos otros países, la lucha de los grandes laboratorios, y principalmente Monsanto, ha sido ardua y no ha logrado el avasallamiento que figuraba en su estrategia (con la teoría del dominó, por ejemplo, como se denominó con impudicia, el proyecto de que, una vez implantada la soja genéticamente modificada en EE.UU. y Argentina, iba a ser sólo cuestión de tiempo, voltear al tercero y último gran comercializador mundial de soja; Brasil).
Pese a la obsecuencia leve del gobierno de Cardoso y mayor del gobierno de Lula, «el bando de los refractarios» se ha mantenido, mal que bien, en pie, y hay que concluir que «la movida del Bourbon» es una expresión de resistencia a la invasión transgénica.
En ese sentido, la contramovida del GRR y el MOCASE pecó de argentinizar la realidad ajena, llevando sus justas banderas a un sitio no del todo apropiado (esta consideración no hace sino exaltar más todavía la hospitalidad del MST)
Habría que inferir que si la RSS se sale con la suya, quedan en pie los males de la división internacional del trabajo, pero no se trataría de un round ganado por Monsanto.
2. Hay que hacer conciencia -no es nada novedoso y muchos lo han señalado- acerca de la disposición y la capacidad permanente de «recuperación» de las ideas críticas, irruptoras, subversivas, por parte de los titulares del poder. Como pasó con el tango, con las leyes sociales, el fútbol y los derechos humanos, los titulares del poder dominante degluten, absorben las críticas y las metamorfosean en pilares o sostenes de la misma relación inicialmente cuestionada. La ecología fue largamente ninguneada; Rachel Carson era una impostora (fue quien, con Silent Spring, advirtió de los pájaros aniquilados con agroquímicos, revividos por Kiekebusch).
Viendo quiénes eran los titulares del encuentro bourbonesco se puede inferir que tarde o temprano nos vamos a enterar de una nueva cantinela; la del cliente activo y protagonista de sus «propias» elecciones, y de que se otorgarán vías (bien reguladitas, eso sí) para que los clientes abandonen su pasividad «tradicional» y decidan por sí mismos, espontáneamente, sobre el paquete de productos que les ponen delante de los ojos.
Porque no podemos olvidar que lo que se llama habitualmente «la derecha», las fuerzas políticas que defienden lo estatuido, ha estado permanentemente dedicada a esa labor de recuperación.
Como ha explicado magistralmente Leszek Kolakovski, [8] la izquierda necesita de la utopía (a caballo de la cual, valga mi digresión, demasiadas veces se han cometido atrocidades), pero la derecha necesita del engaño. Porque la derecha, por definición, defiende lo que existe.
Y por lo tanto, por más reformas que pretenda, constituye una posición conservadora.
El asunto es que al valerse del engaño como recurso político, necesita imperiosamente del autoengaño, que le otorgue un respiro moral, que habilite una legitimidad, un recaudo psicológico para sus objetivos. Que le permita seguir manejando los hilos del poder como siempre pero como si se tratara de algo radicalmente distinto, de una renovación fundamental, un trastocamiento de las condiciones de vida, de las relaciones de poder por las cuales viven como viven, y realizan el mundo tal cual es.
En las actuales condiciones la modalidad de la derecha más aggiornada se inviste como un rey Midas Verde; todo lo que toca deviene oro, pero cada vez con un tono menos depredador y más sustentable; responsabilidad, cuidado, preservación… , pero ¿puede haber un capitalismo piadoso, solidario y respetuoso?
M.D. articulos encuentro sojístico de primer grado
[1] Recomendamos, como análisis de este último enfrentamiento, el de la invasión de EE.UU. a Irak, del canadiense Paul Harris: «La guerra de EE.UU. contra Europa», Futuros, no 5, Río de la Plata, invierno 2003 (el original en inglés está en internet en «Yellow Times»).
[2] Oír a un trabajador manual, anarcosindicalista sueco, en pleno Círculo Polar Ártico, despotricar contra los fondos de pensión es ilustrativo: «-¿Por qué tenemos que aprender a manejar inversiones bursátiles, apuestas financieras? El capitalismo procura persuadirnos que eso es lo mejor ¡pero yo no quiero dedicarme a esas actividades! ¡Hacer capitalista a todo el mundo, interesado en inversiones de capital!»
[3] Guia do medio ambiente, Rondonópolis, s/f.
[4] La devastación producida durante décadas por los despliegues agroquímicos de las corporaciones «modernas» descargada sobre las espaldas de los peones «extractores» y estibadores está ahora bien documentada: en Honduras son miles o decenas de miles los trabajadores intoxicados junto con sus familiares por el Nemagón (1,2-dibromo-3-cloropropano), un compuesto de los «mágicos» de la Revolución Verde, inventados hace medio siglo.
[5] Sudán ha sido durante buena parte del s. XX el principal productor de algodón del mundo. Sus enormes tierras han sido devastadas con agroquímicos. Y con ella, lo han sido su flora, su fauna, su población, en primer lugar la infantil
[6] El material citado fija una estrategia a partir de un presupuesto discutible que el autor no discute: la sojización creciente. Aceptada con la ineluctabilidad de un fenómeno celeste, critica su avance irrestricto y postula encauzarlo preservando áreas (parques nacionales, bolsones presuntamente incontaminables, una suerte de museos vivientes, valga la contradicción), y pasando cultivos a la modalidad orgánica
[7] Que en el 2005, la Federación Agraria Argentina «se pare de manos» e inicie una serie de resistencias contra Monsanto y se alíe con Greenpeace para la denuncia, no le quita ni una coma a lo afirmado, puesto que FAA fue una de las cabeceras de puente de Monsanto en Argentina con sus semillas transgénicas. Que la FAA ahora se rasgue las vestiduras ante las demandas de cobros probablemente exorbitantes del laboratorio norteamericano revelaría que la FAA quería estar sólo a las maduras: su queja puede verse como un ejemplo de viveza criolla
[8] «El significado del concepto ‘izquierda’ » en El hombre sin alternativa [recopilación de ensayos], Madrid, Alianza, 1970.