«Nuestro territorio no es una cosa, ni un conjunto de cosas utilizables, explotables, ni tampoco un conjunto de recursos (…) nuestro territorio, con sus selvas, sus montañas, sus ríos, sus lagunas y humedales, con sus lugares sagrados donde viven los supai (dioses protectores), con sus tierras negras, rojas y arenosas y sus arcillas es un […]
«Nuestro territorio no es una cosa, ni un conjunto de cosas utilizables, explotables, ni tampoco un conjunto de recursos (…) nuestro territorio, con sus selvas, sus montañas, sus ríos, sus lagunas y humedales, con sus lugares sagrados donde viven los supai (dioses protectores), con sus tierras negras, rojas y arenosas y sus arcillas es un ente vivo que nos da vida, nos provee agua y aire; nos cuida, nos da alimentos y salud; nos da conocimientos y energía; nos da generaciones y una historia, un presente y un futuro; nos da identidad y cultura; nos da autonomía y libertad. Entonces, junto con el territorio está la vida y junto a la vida está la dignidad; junto al territorio está nuestra autodeterminación como pueblos». Pueblo Kichua de Pastaza, Amazonía del Ecuador
Desde la visión de los pueblos indígenas, el territorio constituye el espacio natural de vida, concebido como una unidad ecológica fundamental donde se desarrolla la vida en sus múltiples expresiones y formas; para nuestros pueblos, este espacio natural de vida es fuente de saberes y conocimientos, de cultura, identidad, tradiciones y derechos. En este lugar esencial se desarrolla nuestra vida como pueblos, nos reproducimos de manera permanente como sociedades diferenciadas en lo social, económico, político y cultural de generación en generación. Por tanto, la visión de territorio está íntimamente ligada al ejercicio de nuestros derechos colectivos y a la autodeterminación como pueblos.
El territorio según la concepción indígena integra los elementos de la vida en toda su diversidad natural y espiritual: la tierra con su diversidad de suelos, ecosistemas y bosques, la diversidad de los animales y las plantas, los ríos, lagunas y esteros. Los ecosistemas naturales son considerados como hábitat de los dioses protectores de la diversidad de la vida y gracias a ellos se mantiene la integridad y el equilibrio del bosque, de los ríos, de las lagunas y la fertilidad del suelo, lo que permite que las plantas y animales puedan vivir y reproducirse. Los seres de la naturaleza se interrelacionan con los ayllus (familias) mediante la aplicación y práctica cotidiana de nuestros conocimientos ancestrales. Concebido así, el territorio es un concepto que integra lo histórico, lo mítico y el conocimiento de la naturaleza en una visión de vida comunitaria. Es decir, integra nuestra cultura con sus memorias, sus valores, sus instituciones y su religiosidad. Nuestra tradición ancestral nos enseña que el territorio no es un recurso a ser explotado, es un espacio de vida. Hombres y mujeres somos una comunidad parte de ese espacio natural donde compartimos la vida con otros seres vivos en una relación de reciprocidad.
Esta visión del territorio nos ha permitido conservar y aprovechar adecuadamente todos los recursos que ofrece la naturaleza en nuestras comunidades. Desde nuestras formas de entender el territorio hemos construido nuestra propia visión de vida, conceptualizado en el «bien vivir» que establece la conservación de nuestros bosques sin contaminación. Este es el escenario que conocemos como «la tierra sin mal», condición básica para la práctica del «bien vivir». El conocimiento ancestral nos conduce a él, su aplicación y práctica cotidiana nos permite construir y conservar «la tierra sin mal». Nuestros conocimientos ancestrales nacen y se recrean en los ecosistemas de nuestro territorio, los recibimos de los seres sagrados que habitan en ellos. Por eso, nuestros conocimientos están asociados a todos lo seres vivos que habitan en «la tierra sin mal». Todos estos conocimientos son colectivos, se renuevan y se transmiten de generación en generación, garantizando la conservación del territorio con sus ecosistemas.
La visión de vida e identidad de nuestro pueblo está ligada profundamente a nuestra visión de territorio, por tanto, sus ecosistemas, la biodiversidad y todos los conocimientos ligados a su conservación y uso son recursos estratégicos para la seguridad y pervivencia autónoma de los pueblos indígenas.
La tierra: «materia prima» para las transnacionales
En los tiempos actuales, las corporaciones transnacionales están invadiendo nuestros territorios y apropiándose arbitrariamente de todas las vidas que existimos en él. Necesitan de nuestros territorios, de nuestros ríos, de nuestras lagunas, de nuestros bosques, de nuestro aire y también de nuestras vidas y conocimientos para implantar su nuevo sistema mundial de producción, de consumo y de mercado global. Para ellos los indígenas, junto con nuestros territorios, ecosistemas y la biodiversidad somos sólo la «materia prima» para ser privatizada, procesada y vendida en los mercados mundiales.
La ocupación de los territorios indígenas por parte de las corporaciones transnacionales está en plena marcha y se viene ejecutando con una violencia inhumana y sofisticada. Nuestros territorios son ahora teatros de operaciones de las grandes empresas, encabezadas por las petroleras, mineras, madereras y forestales, además de las farmacéuticas, alimenticias y biotecnológicas. Ante esta situación, cabe preguntarse: ¿Qué nos ofrecen y qué de bueno nos dejan a cambio estas empresas? ¿Cuál es el progreso y desarrollo que hemos recibido de ellas? ¿Cuál es el aporte cultural, social, tecnológico y económico que dejan en nuestros pueblos? Podemos hacer muchas otras preguntas tratando de encontrar en algún rincón la «obra positiva». Y la respuesta indígena siempre será la misma en todas las regiones del mundo: destrucción de bosques, contaminación de ríos, epidemias y enfermedades, violencia y empobrecimiento económico, social y cultural de nuestras comunidades. Esta es la realidad que las empresas nos ofrecen a cambio de nuestros territorios; nos han impuesto una guerra que solo tendrá final cuando los indígenas ejerzamos nuestros derechos como pueblos.
Las empresas transnacionales son monopolios de poder neocolonial que controlan los mercados mundiales y deciden lo qué se debe producir, consumir y exportar; imponen gobiernos, utilizan ejércitos y establecen leyes nacionales e internacionales a su medida. De esta forma, los pueblos colonizados de hoy, al igual que los de ayer, son sometidos a los sistemas políticos, los hábitos de «vida», las formas de comunicación y los modelos de producción y de consumo de los colonizadores. En palabras claras, a los colonizados se les impide el derecho de elegir y tomar la decisión para construir su propia historia como pueblo. Por esto, el modelo de la globalización económica impuesto por las corporaciones privadas es un proceso humillante para los pueblos indígenas. Es un modelo de muerte.
Pelear por los derechos colectivos
Sin duda, estos son tiempos peligrosos para los pueblos indígenas del mundo. Pero también es el tiempo de los pueblos que luchan por sus derechos. Por eso, muchos de ellos vienen resistiendo de diversas formas en todas las regiones de la Tierra. No existe región del planeta en que los pueblos indígenas no estén luchando por el derecho a su territorio, su ambiente, su cultura, sus bosques, sus aguas, su salud, su educación y por su autodeterminación. Si somos capaces de ejercer nuestros derechos colectivos en nuestros territorios comunitarios, entonces podemos garantizar nuestra vida como pueblos. Y ejercer derechos colectivos significa controlar y conservar nuestros territorios con sus ecosistemas y en ese espacio vital construir verdaderas alternativas de autogestión social, económica, política y cultural de nuestras comunidades, a partir de nuestras propias instituciones tradicionales y visiones de vida. Y en este proceso, la recuperación, innovación y aplicación de nuestros conocimientos y prácticas ancestrales tiene trascendental importancia.
El ejercicio de los derechos colectivos es nuestra alternativa a la globalización económica. El ejercicio de los derechos colectivos más que discurso es ante todo acción. Es nuestra alternativa de vida.
Alfredo Viteri es director del Instituto Qichua de Biotecnología Sacha Supai-IQBSS de Ecuador. Este artículo es una versión ampliada del publicado en el n° 14 de la edición impresa de la revista Pueblos, diciembre de 2004, pp. 30 y 31.