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El periodista publicó crónicas durante más de 50 años en diarios de derechas, republicanos y anarquistas

Todas las caras de Julio Camba

Fuentes: Rebelión

(fuente: Ediciones Fórcola

La columna empieza con un ciudadano alemán, muy estructurado y metódico, que pretendía organizarle el trabajo al periodista Julio Camba (1884-1962). Le recomienda orden y disciplina: libros voluminosos, un horario laboral fijo y pensar y escribir a la misma hora. Camba escribió el texto en el diario ABC, en mayo de 1959. Responde al interlocutor germano que él lee en la cama y que, si organizara su trabajo, éste perdería toda la espontaneidad.

Fuente: Ediciones Fórcola

En otro artículo publicado en el periódico conservador («Mi nombre es Camba», octubre de 1913), se presentaba a los lectores con la ironía característica: «Yo no voy a decirles lo que gano, ni lo que como, ni lo que peso (…); yo me encuentro muy cohibido al principio. No me atrevo a hacer chistes». Tampoco, avanza al público lector, omitirá chascarrillos divertidos para dárselas de comentarista sesudo. Julio Camba opinó también sobre el periodismo americano en el ABC, en febrero de 1917, cuando ejercía de enviado especial en Nueva York. Observó que contenía un elemento esencialmente falso: «La realidad no justifica este periodismo de letras gordas y de extraordinarios constantes».

Los artículos se incluyen en la treintena que la editorial Libros del K.O. reunió en el libro «Maneras de ser periodista. Julio Camba» (2013). Autor de la edición y el prólogo, el profesor en la Facultat de Història de la Universitat de València, Francisco Fuster, ha participado en el Ciclo de Literatura y Periodismo «Crónica de las crónicas» organizado por la Llibreria RamonLlull de València. Fuster apunta una reflexión de Camba que resume su manera de entender el periodismo: «Yo lo mismo hago un artículo con una noticia de tres líneas que leo en el Daily Telegraph que con las obras completas de Voltaire» (La Tribuna, mayo de 1913); así, para el articulista (que se compara con una fábrica), el mar o una catedral gótica son como un sombrero de paja, debido a la obligación de reducirlos a una columna de periódico. De ese modo resulta imposible gozar, se lamenta a continuación. El escritor Josep Pla señaló otro rasgo definitorio de Camba: «En mi vida he conocido otra persona que tuviese una sensibilidad menos acusada por la actualidad».

Francisco Fuster destaca que el cronista gallego fue un autodidacta que no creyó en las escuelas de periodismo, ni en la genialidad de los periodistas (en el periódico El Sol -en noviembre de 1919- recordó que el público no quiere genios sino «enterarse de lo que pasa en el mundo» con exactitud, rapidez y claridad); comenzó como redactor «de mesa» y denunció la precariedad del oficio periodístico en España (con motivo de una posible huelga de periodistas, tituló con sorna una columna en El Sol de 1919: «Los periódicos se hacen solos»).

Con el tiempo, subraya Fuster, Camba «se convirtió en uno de los periodistas mejor pagados del país y en un autor que daba prestigio a cualquier periódico». Fueron cerca de seis décadas de colaboraciones en los diarios, escritas en primera persona y sin esconder la subjetividad. El periodista Eduardo Haro Tecglen caracterizó a Julio Camba como «un gran escritor cosmopolita, sintético, de jugosa y brillante frase breve y de hallazgos de idioma» («La paradoja como método», El País, febrero de 1985).

El libro «Crónicas de viaje. Impresiones de un corresponsal español» (Fórcola, 2014) incluye artículos de Camba como corresponsal del periódico La Correspondencia de España en la ciudad de Constantinopla (hoy Estambul), entre 1908 y 1909. También de su estancia en París, desde donde remitió sus crónicas a El Mundo y a La Tribuna entre 1909 y 1912; «Un francés saborea un ‘navarin printanier’ lo mismo que un alemán saborea la ‘Pastoral’ de Beethoven», escribe en «El arte de la cocina»; la columna concluye citando la salsa con la que en España se adoba la carne desde la época de Cervantes: el hambre. La antología recoge además crónicas londinenses de Camba, en El Mundo, La Tribuna, ABC y -durante la II República- en el periódico Ahora. Por ejemplo anota los rasgos de un típico domingo inglés: «Campanas, Sermones, Comidas frías. Tedio. Salvation Army. Caras largas…», con cinematógrafos y tabernas que cierran para que no compitan con las iglesias.

Durante la corresponsalía en Berlín escribe sobre las ideas alemanas, que califica de «muy grandes» (La Tribuna, junio de 1912); y no tienen por qué formularlas próceres de la filosofía: «A lo mejor son tenderos de comestibles o redactores de periódicos, porque en Alemania hasta los redactores de periódicos tienen ideas». Julio Camba estuvo en Nueva York en los años de la «Gran Depresión»; en el ABC (abril de 1931), advirtió de un «hecho monstruoso» que caracteriza a la civilización moderna: «Somos los esclavos de las máquinas y no podemos tener gustos contrarios a sus funciones». En Nueva York todo el mundo vive con mucha prisa, y el vértigo todo lo contamina; de modo que Camba, sin tener necesidad, se ve forzado por el «hecho mecánico» a coger el tren expreso y comunicarse por teléfono. La sensación no es muy distinta cuando desciende del último piso del Chrysler Building y pisa el suelo de la ciudad: «Las hormigas dejan de ser hormigas y adquieren la proporción espantosa de seres humanos». Una parte de los artículos de la etapa neoyorkina se recopilaron en el libro «La ciudad automática» (1932).

Francisco Fuster es el responsable de la edición de «Crónicas de viaje» publicada por Fórcola. En la introducción rescata la advertencia que Julio Camba realiza a los lectores en uno de sus libros, «Aventuras de una peseta» (1923). Pese a que el público envidie al escritor por haber recorrido tanto mundo, al final éste sólo observa -se trate de una iglesia románica o un par de calcetines, artículos: una superficie literaria de 150 centímetros cuadrados. En El Sol, periódico liberal-reformista y con una fuerte impronta intelectual que se editó entre 1917 y 1939, Julio Camba se reivindicó con burla como «coleccionista de países», al igual que otros coleccionan puños de paraguas, sellos o billetes de banco. En el prólogo de «La rana viajera» (1921), el corresponsal se compara con un batracio en un frasco de alcohol, es decir, un español ingenuo que se somete a los efectos de la civilización europea. El resultado, «una serie constante de movimientos absurdos y de actitudes grotescas».

Otra cuestión es el ideario político de Camba. Gredos y Pepitas de Calabaza editaron en 1956 y 2012 la compilación «Mis páginas mejores», selección del cronista que revela su percepción de la II República española; así, en el artículo «Papús y la revolución social» Julio Camba se dirige con socarronería a los «pobres magnates del socialismo español», que preconizan la revolución social mientras viven como burgueses. En el artículo «El tren de Villagarcía» convierte en sátira el hecho de que la República no aspire a una transformación real, sino únicamente a modificar el nombre de calles, hoteles y ferrocarriles. En «El Estado, central hidroeléctrica» denuncia el enchufismo y en «El café y la revolución», que estos establecimientos se quedaran vacíos ya que los «hombres de café» se convirtieron en ministros, gobernadores civiles y embajadores de la República.

Las críticas continuaron durante la guerra. El escritor natural de Vilanova de Arousa empezaba de este modo el artículo «El Tabú» (ABC, enero de 1938): «¡Franco, Franco, Franco!… una de las cosas que mejor demuestran la limpieza de nuestra vida pública es esta claridad con que pronunciamos todos el nombre del caudillo»; contraponía la claridad al lenguaje arcano que, supuestamente, predominaba en tiempos de la República. Unos meses después, también en el periódico monárquico, equiparaba la libertad con el trabajo, el orden, la obediencia y la disciplina. En 1951 ganó el Premio Mariano de Cavia por un artículo -«Plumas de avestruz»- publicado en el periódico falangista Arriba.

Pero otra cosa fueron los orígenes, ya que con 15 años Julio Camba se embarcó de polizón con destino a Buenos Aires, donde escribió en el periódico anarquista La Protesta Social. Los artículos remiten a 1901 y 1902, año en que fue detenido y expulsado a España con otros compañeros de militancia. El libro «¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! Los escritos de la anarquía» (Pepitas de Calabaza, 2014) reúne algunos de estos escritos. En «¡Germinal!», Camba se preguntaba por los obreros «mártires de Chicago»: «¿Qué importa el sacrificio de unos cuantos compañeros ante el triunfo por ellos obtenido para la humanidad entera?» Y añadía: «La policía ha destruido cuatro de nuestras más inteligentes personalidades y ha hecho suicidar a otra. Es la táctica de todos los gobiernos». El editor Julián Lacalle, uno de los fundadores de Pepitas de Calabaza, subraya en el libro la implicación de Camba en el movimiento anarquista porteño; de hecho, la deportación del periodista se produjo tras su participación en la huelga general de 1902 en Buenos Aires.

Ya en el estado español, se enroló como redactor en otro periódico anarquista, Tierra y Libertad, donde percibía un salario. Su primer artículo (agosto de 1903) se tituló «El grito del minero». Otra de sus crónicas, «Los humildes», le supuso la primera denuncia en España (en 1904 fue juzgado e ingresó en la cárcel Modelo de Madrid por un delito de «escarnio al dogma»). A finales de 1903 lanzó y comenzó a dirigir junto a Antonio Apolo un semanario anarquista muy acosado por el Gobierno -El Rebelde-, que publicaba colaboraciones de Kropotkin, Reclus y Anselmo Lorenzo, entre otros. «Julio Camba fue un hombre que ‘creyó’ en la Idea», resume Lacalle. En El Rebelde definió su manera de ser anarquista: «Hay que serlo por posesión de la idea, y no porque la idea le haya poseído a uno»; un año después de la fundación del periódico, el articulista hizo balance: hambre, denuncias, caminatas al juzgado, «enredo perenne con las gentes de curia»…

El recorrido periodístico de Julio Camba continuaría, los años siguientes, en la revista La Anarquía Literaria, el diario republicano El País y el periódico reformista España Nueva. ¿Puede tacharse, sin matices, al escritor gallego de «franquista»? ¿Fue un simple devaneo su relación con la acracia? Julián Lacalle lo niega en la introducción del libro «¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!», al sostener que Camba «se jugó el tipo» y fue «cabeza de tormenta» en un movimiento tan combativo como fue el anarquismo de principios de siglo. Por otra parte, el escritor Manuel Vicent incluyó a Camba entre «Los últimos mohicanos» (Alfaguara, 2016) que hicieron literatura en los periódicos; se refirió al cronista como «un anarquista bajo la cúpula del Palace», ya que en una habitación de este hotel de Madrid permaneció durante 13 años, hasta su muerte en 1962. «Toda su sabiduría y humor está contenido en ‘La casa de Lúculo’, el mejor libro de cocina que se ha escrito en castellano», remata Vicent.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.